Agencias de « rating », regulación y competencia
Resulta difícil no vincular la crisis actual en los mercados de deuda soberana a las revisiones que las tres grandes agencias de calificación crediticia (ACC) –Moody’s, Standard & Poor’s y Fitch- han operado en los últimos meses sobre varios Estados. La incertidumbre generada por estas revisiones, que son criticadas por su falta de imparcialidad y de rigurosidad, ha alimentado el debate sobre cómo regular el sector en el que intervienen estas agencias y sobre si existe la posibilidad de actuar contra ellas a la luz de las disposiciones en materia de competencia. Conviene señalar que Viviane Reding, la Comisaria Europea de Justicia, se ha pronunciado sobre estos dos últimos aspectos afirmando, por un lado, que « ha llegado el momento de desmantelar el oligopolio de las agencias de rating » y, por otro, que « no es posible que un cartel de tres firmas norteamericanas decida el destino de las economías nacionales y sus ciudadanos » (traducción libre).
Quisiera destacar en esta entrada que si bien los términos oligopolio y cartel predominan en las discusiones sobre la reforma de las ACC, hasta el momento no se ha adoptado ninguna medida concreta que defina ni el modelo de regulación ni la estructura de mercado deseados para estas agencias. Es cierto que la Comisión lanzó una consulta pública en noviembre de 2010 para recabar opiniones sobre cómo reconfigurar el sector de las ACC. Ahora bien, todavía no sabemos cuál será el resultado de esta iniciativa. Por otro lado, las autoridades de competencia tampoco se han decidido a abrir una investigación contra las tres grandes ACC por una presunta concertación en el mercado o por un presunto abuso de posición dominante colectiva. Solamente la Comisión ha manifestado su voluntad de verificar si Standard & Poor’s ha incurrido en una violación del artículo 102 TFUE pero se trata de un asunto puntual relativo a precios excesivos.
Las razones que explican la situación anterior parecen encontrarse, en primer lugar, en que no existe un verdadero consenso sobre qué consecuencias conllevaría la introducción de un mayor grado de competencia en el sector de las ACC y, en particular, si ello repercutiría positivamente en su funcionamiento. En segundo término, no se ha conseguido definir una clara cause of action amparada en las disposiciones de competencia que pudiera conducir a la imposición de sanciones a las tres grandes ACC.
Sobre la cuestión de la estructuración del mercado, cabe señalar que un grupo numeroso de especialistas, a los que parecen adherirse tanto la Comisión como la OCDE, considera que el pluralismo de operadores es la mejor opción para asegurar el buen funcionamiento en el mercado de las ACC. En esencia, éstos sostienen que la entrada de nuevos competidores en dicho mercado tendría por resultado la lucha de las ACC por proporcionar a los inversores una información más precisa y fidedigna. Ello encontraría su fundamento en la necesidad de adquirir una mejor reputación que hacer valer a la hora de buscar clientes y daría lugar, en definitiva, a una « race to the top on quality and services ». Por el contrario, quienes se oponen a alterar la estructura actual del mercado de las ACC argumentan que una mayor competencia no haría sino intensificar el conflicto de intereses al que están sometidas estas agencias en su actividad ordinaria. En particular, este grupo considera que las ACC, en un contexto de mayor presión competitiva, estarían dispuestas a sacrificar la disciplina de la reputación en favor de una mayor adecuación a las peticiones de sus clientes. En estas circunstancias, la entrada de nuevos agentes de calificación en el mercado flexibilizaría aún más sus evaluaciones y provocaría, en cambio, una « race to the bottom on independence ».
Sobre la cuestión relativa a la investigación en materia de competencia, lo cierto es que las autoridades no han conseguido articular por el momento un argumento sólido que explique en qué medida la conducta de las ACC de los últimos meses podría considerarse como una violación de las disposiciones en materia de competencia. En particular, no resulta obvio identificar ni la colusión tácita entre ellas ni el supuesto abuso colectivo en el mercado. No obstante, recientes propuestas intentan hacer un guiño a estas autoridades para indicarles que, si hay verdadera voluntad, existen elementos suficientes para constatar, cuando menos, una violación del artículo 102 TFUE (véase, Petit y Neyrinckí). Estos elementos de partida son un alto nivel de concentración en el mercado (más del 90%), un comportamiento paralelo manifiesto, una conducta con efectos de cierre de mercado que impide la entrada de nuevos competidores y una distorsión de la competencia, derivada de la falta de rigor de sus estimaciones, entre los bancos y entidades de crédito más expuestos a la deuda soberana y aquéllos con menor nivel de exposición.
Las anteriores son, en cualquier caso, dos cuestiones a añadir a la larga lista de iniciativas que se han barajado recientemente al objeto de disciplinar a las ACC y someterlas a un régimen de mayor responsabilidad. Otras de estas medidas han sido (i) la tipificación de una serie de infracciones que han de permitir a la Agencia Europea de Valores Mobiliarios (AEVM) la imposición de sanciones a las ACC en determinados supuestos (véase, a este respecto, el Reglamento (CE) nº 513/2011, de 11 de mayo) y (ii) la interposición de demandas judiciales exigiéndoles su cuota de responsabilidad en la crisis actual. Resulta curioso comprobar que, por lo que se refiera a estas últimas, no se están obteniendo los resultados esperados en los tribunales, al menos en Estados Unidos, debido, en parte, a la protección que les confiere la libertad de expresión consagrada en la primera enmienda de la Constitución norteamericana.
En una futura entrada, confío en poder dar cuenta de la evolución de las iniciativas anteriores a medida que vayan concretándose.
(*) Las opiniones expresadas en este blog corresponden a su autor y no vinculan, en ningún modo, al TJUE
Letrado del Tribunal de Justicia de la Unión Europea
Es indudable la responsabilidad de estas agencias en el origen de la crisis actual, y también la presión que supone el conflicto de interés, como nos recuerda el autor. Como ya ocurrió antes con las auditorías, en el caso Enron, el caso pone en la picota a los partidarios de una nula intervención pública en los mercados, sobre todo cuando estos son opacos.
Pero es interesante también plantearse si sería verdaderamente independiente y fiable una Agencia pública controlada por los Gobiernos. La verdad es que no es una cuestión sencilla.
El tema de las agencias de calificación es verdaderamente importante por la influencia que tienen, que parece a todas luces excesiva, cualquier cambio que hacen tiene repercusiones mundiales (hoy mismo con la rebaja en la calificación de Italia), pero esta influencia no se corresponde con una fiabilidad comprobada, sino más bien todo lo contrario.
En el asunto Enron, en la quiebra de Lehmann Brothers, en lo de Bear Sterns, concediendo sobresalientes cuando estas empresas estaban a punto de hacer crash, demostraron una falta completa de fiabilidad -o algo mucho peor, intereses cruzados, negocios oscuros, etc- que sin embargo no ha mermado su influencia. Son tres empresas privadas que se comportan como tales buscando su máximo beneficio.
Es sin duda precisa una agencia pública, sea de la Unión Europea, de la OCDE o, por qué no, de la propia ONU, no sería algo raro sino bastante lógico puesto que la economía es algo absolutamente global, las modificaciones de calificación de bancos y países son verdaderos efectos mariposa mundiales.
Un artículo sobre los ataques que reciben actualmente las agencias de calificación en
http://www.controlcapital.net/noticia/254/ECONOMIA/standard-amp-poors-fitch-moodys-ataques-pol%C3%ADticojudiciales.html
Es indudable la influencia que estas agencias tienen sobre las decisiones de inversión de los agentes de la economía y por ende de los efectos que a escala global éstas conllevan. Es por este motivo que sus decisiones de aumentar o disminuir la calificación a un activo financiero (como pueden ser las acciones o los bonos de los estados) pueden llevar a la ruina a alguna empresa o a pasarlas canutas a algún país.
Partiendo de las obviedades del primer párrafo, he de decir como consumidor habitual de los servicios de estas agencias, que pese a los mayúsculos patinazos en varios casos (como enumera correctamente Fernando Gomá Lanzón en su comentario), en términos generales son muy fiables. Es cierto que en los archiconocidos casos fallaron estrepitosamente, y por ello es lícito que se averigüen las causas (verificar si se trató de grandes errores o si había detrás intereses particulares).
Por otra parte, estas empresas en sus declaraciones de principios (siempre intento esconder mi escepticismo al leerlas) declaran que sus fórmulas de valoración no son infalibles y que por este motivo sus conslusiones se deben tomar como meras indicaciones y nunca como afirmaciones vehementes.
Para finalizar, no creo que una agencia de valoración de activos pública pueda tener cabida en este mercado, y la razón es bien sencilla: la credibilidad. Y dirán ustedes, pues bendita credibilidad tienen estas agencias privadas, puede ser que para ustedes no la tengan, pero para los inversores (que son quienes las contratan) sí la tienen. ¿Y por qué una agencia pública (ya sea de la UE, de la OCDE o del Ayuntamiento de Soria) no la tendría? Pues porque los inversores no se fían de los burócratas, ya sea por su falta de independencia o porque ellos sí que tienen intereses en que ciertas calificaciones se suavicen.
A nivel personal, no contrataría nunca los servicios de una agencia pública de estas características, y creo que tampoco ningún otro inversor que aprecie en su justa medida su dinero.
Un artículo muy interesante sobre un tema fundamental. Las enormes dificultades a la hora de diseñar una regulación adecuada se derivan del hecho de que las agencias de rating son ‘gatekeepers’, en terminología que conocí gracias a Rodrigo Tena (http://www.fedeablogs.net/economia/?p=8943). Por supuesto, coincido con los comentaristas anteriores en que es imprescindible solucionar el problema del conflicto de intereses. Por si les puede interesar, adjunto un post escrito por un economista:
http://politikon.es/expectativasracionales/2011/07/31/%C2%BFquien-califica-a-los-calificadores/
Me parece especialmente convincente lo siguiente:
“La principal causa para que exista un conflicto de intereses se debe al mecanismo de financiación de estas agencias, basado en el principio de que el emisor de deuda es quien paga el informe sobre su calificación. En este sentido, la naturaleza jurídica de estas agencias no importa demasiado. De hecho, uno de los argumentos tradicionalmente esgrimidos a favor de la no interferencia del sector público en la labor de las agencias de calificación ha sido precisamente garantizar su independencia, y por tanto, la fiabilidad de sus informes. No resulta demasiado difícil imaginar como, siendo además los distintos Estados los principales emisores de deuda, las agencias de rating pudiesen verse libres de conflictos de intereses. En esencia, da igual si las agencias de rating son públicas o privadas. En todo caso, el problema radica en cómo se financian, no en quien sea el depositario de su capital social.”
El interesante objeto de este post es bastante más complejo de lo que parece. Desde el punto de vista de un “no experto”, observador externo del funcionamiento de los mercados financieros y del mundo de la política, ahora toca el turno de exigir la culpabilidad de las agencias de calificación.
Desconozco en detalle de quien cobran las citadas agencias, pero la cosa parece simple: De los gobiernos, de los gestores de inversiones o trabajan gratis con finalidad altruista.
Si descartamos las hipótesis a) y c), queda claro que las agencias de calificación existen porque los mercados financieros necesitan proveerse de un agran cantidad de información a tiempo real para que los inversores, sí, los especuladores que mueven los fondos de pensiones de cientos de millones de personas en todo el mundo, definan y concreten sus decisiones de inversión.
Para empezar digamos que no hay un monopolio de agencias de calificación y, de hecho, no existen barreras a la entrada suficientemente apreciables como para que no surjan más. La propia Comisión Europea estudia crear una.
Si una agencia de calificación acierta en sus pronósticos y objetivos, aumentará la demanda de información que, bajo precio, suministran a sus clientes y que no son precisamen te los informes que llegan al público en general. Si fallan, los clientes las abandonarán y tratarán de cambiar de agencia o conseguir información más fiables por otros medios.
Si las agencias en realidad son máquinas en poder de las gestoras de fondos, incurren en una estafa global a gran escala, al inducir a los pequeños, medianos e incluso grandes inversores a cometer errores en sus decisiones de inversión, que les acarrean pérdidas extraordinarias. Faltaría aún demostrar si hubo simple negligencia o ánimo de lucro.
En todo caso, me parece hipócrita atribuir a las agencias de calificación los “ataques especulativos” a la deuda soberana. Si un país está saneado económicamente y sigue una política económica y monetaria ortodoxa, no habrá agencia que tumbe su deuda. Lo mismo es aplicable a las empresas. Pero si el emisor de deuda oculta información, engaña y miente sistemáticamente o los mercados creen que lo hace, ninguna triple A le salvará de la quema.
No creo que el corralito argentino fuera imputable a Moodys cuando la crisis de la deuda externa. No por casualidad su importe era exactamente el mismo que el monto de los depósitos argentinos en el exterior.
Tampoco parece que los griegos hagan caso a pies juntillas a Standar & Poors para refugiarse en la compra de bonos alemanes mientras que los bancos germánicos se ven obligados a suscribir, por presiones políticas, ingentes cantidades de deuda pública griega que cualquier de nosotros describiríamos ahora como “bonos basura”.
El problema es que hemos interiorizado sin darnos cuentas un infantilismo económico que nos hizo creer que se podía vivir cada vez mejor trabajando cada vez menos y que se podía delegar en el estado la producción de todo tipo de bienes y servicios públicos sin coste alguno. Y claro, si no hay una constante mejora de la productividad y no se corta la espiral de deuda al final la burbuja explota.
Urge redefinir el marco institucional del capitalismo: Volver a los principios liberales de la separación de poderes, retirar a los políticos el poder de determinar caprichosamente el valor del dinero, abandonar el intervencionismo y recuperar para el estado el papel arbitral que nunca debió abandonar, retirándole el papel de jugador. O se juega o se manda.
Es indudable la responsabilidad de estas agencias en el origen de la crisis actual, y también la presión que supone el conflicto de interés, como nos recuerda el autor. Como ya ocurrió antes con las auditorías, en el caso Enron, el caso pone en la picota a los partidarios de una nula intervención pública en los mercados, sobre todo cuando estos son opacos.
Pero es interesante también plantearse si sería verdaderamente independiente y fiable una Agencia pública controlada por los Gobiernos. La verdad es que no es una cuestión sencilla.
El tema de las agencias de calificación es verdaderamente importante por la influencia que tienen, que parece a todas luces excesiva, cualquier cambio que hacen tiene repercusiones mundiales (hoy mismo con la rebaja en la calificación de Italia), pero esta influencia no se corresponde con una fiabilidad comprobada, sino más bien todo lo contrario.
En el asunto Enron, en la quiebra de Lehmann Brothers, en lo de Bear Sterns, concediendo sobresalientes cuando estas empresas estaban a punto de hacer crash, demostraron una falta completa de fiabilidad -o algo mucho peor, intereses cruzados, negocios oscuros, etc- que sin embargo no ha mermado su influencia. Son tres empresas privadas que se comportan como tales buscando su máximo beneficio.
Es sin duda precisa una agencia pública, sea de la Unión Europea, de la OCDE o, por qué no, de la propia ONU, no sería algo raro sino bastante lógico puesto que la economía es algo absolutamente global, las modificaciones de calificación de bancos y países son verdaderos efectos mariposa mundiales.
Es indudable la influencia que estas agencias tienen sobre las decisiones de inversión de los agentes de la economía y por ende de los efectos que a escala global éstas conllevan. Es por este motivo que sus decisiones de aumentar o disminuir la calificación a un activo financiero (como pueden ser las acciones o los bonos de los estados) pueden llevar a la ruina a alguna empresa o a pasarlas canutas a algún país.
Partiendo de las obviedades del primer párrafo, he de decir como consumidor habitual de los servicios de estas agencias, que pese a los mayúsculos patinazos en varios casos (como enumera correctamente Fernando Gomá Lanzón en su comentario), en términos generales son muy fiables. Es cierto que en los archiconocidos casos fallaron estrepitosamente, y por ello es lícito que se averigüen las causas (verificar si se trató de grandes errores o si había detrás intereses particulares).
Por otra parte, estas empresas en sus declaraciones de principios (siempre intento esconder mi escepticismo al leerlas) declaran que sus fórmulas de valoración no son infalibles y que por este motivo sus conslusiones se deben tomar como meras indicaciones y nunca como afirmaciones vehementes.
Para finalizar, no creo que una agencia de valoración de activos pública pueda tener cabida en este mercado, y la razón es bien sencilla: la credibilidad. Y dirán ustedes, pues bendita credibilidad tienen estas agencias privadas, puede ser que para ustedes no la tengan, pero para los inversores (que son quienes las contratan) sí la tienen. ¿Y por qué una agencia pública (ya sea de la UE, de la OCDE o del Ayuntamiento de Soria) no la tendría? Pues porque los inversores no se fían de los burócratas, ya sea por su falta de independencia o porque ellos sí que tienen intereses en que ciertas calificaciones se suavicen.
A nivel personal, no contrataría nunca los servicios de una agencia pública de estas características, y creo que tampoco ningún otro inversor que aprecie en su justa medida su dinero.
Un artículo muy interesante sobre un tema fundamental. Las enormes dificultades a la hora de diseñar una regulación adecuada se derivan del hecho de que las agencias de rating son ‘gatekeepers’, en terminología que conocí gracias a Rodrigo Tena (http://www.fedeablogs.net/economia/?p=8943). Por supuesto, coincido con los comentaristas anteriores en que es imprescindible solucionar el problema del conflicto de intereses. Por si les puede interesar, adjunto un post escrito por un economista:
http://politikon.es/expectativasracionales/2011/07/31/%C2%BFquien-califica-a-los-calificadores/
Me parece especialmente convincente lo siguiente:
“La principal causa para que exista un conflicto de intereses se debe al mecanismo de financiación de estas agencias, basado en el principio de que el emisor de deuda es quien paga el informe sobre su calificación. En este sentido, la naturaleza jurídica de estas agencias no importa demasiado. De hecho, uno de los argumentos tradicionalmente esgrimidos a favor de la no interferencia del sector público en la labor de las agencias de calificación ha sido precisamente garantizar su independencia, y por tanto, la fiabilidad de sus informes. No resulta demasiado difícil imaginar como, siendo además los distintos Estados los principales emisores de deuda, las agencias de rating pudiesen verse libres de conflictos de intereses. En esencia, da igual si las agencias de rating son públicas o privadas. En todo caso, el problema radica en cómo se financian, no en quien sea el depositario de su capital social.”
El interesante objeto de este post es bastante más complejo de lo que parece. Desde el punto de vista de un “no experto”, observador externo del funcionamiento de los mercados financieros y del mundo de la política, ahora toca el turno de exigir la culpabilidad de las agencias de calificación.
Desconozco en detalle de quien cobran las citadas agencias, pero la cosa parece simple: De los gobiernos, de los gestores de inversiones o trabajan gratis con finalidad altruista.
Si descartamos las hipótesis a) y c), queda claro que las agencias de calificación existen porque los mercados financieros necesitan proveerse de un agran cantidad de información a tiempo real para que los inversores, sí, los especuladores que mueven los fondos de pensiones de cientos de millones de personas en todo el mundo, definan y concreten sus decisiones de inversión.
Para empezar digamos que no hay un monopolio de agencias de calificación y, de hecho, no existen barreras a la entrada suficientemente apreciables como para que no surjan más. La propia Comisión Europea estudia crear una.
Si una agencia de calificación acierta en sus pronósticos y objetivos, aumentará la demanda de información que, bajo precio, suministran a sus clientes y que no son precisamen te los informes que llegan al público en general. Si fallan, los clientes las abandonarán y tratarán de cambiar de agencia o conseguir información más fiables por otros medios.
Si las agencias en realidad son máquinas en poder de las gestoras de fondos, incurren en una estafa global a gran escala, al inducir a los pequeños, medianos e incluso grandes inversores a cometer errores en sus decisiones de inversión, que les acarrean pérdidas extraordinarias. Faltaría aún demostrar si hubo simple negligencia o ánimo de lucro.
En todo caso, me parece hipócrita atribuir a las agencias de calificación los “ataques especulativos” a la deuda soberana. Si un país está saneado económicamente y sigue una política económica y monetaria ortodoxa, no habrá agencia que tumbe su deuda. Lo mismo es aplicable a las empresas. Pero si el emisor de deuda oculta información, engaña y miente sistemáticamente o los mercados creen que lo hace, ninguna triple A le salvará de la quema.
No creo que el corralito argentino fuera imputable a Moodys cuando la crisis de la deuda externa. No por casualidad su importe era exactamente el mismo que el monto de los depósitos argentinos en el exterior.
Tampoco parece que los griegos hagan caso a pies juntillas a Standar & Poors para refugiarse en la compra de bonos alemanes mientras que los bancos germánicos se ven obligados a suscribir, por presiones políticas, ingentes cantidades de deuda pública griega que cualquier de nosotros describiríamos ahora como “bonos basura”.
El problema es que hemos interiorizado sin darnos cuentas un infantilismo económico que nos hizo creer que se podía vivir cada vez mejor trabajando cada vez menos y que se podía delegar en el estado la producción de todo tipo de bienes y servicios públicos sin coste alguno. Y claro, si no hay una constante mejora de la productividad y no se corta la espiral de deuda al final la burbuja explota.
Urge redefinir el marco institucional del capitalismo: Volver a los principios liberales de la separación de poderes, retirar a los políticos el poder de determinar caprichosamente el valor del dinero, abandonar el intervencionismo y recuperar para el estado el papel arbitral que nunca debió abandonar, retirándole el papel de jugador. O se juega o se manda.
Señor, la burbuja la ha creado la voracidad y venalidad del sector privado
argumentos reales mezclados con falacias: enga sigue jugando.
Que la gestión económica ha degenerado en infantilismo es algo evidente. Ahora bien, que las agencias de calificación funcionan por el mecanismo de status quo, que alteran la medición que suponen realizar y que presentan información sesgada….es manifiestamente evidente incluso para mentes no preclaras.
A ver quien sale a competir sin el respaldo del informe de uno de estos haha.
El liberalismo, la globalización, la aldea global, han fracasado; se demuestra cada día. La crisis se extiende como mancha de aceite por todo el mundo. Estamos “al borde del abismo”, según la autorizada opinión de grandes expertos económicos, como Obama y Zapatero, pej. O como D. José Blanco.
Quizá la solución, Ennecerus, no esté en darle aún más libertad al liberalismo, sino en fortalecer al Estado (Estado, no sucedáneos, rémoras y parásitos como las CCAA). Un Estado fuerte, que crea en sí mismo, y que cumpla las funciones para las que se existe. Entre las que no creo que esté la de maximizar el beneficio de las grandes empresas.
El problema no es que hayamos creído posible delegar bienes y servicios en el Estado, sino que el Estado ha “dejado hacer” en exceso. Y en lo mucho que han robado los que han utilizado al Estado para su lucro personal, léase partidos políticos.
Por supuesto, cuando hablo de “Estado” no me refiero al “Estado liberal”.
Coincido casi al completo con Vd.
porque señor, empezamos alimentando campeones y acabamos todos siendo un poquito más hormiguitas y un poquito menos homo sapiens. Pero claro, que hoy día todo está institucionalizado, o sea, que no se apea de la silla “ni el tato”.
No quiero enfrascarme en debates ideológicos ni desviar el tema demasiado, pero no puedo evitar hacer un breve comentario. Curro Arriola, dice usted:
“Quizá la solución, Ennecerus, no esté en darle aún más libertad al liberalismo, sino en fortalecer al Estado. Un Estado fuerte, que crea en sí mismo, y que cumpla las funciones para las que existe”.
Me llama la atención que –si no le he entendido mal- contraponga liberalismo a Estado fuerte. Puede ser pertinente distinguir, con Francis Fukuyama, entre fuerza y alcance del Estado. Alcance: rango de funciones del Estado (justicia, defensa, seguridad social, etc). Fuerza: eficacia con que el Estado puede implementar una determinada política. El canon liberal, diría, es un mínimo dealcance y un máximo de fuerza, justo lo contrario de lo que estamos viviendo.
Hola Patricia,
pues en mi maltratada opinión, el Estado es antihumanista por definición. Lo que hay que hacer es reducir la espiral ascendente de cuotas de poder, no sumar más vectores. Y bueno, este comentaro lo puse antes de lo de “si creamos campeones”, pues que en vez de hacernos más fuertes, lo que nos hacen es más insignificantes, pero claro, ese comentario desapareció “por arte de magia?” 😀
Un saludo
Yo no estoy de acuerdo con una regulación excesiva de las Agencias de Rating ni considero que existe un verdadero oligopolio en el sector al menos en el sentido de que hayan podido concertarse para ponerse de acuerdo en cuanto a sus calificaciones.
El verdadero problema de estas Agencias se da cuando hay conflicto de intereses. Es cierto que teoricamente dicho conflicto se da siempre puesto que quien paga a dichas Agencias son los propios emisores. Ahora bien cuando ese conflicto tiene la trascendencia práctica más importante es cuando la Agencia asigna una calificación superior a un determinado emisor a la que tecnicamente le debería corresponder segun el analisis fundamental del mismo (conflicto positivo) En ese caso sí, si ante grandes emisores o determinado conjunto de emisores la Agencia se rinde o es negligentey otorga una calificación superior a la que ha arrojado el analísis fundamental se induce a error al mercado y los perjuicios en el mismo pueden ser gravísimos (casos Enron y Leman Brothers).
Ahora bien cuando el error es negativo, es decir se otorga una calificación inferior a la que puede arrojar el analísis, el perjuicio no es para el mercado sino en todo caso para el emisor, el cual tiene la posiblidad (o debería tenerla) de defenderse, poniendo de relieve al mercado el error de la Agencia teniendo la posibilidad de ejercer incluso una acción de resarcimiento de daños que no le puede negar cualquier sistema jurídico civilizado.
En consecuencia, lo que puede ser interesante regular es la responsabilidad civil de las Agencias de Rating en los supuestos de errores “positivos” e incluso la creación de alguna jurisdicción especializada que juzgase los mismos y determinase la responsabilidad civil de la Agencia derivada de los daños producidos al mercado. Entendiendo como mercado lo que es: ahorradores particulares e inversores institucionales.
Otro aspecto a considerar sería la obligación de aseguramiento de esa responsabilidad civil de estas Agencias. Esto obligaria al asegurador o aseguradores a vigilar estrechamente la actividad de las Agencias en cada ocasión con la facultad de rescindir dicho aseguramiento sin penalización alguna en el caso de disentir fundadamente de una calificación determinada y la obligación de hacer pública esa rescisióno para que el mercado tenga conocimiento del hecho.
Las alternativas de constituir Agencias de Rating públicas (bien dependan de los Estados o incluso de Organismos Internacionales) no me parece que pueda añadir ninguna garantía a esta actividad, más bien al contrario puesto que entonces, además de los intereses económicos, incidirían en la actividad intereses políticos que pueden ser tan peligrosos o más que aquellos.
Lo que no se puede es demonizar a las Agencias de Rating culpándolas como algunos pretenden de la crisis financiera actual. Eso no es más matar al mensajero. No creo que haya una confabulación de las Agencias de Rating para hundir las economías de un buen grupo de países occidentales, entre otros extremos porque con ello no ganan nada.En estos casos dichas Agencias no hacen sino hacer públicos los desquilibrios profundos de esas economías y los peligros que llevan cpnsigo y eso no sólo no es un delito sino es un deber elemental que tienen frente al mercado. Si no lo hiciesen la Agencias de Rating no tebdrían razón de existir, como no tenían razón para ello en los casos ya citados de Enron y Leman.
En consecuencia lo que si que habría que regular de una manera rigurosa no es la catividad en si misma de estas Agencias, sino la responsabilidad civil derivada de errores en esa actividad y creando una instancia jurisdiccional especializada, a nivel internaciona (ya que hoy el mercado es global), e independiente de los Estados y del Mercado, que entendiese de las reclamaciones que se pudiesen interponer
por mercado entiendes los fondos de inversión de 28billones de $ y tal no?
Quiero intervención política en las Agencias de Calificación? no, para nada. Si por política entendemos las actuaciones de un gremio/casta malogrado y desautorizado, apostado en una torre de marfil aún más alta que la de los filósofos de hoy día.
Pero miren, tal y como lo veo yo, este es el eterno debate platónico entre los que ven una verdad evidente y los que ven otra verdad evidente. A lo mejor el problema está en que unos parecen poseer mentes preclaras que miran directamente al futuro, y OTROS SÓLO VEMOS EL PRESENTE :D, lo demás, son cavilaciones/elucubraciones/hipótesis más o menos coherentes.
¿Ustedes creen que Agencias de Calificación con sede en China, Irán y Rusia emitirían los mismos informes? pues eso
Hola,
He entrado a revisar el artículo y los comentarios y faltaba mi último comentario. Bueno, era un poco “troll”, un ejercicio filosófico sardónico, y no he querido dejar protesta.
Pero lo que me ha molestado ha sido que borren mi respuesta a un comentario acerca de conceder más poder al Estado, en donde digo una verdad como un puño.
Se me cae un mito.
Adiós
Hola,
He entrado a revisar el artículo y los comentarios y faltaba mi último comentario. Bueno, era un poco “troll”, un ejercicio filosófico sardónico, y no he querido dejar protesta.
Pero lo que me ha molestado ha sido que borren mi respuesta a un comentario acerca de conceder más poder al Estado, en donde digo una verdad como un puño.
Se me cae un mito.
Adiós
Pido disculpas de antemano por si escribo obviedades. Al parecer, en sus orígenes las agencias de calificación prestaban su servicio a los inversores en vez de a los emisores, siguiendo un sistema de suscripción de informes que todavía mantienen algunas de las pequeñas. Sin embargo, en 1975 la SEC (Securities and Exchange Commission) acuñó la denominación de Nationally Recognized Statistical Rating Organization (NRSRO) para indicar qué agencias emiten calificaciones oficialmente reconocidas. Al principio fueron 7, después 6, 3 desde 2003 y 10 desde abril de 2011 a la actualidad. Como es natural, este sistema provoca que los emisores de deuda tiendan a contar con una calificación emitida por una NRSRO –de lo contrario lanzan a los inversores un mensaje de escasa fiabilidad. Por tanto, la teoría de que la crisis se debe a la desregulación, al menos en lo que hace a las agencias de rating, no se compadece con los hechos.
En un sistema de libre mercado absoluto, en que las agencias de calificación cobran de los inversores, es probable que suceda lo que comentaba Ennecerus:
“Si una agencia de calificación acierta en sus pronósticos y objetivos, aumentará la demanda de información que, bajo precio, suministran a sus clientes y que no son precisamente los informes que llegan al público en general. Si fallan, los clientes las abandonarán y tratarán de cambiar de agencia o conseguir información más fiable por otros medios”.
Es decir, en principio su interés particular (maximización de beneficio, vía reputación) coincide con el interés general (calificaciones fidedignas). Con un matiz: en no pocas ocasiones los usuarios poseen importantes paquetes de acciones en las agencias*. El vigilante, en cierta medida, se vigila a sí mismo.
En un sistema intervenido a la manera del actual, en que las agencias de calificación cobran de los emisores, su interés particular (maximización de beneficio, vía satisfacción de cliente) no coincide con el interés general (calificaciones fidedignas). Al vigilante le paga el vigilado y ni siquiera hemos solucionado el problema de que se pueda vigilar a sí mismo. Dicho de otro modo, las agencias tienen un incentivo perverso a inflar la calificación de sus clientes para no perderlos, a sabiendas de que habrá otra agencia dispuesta a ofrecer mejor calificación (rating shopping). En este sentido, tiene cierta lógica que la SEC haya promovido un oligopolio, porque a menor número de entidades en el mercado, menor probabilidad de que se presten a emitir calificaciones poco rigurosas. Aun así, es evidente que el diseño actual no funciona correctamente.
Una regulación adecuada del sector pasa por encontrar el mecanismo jurídico en virtud del cual el interés particular se alinee con el interés general, se minimicen los conflictos de intereses, las agencias de calificación sean independientes. Según tengo entendido, algunos expertos abogan por regresar al sistema original. El problema es que, habida cuenta que las calificaciones –al igual que la propiedad intelectual- son lo que los economistas denominan bienes públicos, un modelo de negocio basado en suscripciones seguramente es poco viable en la era de internet. En mi opinión, la idea de Juan José de exigir responsabilidad civil tanto por conflictos negativos como positivos va en la buena dirección, aunque quizá sería preferible un control ‘ex ante’. He podido leer también propuestas como que sea un organismo público quien decida qué agencia ha de valorar la deuda de una determinada empresa o país, o que su financiación provenga de una combinación de pago por cliente y arancel. O, se me ocurre, normas semejantes a las de incompatibilidades de altos cargos o a las causas de abstención y recusación de jueces o tribunales.
* http://www.expansion.com/2011/07/28/empresas/banca/1311889721.html?a=7c424fdc70bef59802a38e769f5e3352&t=1316786060
Pido disculpas de antemano por si escribo obviedades. Al parecer, en sus orígenes las agencias de calificación prestaban su servicio a los inversores en vez de a los emisores, siguiendo un sistema de suscripción de informes que todavía mantienen algunas de las pequeñas. Sin embargo, en 1975 la SEC (Securities and Exchange Commission) acuñó la denominación de Nationally Recognized Statistical Rating Organization (NRSRO) para indicar qué agencias emiten calificaciones oficialmente reconocidas. Al principio fueron 7, después 6, 3 desde 2003 y 10 desde abril de 2011 a la actualidad. Como es natural, este sistema provoca que los emisores de deuda tiendan a contar con una calificación emitida por una NRSRO –de lo contrario lanzan a los inversores un mensaje de escasa fiabilidad. Por tanto, la teoría de que la crisis se debe a la desregulación, al menos en lo que hace a las agencias de rating, no se compadece con los hechos.
En un sistema de libre mercado absoluto, en que las agencias de calificación cobran de los inversores, es probable que suceda lo que comentaba Ennecerus:
“Si una agencia de calificación acierta en sus pronósticos y objetivos, aumentará la demanda de información que, bajo precio, suministran a sus clientes y que no son precisamente los informes que llegan al público en general. Si fallan, los clientes las abandonarán y tratarán de cambiar de agencia o conseguir información más fiable por otros medios”.
Es decir, en principio su interés particular (maximización de beneficio, vía reputación) coincide con el interés general (calificaciones fidedignas). Con un matiz: en no pocas ocasiones los usuarios poseen importantes paquetes de acciones en las agencias*. El vigilante, en cierta medida, se vigila a sí mismo.
En un sistema intervenido a la manera del actual, en que las agencias de calificación cobran de los emisores, su interés particular (maximización de beneficio, vía satisfacción de cliente) no coincide con el interés general (calificaciones fidedignas). Al vigilante le paga el vigilado y ni siquiera hemos solucionado el problema de que se pueda vigilar a sí mismo. Dicho de otro modo, las agencias tienen un incentivo perverso a inflar la calificación de sus clientes para no perderlos, a sabiendas de que habrá otra agencia dispuesta a ofrecer mejor calificación (rating shopping). En este sentido, tiene cierta lógica que la SEC haya promovido un oligopolio, porque a menor número de entidades en el mercado, menor probabilidad de que se presten a emitir calificaciones poco rigurosas. Aun así, es evidente que el diseño actual no funciona correctamente.
Una regulación adecuada del sector pasa por encontrar el mecanismo jurídico en virtud del cual el interés particular se alinee con el interés general, se minimicen los conflictos de intereses, las agencias de calificación sean independientes. Según tengo entendido, algunos expertos abogan por regresar al sistema original. El problema es que, habida cuenta que las calificaciones –al igual que la propiedad intelectual- son lo que los economistas denominan bienes públicos, un modelo de negocio basado en suscripciones seguramente es poco viable en la era de internet. En mi opinión, la idea de Juan José de exigir responsabilidad civil tanto por conflictos negativos como positivos va en la buena dirección, aunque quizá sería preferible un control ‘ex ante’. He podido leer también propuestas como que sea un organismo público quien decida qué agencia ha de valorar la deuda de una determinada empresa o país, o que su financiación provenga de una combinación de pago por cliente y arancel. O, se me ocurre, normas semejantes a las de incompatibilidades de altos cargos o a las causas de abstención y recusación de jueces o tribunales.
* http://www.expansion.com/2011/07/28/empresas/banca/1311889721.html?a=7c424fdc70bef59802a38e769f5e3352&t=1316786060
Tras los ríos de tinta vertidos tratando de eludir culpables por el procedimiento de buscar chivos expiatorios más convenientes no voy a reincidir en las temáticas más conocidas pero me gustaría hacer algunos comentarios porque hay cosas chocantes que ni siquiera parecen ser percibidas mientras nos excitan otras con explicaciones muy plausibles.
Voy a usar guarismos para hacérmelo más sencillo.
1. Seguimos instintivamente exculpando al estado y a sus instituciones.
Ni los bancos ni las compañías de seguros legislan. Tampoco las editoriales (las agencias de rating actuales nacieron como subsidiarias de grupos editoriales). Todos ellos vivían divinamente pero alguien cambió el entorno y decidió que iba a necesitar agencias de rating a una escala masiva y que los inversores potenciales no debían tener que pagar sus honorarios por lo cual los iban a pagar los que querían quitarse la deuda de sus balances. Cuantas menos piedras por el camino, mejor.
2. Para quitar deuda de un balance bancario hacen falta al menos dos cosas: Una autoridad contable, reguladora y fiscal que lo legisle regule y acepte y un gobierno que necesite que su sistema bancario produzca más crédito con el mismo capital. De no ser así no tiene sentido porque se sabe desde antes de Copérnico que más Masa Monetaria es más inflación con absoluta seguridad. Muy mal se tenía que ver la cosa para decidir la fuga hacia adelante.
3. También hacen falta clientes finales que compren la deuda en pequeñas cantidades y un sistema de distribución que permita dar el “pase” como se dice en el argot a grandes volúmenes de deuda titulizada: Más leyes, más reglamentos, más autorizaciones y más instrumentos.
4. Curiosamente el desarrollo explosivo de legislación fiscal que dirigía clientes privados de fondos de pensiones e inversión hacia sus corrales bancarios se produce en torno a la misma época.
¿De qué época hablo?
Del final de lo que Hobsbawm y otros llaman la edad de oro del siglo XX que, curiosamente, termina cuando Nixon, importunado por De Gaulle se niega a entregar oro a cambio de eurodólares a 42$ la onza.
De esa época hablo, porque de allí vienen parte importante de estos lodos.
Desde entonces los estados funcionan sin límites a las demandas del electorado y como el sistema monetario es suyo lo único que tienen que hacer es legislar para que pidamos prestado y consumamos porque ellos ponen la madera que, a lo que se ve, no termina de ser gratis.
De verdad, de verdad, no hay mucha más historia pero tampoco se ve por dónde salir de la trampa mortal porque parece que el mundo entero ha caido en la cuenta de lo que en algunos libros de texto pomposos se llama “el flujo circular”. Tiene una pinta horrorosa.
Tras los ríos de tinta vertidos tratando de eludir culpables por el procedimiento de buscar chivos expiatorios más convenientes no voy a reincidir en las temáticas más conocidas pero me gustaría hacer algunos comentarios porque hay cosas chocantes que ni siquiera parecen ser percibidas mientras nos excitan otras con explicaciones muy plausibles.
Voy a usar guarismos para hacérmelo más sencillo.
1. Seguimos instintivamente exculpando al estado y a sus instituciones.
Ni los bancos ni las compañías de seguros legislan. Tampoco las editoriales (las agencias de rating actuales nacieron como subsidiarias de grupos editoriales). Todos ellos vivían divinamente pero alguien cambió el entorno y decidió que iba a necesitar agencias de rating a una escala masiva y que los inversores potenciales no debían tener que pagar sus honorarios por lo cual los iban a pagar los que querían quitarse la deuda de sus balances. Cuantas menos piedras por el camino, mejor.
2. Para quitar deuda de un balance bancario hacen falta al menos dos cosas: Una autoridad contable, reguladora y fiscal que lo legisle regule y acepte y un gobierno que necesite que su sistema bancario produzca más crédito con el mismo capital. De no ser así no tiene sentido porque se sabe desde antes de Copérnico que más Masa Monetaria es más inflación con absoluta seguridad. Muy mal se tenía que ver la cosa para decidir la fuga hacia adelante.
3. También hacen falta clientes finales que compren la deuda en pequeñas cantidades y un sistema de distribución que permita dar el “pase” como se dice en el argot a grandes volúmenes de deuda titulizada: Más leyes, más reglamentos, más autorizaciones y más instrumentos.
4. Curiosamente el desarrollo explosivo de legislación fiscal que dirigía clientes privados de fondos de pensiones e inversión hacia sus corrales bancarios se produce en torno a la misma época.
¿De qué época hablo?
Del final de lo que Hobsbawm y otros llaman la edad de oro del siglo XX que, curiosamente, termina cuando Nixon, importunado por De Gaulle se niega a entregar oro a cambio de eurodólares a 42$ la onza.
De esa época hablo, porque de allí vienen parte importante de estos lodos.
Desde entonces los estados funcionan sin límites a las demandas del electorado y como el sistema monetario es suyo lo único que tienen que hacer es legislar para que pidamos prestado y consumamos porque ellos ponen la madera que, a lo que se ve, no termina de ser gratis.
De verdad, de verdad, no hay mucha más historia pero tampoco se ve por dónde salir de la trampa mortal porque parece que el mundo entero ha caido en la cuenta de lo que en algunos libros de texto pomposos se llama “el flujo circular”. Tiene una pinta horrorosa.
Patricia, cuando pienso en las relaciones humanas, en el Estado, en el individuo, la cuestión económica la veo secundaria. Importante, sí; pero desde luego secundaria. Hay cosas muchísimo más importantes que la economía.
De teorías económicas no sé nada. Pero no solo la teoría es fuente de conocimiento. También lo es la experiencia. Y ésta me enseña que si me guío por el interés económico, por el ánimo de lucro, no alcanzo la felicidad; si en cambio me guío por lo que considero bien moral, sí que la alcanzo. Y creo que con la sociedad pasa igual.
Deseo un Estado que, en lo económico y en lo social, no se limite a algunas materias muy concretas, siendo un mero espectador del resto. Creo que debe ser fuerte primero por convicción (las mayores hazañas del ser humano se han hecho a base de fe en algo, no a base de dinero) y luego por el uso sin complejos de todos los medios lícitos de que disponga.
Hay, desde luego, zonas que el Estado debe respetar, no le competen. Por ejemplo, la formación de los hijos, que es de los padres, no del Estado; por ejemplo, la vida espiritual de la persona. Pero -al menos yo lo veo así- la economía sí que le compete, muchísimo y diría que casi toda ella. Confieso que echo de menos el INI y el Banco Hipotecario, con eso está dicho todo. Pero es que lo siento así. Al menos digo la verdad.
El Estado debe perseguir ante todo el bien común (hoy olvidado), y solo en la medida que sea ajustado a ese bien el “interés general”(hoy tan de moda).
De Ciencia Económica no se nada y se me nota. Mi ignorancia me lleva a creer que la macroeconomía se parece a la micro; que no se puede gastar lo que no se tiene; que hay que trabajar generando riqueza y no humo e “imagen”; que no se puede incentivar al vago;, y que no es tolerable que medio mundo viva en el lujo mientras el otro medio pasa hambre y miseria. Ideas absolutamente acientíficas, pero a mí me parecen verdades.
Sí veo, teorías aparte, el porvenir que el neo liberalismo actual ofrece a la juventud de España, a la que no ostenta apellidos famosos ni es hija de álguien. Veo la miseria moral en que buena parte de ella anda sumida, entregada al alcohol, a la droga, al sexo sin amor, a la telebasura y a toda clase de evasiones, y sé que no es por ahí, desde luego.
“Consume y haz lo que quieras”
En China parecen estar bastante de acuerdo con usted: el filósofo occidental más popular por esos lares es Carl Schmitt, el antiliberal de Weimar y teórico del derecho (y, al menos durante un tiempo, colaborador de los nazis).
http://geviert.wordpress.com/2011/03/07/schmitt-y-strauss-en-pekin/
Patricia, cuando pienso en las relaciones humanas, en el Estado, en el individuo, la cuestión económica la veo secundaria. Importante, sí; pero desde luego secundaria. Hay cosas muchísimo más importantes que la economía.
De teorías económicas no sé nada. Pero no solo la teoría es fuente de conocimiento. También lo es la experiencia. Y ésta me enseña que si me guío por el interés económico, por el ánimo de lucro, no alcanzo la felicidad; si en cambio me guío por lo que considero bien moral, sí que la alcanzo. Y creo que con la sociedad pasa igual.
Deseo un Estado que, en lo económico y en lo social, no se limite a algunas materias muy concretas, siendo un mero espectador del resto. Creo que debe ser fuerte primero por convicción (las mayores hazañas del ser humano se han hecho a base de fe en algo, no a base de dinero) y luego por el uso sin complejos de todos los medios lícitos de que disponga.
Hay, desde luego, zonas que el Estado debe respetar, no le competen. Por ejemplo, la formación de los hijos, que es de los padres, no del Estado; por ejemplo, la vida espiritual de la persona. Pero -al menos yo lo veo así- la economía sí que le compete, muchísimo y diría que casi toda ella. Confieso que echo de menos el INI y el Banco Hipotecario, con eso está dicho todo. Pero es que lo siento así. Al menos digo la verdad.
El Estado debe perseguir ante todo el bien común (hoy olvidado), y solo en la medida que sea ajustado a ese bien el “interés general”(hoy tan de moda).
De Ciencia Económica no se nada y se me nota. Mi ignorancia me lleva a creer que la macroeconomía se parece a la micro; que no se puede gastar lo que no se tiene; que hay que trabajar generando riqueza y no humo e “imagen”; que no se puede incentivar al vago;, y que no es tolerable que medio mundo viva en el lujo mientras el otro medio pasa hambre y miseria. Ideas absolutamente acientíficas, pero a mí me parecen verdades.
Sí veo, teorías aparte, el porvenir que el neo liberalismo actual ofrece a la juventud de España, a la que no ostenta apellidos famosos ni es hija de álguien. Veo la miseria moral en que buena parte de ella anda sumida, entregada al alcohol, a la droga, al sexo sin amor, a la telebasura y a toda clase de evasiones, y sé que no es por ahí, desde luego.
“Consume y haz lo que quieras”
Hola Curro,
iba a ser troll y entonces me dejé de chorradas.
Dice ustec que la cuestión económica es secundaria? sin comentarios, primero respóndase esta pregunta “¿qué es la economía?” y luego, pues ya sabe. Que empezamos las casas por el tejado y al final los suelos se nos complican. [Le aseguro que la recompensa es enorme y el esfuerzo menor del estimado, y de escoger una economía, tal y como están las cosas, yo empezaría por la financiera, al menos para que no nos den tanto “gato por liebre”].
Su necesidad de un súper Estado, intuyo, le viene del miedo a lo desconocido; más si por conocido diera a la economía, a quien temería es a “papá Estado”. Y no, el corporacionismo, las empresas transnacionales con PODER monopolístico y tal y cual y demás son por definición antieconómicas, y con esto creo que nos ha quedado claro.
Con todo y para que vea que le respeto, le reconozco el mérito, pues ha sabido ustec muy bien analizar la macro y la micro e intuir que la una sin la otra no son nada, y el por qué de tanta chorrada [en la gestión económica]; y con esta reflexión puede ustec imaginarse el embrollo que hay liado. De hecho, la “nueva macroeconomía” va de eso, de no construir “castillos de naipes”, haiz…
Ahora bien, es precisamente la desigualdad el “motor de singularidad” que genera nuevas ramas. No confundamos ética con economía: la primera cambia con la mentalidad, la otra es objetiva [por mucho que elaboren doctrinas chorras]. Las desigualdades son guenas, si todos midiéramos 2.20 metros, a nadie le importaría nada. El problema es el que es, que de la silla no se apea ni el tato, y que las cuotas de PODER “van parriba” como los pisos ya sabe :D, y cuando se arma una burbuja…pues eso, que “la mierda salpica pa toos laos” [perdón por el lenguaje soez].
Atentamente, un muchacho un poco pedante
Hola Curro,
iba a ser troll y entonces me dejé de chorradas.
Dice ustec que la cuestión económica es secundaria? sin comentarios, primero respóndase esta pregunta “¿qué es la economía?” y luego, pues ya sabe. Que empezamos las casas por el tejado y al final los suelos se nos complican. [Le aseguro que la recompensa es enorme y el esfuerzo menor del estimado, y de escoger una economía, tal y como están las cosas, yo empezaría por la financiera, al menos para que no nos den tanto “gato por liebre”].
Su necesidad de un súper Estado, intuyo, le viene del miedo a lo desconocido; más si por conocido diera a la economía, a quien temería es a “papá Estado”. Y no, el corporacionismo, las empresas transnacionales con PODER monopolístico y tal y cual y demás son por definición antieconómicas, y con esto creo que nos ha quedado claro.
Con todo y para que vea que le respeto, le reconozco el mérito, pues ha sabido ustec muy bien analizar la macro y la micro e intuir que la una sin la otra no son nada, y el por qué de tanta chorrada [en la gestión económica]; y con esta reflexión puede ustec imaginarse el embrollo que hay liado. De hecho, la “nueva macroeconomía” va de eso, de no construir “castillos de naipes”, haiz…
Ahora bien, es precisamente la desigualdad el “motor de singularidad” que genera nuevas ramas. No confundamos ética con economía: la primera cambia con la mentalidad, la otra es objetiva [por mucho que elaboren doctrinas chorras]. Las desigualdades son guenas, si todos midiéramos 2.20 metros, a nadie le importaría nada. El problema es el que es, que de la silla no se apea ni el tato, y que las cuotas de PODER “van parriba” como los pisos ya sabe :D, y cuando se arma una burbuja…pues eso, que “la mierda salpica pa toos laos” [perdón por el lenguaje soez].
Atentamente, un muchacho un poco pedante
Continúa la identificación de “Economía” con “Monetarismo” de forma casi exclusiva. No olvidemos que existen beneficios sociales, medioambientales y de muchos más tipos que también guían a algunas empresas más allá de la mera imagen ¿Que también conllevan beneficios dinerarios? Cierto, como también es cierto que todos los actos jurídicos tienen una trascendencia patrimonial que no debería pasarse por alto, tanto por los costes efectivos que suponen, desde su reconocimiento a su ejercicio, como por verse sometidos a una pléyade de elementos tributarios, desde tasas a impuestos. El Estado, por desgracia, no hace que los fondos aparezcan de la nada. Y el hecho de ser Estado no hace que su funcionamiento esté exento de costes y de gastos (otra diferencia que pocas veces, incluso en términos económicos, se tiene en cuenta: Hay más contabilidad que la financiera).
Y si algo se ha puesto de manifiesto con la crisis es que la tan cacareada “libertad de los mercados” ni ha existido (de la CNMV al FMI, pasando por los bancos centrales, se interviene más que se regula, cosa que hacen también los estados) ni tiene visos de ir a existir alguna vez.
En cuanto a las Agencias de Calificación… Me hace pensar en los “Informes país” que elabora el ICEX y que, en teoría, sirven para evaluar la decisión de exportar con los instrumentos más adecuados. ¿Hasta qué punto alguien, decidido a invertir de cualquier modo, lo deja de hacer por estas referencias que no dejan de ser una más en los procesos de decisión? Porque quizás, quienes se guían por el principio de que “a mayor riesgo mayor beneficio”, desoirán sus consejos. Otros, simplemente, ni sabrán que existe esta información o cómo debe interpretarse porque hacen gala de guiarse “por instinto”. Pueden ser una minoría, pero también forman parte del “mercado”. Y sí, ójala en las Agencias dejasen de primar intereses individuales y cortoplacistas, también en el resto de entidades nacionales y supranacionales y en todas aquellas personas con poder sobre alguna generalidad de seres humanos. Pero para ello debería imponerse una nueva mentalidad, más abierta, futurista, pragmática, objetiva y ética. Si tenemos en cuenta que una de las características de la persona es la reacción al cambio y que el pensamiento actual nutre los privilegios (y el bolsilllo) de demasiada gente, quedan pocos datos para albergar esperanzas. Al menos con la celeridad que requiere la crisis.
Continúa la identificación de “Economía” con “Monetarismo” de forma casi exclusiva. No olvidemos que existen beneficios sociales, medioambientales y de muchos más tipos que también guían a algunas empresas más allá de la mera imagen ¿Que también conllevan beneficios dinerarios? Cierto, como también es cierto que todos los actos jurídicos tienen una trascendencia patrimonial que no debería pasarse por alto, tanto por los costes efectivos que suponen, desde su reconocimiento a su ejercicio, como por verse sometidos a una pléyade de elementos tributarios, desde tasas a impuestos. El Estado, por desgracia, no hace que los fondos aparezcan de la nada. Y el hecho de ser Estado no hace que su funcionamiento esté exento de costes y de gastos (otra diferencia que pocas veces, incluso en términos económicos, se tiene en cuenta: Hay más contabilidad que la financiera).
Y si algo se ha puesto de manifiesto con la crisis es que la tan cacareada “libertad de los mercados” ni ha existido (de la CNMV al FMI, pasando por los bancos centrales, se interviene más que se regula, cosa que hacen también los estados) ni tiene visos de ir a existir alguna vez.
En cuanto a las Agencias de Calificación… Me hace pensar en los “Informes país” que elabora el ICEX y que, en teoría, sirven para evaluar la decisión de exportar con los instrumentos más adecuados. ¿Hasta qué punto alguien, decidido a invertir de cualquier modo, lo deja de hacer por estas referencias que no dejan de ser una más en los procesos de decisión? Porque quizás, quienes se guían por el principio de que “a mayor riesgo mayor beneficio”, desoirán sus consejos. Otros, simplemente, ni sabrán que existe esta información o cómo debe interpretarse porque hacen gala de guiarse “por instinto”. Pueden ser una minoría, pero también forman parte del “mercado”. Y sí, ójala en las Agencias dejasen de primar intereses individuales y cortoplacistas, también en el resto de entidades nacionales y supranacionales y en todas aquellas personas con poder sobre alguna generalidad de seres humanos. Pero para ello debería imponerse una nueva mentalidad, más abierta, futurista, pragmática, objetiva y ética. Si tenemos en cuenta que una de las características de la persona es la reacción al cambio y que el pensamiento actual nutre los privilegios (y el bolsilllo) de demasiada gente, quedan pocos datos para albergar esperanzas. Al menos con la celeridad que requiere la crisis.
Pues claro que una mayor competencia afectaría positivamente al sector de las agencias de rating. Eso es una evidencia en un sistema capitalista de libre mercado. Apostemos por una agencia de rating europea, pero privada, ya que de no ser a ti pasaremos a depender de los gobiernos y no sé yo q es peor.
Pues claro que una mayor competencia afectaría positivamente al sector de las agencias de rating. Eso es una evidencia en un sistema capitalista de libre mercado. Apostemos por una agencia de rating europea, pero privada, ya que de no ser a ti pasaremos a depender de los gobiernos y no sé yo q es peor.
Alberto: con la elegancia que le caracteriza -y que siempre es de agradecer- me empareja Ud. nada menos que con los nacis, Aclaro que yo no fui colaborador de los nacis. Su razonamiento -implícito- pudiera sugerirlo: “como a Curro le gustan cosas que también le gustaban a Schmitt, y éste colaboró con los nacis…” Es un hecho que yo no había nacido cuando estaban los nacis, dato que considero definitivo a este respecto y que me exime de ulteriores argumentaciones.
Aparte, y ya en serio, eran totalitarios, materialistas, antisemitas y anticristianos. No, no me gusta su sugerencia, que -con toda certeza- creo errónea. No sea que álguien que no me conozca se equivoque. Eso me dolería.
Por otra parte, aunque coincida con los chinos (otros con bandera roja, igual que los nacis) en que me guste aprender latín, griego y alemán, discrepamos en otras cosas, en bastantes; o sea que tampoco soy capital-maoísta. El Estado chino es TOTALITARIO; en consecuencia (por ejemplo) no respeta el derecho de los padres a la formacion de sus hijos, ni la esfera espiritual del individuo.
En suma: ser antiliberal no le convierte a uno, ipso facto, en totalitario.
En todo caso, gracias por su interesantísimo link, que he leído con mucho agrado, y un saludo.
Alberto: con la elegancia que le caracteriza -y que siempre es de agradecer- me empareja Ud. nada menos que con los nacis, Aclaro que yo no fui colaborador de los nacis. Su razonamiento -implícito- pudiera sugerirlo: “como a Curro le gustan cosas que también le gustaban a Schmitt, y éste colaboró con los nacis…” Es un hecho que yo no había nacido cuando estaban los nacis, dato que considero definitivo a este respecto y que me exime de ulteriores argumentaciones.
Aparte, y ya en serio, eran totalitarios, materialistas, antisemitas y anticristianos. No, no me gusta su sugerencia, que -con toda certeza- creo errónea. No sea que álguien que no me conozca se equivoque. Eso me dolería.
Por otra parte, aunque coincida con los chinos (otros con bandera roja, igual que los nacis) en que me guste aprender latín, griego y alemán, discrepamos en otras cosas, en bastantes; o sea que tampoco soy capital-maoísta. El Estado chino es TOTALITARIO; en consecuencia (por ejemplo) no respeta el derecho de los padres a la formacion de sus hijos, ni la esfera espiritual del individuo.
En suma: ser antiliberal no le convierte a uno, ipso facto, en totalitario.
En todo caso, gracias por su interesantísimo link, que he leído con mucho agrado, y un saludo.
Me alegra ver cuánto se han animado los comentaristas; tanto el autor como el tema lo merecen. Me he encontrado hoy con un artículo del editor Rodrigo Tena publicado en Expansión, precisamente sobre las agencias de rating. Aunque parezca mentira, lo cierto es que no lo había leído hasta hace un rato o, si lo había leído en su momento, no lo había entendido o lo había olvidado por completo, de modo que no pude haberlo tenido in mente en anteriores intervenciones. De hecho, si lo llego a saber, lo cito antes para ahorrarles mis torpes explicaciones. Se llama “Control de mercado no es intervención pública” y lo recomiendo con entusiasmo:
http://elcomentario.tv/reggio/control-del-mercado-no-es-intervencion-publica-de-rodrigo-tena-en-expansion/07/03/2011/
Por otro lado, me sorprendió leer que las agencias tienen una naturaleza jurídica semejante a las editoriales. En realidad no es tan raro, la prensa tiene un conflicto de intereses muy similar con sus patrocinadores. Claro que eso les lleva a ampararse en la libertad de expresión (!). Todos los que hayan visto ‘Inside Job’ recordarán a varios “calificadores” asegurando que las calificaciones eran “opiniones” (!). Otro de los inconvenientes es que las agencias se basan en modelos econométricos poco claros y prácticamente desconocidos…
*
Curro, gracias por recordarme la diferencia entre interés general y bien común. Por mi parte, lo último que se me ocurriría pensar es que sea usted nacionalsocialista. Lo de Alberto G. no sé si fue una reductio ad hitlerum o una falacia de asociación, pero desde luego hay que ubicarlo, seguramente sin mala intención, entre las trampas retóricas. En cualquier caso, también agradezco mucho el enlace que nos facilitó. Carl Schmitt y Leo Strauss, dos figuras apasionantes. Éste último es uno de los favoritos del neoconservadurismo americano -Irving Kristol y discípulos, que me intrigan sobremanera.
La frase de Curro, “Consume y haz lo que quieras”, inspira mucho, porque aúna las objeciones habituales. Voy a tratar de contraargumentar, no sin advertir que, coincidiendo en que un Estado fuerte es imprescindible, si me preguntan cuál es su nivel de alcance óptimo, no tengo ni la menor idea. Demasiado complicado para mí, y las ideologías apenas sirven.
1. Liberalismo no equivale a consumismo
Capitalismo proviene de capital, patrimonio productivo; la clave del capitalismo es el ahorro y la inversión. Las economías más consumistas son las de autosubsistencia.
2. Liberalismo no equivale a relativismo moral
Aleksandr Solzhenitsyn sostenía -esto es el núcleo esencial del liberalismo- que la propiedad privada es un elemento esencial de libertad y por ello los poderes públicos tienden a arrebatarla con el fin de someter a los ciudadanos. Más recientemente, Carlos Rodriguez Braun reconocía que uno de los errores que cometen los liberales es resaltar las cualidades económicas de la propiedad privada. La prosperidad económica asociada, siendo importantísima, es lo de menos. Y la actitud moralizante de demasiados políticos es uno de los males de nuestro tiempo.
Una vez escuché al propio Rodríguez Braun un ejemplo ilustrativo que me encantó. Él evocaba la parábola del buen samaritano. Usted sabe, un judío es asaltado, apaleado y abandonado a un lado del camino. Pasan un sacerdote y un levita y lo ignoran, pasa el samaritano y se ocupa de él. Con ella Jesús ensalza las virtudes de la caridad y la misericordia -llámenlas generosidad o compasión si lo prefieren. Rodriguez Braun proponía, por comparación, introducir en la escena un centurión romano que obligue al samaritano a socorrer al judío. El efecto podría ser similar, decía, pero las virtudes desaparecen. Lo justo es lo impuesto por la ley de una manera precisa; lo moralmente bueno ha de ser libre.
Me alegra ver cuánto se han animado los comentaristas; tanto el autor como el tema lo merecen. Me he encontrado hoy con un artículo del editor Rodrigo Tena publicado en Expansión, precisamente sobre las agencias de rating. Aunque parezca mentira, lo cierto es que no lo había leído hasta hace un rato o, si lo había leído en su momento, no lo había entendido o lo había olvidado por completo, de modo que no pude haberlo tenido in mente en anteriores intervenciones. De hecho, si lo llego a saber, lo cito antes para ahorrarles mis torpes explicaciones. Se llama “Control de mercado no es intervención pública” y lo recomiendo con entusiasmo:
http://elcomentario.tv/reggio/control-del-mercado-no-es-intervencion-publica-de-rodrigo-tena-en-expansion/07/03/2011/
Por otro lado, me sorprendió leer que las agencias tienen una naturaleza jurídica semejante a las editoriales. En realidad no es tan raro, la prensa tiene un conflicto de intereses muy similar con sus patrocinadores. Claro que eso les lleva a ampararse en la libertad de expresión (!). Todos los que hayan visto ‘Inside Job’ recordarán a varios “calificadores” asegurando que las calificaciones eran “opiniones” (!). Otro de los inconvenientes es que las agencias se basan en modelos econométricos poco claros y prácticamente desconocidos…
*
Curro, gracias por recordarme la diferencia entre interés general y bien común. Por mi parte, lo último que se me ocurriría pensar es que sea usted nacionalsocialista. Lo de Alberto G. no sé si fue una reductio ad hitlerum o una falacia de asociación, pero desde luego hay que ubicarlo, seguramente sin mala intención, entre las trampas retóricas. En cualquier caso, también agradezco mucho el enlace que nos facilitó. Carl Schmitt y Leo Strauss, dos figuras apasionantes. Éste último es uno de los favoritos del neoconservadurismo americano -Irving Kristol y discípulos, que me intrigan sobremanera.
La frase de Curro, “Consume y haz lo que quieras”, inspira mucho, porque aúna las objeciones habituales. Voy a tratar de contraargumentar, no sin advertir que, coincidiendo en que un Estado fuerte es imprescindible, si me preguntan cuál es su nivel de alcance óptimo, no tengo ni la menor idea. Demasiado complicado para mí, y las ideologías apenas sirven.
1. Liberalismo no equivale a consumismo
Capitalismo proviene de capital, patrimonio productivo; la clave del capitalismo es el ahorro y la inversión. Las economías más consumistas son las de autosubsistencia.
2. Liberalismo no equivale a relativismo moral
Aleksandr Solzhenitsyn sostenía -esto es el núcleo esencial del liberalismo- que la propiedad privada es un elemento esencial de libertad y por ello los poderes públicos tienden a arrebatarla con el fin de someter a los ciudadanos. Más recientemente, Carlos Rodriguez Braun reconocía que uno de los errores que cometen los liberales es resaltar las cualidades económicas de la propiedad privada. La prosperidad económica asociada, siendo importantísima, es lo de menos. Y la actitud moralizante de demasiados políticos es uno de los males de nuestro tiempo.
Una vez escuché al propio Rodríguez Braun un ejemplo ilustrativo que me encantó. Él evocaba la parábola del buen samaritano. Usted sabe, un judío es asaltado, apaleado y abandonado a un lado del camino. Pasan un sacerdote y un levita y lo ignoran, pasa el samaritano y se ocupa de él. Con ella Jesús ensalza las virtudes de la caridad y la misericordia -llámenlas generosidad o compasión si lo prefieren. Rodriguez Braun proponía, por comparación, introducir en la escena un centurión romano que obligue al samaritano a socorrer al judío. El efecto podría ser similar, decía, pero las virtudes desaparecen. Lo justo es lo impuesto por la ley de una manera precisa; lo moralmente bueno ha de ser libre.
Patricia, es una delicia leerla. Gracias por compartir su conocimientos.
Un problema lógico que tienen estas conversaciones blogueras (entre otros) es que usamos solo lenguaje escrito, puro. No hay expresión corporal. Por no haber, no hay ni emoticones, que algo ayudan (aunque Daniel ha logrado meter uno); yo al menos no los encuentro. Y me cuesta mucho expresarme así; espero que se me disculpen mis aparentes excesos, que acompañados de una sonrisa comunican mejor las ideas. O los disparates, vaya usted a saber…
1.- El término “consumismo”. Casi todo el mundo coincide en que el “consumismo” es malo; pero en cambio nos llaman “consumidores” y nos parece muy bien. Nos jactamos de ello.
Esa palabra viene del latín, y tiene la misma raíz que sumidero (agujero por dónde las aguas se van a toda velocidad) o que consunción (lo que antes se predicaba de los tísicos, cuando no había anoréxicos, y que aún se usa en algún habla por el Sur: “está consumío”). Tiene en sí una connotación negativa. Implica una forma de gula, y es terriblemente perjudicial para la naturaleza.
Así, las economías de subsistencia yo creo que son poco consumistas. En ellas no se tira nada. Todo se cuida y se hace durar; justo lo contrario de la economía capitalista actual, basada en el consumismo. ¿Se ahorra? En realidad no estoy tan seguro. Sí que hay numeros en las cuentas bancarias, eso sí; pero ¿ahorrar de verdad? ¿Qué se ahorra? Si acaso, se acapara con vistas a algún pelotazo. Si te meten en la cabeza que cambies de coche a la primera avería, es más, si los coches ya se fabrican APOSTA para que NO duren… y así muchísimas otras cosas. Dése una vuelta por un “punto limpio”, y verá la cantidad de cosas en buenísimo uso que la gente tira porque sí, porque se aburren de ellas. Lo primero que hay que ahorrar son los recursos naturales.
Teorías a parte, ¿no es muy malo esto? Incluso si no hubiera la miseria que hay en el Tercer Mundo, aunque no fuera más que por AUTENTICA ecología¿tiene defensar este capitalismo consumista?
2.- El liberalismo no es sólo, ni principalmente, una doctrina económica; el liberalismo es ante todo una posición filosófica, con su propia moral. Es gemelo del relativismo. Intentó incluso ser religión (la Diosa Razón y todo eso). Parte de la autosuficiencia del ser humano, no necesitado de Dios. La consecuencia inmediata es que ese ser humano ha de generar su propia moral, ya que no la tiene escrita por Otro. Y a partir de ahí llegamos a todo lo que se ha vivido desde la Revolución Francesa en adelante. La voluntad humana como norma absoluta tiene las consecuencias que la Historia nos enseña.
No se debe, ojo, imponer a nadie la fe; ni la Religión, Dios nos libre. Pero sí estoy convencido, y no puedo callarlo, de que si la Sociedad prescinde de Dios los resultados suelen ser desastrosos. Es democráticamente posible, vaya que sí, que una sociedad admita al Derecho Natural como base de su ordenamiento jurídico. Para ello sólo hacen falta dos cosas:
a) Que por CONVICCION el pueblo se oriente en esa línea y lo vote.
b) Que los PERJUDICADOS por la nueva orientación lo respeten. Parece obvio, pero no lo es; cuando los poderes fácticos (económicos sobre todo) se ven en una situación así, recurren al ejército. Además invocan para ello “el respeto a la Democracia”. Caso de Argelia, mutatis mutandis.
Me ha sorprendido su consideración de que el liberalismo no equivalga a relativismo moral . Me gustaría saber cuáles son las verdades absolutas, las reglas superiores e inmutables del liberalismo, y su contenido moral. Me interesa mucho este punto, si fuera tan amable de ampliármelo.
3.- Debo matizar lo de la propiedad. El respeto a la propiedad ni lo inventó el liberalismo ni es privativo suyo; nada de eso; el liberalismo lo que ha hecho es desvirtuar la propiedad. Ha dejado de ser asiento de la libertad del individuo (que ese es su fundamento verdadero) o medio para el logro de fines de interés general (propiedad por ejemplo del Estado) y se ha convertido en instrumento del afán de lucro, entregado a las llamadas “personas” jurídicas mercantiles. Las cuales –aparte de usurpadoras de la personalidad, que debiera ser una consencuencia de la dignidad del ser humano, al menos así nació y se justificó la “personalidad jurídica para todos”- han llegado a ser un verdadero desastre para el bien de la humanidad. Por más que los muchirricos se lucren a fondo gracias a ellas.
Al final la propiedad deseparecerá, no porque vengan los comunistas a nacionalizarlo todo, sino porque el ansia insaciable de los “mercados” terminará sustituyendo el “patrón oro, dólar, euro..” por el “patrón gallina ponedora”. Al tiempo
Sí, pero lo que importa, que es el socorro del judío, queda garantizado, y no dejado al albur de la catadura moral del transeúnte (si en lugar del sacerdote y el levita hubiera pasado por allí, antes del samaritano, el trader ese de la entrevista en la BBC, igual hubiera apaleado más al accidentado para asegurarse de poder robarle la cartera sin resistencia alguna y sin mancharse el impoluto traje, la impecable camisa de cuello blanco y la carísima corbata)
Curro,
Encantada de ampliarle ese punto, en la medida de mis posibilidades. En 2008, Antonio Garrigues Walker publicó en el diario ABC un artículo titulado, a modo de falsa pista y guiño, “El liberalismo auténtico”. Puede consultarlo aquí: http://www.abc.es/hemeroteca/historico-20-05-2008/abc/Opinion/el-liberalismo-autentico_1641878871605.html
Destaco un párrafo, porque se parece sospechosamente a algo que escribió usted más arriba:
“No hay peor ni más falso liberal, dicho sea con el mayor respeto, que aquél que limita su liberalismo al mundo económico. Se es liberal en todo o no se es liberal en nada. El liberalismo no es simplemente ni fundamentalmente una teoría económica. Al liberalismo le importa mucho más el ser que el tener y aunque respeta profundamente el deseo de tener, la propiedad privada y el interés particular de cada ser humano, concede un valor decisivo a los planteamientos morales sin los cuales el sistema se encalla y derrumba, como está sucediendo con el sector financiero y el inmobiliario. Ni uno sólo de los grandes pensadores y filósofos del liberalismo (y en especial Adam Smith y Hayek) han dejado de insistir en esta idea”.
Mejor aún, una cita de ‘La rebelión de las masas’, de José Ortega y Gasset:
“El liberalismo es el principio de derecho político según el cual el poder público, no obstante ser omnipotente, se limita a sí mismo y procura, aun a su costa, dejar hueco en el Estado (…) para que puedan vivir los que ni piensan ni sienten como él, es decir, como los más fuertes, como la mayoría. El liberalismo -conviene hoy recordar esto- es la suprema generosidad: es el derecho que la mayoría otorga a la minoría y es, por tanto, el más noble grito que ha sonado en el planeta. Proclama la decisión de convivir con el enemigo: más aún, con el enemigo débil. Era inverosímil que la especie humana hubiera llegado a una cosa tan bonita, tan paradójica, tan elegante, tan acrobática, tan antinatural. Por eso, no debe sorprender que prontamente parezca esa misma especie resuelta a abandonarla. Es un ejercicio demasiado difícil y complicado para que se consolide en la tierra”.
No sé si usted ve aquí relativismo. Confío en que no. Yo veo -no es que importe mucho- una gran honestidad intelectual y esa claridad que es la cortesía del filósofo. Ser antiliberal no le convierte a uno, ipso facto, en totalitario. Análogamente, descreer de verdades absolutas, reglas superiores e inmutables, no le convierte a uno, ipso facto, en relativista moral. Ortega y Gasset en concreto era perspectivista. Es tan solo un ejemplo. Como en todo, en el liberalismo son muy variadas las posibilidades, también iusnaturalistas.
MAT,
Palabras clave: impoluto, impecable, carísima. En mi infierno hay lugares comunes. ¿Por qué gustarán tanto? Dejando aparte que Rastani no representaba a nadie salvo a sí mismo y que ya ni la BBC es lo que era, a veces me da la impresión de que la mayoría de los que critican el liberalismo -en realidad, suelen acompañarlo de los prefijos ‘neo’ y/o ‘ultra’- piensan, verbi gratia, que el actual mercado de las agencias de calificación es un oligopolio natural y que los indicios racionales de que en ciertos casos aquéllas se han dejado sobornar los juzga el liberalismo con condescendencia. Fascinante… ¿Cuál es el fundamento último de la separación de poderes, sino minimizar los conflictos de intereses? Tampoco interprete usted, por favor, que el liberalismo derogaría el artículo 195 CP. La idea es que el campo de la ley ha de ser más modesto que el de la moral y que en todo caso ha de proteger la vida, la libertad y la propiedad. Esto es como no decir nada, lo sé. Siento no poder decir mucho más, dado que, bajo mi punto de vista, ninguna decisión política puede tomarse axiomáticamente. No lo aprendimos en una conferencia de Milton Friedman, sino en la realidad, que tanto se parecía a una conferencia de Milton Friedman.
Pues muchas gracias porla atención y el espacio que me dedica. Sólo dos breves comentarios: yo no he puesto etiquetas ni prefijos a doctrina alguna, pero ésa a la que Vd. Y otros comentaristas mencionan tan a menudo en este blog se auto(des)califica a sí misma con el triste espectáculo que está dando en todo el mundo estos últimos años.
Y segundo comentario: el principio de separación de poderes fue un hábil manto ideológico del Barón de Montesquieu para encubrir un pacto de reparto del poder entre el Rey (a quien propuso desprenderse desu poder omnímodo, pero reteniendo el importante poder ejecutivo y un no menos importante poder de participación en el legislativo a través de la sanción de las leyes, o la denegación de ésta a voluntad), la aristocracia (a la cual él mismo pertenecía, reservándole el importante poder judicial, incluyendo las facultades de enregistrement y rémontrance, que en la práctica suponían también una posibilidad de veto judicial, y en aquel tiempo, en consecuencia, aristocrático, a la aplicación de las leyes, y también una cuota del poder legislativo formal, a través del Senado o Cámara Alta) y la alta burguesía (atribuyéndole una facultad legisladora, o colegisladora con el Rey y la aristocracia, al proponer que integraran las Cámaras parlamentarias elegidas por los propios burgueses mediante sufragio limitado a éstos, ya fuera sufragio censitario o de capacidades que, en aquel momento, sólo los adinerados podían permitirse tener) .
Los fines de ese pacto: la conservación de buena parte de los poderes y privilegios de la decadente monarquía y aristocracia a cambio de la cesión de una cuota de esos poderes y privilegios a la pujante burguesía empresarial en ascenso que permitiera a esta llevar a cabo su enternecedor proyecto básico: lucrarse. Y entre estas tres fuerzas sociales (monarquía, aristocracia y burguesía), según el pacto entre ellas pergeñado por el Barón de Montesquieu, casualmente juez, poner freno con la dignidad de un aparentemente neutral principio básico de Teoría Política a las aspiraciones del pueblo, al que este aristócrata, al parecer, tenía una mezcla de temor y altivo desprecio.
Lo describió muy bien Althusser, y entre nosotros también ha explicado ese nada inocente pacto antipopular de las elites políticas y económicas del Siglo XVIII el Catedrático Roberto Blanco Valdes, en su libro titulado “El valor de la Constitución”, publicado por la nada sospechosa Alianza Editorial.
Como ve, también le dedico el espacio y atención que creo que en justicia Vd. merece, no sin antes reiterarle mi gratitud por haber obtenido el beneficio y consideración de su tiempo y comentarios.
Tras leer esta curiosa interpretación histórica sobre el principio de separación de poderes, tengo que preguntar a MAT si, en su opinión, en nuestro entorno de democracias occidentales tal separación sigue siendo un subterfugio de las élites para frenar las “aspiraciones del pueblo”. Si no es molestia, claro.
Querida Patricia:
He tardado en responderle, porque sus consideraciones me hicieron pensar en serio; una vez recuperado del consiguiente esfuerzo 😉 sí quiero decirle algunas cosas.
Ante todo, gracias por ilustrarme sobre el liberalismo. Lo he rechazado tanto toda mi vida que en realidad lo conozco demasiado poco. He releído alguna cosilla, y he leído otras nuevas. ¡Gracias!
Pero es tarea difícil conocer el liberalismo, dada la abundancia de liberales; por otra parte, la propia esencia de ese pensamiento lleva a una especial diversidad, ¿o no?
Me ha ofrecido Ud amablemente dos muestras, de dos personas muy diferentes.
Garrigues. No sé si él se define como “liberal auténtico”; pero ese apelativo (auténtico) se da con frecuencia en movimientos de heterogéneo contenido. Cada cual, a su vez, se considera “auténtico”, y los de fuera no nos aclaramos. En todo caso, sí que recoge una idea para mí definitiva:
«El liberalismo no es otra cosa -viene afirmando desde hace tiempo Ralf Dahrendörf- que una teoría política de la innovación y el cambio»
Ahí está la madre del cordero.
Cuando digo que en el liberalismo se da el relativismo moral, me refiero precisamente a eso. No digo que los liberales relativicen la moral (en otras palabras, que sean unos cínicos; no digo eso). Digo que están dispuestos a cambiar como sea y cuanto sea en aras de la “libertad”.
La libertad es… vaya Ud a saber; para Lenin, el “conocimiento de la necesidad”; para –muchos- que al menos se autodenominan liberales, “actuar persiguiendo la propia conveniencia”; para otros (que a mí me gustan mucho más) “poder elegir lo que es bueno OBJETIVAMENTE”.
Le llamo “objetivismo moral” a la posición según la cual hay verdades absolutas, escritas por Alguien superior al hombre, y notificadas al mismo.
Otra cosa (que no tiene nada que ver con lo anterior):
Garrigues en ese artículo “alardeaba” (dicho sea en la acepción deportiva del término, sin connotaciones peyorativas, caramba, que le tengo por persona muy honesta y preparada y como tal le admiro y todo) de cómo el liberalismo le estaba dando en toda la cresta a sus adversarios antiliberales (sociatas y conservadores):
“… están viviendo momentos muy difíciles. No saben ni qué hacer ni cómo empezar. …La historia no está siendo escrita, ni va a ser escrita a medio o largo plazo, en socialista o en conservador. La guía ideológica básica va a ser liberal…”
El artículo está escrito JUSTO ANTES de Septiembre del 2008, justo antes del actual cataclismo… Quién le iba a decir a Garrigues que sus argumentos le serían aplicables, al cabo de un par de meses, pero en sentido contrario.
También es importante otra afirmación:
“Pero si por cualquier razón ello no fuera así, el liberalismo ha defendido y defenderá inequívocamente la actuación del sector público y su intervención directa…”
En eso sí que ha acertado en sus vaticinios; en cuanto han venido mal dadas, ahí están los “mercados” pidiendo al “sector público” que les salve de la quema.
Como muy bien decía… (no me acuerdo quién y no tengo ganas de mirarlo enWikipedia), “El Capitalismo, tan reacio siempre a socializar sus ganancias, es luego el primero en pedir que se socialicen sus pérdidas”.
En todo caso, y como Ud me ha enseñado que bajo el liberalismo (y aún bajo el mercantilismo) hay de todo (¡gracias otra vez!), he decidido sustituir en mis diatribas esos términos por otro que creo más gráfico y más justo. Como en latín el chalán, el comerciante sinvergüenza y sin escrúpulos es llamado “mango, mangonis”, creo correcto llamar a las ideas que inspiran a los mercados actuales “mangonismo” , y dejar en paz al liberalismo y compañeros mártires.
Sobre todo porque me ha nombrado Ud a Ortega y Gasset, uno de mis héroes de adolescencia. Que, caramba, sería liberal; pero saludó con esperanza la Dictadura de Primo de Rivera cuando llegó, en a rtículo de “El Sol” que luego cito. Y era NO SOLO liberal, sino más cosas….
Decía Ortega en “El SOL” :
“Las desdichas de la nación proceden de que unos centenares de hombres, sin moralidad y competencia, se han adueñado astutamente del poder político, y, usando de este beneficio propio, sin atender a los deseos de la masa nacional, impiden toda obra fértil en lo público y en lo privado…”
No, no está escrito hoy, sino hace 88 años.
Un abrazo.
Querido Curro:
Gracias a usted, sin duda alguna.
“En cuanto han venido mal dadas, ahí están los “mercados” pidiendo al “sector público” que les salve de la quema.”
Tal como lo veo, aquí hay una confusión. El hecho de que una persona, física o jurídica, opere en el sector privado no le convierte ¡en absoluto! en liberal. Dudo que encuentre a muchos liberales celebrando el FROB. En un post muy recomendable de ‘Nada es gratis’ –para que se haga una idea, algunos detractores acusan a sus colaboradores de “neoliberales” y otros de “socialistas con blackberry”-, Juan de Mercado decía lo siguiente:
“En España, el apoyo a los bancos privados se ha limitado a los avales y a las compras de títulos del Fondo de Adquisición de Activos Financieros, sin ningún coste para el contribuyente. Por el contrario, son algunas de las cajas de ahorros, en cuyos consejos de administración se sientan políticos y representantes de las fuerzas sociales, las que tienen graves dificultades y han precisado de ayudas públicas de las diversas versiones del Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB I, II, III…). Aún así, hay quien sigue acusando a los bancos privados españoles de beneficiarse con la crisis y proponiendo una banca pública para solucionar el problema de la restricción de crédito.”
Grata sorpresa que Ortega fuera su héroe. La cita de “El Sol” que nos trae, propia de un genio intemporal, la suscribiría cualquier liberal, me parece. Y sí, fue muchas otras cosas, cuidadosamente tratadas en un espléndido discurso de Mario Vargas Llosa:
http://letraslibres.com/revista/convivio/rescate-liberal-de-ortega-y-gasset
“Que, caramba, sería liberal; pero saludó con esperanza la Dictadura de Primo de Rivera cuando llegó”.
A mi juicio, el saludo pudo ser una renuncia a principios por razones de utilidad social, no sé si acertada o no. Considere usted que, en la realidad, no se suelen plantear disyuntivas entre democracias liberales modélicas y dictaduras feroces, sino más bien, e inevitablemente, entre dictaduras más o menos blandas y, por decirlo con su admirado Tocqueville, distintos grados de tiranías de la mayoría. Otra cita de Ortega y Gasset al respecto, en “El Espectador”:
“Democracia y liberalismo son dos respuestas a dos cuestiones de derecho político totalmente distintas. La democracia responde a esta pregunta: ¿quién debe ejercer el Poder público? La respuesta es: el ejercicio del Poder público corresponde a la colectividad de los ciudadanos (…) El liberalismo, en cambio, responde a esta otra pregunta: ejerza quien quiera el Poder público, ¿cuáles deber ser los límites de éste? La respuesta suena así: el Poder público, ejérzalo un autócrata o el pueblo, no puede ser absoluto, sino que las personas tienen derechos previos a toda injerencia del Estado. Es, pues, la tendencia a limitar la intervención del poder del Estado”.
Todo ello está directamente relacionado con un debate clásico: el de la tensión, tal vez irresoluble, liberalismo – democracia. En esta línea, y para acabar, un extracto de una entrevista a Hayek en 1977 (si no me equivoco, a Manu Oquendo le gustará):
“Lo que usted llama ‘democracia de masas’ es lo que yo he denominado ‘democracia’ o —mejor dicho— ‘gobierno con poderes ilimitados’. Esto quiere decir que los gobiernos surgidos de una mayoría electoral, por una deformación del concepto de democracia, se consideran investidos de una autoridad sin límites y de un poder discrecional prácticamente absoluto para hacer todo lo que consideran conveniente hacer. El problema surge de que se da por supuesto que en una democracia los poderes de la mayoría deben ser ilimitados, y que un gobierno con poderes ilimitados debe usarlos para asegurar los intereses de esa mayoría. El gobierno se verá así forzado, para asegurarse el apoyo continuado de esa mayoría, a hacer uso de sus poderes ilimitados en favor de intereses especiales, esto es, de los grupos que la componen, tales como comerciantes, sindicatos, habitantes de regiones particulares, etc. Esto es especialmente visible en el terreno económico, en el cual el gobierno se verá obligado a intervenir para complacer a los grupos de la mayoría que se desean que se haga una excepción a su favor. En tales condiciones, un partido político que espera alcanzar y mantener el poder apenas tendrá más opción que la de utilizar sus poderes para comprar el apoyo de los grupos particulares. En la práctica esto significa que incluso un estadista íntegramente consagrado al interés común de todos los ciudadanos se encontrará en la necesidad constante de satisfacer intereses especiales, porque solamente así podrá retener el apoyo de la mayoría que necesita para conseguir lo que es realmente importante para él”.
[…] “Cualquier gobierno en las condiciones que hemos comentado intervendrá en la economía no porque la mayoría sea ‘intervencionista’ sino porque el partido que lo apoya no retendría la mayoría si no comprara el apoyo de grupos particulares con la promesa de ventajas especiales. Desde hace algún tiempo estoy convencido de que lo que amenaza a la economía de mercado no es únicamente el deliberado intento de las diversas especies de colectivistas para reemplazarla por un sistema planificado, ni tampoco las consecuencias de las nuevas y erróneas políticas monetarias: las instituciones políticas que prevalecen en el mundo occidental producen necesariamente un impulso en esa dirección, el cual tan solo puede detenerse o evitarse cambiando esas instituciones. Yo he llegado tardíamente a estar de acuerdo con Schumpeter, quien sostuvo hace treinta años que había un conflicto irreconciliable entre la democracia y el capitalismo, salvo que no es la democracia como tal, sino las formas particulares de organización democrática —consideradas ahora como las únicas formas posibles de democracia—, lo que producirá una expansión progresiva del control gubernamental sobre la vida económica, aun cuando la mayoría del pueblo desee conservar una economía de mercado”.
No soy tan pesada ni pedante en persona, de verdad de la buena. Un abrazo.
Olvidé enlazar el post de NeG acerca de la crisis, disculpas:
http://www.fedeablogs.net/economia/?p=12318
Curro,
Encantada de ampliarle ese punto, en la medida de mis posibilidades. En 2008, Antonio Garrigues Walker publicó en el diario ABC un artículo titulado, a modo de falsa pista y guiño, “El liberalismo auténtico”. Puede consultarlo aquí: http://www.abc.es/hemeroteca/historico-20-05-2008/abc/Opinion/el-liberalismo-autentico_1641878871605.html
Destaco un párrafo, porque se parece sospechosamente a algo que escribió usted más arriba:
“No hay peor ni más falso liberal, dicho sea con el mayor respeto, que aquél que limita su liberalismo al mundo económico. Se es liberal en todo o no se es liberal en nada. El liberalismo no es simplemente ni fundamentalmente una teoría económica. Al liberalismo le importa mucho más el ser que el tener y aunque respeta profundamente el deseo de tener, la propiedad privada y el interés particular de cada ser humano, concede un valor decisivo a los planteamientos morales sin los cuales el sistema se encalla y derrumba, como está sucediendo con el sector financiero y el inmobiliario. Ni uno sólo de los grandes pensadores y filósofos del liberalismo (y en especial Adam Smith y Hayek) han dejado de insistir en esta idea”.
Mejor aún, una cita de ‘La rebelión de las masas’, de José Ortega y Gasset:
“El liberalismo es el principio de derecho político según el cual el poder público, no obstante ser omnipotente, se limita a sí mismo y procura, aun a su costa, dejar hueco en el Estado (…) para que puedan vivir los que ni piensan ni sienten como él, es decir, como los más fuertes, como la mayoría. El liberalismo -conviene hoy recordar esto- es la suprema generosidad: es el derecho que la mayoría otorga a la minoría y es, por tanto, el más noble grito que ha sonado en el planeta. Proclama la decisión de convivir con el enemigo: más aún, con el enemigo débil. Era inverosímil que la especie humana hubiera llegado a una cosa tan bonita, tan paradójica, tan elegante, tan acrobática, tan antinatural. Por eso, no debe sorprender que prontamente parezca esa misma especie resuelta a abandonarla. Es un ejercicio demasiado difícil y complicado para que se consolide en la tierra”.
No sé si usted ve aquí relativismo. Confío en que no. Yo veo -no es que importe mucho- una gran honestidad intelectual y esa claridad que es la cortesía del filósofo. Ser antiliberal no le convierte a uno, ipso facto, en totalitario. Análogamente, descreer de verdades absolutas, reglas superiores e inmutables, no le convierte a uno, ipso facto, en relativista moral. Ortega y Gasset en concreto era perspectivista. Es tan solo un ejemplo. Como en todo, en el liberalismo son muy variadas las posibilidades, también iusnaturalistas.
MAT,
Palabras clave: impoluto, impecable, carísima. En mi infierno hay lugares comunes. ¿Por qué gustarán tanto? Dejando aparte que Rastani no representaba a nadie salvo a sí mismo y que ya ni la BBC es lo que era, a veces me da la impresión de que la mayoría de los que critican el liberalismo -en realidad, suelen acompañarlo de los prefijos ‘neo’ y/o ‘ultra’- piensan, verbi gratia, que el actual mercado de las agencias de calificación es un oligopolio natural y que los indicios racionales de que en ciertos casos aquéllas se han dejado sobornar los juzga el liberalismo con condescendencia. Fascinante… ¿Cuál es el fundamento último de la separación de poderes, sino minimizar los conflictos de intereses? Tampoco interprete usted, por favor, que el liberalismo derogaría el artículo 195 CP. La idea es que el campo de la ley ha de ser más modesto que el de la moral y que en todo caso ha de proteger la vida, la libertad y la propiedad. Esto es como no decir nada, lo sé. Siento no poder decir mucho más, dado que, bajo mi punto de vista, ninguna decisión política puede tomarse axiomáticamente. No lo aprendimos en una conferencia de Milton Friedman, sino en la realidad, que tanto se parecía a una conferencia de Milton Friedman.
Es curioso que acudir a la realidad del tiempo en el que los conceptos tradicionales fueron diseñados, y los concretos intereses a cuyo servicio fueron creados esos conceptos, se considere una curiosidad, pero claro, es más fácil un conocimiento y aplicación mecánicos y superficiales de esos conceptos que un conocimiento crítico y una cierta relativización de las cosas. en otra palabras, saber quién era Montesquieu (o, mejor dicho, Charles de Secondat, Barón de la Brède y Montesquieu, Presidente del Parlamento de Burdeos) y cuáles erean sus intereses personales y de clase requiere estudiar algo más que saber que el principio de separación de poderes es igual a que hay tres poderes, ejecutivo, legislativo y judicial, y que cada umo ejerce la función que adjetiva al sustantivo. Le recomiendo vivamente la lectura de Blanco Valdés a que hacía refrencia en el anterior comentario, porque el formato y límites de este blog no da para un desarrollo más amplio de esta tesis sobre la génesis sociohistórica de este principio. le rogaría que, con ese deje de desdén, posiblemente no deliberado, no tilde de curiosa una tesis que es ampliamente conocida entre los expertos en Filosofía política, Teoría del Estado y Derecho constitucional español y comparado, y simplemente, amplíe un poquito sus lecturas técnicas mås allå del (mal llamado) Derecho Privado.
Asismismo, los teoricos del Estado y los constitucionalistas, sobre todo a partir de la implantación de los partidos de masas (realidad absolutamente inexistente y por tanto impensable para Montesquieu, pues surgen con la generalización de la democracia y el reconocimiento del derecho de sufragio universal a consecuencia del movimiento obrero y las revoluciones de 1830 y 1845), y del consiguiente Estado de Partidos, donde el sujeto de la soberanía es uno (y no varios, como proponía, dividiéndola entre el Rey, la aristocracia y la alta burguesía, Montesquieu), el conjunto del pueblo, y más en las formas de gobierno parlamentarias, como la británica, la alemana, la italiana o la española, la división no es tanto institucional como funcional, y la separación real se da, no tanto entre poderes, especialmente el ejecutivo y el legislativo, cuanto en la dialéctica entre mayorías y minorías, ente la mayoría parlamentaria que sostiene al Gobierno y la minoría parlamentaria que se halla en la oposición. Si quiere ampliar sus lecturas sobre estas cuestiones, se me ocurren nombres como Maurice Duverger (por ejemplo, su “Institutions Politiques et Droit Constitutionnel”), o en España, el lamentablemente desaparecido Joaquín García Morillo, y su magnífica “La democracia en España”, también de Alianza Editorial.
MAT: Aparte de considerar sorprendente que sea usted, y precisamente en ese comentario, quien me acuse de utilizar un “deje de desdén”, me permito recordar que no ha contestado la pregunta. Que el legislativo y el ejecutivo no están realmente separados, sino ambos dirigidos por una oligarquía partitocrática, puede ser evidente hasta para alguien de tan escasas lecturas como usted me supone. Pero un poder judicial independiente ¿Sigue siendo un “subterfugio de las élites para frenar las “aspiraciones del pueblo” en las democracias occidentales de nuestro entorno? ¿Considera otros modelos preferibles?
Por otra parte, no creo que el no compartir una tesis histórica pueda ser tachado de ignorancia. Si algo es discutible en esta vida son las teorías históricas, y si queremos vernos libres de dogmatismos creo necesario abordarlas siempre desde cierto escepticismo. Y si alguien no lo cree así, el tono de superioridad y el desprecio que pueda inspirarle la opinión contraria, reducida para él a presunta ignorancia, debe reservarlos para sí, pues en este Blog el respeto personal es una regla esencial para quien quiera hacer comentarios.
Es curioso que acudir a la realidad del tiempo en el que los conceptos tradicionales fueron diseñados, y los concretos intereses a cuyo servicio fueron creados esos conceptos, se considere una curiosidad, pero claro, es más fácil un conocimiento y aplicación mecánicos y superficiales de esos conceptos que un conocimiento crítico y una cierta relativización de las cosas. en otra palabras, saber quién era Montesquieu (o, mejor dicho, Charles de Secondat, Barón de la Brède y Montesquieu, Presidente del Parlamento de Burdeos) y cuáles erean sus intereses personales y de clase requiere estudiar algo más que saber que el principio de separación de poderes es igual a que hay tres poderes, ejecutivo, legislativo y judicial, y que cada umo ejerce la función que adjetiva al sustantivo. Le recomiendo vivamente la lectura de Blanco Valdés a que hacía refrencia en el anterior comentario, porque el formato y límites de este blog no da para un desarrollo más amplio de esta tesis sobre la génesis sociohistórica de este principio. le rogaría que, con ese deje de desdén, posiblemente no deliberado, no tilde de curiosa una tesis que es ampliamente conocida entre los expertos en Filosofía política, Teoría del Estado y Derecho constitucional español y comparado, y simplemente, amplíe un poquito sus lecturas técnicas mås allå del (mal llamado) Derecho Privado.
Asismismo, los teoricos del Estado y los constitucionalistas, sobre todo a partir de la implantación de los partidos de masas (realidad absolutamente inexistente y por tanto impensable para Montesquieu, pues surgen con la generalización de la democracia y el reconocimiento del derecho de sufragio universal a consecuencia del movimiento obrero y las revoluciones de 1830 y 1845), y del consiguiente Estado de Partidos, donde el sujeto de la soberanía es uno (y no varios, como proponía, dividiéndola entre el Rey, la aristocracia y la alta burguesía, Montesquieu), el conjunto del pueblo, y más en las formas de gobierno parlamentarias, como la británica, la alemana, la italiana o la española, la división no es tanto institucional como funcional, y la separación real se da, no tanto entre poderes, especialmente el ejecutivo y el legislativo, cuanto en la dialéctica entre mayorías y minorías, ente la mayoría parlamentaria que sostiene al Gobierno y la minoría parlamentaria que se halla en la oposición. Si quiere ampliar sus lecturas sobre estas cuestiones, se me ocurren nombres como Maurice Duverger (por ejemplo, su “Institutions Politiques et Droit Constitutionnel”), o en España, el lamentablemente desaparecido Joaquín García Morillo, y su magnífica “La democracia en España”, también de Alianza Editorial.
Primero: tildar de curiosa la posición dominante en los círculos académicos especializados, como Vd. hizo en otro comentario anterior, no sé cómo lo interpretará Vd. En cualquier caso, ese deje, para mí objetivo (sus palabras: “resulta curiosa esa interpretación histórica…”, o “si no es molestia, claro”), en una lectura benévola (¿no se dice en Derecho civil que la buena fe se presume siempre?) lo consideraba y lo sigo considerando no deliberado, y venía acompañado por un ruego.
Segundo: para mí no es molestia, como habrá podido comprobar dada la extensión y contenido de mi respuesta a su breve comentario anterior. ¿Es o ha sido molestia para Vd.? Si es así, lo siento, pues no está en mi ánimo molestar o incomodar a alguien, sino algo mucho más sano y que presupone un enorme respeto intelectual en el otro: debatir.
Tercero: en ningún momento he utilizado el término “ignorancia” que Vd. emplea (y Vd. sabrá por qué lo emplea).
Cuarto: Montesquieu era aristócrata y juez (pese a su nombre y lo que ahora entendemos por él, el Parlamento de Burdeos que este noble presidía, era un órgano judicial). Curioso, ¿no?
Quinto: Montesquieu ni si quiera fue el autor originario del principio. Lo tomó prestado de Locke, sustituyendo el Poder Federativo del Rey por el Judicial (Locke consideraba a este último, también curiosamente, una vertiente del Poder Ejecutivo; Montesquieu, juez él, lo elevó a la dignidad de poder autónomo e independiente).
Sexto: la teoría de la democracia como elites (las de los diversos partidos) que se proponen a los ciudadanos, dando a éstos la posibilidad de elegirlos y, también, de sustituirlos pacíficamente a través de los procesos electivos, es bien conocida en el ámbito politológico desde las teorías de Gaetano Mosca, Pareto, Michels, Schumpeter y Buchanan, entre muchos otros. Y entre muchas otras teorías, una de las cuales, la referente a la democracia deliberativa, últimamente está haciendo fortuna.
Séptimo: en los sistemas democráticos actuales, basados en la universalización del sufragio, y en la unidad de la soberanía (frente a las teorías plurales como la del propio Barón de Montesquieu, o los teóricos decimonónicos del principio monárquico y del carácter dual de la soberanía, repartida entre el Rey y un Parlamento elegido por los burgueses mediante sufragio censitario), una de las grandes cuestiones es precisamente la legitimidad democrática del juez.
Y es una de las cuestiones abiertas aún más en aquellos sistemas de jueces profesionalizados y, por tanto, organizados en un cuerpo único, dotado de independencia e inamovilidad. Esto es, donde al cargo de juez no se accede por elección popular (sí es electivo, aunque con numerosas corruptelas, en Estados Unidos).
¿Cómo resuelve esta aporía la Constitución española? legitimando la función de los jueces sometiendo éstos al imperio de la ley. Ahora bien, no hay poderes externos que controlen al judicial (como sí hay un control entre Ejecutivo y Legislativo, a través de la dialéctica entre mayoría y oposición, y los diversos instrumentos en que para ello se traduce la forma de gobierno parlamentaria, a que hacía referencia en mi anterior comentario), salvo jurisdicciones internacionales (que también están formadas por jueces). ¿Y quién exige la responsabilidad de los jueces a que se refiere la Constitución? Los propios jueces.
En otras palabras, la respuesta a su pregunta permanece abierta. Y de ahí el gran debate sobre la legitimidad del juez en los sistemas democráticos que desde hace mucho tiempo (Wendell Holmes, Olivecrona, Dahrendorf) y en la actualidad (Bobbio, Dworkin, Elías Díaz y muchísimos otros) ocupa a politólogos, filósofos del Derecho y constitucionalistas (civilistas, desde luego, no, al menos hasta donde alcanza mi limitado conocimiento). Ojalá pudiera responderle…
Lo único que sí puedo decirle es que, con mucho, no se dan en la actualidad ni el contexto, ni los fundamentos sociopolíticos e históricos, del momento en el que Montesquieu ideó el principio que hizo fortuna, y que, curiosamente, coincidía con la protección de sus personales intereses profesionales y de clase.
Literalmente, Montesquieu, no es que haya muerto, como dijo aquel político hoy en vías de jubilación (también política) sino que lleva muerto siglos, y el mundo ha cambiado mucho desde entonces. A lo que hay que estar es al contexto actual, único a cuya luz deben interpretarse las normas sobre la organización de los poderes del Estado.
Estimado MAT:
En primer lugar, decirle que la expresión “si no es molestia”, que parece que tanto le ha molestado, era de pura cortesía. Proclama usted la presunción de inocencia, pero no me la aplica a mí, viendo menosprecio donde no lo hay.
En segundo lugar, quiero decirle que me ratifico en mi calificación de “curiosa” respecto de la tesis del origen histórica del principio de separación de poderes de Montesquieu que usted defiende. Sea o no defendida por otros tratadistas, es decir, “lo diga Agamenón o su porquero”. Y le explico mis razones para no considerar al ilustrado pensador (al que usted niega tal cualidad) como un acérrimo “contrarrevolucionario”, preocupado, como usted ha dicho, en “poner freno con la dignidad de un aparentemente neutral principio básico de Teoría Política a las aspiraciones del pueblo”, al que temía.
Es evidente que el Barón era hijo de su tiempo y de su clase social, y también que bebió en diversas influencias. Pero difícilmente puede defenderse en él una oposición a las “aspiraciones del pueblo”, que en 1748, cuando escribió “El Espíritu de las Leyes” donde expuso su teoría, ni existían ni se las esperaba. Todavía estaba muy lejos la Revolución Francesa, que aún tuvo que esperar cuarenta años, y si ésta tuvo lugar fue mucho más por motivos económicos, hambrunas y carestías, que por aspiraciones políticas populares directas. En una Francia económicamente satisfecha, es seguro que la idea de soberanía popular hubiera tardado aún décadas en arraigar. Difícilmente se puede ser contrrevolucionario tantas décadas antes de la revolución.
Montesquieu ejerció una gran influencia sobre todo en los Revolucionarios Americanos, y luego en muchos otros países, y la implantación de la separación de poderes supuso en aquellos en los que arraigó un enorme beneficio y avance, al establecer límites al poder. Beneficio que sigue existiendo, pues esas democracias que lo han mantenido siguen siendo las más prósperas y avanzadas en libertades.
Veo en usted un auténtico entusiasmo por lo que califica de “aspiraciones populares”, fuerza al parecer incontaminada, pura y purificadora de todo lo que toque. Pero demasiadas veces hemos visto erigirse en dictadores, o casi, a personajes que pretendían erigirse en interpretes de aquéllas, para así poder prescindir de cualquier clase de limitación institucional. Pero yo soy, tal vez por edad y experiencia, mucho más escéptico que usted al respecto, y considero que tales aspiraciones, como fuerza unívoca y unidireccional, no existen, y que la realidad de la sociedad es mucho más compleja, con infinidad de intereses, concepciones del mundo, y aspiraciones, muchas veces contrapuestas. Espero que no por eso me considere, al igual que el Barón, despectivo con “el pueblo”, concepto que ha servido para justificar unas demasiadas felonías a lo largo de la Historia.
Apunta usted un debate interesante sobre la legitimidad de origen del poder judicial. Sin embargo, siempre que el acceso esté presidido por criterios meritocráticos, a mí me parece que lo esencial es su existencia como contrapoder. Sin que eso signifique eximir a sus integrantes de responsabilidad: véase el último post de Rodrigo sobre ello, sin ir más lejos. En todo caso, creo que éste puede no ser el sitio adecuado para este debate, y que habrá sin duda futuros posts donde podremos seguir con ello.
También yo me ratifico en la interpretación o valoración actual entre los expertos en Teoría Política y Derecho Constitucional a la génesis, contexto y motivaciones del principio de separación de poderes, aunque a mí su opinión no me parece “curiosa”.
Y algún apunte más de contexto histórico: a las aspiraciones legítimas del pueblo en torno al acceso a la soberanía no sólo no es que no se las esperase en la Francia de mediados del siglo XVIII, sino que el Barón de Montesquieu tenía ante sí los sucesos de la Gloriosa Revolución británica, que había tenido lugar nada menos que el siglo anterior.
De hecho, inspirándose en las formas políticas advenidas tras la desaparición de escena de Cromwell, propuso una adaptación a Francia precisamente con el propósito del mantenimiento del statu quo en la medida mayor posible, con los menores cambios posibles, y por eso propuso la alianza entre las dos potencias sociales tradicionales, Rey y aristocracia, con la elite en ascenso, la gran burguesía, haciendo las concesiones mínimas necesarias a esta última, mediante un sistema político que supusiera la limitación de esas tres fuerzas sociales, y el control recíproco entre ellas.
En cuanto a las influencias de la Constitución de Estados Unidos, si bien la Ilustración Francesa estaba en el contexto general, en el sistema político se inspiraron claramente en la nueva Monarquía constitucional inglesa surgida de la propia Gloriosa Revolución, reemplazando al Rey por un Presidente electivo sin investidura parlamentaria, pero con aproximadamente las mismas facultades (Poder Ejecutivo, Jefatura de las Fuerzas Armadas). Las influencias directas fueron, más bien, las de los teóricos políticos anglosajones (Locke, entre ellos), y las de los propios pensadores norteamericanos, Jefferson, Madison, Hay, muchas de cuyas doctrinas políticas se recopilan en “El Federalista”.
Desde Aristóteles se maneja la contraposición entre democracia y demagogia. Pero, en cualquier caso, las posibles fallas de las democracias, comparadas con otros sistemas políticos pasados y presentes, convierten en una gran verdad la afirmación de Churchill de que la democracia es el menos malo de los sistemas.
Y no me extiendo más en esta línea porque, como bien dice, el argumento de este post es otro, y ya se ha desviado mucho el hilo conductor de los comentarios. Ni Vd. se ha molestado, ni yo me he molestado, ni yo le pongo en duda los conocimientos (que, si es preciso decirlo expresamente, le presupongo y reconozco), ni espero que Vd. a mí tampoco. Un saludo, Sr. Rodríguez Prieto.
Lecturas complementarias sobre las agencias de calificación, cortesía de Jesús Fernández Villaverde, coeditor de Nada es Gratis*:
http://www.fedeablogs.net/economia/?p=10339
http://www.fedeablogs.net/economia/?p=10474
* http://www.youtube.com/watch?v=NebA_ZQLcR4
Lecturas complementarias sobre las agencias de calificación, cortesía de Jesús Fernández Villaverde, coeditor de Nada es Gratis*:
http://www.fedeablogs.net/economia/?p=10339
http://www.fedeablogs.net/economia/?p=10474
* http://www.youtube.com/watch?v=NebA_ZQLcR4
Descubro, en un comentario de Patricia, una referencia de Ortega traída por Antonio Garrigues en un artículo de ABC.
Dicha cita es la siguiente: “El liberalismo es el principio de derecho político según el cual el poder público, no obstante ser omnipotente, se limita a sí mismo y procura, aun a su costa, dejar hueco en el Estado (…) para que puedan vivir los que ni piensan ni sienten como él, es decir, como los más fuertes, como la mayoría……”
Algo más abajo del texto de Patricia veo que MAT y Fernando Rodríguez Prieto se escriben párrafos cargados de fuerzas de diversa naturaleza sobre Montesquieu, la revolución francesa y su madre (casi su bisabuela) la revolución inglesa, y lo hacen desde dentro del sistema citando fuentes que en ningún momento se cuestionan la naturaleza del poder que emerge de lo que de sí ha dado la Revolución francesa. Es decir, de estas palabras embebidas en la cita que Patricia nos trajo de Ortega: “El poder….., no obstante ser omnipotente…”.
El asunto se sale un poquito de lo de las agencias de rating pero quizás menos de lo que parece y no voy a entrar en erudiciones que no tengo pero sí me gustaría observar dos o tres cosas.
1. Aceptamos de modo Pavloviano que el estado tiene un poder Omnímodo. Poder que nunca tuvo la Monarquía Absoluta ni mucho menos el Dios Bíblico del Antiguo o Nuevo testamento.
2. Resulta fascinante entender en qué momento del proceso revolucionario francés se produce esta metamorfosis entre el poder limitado y controlado del Rey y el poder Sacralizado “du Peuple obeissant des Lois” sembrado por Rousseau, a fin de cuentas un esbirro a sueldo y de escasa o nula ejemplaridad personal.
3. El concepto sacro de “bien común” –y el poder litúrgico de decidir en qué consiste “el bien” en cada momento– son secuestrados por un grupo muy reducido de personas en lo que constituye uno de los “cambalaches” más circenses y mejor ejecutados de la historia. Máxime teniendo en cuenta la imposibilidad de definir dicho bien de modo mínimamente objetivo y sin externalidades.
El caso es que hoy nos encontramos (en la Europa continental sin duda) viviendo lo que parecen ser los frutos del sistema surgido de aquellos planteamientos y a lo mejor va siendo hora de cuestionarnos la mayor antes de que desaparezcamos en la noche de los tiempos.
En otras palabras:
1. ¿Por qué debe el estado tener un poder tan absoluto que hasta a Ortega se le escapa el reconocimiento?
2. ¿Qué efectos tiene a plazo este tipo de organización social? ¿Qué incentivos tienen los agentes sociales, las personas físicas o jurídicas, en un sistema de poder absoluto? ¿Cuál es el efecto de estos incentivos actuando a lo largo del tiempo?
De momento quizás baste con preguntar porque las respuestas abren un mundo de posibilidades telúricas.
Saludos a todos
Bonita literatura.
El Poder del Estado es limitado, controlado, controlable. Se rige por el Derecho, y quienes hacen en Derecho, al menos los legisladores, tienen nombre, apellidos, mandatos limitados, y podemos removerlos periódicamente (y si no, como parece que va a suceder irremediablemente, que me lo digan el 21N). Pero precisamente el espectáculo al que estamos asistiendo en Europa occidental, y en nuestra piel de toro con especial intensidad (no tanta como en Grecia, pero con intensidad al fin y al cabo) es el poder de la plutocracia, la acumulación de capital en manos de unas minorías ocultas, incontroladas, incontrolables, que, en una apuesta deliberada contra el euro, están llevando a la ruina a países enteros, derribando gobiernos, y volatilizando el trabajo, los ahorros y el futuro de millares de personas.
Descubro, en un comentario de Patricia, una referencia de Ortega traída por Antonio Garrigues en un artículo de ABC.
Dicha cita es la siguiente: “El liberalismo es el principio de derecho político según el cual el poder público, no obstante ser omnipotente, se limita a sí mismo y procura, aun a su costa, dejar hueco en el Estado (…) para que puedan vivir los que ni piensan ni sienten como él, es decir, como los más fuertes, como la mayoría……”
Algo más abajo del texto de Patricia veo que MAT y Fernando Rodríguez Prieto se escriben párrafos cargados de fuerzas de diversa naturaleza sobre Montesquieu, la revolución francesa y su madre (casi su bisabuela) la revolución inglesa, y lo hacen desde dentro del sistema citando fuentes que en ningún momento se cuestionan la naturaleza del poder que emerge de lo que de sí ha dado la Revolución francesa. Es decir, de estas palabras embebidas en la cita que Patricia nos trajo de Ortega: “El poder….., no obstante ser omnipotente…”.
El asunto se sale un poquito de lo de las agencias de rating pero quizás menos de lo que parece y no voy a entrar en erudiciones que no tengo pero sí me gustaría observar dos o tres cosas.
1. Aceptamos de modo Pavloviano que el estado tiene un poder Omnímodo. Poder que nunca tuvo la Monarquía Absoluta ni mucho menos el Dios Bíblico del Antiguo o Nuevo testamento.
2. Resulta fascinante entender en qué momento del proceso revolucionario francés se produce esta metamorfosis entre el poder limitado y controlado del Rey y el poder Sacralizado “du Peuple obeissant des Lois” sembrado por Rousseau, a fin de cuentas un esbirro a sueldo y de escasa o nula ejemplaridad personal.
3. El concepto sacro de “bien común” –y el poder litúrgico de decidir en qué consiste “el bien” en cada momento– son secuestrados por un grupo muy reducido de personas en lo que constituye uno de los “cambalaches” más circenses y mejor ejecutados de la historia. Máxime teniendo en cuenta la imposibilidad de definir dicho bien de modo mínimamente objetivo y sin externalidades.
El caso es que hoy nos encontramos (en la Europa continental sin duda) viviendo lo que parecen ser los frutos del sistema surgido de aquellos planteamientos y a lo mejor va siendo hora de cuestionarnos la mayor antes de que desaparezcamos en la noche de los tiempos.
En otras palabras:
1. ¿Por qué debe el estado tener un poder tan absoluto que hasta a Ortega se le escapa el reconocimiento?
2. ¿Qué efectos tiene a plazo este tipo de organización social? ¿Qué incentivos tienen los agentes sociales, las personas físicas o jurídicas, en un sistema de poder absoluto? ¿Cuál es el efecto de estos incentivos actuando a lo largo del tiempo?
De momento quizás baste con preguntar porque las respuestas abren un mundo de posibilidades telúricas.
Saludos a todos
Pero hombre, MAT, qué cosas dice usted. Quien está haciendo sufrir al euro no es una minoría incontrolada, oculta, y demás. Son los países, con sus gobiernos al frente, que gastan en exceso, que no ahorran, que no generan riqueza, que engañan a sus socios de la eurozona falseando las cuentas públicas… Y claro, al final eso explota, y el euro se resiente… Pero también pasa eso con el dólar, o pasará dentro de un tiempo porque allí también gastan de más, y no quieren recortar mucho el gasto, y menos en año electoral… y monetizarán la deuda imprimiendo más dólares… y los inversores astutos, que lo ven venir, pues hacen sus apuestas y algunos ganan… Pero nadie apostaría contra el dolar ni contra el euro si USA o Grecia/Italia/España… tuvieran más disciplina fiscal… Eso de echar siempre las culpas a otro no es serio. Hay que hacer análisis crítico de los propios errores…
Pero hombre, jj, qué cosas dice Vd. La crisis la iniciaron los bancos norteamericanos, y sus ejecutivos, con su voracidad en conceder hipotecas de alto riesgo (sub-prime) y toda la ingeniería financiera que permitió trocear las hipotecas subyacentes y hacerlas irreconocibles para sus incautos adquirentes, hasta que esas hipotecas de alto riesgo empezaron a no pagarse, y caer todo el tinglado.
Después, se contaminaron los bancos que habían incluido esos tóxicos derivados y demás instrumentos en sus carteras. Quebró Lehman Brothers, y hubo que poner dinero público. Aquí, no ha quebrado todavía ningún banco, pero ha habido que poner dinero público, y más que habrá que poner por el pánico que el Banco Dexia ha generado con su débil situación.
Curioso, poner dinero público para salvar el dinero privado. Y cuando el dinero privado ha sido salvado, desconfía del público. En particular, España tiene tiene uno de los porcentajes menores de Deuda sobre PIB, pero claro, ha habido que pagar el dinero del FROB, y a consecuencia del paso de nuestros Bancos al otro extremo (de prácticamente obligar a la gente a endeudarse, a no dar ningún crédito), las empresas se han quedado sin financiación, y a consecuencia de eso, aumento del paro, y con el aumento del paro (y gracias a que aquí somos más civilizados que en EEUU, y nos preocupamos por nuestros semejantes, no sólo por los animales, como sucede allí), ha venido el incremento del déficit debido a nuestro sistema de protección por desempleo.
Y a partir de ahí, pretexto para que los movimientos orquestados de unos cuantos hedge funds y demás acumulaciones de capital especulativo, hayan ido llevando a cabo un ataque orquestado y escalonado a los países más débiles de la zona euro.
La prensa informó hace algún tiempo de contactos (y cenas) entre los gestores de esos hedge funds, unas pocas personas, de su proyecto político de hacer caer el euro, aprovechando no sólo la coyuntura económica desfavorable creada por la voracidad de banqueros y financieros, sino también la complejidad y las limitaciones del Derecho de la Unión Europea en materia de gobernanza económica y monetaria, pues al fin y al cabo, y a pesar de tener una única moneda, la Unión Europea (además del lamentable papel del BCE y de Trichet, subiendo los tipos de interés en época de precrisis económica, hasta que la Reserva Federal Americana, el Banco de Japón y el FMI le tiraron de las orejas) no es una Federación con una única política económica y monetaria, como sí lo es EEUU.
Pero hombre, MAT, qué cosas dice usted. Quien está haciendo sufrir al euro no es una minoría incontrolada, oculta, y demás. Son los países, con sus gobiernos al frente, que gastan en exceso, que no ahorran, que no generan riqueza, que engañan a sus socios de la eurozona falseando las cuentas públicas… Y claro, al final eso explota, y el euro se resiente… Pero también pasa eso con el dólar, o pasará dentro de un tiempo porque allí también gastan de más, y no quieren recortar mucho el gasto, y menos en año electoral… y monetizarán la deuda imprimiendo más dólares… y los inversores astutos, que lo ven venir, pues hacen sus apuestas y algunos ganan… Pero nadie apostaría contra el dolar ni contra el euro si USA o Grecia/Italia/España… tuvieran más disciplina fiscal… Eso de echar siempre las culpas a otro no es serio. Hay que hacer análisis crítico de los propios errores…
La crisis del euro que ahora vivimos es derivada del problema de la deuda soberana griega, y de otros países europeos que no hacen las cosas bien, gastan lo que morir en y no son competitivos, y no hacen las reformas necesarias para llegar a serlo…
Eso es sólo la cresta de la ola cuando rompe en la orilla. El tsunami previo lo han causado las subprime, los bancos, los hedge funds y en general las acumulaciones de capital especulativo. Y, repito, la propia prensa ya informó cuando todo esto empezaba, que había una apuesta política por los gestores de esos capitales para hacer caer el euro.
Lo que da la impresión, viendo por ejemplo “Inside Job” de nuevo, es que a partir de los años 80, que es la era en la que despega la sociedad de la información con los primeros pc y 90, con internet, el mundo se globaliza,las grandes empresas son infinitamente más poderosas que antes y de un tamaño inimaginable antes de un mundo hiperconectado, y, al menos en EEUU se dedicaron a colocar sus piezas en el gobierno y todos los centros de poder, para finalmente desactivar desde dentro a esos gobiernos.
En este sentido estoy más con MAT que con JJ aunque no creo que JJ esté desencaminado: Se puede decir que los gobiernos, en especial el americano, no hizo nada o muy poco por evitar la crisis, porque renunció a regular y a controlar, pero da la impresión de que en realidad eran los mercados los que regulaban y controlaban al gobierno porque las personas que ocupaban cargos públicos eran de hecho delegados de las super multinacionales, no verdaderos servidores del interés público. Estaban ahí para no gobernar a las empresas.
Y a mí que me parece que las preguntas de Manu Oquendo no iban precisamente por los derroteros económicos de las respuestas…
Don Manu, cada vez me gusta más leerle. Sin miedo a meterse con ese hombre nefasto que se llamó Juan Jacobo Rousseau…, osa Ud. hablar de “bien común”… hace Ud. como los peces vivos, que nadan contracorriente, al revés que los muertos, que se dejan arrastrar.
¡Claro que el poder tiene sus limitaciones! MAT, creo que los tiros de las preguntas van por las limitaciones ad extra.
Ad intra, como bien apunta Ud, existen controles. Se pueden llamar “ordinarios”: en última instancia por parte del pueblo, al votar. Es la “potestas politica constituta”. Por esa vía el pueblo controla (bien que ex post) a sus gobernantes.
Pero hay otro control muchísimo más importante, un control ex ante. El ejercicio de la potestas politica summa, potestas constituens. En las democracias dignas de ese nombre, el pueblo ejerce el poder constituyente; ese es el más im portante control sobre el “Estado”, que es la forma de organización política occidental.
Ojalá podamos enterrar de una santa vez a estos “mercados” que tanta felicidad prometían y tanta calamidad han parido. Cueste lo que cueste el entierro. Cuando la bestia esté bajo tierra, pasará la noche tormentosa, y empezará a amanecer de nuevo.
Aunque en España nos olvidemos de todo eso, y se legisle alegremente sobre el cambio de sexo, pej, de modo que con un chasquido de dedos el Parlamento se cree –solo se cree- capaz de poder cambiar ciertas cosas.
Descendiendo al terreno de lo económico… MAS, Fernando…, la causa de la actual crisis no está en las hipotecas sub prime, ni en la quiebra de un Banco por grande que sea; está en que el Mangonismo ha desnaturalizado por completo la Economía, olvidando que es ésta la que ha de estar al servicio del hombre, y no a la inversa; y que el hombre no es solo materia, y no puede ser feliz si solo se atiende a su parte material. “Maximizar el beneficio de las sociedades anónimas” lleva a esto que está pasando, necesariamente, antes o después..
A su vez, INCLUSO el poder constituyente tiene sus límites. Para empezar, la subsistencia de la Nación (no es poder “destituyente”); también la naturaleza misma de las cosas (tradicionalmente se decía que el Parlamento inglés puede hacerlo todo, menos convertir a una mujer en hombre). Ni siquiera el poder constituyente hará nunca que el fuego moje.
Tienen la culpa las hipotdcas subprime del diferencial del bono aleman con el italiano o el espanol o el griego? Cuantos años llevamos sin hacer la reforma laboral que se necesita?20? cuantos con un gasto desmadrado de las autonomias? Cuantos sin favorecer la competitividad? Por que no se resiente el paro y la economia alemana o finesa tanto como la espanola?
¿Y cuál es la reforma laboral que se necesita? Porque llevamos muchas en pocos años. ¿El despido libre, tal vez? En Alemania, el empresario mira mal al trabajador que está más tiempo del estipulado de jornada laboral (porque la excesiva presencialidad, piensan, y piensan bien, rebaja la productividad). Aquí, lo de calentar la silla para que al jefe no le parezca que nos paga demasiado y le dé la tentación de no renovar el contrato-basura temporal (o poner en marcha un ERE), está a la orden del día.
Gran parte de la crisis viene motivada en España debido a la retracción de la demanda por el temor que invade a la gente de perder el empleo (se ahorra todo lo que se puede por lo que pueda pasar, aunque con las rebajas salariales públicas y privadas que se están produciendo precisamente por la crisis, la tasa de ahorro haya bajado unos dos puntos desde el año anterior).
Alemania, por cierto, ya se está viendo contagiada, porque vive de vendernos a los demás coches, tecnología, maquinaria, etc. Y si a los clientes les va mal, al final, al vendedor, por mucho que haya ganado antes vendiendo también mucho, acaba por irle mal (eso es lo que no veía Merkl, que se ha merecido un tirón público de orejas del que fue su mentor político, el gran Helmut Kohl, que dijo que la Canciller con su política, literalmente, “está destruyendo Europa”).
Ya quisiera yo un tejido industrial (y un puesto de trabajo a la alemana) como el alemán (o el finés): ¿qué fabricamos aquí? ladrillo, sol y playa, principalmente. Sí, también coches (Seat, Renault, algunos Citroen y algunos Opel), pero las decisiones estratégicas de esas marcas se toman fuera de España porque no son españolas; dependemos de que decidan mantener su producción aquí y no deslocalizar a lugares con menores costes sociales y salariales (es decir, con más explotación, y por tanto, con más oportunidad de ganancia o mejores márgenes produciendo allí y vendiendo aquí).
Lo primero, el ladrillo, se ha hundido ya, y no volverá (el efecto euro, con la bajada de tipos de interés que motivó el espectacular incremento de demanda y oferta, y el afloramiento de dinero negro hacia la vivienda, eso, por más que se crean muchos lo contrario, eso ya no volverá).
En lo otro, el turismo, hemos tenido más suerte, porque muchos destinos turísticos rivales han sido considerados “inseguros” por los acontecimientos políticos de este año, pero veremos el que viene.
Somos un país de construcción (y eso de construir más que el resto de Europa, también se ha acabado) y turismo. Y “que inventen ellos”: eso de la I+D para las empresas españolas, con unas poquísimas honrosas excepciones, es una cosa rara, y miran raro al que se atreva ni siquiera a sugerirlo en serio dentro de la propia empresa; y de reinvertir parte de los beneficios, ni hablar (si acaso, se invierte alguna subvención pública si la hay y se pilla). Eso es lo que pasa…
Tienen la culpa las hipotdcas subprime del diferencial del bono aleman con el italiano o el espanol o el griego? Cuantos años llevamos sin hacer la reforma laboral que se necesita?20? cuantos con un gasto desmadrado de las autonomias? Cuantos sin favorecer la competitividad? Por que no se resiente el paro y la economia alemana o finesa tanto como la espanola?
La discusión me ha hecho recordar el libro de Rodrigo Tena “Ocho minutos de arco“. La obra viene subtitulada como “Ensayo sobre la importancia política de los arquetipos morales” y aunque se dirige a algunos concepto como raza, nación, clase social, etc. es perfectamente aplicable a otros como serían los de estado, mercado, sistema financiero, etc.
De este libro me han llamado la atención varias cosas. Por ejemplo la anécdota del nacimiento del estereotipo de Hidalguía como respuesta del poder a una carencia fiscal en el siglo X.
Sin llegar a profesar a Rorty y preferir aspirar a valores algo más absolutos, lo cierto es que no tenemos nada fácil orientarnos en este mundo que nos ha tocado vivir en el que tantas realidades se mezclan con sensaciones creadas exprofeso para dirigir percepciones.
Sobre las agencias de rating, incentivos y estereotipos morales, al leer a todos veo que tenemos muchas cosas en común pero que al perder el latín, el trivium y el quadrivium hemos perdido cohesión y capacidad de comunicación porque, –es cierto lo que apunta Arriola–, a veces terminamos hablando de cosas diferentes. Cada uno las ve, al menos un poco, según la jerga y los estereotipos morales de su materia o especialidad.
Con permiso voy a explayarme porque tengo una hora antes de ir a recoger a alguien a la T4.
Según la forma políticamente correcta de interpretar las burbujas financieras, estas son descuidos del gestor, frutos de la imprevisión de los diseñadores, del azar, de la desidia supervisora, de la codicia genética del banquero, de la psicología de la masa enfebrecida, etc.
Sin embargo Ockham nos diría que hay puntos de vista alternativos que son más sencillos y nos evitan suponer que nos gobierna gente imprevisora, que no sabe o no quiere desempeñar bien sus funciones o que es perezosa e incompetente.
Estos puntos de vista, –como el profético artículo de De Grauwe de 1998–, son también de hace tiempo.
Los más antiguos que conozco son de Wilhelm Röpke, (1956) y de Baran y Sweezy (1966). Los tres autores predicen la serie de burbujas occidentales hasta llegar a las de deuda soberana, para poder producir olas de estímulos sucesivos en economías que han perdido empleo y vigor a base de inflación, obesidad e inyecciones de estupefacientes de droga dura a modo de estímulo artificial.
En España, y también en el 98, lo anunció entre líneas Escudero (“Pleno Empleo”) Brenner vuelve a reiterarlo en el año 2002 “The Boom and the Bubble” y Minsky, de alguna forma, lo consagra hace muchos más años, quizás 25, con su “momento Minsky” tan esperado por toda la banca de inversión global durante la última década hasta que finalmente se produjo la semana de Lehman Brothers.
Es decir, el debate, en último análisis, es entre aquellos que sostienen la teoría de la imprevisión, el error del regulador o la desidia del supervisor y aquellos otros que creen que los gobiernos están legislando (mejor, que han legislado) para crear algún empleo generando una secuencia de estímulos que comenzaron en su día con las recomendaciones de Keynes, siguieron más tarde con la gestión expansiva de la masa monetaria –dado que tras la desvinculación del oro los gobiernos pasaron a tener una libertad de acción que con el metal no tenían– para llegar finalmente a la arquitectura de gestión financiera que generaba estímulos bien dirigiendo dinero barato a actividades con mucha generación de empleo local (caso español con el Euribor para vivienda) o creando burbujas de precios capaces de producir entusiasmo en el gasto y en el consumo con el empleo a corto plazo necesario para llegar a las elecciones en situación de razonable euforia y optimismo ante el futuro.
El lector puede elegir, pero en nuestro caso –y en el de USA– las huellas legioslativas, reglamentarias y todas las omisiones que nos aturden ahora mismo– indican que ha habido un diseño detallado para, hemos de suponer, crear empleo.
De hecho en este período se revirtió el pricing de tipos reales de interés a clientes y ya nunca más se volvió a ver un crédito bancario a particulares o empresas más barato que el hipotecario, el euribor.
Justo lo contrario de la situación precedente como puede verificar cualquiera que haya estado en los mercados financieros en ese periodo.
Saludos
La discusión me ha hecho recordar el libro de Rodrigo Tena “Ocho minutos de arco“. La obra viene subtitulada como “Ensayo sobre la importancia política de los arquetipos morales” y aunque se dirige a algunos concepto como raza, nación, clase social, etc. es perfectamente aplicable a otros como serían los de estado, mercado, sistema financiero, etc.
De este libro me han llamado la atención varias cosas. Por ejemplo la anécdota del nacimiento del estereotipo de Hidalguía como respuesta del poder a una carencia fiscal en el siglo X.
Sin llegar a profesar a Rorty y preferir aspirar a valores algo más absolutos, lo cierto es que no tenemos nada fácil orientarnos en este mundo que nos ha tocado vivir en el que tantas realidades se mezclan con sensaciones creadas exprofeso para dirigir percepciones.
Sobre las agencias de rating, incentivos y estereotipos morales, al leer a todos veo que tenemos muchas cosas en común pero que al perder el latín, el trivium y el quadrivium hemos perdido cohesión y capacidad de comunicación porque, –es cierto lo que apunta Arriola–, a veces terminamos hablando de cosas diferentes. Cada uno las ve, al menos un poco, según la jerga y los estereotipos morales de su materia o especialidad.
Con permiso voy a explayarme porque tengo una hora antes de ir a recoger a alguien a la T4.
Según la forma políticamente correcta de interpretar las burbujas financieras, estas son descuidos del gestor, frutos de la imprevisión de los diseñadores, del azar, de la desidia supervisora, de la codicia genética del banquero, de la psicología de la masa enfebrecida, etc.
Sin embargo Ockham nos diría que hay puntos de vista alternativos que son más sencillos y nos evitan suponer que nos gobierna gente imprevisora, que no sabe o no quiere desempeñar bien sus funciones o que es perezosa e incompetente.
Estos puntos de vista, –como el profético artículo de De Grauwe de 1998–, son también de hace tiempo.
Los más antiguos que conozco son de Wilhelm Röpke, (1956) y de Baran y Sweezy (1966). Los tres autores predicen la serie de burbujas occidentales hasta llegar a las de deuda soberana, para poder producir olas de estímulos sucesivos en economías que han perdido empleo y vigor a base de inflación, obesidad e inyecciones de estupefacientes de droga dura a modo de estímulo artificial.
En España, y también en el 98, lo anunció entre líneas Escudero (“Pleno Empleo”) Brenner vuelve a reiterarlo en el año 2002 “The Boom and the Bubble” y Minsky, de alguna forma, lo consagra hace muchos más años, quizás 25, con su “momento Minsky” tan esperado por toda la banca de inversión global durante la última década hasta que finalmente se produjo la semana de Lehman Brothers.
Es decir, el debate, en último análisis, es entre aquellos que sostienen la teoría de la imprevisión, el error del regulador o la desidia del supervisor y aquellos otros que creen que los gobiernos están legislando (mejor, que han legislado) para crear algún empleo generando una secuencia de estímulos que comenzaron en su día con las recomendaciones de Keynes, siguieron más tarde con la gestión expansiva de la masa monetaria –dado que tras la desvinculación del oro los gobiernos pasaron a tener una libertad de acción que con el metal no tenían– para llegar finalmente a la arquitectura de gestión financiera que generaba estímulos bien dirigiendo dinero barato a actividades con mucha generación de empleo local (caso español con el Euribor para vivienda) o creando burbujas de precios capaces de producir entusiasmo en el gasto y en el consumo con el empleo a corto plazo necesario para llegar a las elecciones en situación de razonable euforia y optimismo ante el futuro.
El lector puede elegir, pero en nuestro caso –y en el de USA– las huellas legioslativas, reglamentarias y todas las omisiones que nos aturden ahora mismo– indican que ha habido un diseño detallado para, hemos de suponer, crear empleo.
De hecho en este período se revirtió el pricing de tipos reales de interés a clientes y ya nunca más se volvió a ver un crédito bancario a particulares o empresas más barato que el hipotecario, el euribor.
Justo lo contrario de la situación precedente como puede verificar cualquiera que haya estado en los mercados financieros en ese periodo.
Saludos