Hacia una necesaria mejora de nuestro modelo turístico (I): un breve diagnóstico

Como de todos es sabido, el turismo constituye una de las principales fuentes de riqueza de todo el Estado, e indiscutiblemente la fuente principal de ingresos, directos e indirectos, en la Comunidad Autónoma donde vivo, las Islas Baleares. España lleva unas cuantas décadas recibiendo turistas de forma masiva aplicando un modelo turístico, el famoso “sol y playa” que, por los cambios en el mercado, por las circunstancias internacionales y también por los avatares de la crisis económica, está poniendo claramente de manifiesto su obsolescencia en muchos aspectos. Dada la importancia económica y social de nuestra primera industria nacional, y dentro de las lógicas limitaciones del presente blog, voy a dedicar dos post consecutivos a poner de manifiesto, aunque sea en forma esquemática, un breve diagnóstico sobre los problemas de nuestro modelo turístico y las posibles soluciones para conseguir una evolución satisfactoria del mismo.

Los principales problemas que afectan en la actualidad a nuestro modelo turístico son de dos tipos: problemas estructurales y problemas de mercado. Vamos a tratar de dar una pincelada de cada uno de ellos:

Los problemas estructurales derivan de tres aspectos esenciales. El primero de ellos es la antigüedad de buena parte de la planta hotelera española, especialmente la de las zonas costeras, que fue construida de forma desordenada y fuera de normativa en los años 60 y 70 del siglo XX, y que hoy se está quedando obsoleta en una buena parte, sin que se haya facilitado su renovación o reconversión. El segundo aspecto es el gran desarrollo normativo que han generado desde los años 90 nuestros prolíficos legisladores, especialmente los de las Comunidades Autónomas, a las que se transfirieron las competencias básicas en estas materias, en cuestiones turísticas, hoteleras y en aspectos complementarios. Desde esos años se ha generado un auténtico maremágnum de normas técnicas que afectan a todas las Administraciones y que generan gran confusión entre sus destinatarios, las empresas turísticas y hoteleras. La ingente normativa actual tiene que aplicarse, en general, a edificios que, por su antigüedad, no se construyeron para dar cumplimiento a la misma. Por ello, los propietarios de establecimientos turísticos no son capaces, en la mayoría de los casos, de cumplir por sus propios medios todas las normas hoy vigentes, debiendo contratar servicios externos que les permitan adaptarse a semejante torrente normativo, con el consiguiente encarecimiento de sus costes operativos.

Todo ello viene agravado por el concurso de varias Administraciones (estatal, autonómica, insular y municipal), dadas las diferentes normas que confluyen (turísticas, de seguridad, laborales, sanitarias, etc.), no existiendo un interlocutor único para las empresas turísticas y hoteleras, que deben entenderse con varias oficinas administrativas no coordinadas entre sí en cuestiones que a veces se solapan. Y un tercer aspecto importante tiene que ver con el ámbito laboral, en el que se está produciendo el fin de la vida profesional de toda la fuerza de trabajadores que se incorporó al mundo turístico y hotelero en sus inicios, allá por 1970, y que, cumplida su vida laboral, está en proceso de jubilación o prejubilación. Esa fuerza laboral, con gran experiencia y formación práctica, está siendo sustituida por otra mano de obra menos formada y especializada, a veces procedente de países o regiones sin ninguna experiencia turística, planteando importantes problemas de calidad en el servicio por falta de formación o especialización. La confluencia de todos los factores estructurales anteriores esta produciendo una alarmante pérdida de competitividad de la industria turística española en general, y en especial de la planta hotelera de las zonas del litoral mediterráneo.

– A ello se suman otros problemas que proceden del propio mercado turístico mundial. La evolución de los diferentes mercados turísticos, la aparición de nuevas zonas y ofertas, las presiones de los touroperadores, y la insuficiencia del modelo tradicional de “sol y playa” están produciendo nuevas demandas en los mercados emisores de turistas, a las que los países receptores se están teniendo que adaptar. La diversidad de oferta complementaria, el turismo deportivo, el turismo de salud, el eco-turismo, la oferta cultural o gastronómica, y muchas otras novedades son ampliamente demandadas, y los países receptores están obligados a darles cumplida respuesta. Además, la crisis económica está imponiendo el auge de destinos con mejores precios -dados sus menores costes-, de destinos con buen tiempo garantizado durante todo el año, y de fórmulas como el “todo incluido”, en las que el cliente viaja con todos los gastos pagados desde su origen, con la repercusión negativa que ello supone para la oferta complementaria (bares, restaurantes, comercios, etc.) de los lugares que visita. Precisamente esta fórmula, cada vez más demandada en los últimos tiempos, está generando una agria polémica entre los empresarios hoteleros y los de las empresas de oferta complementaria en los destinos turísticos tradicionales, y dará lugar, indiscutiblemente, a una preocupante reducción de la ocupación laboral en el ámbito de la restauración. Y un último problema destacado es la necesidad del alargamiento de la temporada turística. En los años 80 se daban temporadas de 8 a 10 meses con buena ocupación general. En la actualidad las temporadas están durando de 5 a 6 meses como máximo, siendo cada vez más temprano el cierre otoñal de la planta hotelera.

Planteado esquemáticamente un diagnóstico del actual momento de nuestro modelo turístico, en el próximo post esbozaremos posibles soluciones a todas las cuestiones que en el presente hemos ido apuntando.

 

 

1 comentario

Los comentarios están desactivados.