El consenso como pretexto

La idea del consenso -en sí misma loable y positiva- se ha devaluado en las democracias occidentales por el uso que los políticos han hecho de ella. En muchas ocasiones, han pervertido su esencia. No han utilizado el consenso para acordar las grandes líneas de las políticas de Estado, y sustraerlas así al debate partidista, manteniéndolas estables en el tiempo. Por el contrario, lo han convertido en un pretexto para la inacción.

Las democracias se articulan en torno al principio de división de poderes y al juego de las mayorías. No de la unanimidad, ni del consenso. Sí de las mayorías, a veces reforzadas, y en todo caso del respeto a los derechos de las minorías y, en general, de los ciudadanos todos. Si en ese marco de juego se producen consensos, tanto mejor. Sobre todo, en algunos grandes temas (política exterior, educación, terrorismo, etc.) donde por su especial trascendencia debería buscarse con denuedo, y sería deseable que, una vez logrado, no se rompiera después por intereses electoralistas. Sólo se puede probar si se rompe lo que luego se puede soldar, decía el clásico. Y, a veces, no es tan fácil recomponer la confianza exterior o el rumbo de una nación.

Pero el consenso no es, en rigor, un fin en sí mismo, sino un medio -alternativo al juego de las mayorías- a la hora de adoptar decisiones. Lo que de verdad muestra el talento de un político no es el uso de ese medio -el consenso- sino su capacidad efectiva para integrar las fuerzas divergentes de la sociedad, esto es, el resultado -la cohesión social-. Por eso dice Ortega que toda auténtica política postula la unidad de los contrarios.

Hoy, sin embargo, la idea del consenso se ha entronizado hasta tal punto que en ocasiones se valora más una decisión adoptada por consenso, aunque no favorezca la cohesión social y la prosperidad de la nación, que viceversa. Si no hay consenso, se evita tomar la decisión o hacer la reforma, por muy necesaria que ésta sea. El consenso diluye la responsabilidad entre más actores. La ausencia de consenso, la concentra: de ahí su peligro para el gobernante. Por eso, cada vez se extiende más la indolencia entre los políticos, que no se atreven a adoptar las decisiones necesarias, incluso imprescindibles, cuando son impopulares, si no se toman por consenso. Se parapetan en éste por cobardía, por puro cálculo electoral.

La exigencia del consenso, esto es, del concurso de los partidos de la oposición, de los sindicatos, de los empresarios, no responde a un propósito integrador, magnánimo. Nada más lejos. En esa actitud lo que subyace es un espíritu pusilánime. Por esa vía, se trata de amordazar a la crítica puesto que si las decisiones impopulares se adoptan por consenso, la opinión pública no lo “pagará” solo con ellos, los gobernantes. También lo hará con la oposición que, de ese modo, no podrá sacar rédito político de las decisiones polémicas adoptadas, y sufrirá el mismo desgaste -o casi- que el gobierno. La disputa política ante la opinión pública quedará en tablas. No habrá grandes perjuicios en la intención de voto.

Actuar de ese modo no es gobernar. Gobernar es asumir la responsabilidad y tomar, con valentía y con coraje, las decisiones que convienen al interés general, gusten o no, desgasten o no a quienes las toman. Querer agradar a todo el mundo cuando se toman decisiones –políticas, empresariales, o familiares- no es realista, sino propio de gente pusilánime, insegura. Además, nunca se consigue plenamente. Hay que huir del maniqueísmo y subrayar que quien actúa guiado por el interés general también alberga en su intención el íntimo deseo de agradar a todos, al bien común. Pero sabe que para ello, a veces, hay que sacrificar intereses particulares y que, por tanto, no se agradará siempre a todos puesto que habrá daños colaterales en unas u otras de las decisiones adoptadas o de los sujetos afectados.

La grandeza de la política o, por decirlo de otro modo, lo que hay de valioso en un político es su capacidad para adoptar, sin demora, las decisiones pertinentes en busca del interés general sin esperar nada a cambio. Ni siquiera el aplauso de la opinión pública. La recompensa se halla en la sensación del deber cumplido, en haber hecho lo que importaba al interés general y al futuro de su nación. De ahí la condición ascética y servicial del político verdadero. Esa misma idea la expresa Clemenceau, en un bonito libro sobre Demóstenes, cuando afirma que “las declaraciones de los políticos sobre la ingratitud de los monarcas o de los pueblos son pura vanidad” porque “el hombre consagrado por entero a una gran causa no esperará nunca de la virtud ajena una recompensa que, por lo mismo que es una remuneración, no podría sino rebajarle ante sí mismo”.

6 comentarios
  1. Fernando R. Prieto
    Fernando R. Prieto Dice:

    Estupendo post por el que hay que felicitar a Juanjo. Nuestro presidente incurrió en la misma irresponsabilidad cuando se comprometió a aprobar cualquier reforma del Estatuto que promoviera el Parlamento Catalán, que cuando declaró que no aceptaría ninguna reforma que no acordasen sindiatos y patronal. Les dió así a cada uno de estos agentes sociales un ilegítimo derecho de veto que retrasó dos años la toma de las primeras medidas de alguna efectividad frente a la crisis. Para luego tener que desdecirse, por supuesto.

  2. elisadelanuez
    elisadelanuez Dice:

    El problema no está tanto, en mi opinión, en el consenso como método de llegar a acuerdos o decisiones, método muy recomendable sin duda, si no en qué se entiende aquí por consenso, y en la falta de criterio en cuanto a qué tipo de acuerdos o decisiones son deseables. Digamos que se confunde consenso con reunir a unos cuantos “representantes” (y ojo, porque representantes son desde instituciones con carácter de tal a blogueros, líderes de opinión digitales, amiguetes o uno que pasaba por allí) en una tertulia de café para hablar de ponerse de acuerdo en no se sabe muy bien qué, dado que los políticos de turno no suelen tener nada claro lo que quieren conseguir. Es verdad que desde la crisis de la deuda por lo menos las pautas aunque sean exteriores son bastante más claritas. En fín, un desastre más.

  3. Ricardo Romero
    Ricardo Romero Dice:

    Totalmente de acuerdo con doña Elisa de la Nuez, ¿qué se entiende por consenso? ¿El mero acuerdo de voluntades? Entonces me parece muy digno, respetable y elogiable, pero si por consenso entendemos la concesión de diversas prerrogativas a cambio del apoyo determinado de varios miembros del grupo, con el fin de sacar adelante acuerdos que no habría otra forma de aprobar lo aborrezco totalmente. Como ejemplo de lo que NO entiendo por consenso, la forma de aprobar los Presupuestos Generales del Estado para el año 2.011 con el apoyo del PNV y CC, dado las concesiones adquiridas por los partidos nacionalistas. Un saludo.

  4. Ignacio Gomá
    Ignacio Gomá Dice:

    De acuerdo, por supuesto y añado algo más que siempre me incomoda que es la moralidad o no de ciertos pactos que parecen alcanzar un estrato superior a la ley por el hecho de ser pactos. Me explico ¿es lícito que un gobernante acuerde dar dinero a una comunidad autónoma que ha despilfarrado (interés particular y no general) porque le interesan sus votos para otras cosas (de nuevo interés particular y no general. ¿hay algún límite a los pactos políticos? ¿se les podrían aplicar las categorías del Derecho civil del negocio fiduaciario, fraqudulento, etc?

  5. jj
    jj Dice:

    ¿Han escuchado estos días a la ministra Salgado decir que espera que el PP se sume con su voto a la reforma de las pensiones después del consenso que la misma ha logrado obtener? Oiga, y si una reforma (de las pensiones o de cualquier otra cosa) no fuera intrínsecamente buena, el hecho de que concitara consenso, ¿qué más daría? Mejor apartarse del consenso sobre lo que es malo… Y defender en solitario lo que es bueno… Y totalmente de acuerdo con lo que han dicho el resto de comentaristas.

  6. Manu Oquendo
    Manu Oquendo Dice:

    Hola, Juan José.
    Gran artículo. Gracias por el enlace que, con tu permiso, usaré en el futuro porque da en el clavo de por donde debe ir el tipo de persona que es necesaria para comenzar a salir de esto.
    Un saludo cordial

  7. Manu Oquendo
    Manu Oquendo Dice:

    Hola, Juan José.
    Gran artículo. Gracias por el enlace que, con tu permiso, usaré en el futuro porque da en el clavo de por donde debe ir el tipo de persona que es necesaria para comenzar a salir de esto.
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