Legislar para la foto
Con las normas jurídicas ocurre lo mismo que con la moneda de curso legal, o que con cualquier clase de mercancía. Su excesivo número, su inflación, produce inevitablemente la devaluación de su valor. Y es ésta la situación que encontramos hoy en España, con tanto órgano legislativo dándole a la manivela de la producción legislativa.
Las razones están claras. No ya sólo de esta forma tanta cámara legislativa pretende justificar su existencia, y el sueldo de sus componentes. Además, los políticos gobernantes consiguen titulares de prensa, y encuentran motivos para hacer declaraciones a los medios, por supuesto siempre en el sentido de “mirad cuántas cosas estamos haciendo, y cuánto puede avanzar el país (o el paisito) gracias a nuestros desvelos”.
Además, felizmente para nuestra clase política, la producción legislativa tiene unos costes de producción escasos, descontado, claro está, el coste fijo de los diversos aparatos del poder legislativo. Coste fijo, puesto que el hecho de que legislen poco o mucho tiene escasa incidencia en sus presupuestos. Así, con mucho menos fondos públicos, el responsable político de turno puede conseguir el mismo espacio en la prensa que inaugurando, por ejemplo, un importante tramo de autopista. Y en esta sobrevaloración de la imagen sobre la eficacia que los políticos se han impuesto, y que en los últimos tiempos ha llegado al paroxismo, eso tiene para ellos un inmenso valor.
Nuestros hiperlegisladores cuentan además con otra ventaja. En los medios no se suelen recoger las opiniones de los expertos cuando, como sucede con frecuencia, consideran que la nueva regulación es a veces una chapuza incomprensible, y en muchos casos inaplicable, que no hacía falta alguna, o que, sólo con el fin de poner adornos de presunta modernidad, no hace más que poner complicaciones gratuitas a los afectados. Y, por supuesto, lastrar su productividad. Y la tradicional indolencia de la sociedad española, capaz de digerir sin ruido tanto disparate de sus dirigentes, juega también a su favor.
Por si fuera poco, el hecho de que luego las normas se cumplan o no parece importar cada vez menos a nuestros dirigentes. Eso no da titulares. Y un poder judicial desbordado tampoco tiene capacidad para su imposición.
El resultado final es que nadie se plantea el objetivo de que exista un ordenamiento jurídico claro, coherente y realizable. La idea global del Derecho se ve sustituida por parcheos oportunistas, que dan un lucimiento de fuegos artificiales, impactantes al surgir aunque luego no sirvan para iluminar todos los días las calles. Y el maremágnum resultante es terreno abonado para toda clase de pícaros y aprovechados.
No obstante, la crisis en todos los campos a la que tanta irresponsabilidad de nuestros gobernantes nos ha llevado, y la subyacente indignación de los gobernados, puede acabar por generar un cambio de tendencia en éste, como en muchos otros campos. Sería suicida no exigirlo.
Fernando Rodríguez Prieto nació en Madrid el 10 de febrero de 1962. Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid. Notario (Oposiciones Madrid 1988). Ha ejercido en Andoain, Bergara y Beasain, las tres localidades situadas en Guipúzcoa, y desde 2006 ejerce en Coslada, Madrid. Es también mediador y árbitro.