Intrajusticia (sobre el profesor Juan Iglesias)
El día 21 de marzo de 2013 (esto es, el primer día de Primavera de este infausto año de la Era), se inauguró una recóndita pero hermosa calle en Madrid en memoria de D. Juan Iglesias Santos, maestro de juristas (y de aspirantes de tales que nunca llegaremos a serlo). Dicha calle se encuentra al Oeste de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, precisamente donde él aparcaba su automóvil (un sencillo y viejo Renault-12).
Han tenido que pasar casi diez años desde su fallecimiento para que este merecido homenaje se hiciera efectivo en la Facultad que él inauguró como Decano, tras el cierre gubernamental de la Central de San Bernardo. Pero estas líneas no serán una glosa del sencillo acto que tuvo lugar en la Sala de Juntas de la Facultad, ni un panegírico de mi maestro, porque no sería ni necesario ni conveniente. Quien quiera saber un poco de Iglesias, puede visitar la Web que mantiene abierta una de sus once hijas e hijos (www.juaniglesias.org) donde se rinde cumplida cuenta de su vida y obra. Hay algunos profesores que dejan de ser una persona no sólo para convertirse en una leyenda sino, y sobre todo, para convertirse en un libro. Ya no se dice el Profesor tal o cual, sino “el Iglesias”, “el Castán”, el “Garrigues”, el “García Gallo”…
Tampoco corresponde transmitir aquí sensaciones personales, salvo, acaso, una: ¿Saben no ya los estudiantes, sino los juristas de presunto reconocido prestigio, qué nos enseñó verdaderamente Iglesias? Ahora que con los instrumentos que la tecnología pone al alcance de nuestra mano podemos simplemente pasar días enteros paseando y leyendo las biografías de las personas a las que se ha dedicado una calle, ¿algún estudiante de “mi” Facultad, al ver el cartel de la fotografía, tecleará el nombre para saber quién fue, qué dijo, qué enseñó, con qué grado de rectitud, simplicidad y honestidad vivió ese hombre sabio y, a la vez, erudito? Tengo dudas. Los estudiantes de Derecho no saben quién es el titular de esa calle.
Estoy en falta con los editores de este Blog, a quienes he prometido unas líneas sobre el concepto radical de Justicia: en Grecia, como brindis a todos los que han podido pensar que nuestras reflexiones en los “Quae tangi non possunt” se referían a cuestiones demasiado modernas (sólo unos dos milenios de antigüedad) cuando la idea de “diké” y su significado tienen, como casi todo el pensamiento occidental, origen griego y se encuentran en los poetas y los filósofos y no en juristas. Sinceramente, estoy asustado de tantos posts sobre la corrupción, las artimañas de la partitocracia y todo lo demás. Vivimos en un tiempo lleno de normas pero sin Derecho ni Justicia, pero, cuando pasen los siglos, de la misma manera que en la Bolonia del Siglo X al XI se desempolvaron las “Pandectae”, algunas personas egregias, algunos poetas del Derecho, volverán su vista atrás y se percatarán de que no hay “nomos” posible sin “paidos”, y que es preferible la educación a la norma. En palabras de Gimferrer tan recientes como del 17 de enero de este año: “La poesía es una herramienta moral”.
Tengo en mi mano derecha la décima edición del “Iglesias” y en mi mano izquierda la última (que yo sepa), la 18ª. La décima revisada es de 1990 (Ariel), la primera de 1958, la Décima octava, que actualizó como las anteriores el hijo del maestro, también romanista, data de 2010 (Sello Editorial). La Décima cuenta con 703 páginas y mucho latín, la 18ª sólo con 466 y menos latín, adaptada a las necesidades del guion del nivel intelectual presente de las Facultades de Derecho en las que, empero, todavía se inscriben poetas para tratar de entender el “misterium fascinans” que es el Derecho.
En el Capítulo I, “Conceptos Fundamentales” de la décima Edición, el Profesor Iglesias dice: “Ningún hombre es él solo. Cada uno de nosotros somos con otros. Cierto que mi yo es algo mío. Es lo más mío, pero no por obra toda mía”.
El mismo Capítulo de la décima octava edición comienza igual, pero, su hijo y editor dice:
“Una de las lecciones que dejan a las claras su concepción del Derecho, queda resumida en estas palabras: Solo una cosa puede ser el Derecho. Solo puede ser el arte de lo bueno y de lo justo, tal y como lo entendían los romanos. Y a las preguntas ¿qué es el Derecho?¿Qué es la Justicia?, ¿qué es la libertad?, no se les da contestación adecuada si no se sabe qué es el hombre.” Sí, porque el Profesor Iglesias era no sólo un humanista, sino humano.
Acto seguido, en el prólogo propiamente dicho el Prof. Marina, uno de los más ilustres filósofos españoles vivos, porque acabamos de perder a Trías, dice: “Pues bien, el Derecho es la poesía de la razón práctica, la que intenta humanizar una naturaleza hostil, feroz a ratos. Me lo enseñó un gran especialista en Derecho romano, Rudolf von Ihering, que definía el derecho como “la poesía del carácter”. Por eso me indigno cuando veo explicarlo o vivirlo como una aburrida colección de códigos o como una técnica para pleitear”. Trataremos de refutar (con modestia, claro) otras cosa que dice el filósofo sobre el Derecho en Grecia en su “Prólogo para no Juristas” el “Iglesias” cuando alcancemos a escribir sobre la “diké” de la mano de Sumner Maine y de Werner Jaeger.
De todas las palabras que aprendí de Iglesias, una memoria, un manual, una calle, hay una, de raíz unamuniana y salmanticense, como creo haber dicho aquí antes, que lo resume todo: “intrajusticia”. Quien tenga oídos, que entienda.
Ya que me es dado asomarme a esta ventana, lo repito: leed a Iglesias, aunque no sea en su Manual, sino en su “Arte del Derecho” en su “Iter Iuris” en sus “Miniaturas Jurídicas” en sus Estudios en su “Espíritu del Derecho Romano”, leed a Ihering, leed a Carnelutti, os aprovechará mucho más que leer el Boletín Oficial del Estado, si queréis llegar a ser jurisprudentes. Podréis decir luego, con Homero, aunque tengáis un coche viejo, cuando llegue la hora de poner las monedas en vuestros ojos, para el barquero, “esta es mi vida, esto es lo que he sido” mirando el ocaso desde la calle del Profesor Juan Iglesias, junto a los estudiantes que acaso deseen saber qué es la justicia, qué es el derecho.
Licenciado en Derecho, 1986. En abril de 1993 fundó CASAS & GARCIA-CASTELLANO, ABOGADOS, bufete que dirige en la actualidad, con especialización en las áreas internacional, marítimo, societario inversiones y seguros. Miembro del Colegio de Abogados de Madrid, de la Asociación Española de Derecho Marítimo, Premio ELCANO de la Armada Española en 1988. Ha sido profesor de Derecho Romano de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid y del Instituto de Estudios Bursátiles (IEB), así como de diversos cursos de postgrado (ESADE, ENERCLUB, IEEM). PDG por el IESE. Participa habitualmente en cursos y seminarios.
Solo una vez hablé con Don Juan Iglesias. En 1973.
Una comisión de estudiantes de primero nos encaminamos, muy decididos a nuestros diecisiete años, a hablar con algún Cátedro de Romano, para proponerle que “ya que el Derecho Romano no servía para nada hoy en día, hiceran el favor de no exigirnos su estudio y darnos un aprobado general”.
Eran tiempos asamblearios, pintorescos, peligrosos y divertidos.
Encontramos a Don Juan.
Nos recibió, nos escuchó pacientemente nuestras soflamas… y luego nos habló.
Ese día me dí cuenta de lo que era la Universidad. La auténtica. Porque ese Maestro, sencillamente, la encarnaba.
La mayoría de los “comisionados” salimos de allí con una enorme curiosidad por saber más sobre el Derecho Romano.
¡En Gloria esté!
Solo una vez hablé con Don Juan Iglesias. En 1973.
Una comisión de estudiantes de primero nos encaminamos, muy decididos a nuestros diecisiete años, a hablar con algún Cátedro de Romano, para proponerle que “ya que el Derecho Romano no servía para nada hoy en día, hiceran el favor de no exigirnos su estudio y darnos un aprobado general”.
Eran tiempos asamblearios, pintorescos, peligrosos y divertidos.
Encontramos a Don Juan.
Nos recibió, nos escuchó pacientemente nuestras soflamas… y luego nos habló.
Ese día me dí cuenta de lo que era la Universidad. La auténtica. Porque ese Maestro, sencillamente, la encarnaba.
La mayoría de los “comisionados” salimos de allí con una enorme curiosidad por saber más sobre el Derecho Romano.
¡En Gloria esté!
Muy bonito, Jesús. Enhorabuena.
Ya me gustaría haber tenido aquí al Sr. Iglesias para que nos ilustrara si las normas que va sacando el gobierno de Rajoy para perpetuar al Sr. Sáenz en el banco de Santander, como hizo ayer mismo, pese a su indudable carácter de Derecho (positivo) sirven a la Justicia, o más bien a lo que Cervantes denominaba la “ley del encaje”, demostrando una vez más que el Derecho que producen algunos Estados es un canto al privilegio para los poderosos. O, dicho de otro modo, una burla al principio de igualdad.
A ver cuándo el Derecho, de verdad, empezará a servir a la Justicia, con mayúsculas. Dependerá en parte de tener gobernantes y magistrados no sumisos al poderoso.
Muy bonito, Jesús. Enhorabuena.
Ya me gustaría haber tenido aquí al Sr. Iglesias para que nos ilustrara si las normas que va sacando el gobierno de Rajoy para perpetuar al Sr. Sáenz en el banco de Santander, como hizo ayer mismo, pese a su indudable carácter de Derecho (positivo) sirven a la Justicia, o más bien a lo que Cervantes denominaba la “ley del encaje”, demostrando una vez más que el Derecho que producen algunos Estados es un canto al privilegio para los poderosos. O, dicho de otro modo, una burla al principio de igualdad.
A ver cuándo el Derecho, de verdad, empezará a servir a la Justicia, con mayúsculas. Dependerá en parte de tener gobernantes y magistrados no sumisos al poderoso.
Jesús, del post no solamente resulta quién es Don Juan Iglesias, sino que también conocemos un poco quién es Don Jesús Casas. Muchas gracias.
Jesús, del post no solamente resulta quién es Don Juan Iglesias, sino que también conocemos un poco quién es Don Jesús Casas. Muchas gracias.
Gracias Jesús por recordarnos que efectivamente si el Derecho no es el arte de lo bueno y de lo justo ya lo podemos tirar a la basura. Y de paso, que si los juristas no somos no ya un poco humanistas (lo que sería muy de desear dado que el Derecho lo requiere para entenderlo y aplicarlo bien) sino al menos humanos en el sentido de Terencio lo llevamos claro. Como pequeño homenaje al profesor Iglesias, en latín: “Homo sum, humani nihil a me alienum puto”
En cuanto al post sobre Alfredo Saenz, ya lo tenemos esperando y creo que no decepcionará a los que todavía creemos en el Derecho. Pero en el de verdad, claro, no en el travestido con el que nuestros Gobernantes tienen a bien llenar páginas de BOE.
Gracias Jesús por recordarnos que efectivamente si el Derecho no es el arte de lo bueno y de lo justo ya lo podemos tirar a la basura. Y de paso, que si los juristas no somos no ya un poco humanistas (lo que sería muy de desear dado que el Derecho lo requiere para entenderlo y aplicarlo bien) sino al menos humanos en el sentido de Terencio lo llevamos claro. Como pequeño homenaje al profesor Iglesias, en latín: “Homo sum, humani nihil a me alienum puto”
En cuanto al post sobre Alfredo Saenz, ya lo tenemos esperando y creo que no decepcionará a los que todavía creemos en el Derecho. Pero en el de verdad, claro, no en el travestido con el que nuestros Gobernantes tienen a bien llenar páginas de BOE.
D. Jesús, me gusta como escribe porque escribe con el corazón. Me quedo con la concepción del Derecho de su Maestro D. Juan Iglesias: “Solo una cosa puede ser el Derecho. Solo puede ser el arte de lo bueno y de lo justo, tal y como lo entendían los romanos.”
Buenas tardes a todo el Mundo, yo lo he leído con esta música.
http://www.youtube.com/watch?v=a4jkfZ0BzQoç
D. Jesús, me gusta como escribe porque escribe con el corazón. Me quedo con la concepción del Derecho de su Maestro D. Juan Iglesias: “Solo una cosa puede ser el Derecho. Solo puede ser el arte de lo bueno y de lo justo, tal y como lo entendían los romanos.”
Buenas tardes a todo el Mundo, yo lo he leído con esta música.
http://www.youtube.com/watch?v=a4jkfZ0BzQoç
Gracias por vuestros comentarios. D. Juan me comentó la anécdota que comenta Curro Arriola. Mario Camus, nuestro famoso cineasta, me comentó que su padre le obligó a estudiar Derecho, pero a él le interesaba ya el cine, si bien Iglesias, bajo palabra de que no se dedicaría al Derecho – que el cineasta cumplió – le hizo en el examen oral una pregunta acordada, ya que el padre había venido de Santander a escuchar el examen de Mario. En fin, como Martínez Sarrión nos dijo una vez, realmente disgustado, en Segovia, los romanistas son responsables de no saber transmitir el legado que atesoran. Cómo pudo una sociedad como la romana hallar el Derecho? No se si Don Juan llegó a desvelármelo. “Surcos” es una recopilación de artículos suyos. “Don Magín, Profesor y Mártir” su novela unamuniana. En fin, ni soy yo la persona màs adecuada para hacernos llegar sus enseñanzas…
Gracias por vuestros comentarios. D. Juan me comentó la anécdota que comenta Curro Arriola. Mario Camus, nuestro famoso cineasta, me comentó que su padre le obligó a estudiar Derecho, pero a él le interesaba ya el cine, si bien Iglesias, bajo palabra de que no se dedicaría al Derecho – que el cineasta cumplió – le hizo en el examen oral una pregunta acordada, ya que el padre había venido de Santander a escuchar el examen de Mario. En fin, como Martínez Sarrión nos dijo una vez, realmente disgustado, en Segovia, los romanistas son responsables de no saber transmitir el legado que atesoran. Cómo pudo una sociedad como la romana hallar el Derecho? No se si Don Juan llegó a desvelármelo. “Surcos” es una recopilación de artículos suyos. “Don Magín, Profesor y Mártir” su novela unamuniana. En fin, ni soy yo la persona màs adecuada para hacernos llegar sus enseñanzas…
El jurista alemán Heinrich Rommen, en su obra sobre el Derecho Natural, ya advertía que son precisamente los regímenes totalitarios los que abusan de la promulgación exagerada de normas. Rommen sabía de lo que hablaba, pues se vio obligado a emigrar a Alemania en pleno apogeo de ese feroz positivismo – era la época nazi…-.
Precisamente Rommen nos recuerda el inmenso valor del Derecho natural : es la medida para saber si un régimen político es totalitario o no. El llenarse la boca de “esto es legal” , confunde el positivismo jurídico con el Derecho y la Justicia de verdad. Un error que el profesor Iglesias conocía perfectamente.
Recuerdo mi época de estudiante. Cuando tuve que pasar el examen de Reválida en la Universidad de Deusto, para obtener mi licenciatura de Derecho, cayó el tema “El valor actual del Derecho romano.” Ese Derecho que desde primero de carrera me había fascinado ya. Lo vuelve a hacer al cabo de los años, al leer ahora a Rudolf Ihering y a otros grandes juristas alemanes en su idioma original, tan apto para el pensamiento conceptual. Esa lectura es uno de los mayores goces que uno puede esperar. Se la recomiendo a nuestros jóvenes universitarios. ¡No esperen a llegar a los cincuenta! Porque se perderían joyas de nuestra increíble cultura occidental, que tanto le debe a la herencia recibida del Derecho romano.
¡Excelente artículo! Mi felicitación a su autor.
El jurista alemán Heinrich Rommen, en su obra sobre el Derecho Natural, ya advertía que son precisamente los regímenes totalitarios los que abusan de la promulgación exagerada de normas. Rommen sabía de lo que hablaba, pues se vio obligado a emigrar a Alemania en pleno apogeo de ese feroz positivismo – era la época nazi…-.
Precisamente Rommen nos recuerda el inmenso valor del Derecho natural : es la medida para saber si un régimen político es totalitario o no. El llenarse la boca de “esto es legal” , confunde el positivismo jurídico con el Derecho y la Justicia de verdad. Un error que el profesor Iglesias conocía perfectamente.
Recuerdo mi época de estudiante. Cuando tuve que pasar el examen de Reválida en la Universidad de Deusto, para obtener mi licenciatura de Derecho, cayó el tema “El valor actual del Derecho romano.” Ese Derecho que desde primero de carrera me había fascinado ya. Lo vuelve a hacer al cabo de los años, al leer ahora a Rudolf Ihering y a otros grandes juristas alemanes en su idioma original, tan apto para el pensamiento conceptual. Esa lectura es uno de los mayores goces que uno puede esperar. Se la recomiendo a nuestros jóvenes universitarios. ¡No esperen a llegar a los cincuenta! Porque se perderían joyas de nuestra increíble cultura occidental, que tanto le debe a la herencia recibida del Derecho romano.
¡Excelente artículo! Mi felicitación a su autor.
Precioso, Sr. Casas. Debería Ud. Plantearse en Las Cortés y leerles a SS. Textos como este y recordarles cual es su función verdadera. No puede ser que el Derecho positivo se esté convirtiendo en las antípodas del Derecho y la Justicia con mayúsculas.
Estimado Señor Casas, me uno a las felicitaciones por este magnífico artículo. La gratitud del reconocimiento a un gran maestro, la reclamación de la vuelta a la raíz y la esencia de las cosas, la intrajusticia….Todo eso que parece haber desaparecido de un pensamiento que aboga por un “reseteo” de la memoria, del pasado, de las normas por encima de las personas… Resulta gratificante y reconfortante ver que no todo es un páramo materialista y cosificado.
Muchas gracias.
Contemporaneo de Curro, cuando iniciamos la carrera en enero de 1974 (sufrimos el famoso “calendario juliano”), tuvimos la fortuna de poder escoger entre grandes romanistas (Hernandez-Tejero, Urisicino Alvarez … y, por supuesto, Don Juan Iglesias, entre otros). Por razones personales, yo escogí a Ursicino . Y éste nos puso cómo libro de texto el de su gran amigo, Iglesias.
Es difícil explicar lo que supuso para nosotros aquél manual (en el mejor sentido de la palabra). Frente a los áridos textos de Filosofía, Político o Economía, el de Iglesias era un libro que “se leía”. Su estilo sencillo y directo hacía comprensible la asignatura hasta para nuestros tiernos cerebros de diecisiete años.
Tiempo después, cayó en mis manos su obra “Estudios de Derecho Romano”, con cuya lectura pude calar en la hondura de su pensamiento humanista, no en vano merecedor del premio Príncipe de Asturias.
Gracias a Jesús Casas y a todos los demás participantes por evocar a uno de los grandes Maestros Complutenses.
Como escribió, en un bonito discurso de apertura de curso en Murcia, Jaime Guasp (tío de D. Ignacio Maldonado, si no me equivoco): el Derecho es como una rica heredera, a la que todos quieren por su dinero y ninguno por su corazón.
El día en que políticos y poderosos de la sociedad dejen de hacer un uso pro domo sua del Derecho el ideal de justicia estará más cerquita de nuestra realidad. Peto me temo que si Guasp era algo escéptico entonces, hoy, cuando se cumple el centenario de su nacimiento, lo sería mucho más aún.
Gracias igualmente a los cmentaristas, glosadores y postglosadores trs mi agradecimiento del sábado a las 23 horas. Me atrevo a sugeriros que alguna vez os paséis por la planta séptim del edificio “nuevo” de la Facultad (Departamentos) , “Seminario de Derecho Romano Ursicino Álvarez” o bien, si no estáis por Madrid, a los Seminarios Complutenses de Derecho Romano (SCDR) qu son una de las mejores revistas de su área en Europa. Creo que si queremos saber si hay o no Derecho y Justicia, como plantea este Blog, ha que volver la vista a lo esencial. Necesitaremos décadas para recomponer el desastre que entre todos estamos cometiendo al permitir que el Derecho sea una “ciencia auxliar” de la política y de la economía. La Educación y la Jurisprudencia son las bases de una sociedad civil (y civilizada, claro). Trataré de volver sobre esto de la mano de los griegos…
Fui también alumna de D. Juan Iglesias.
Una de esas chicas de letras que acabaron “cayendo” en la Facultad de Derecho porque era “la única carrera de letras de la que se podría vivir”, a la que no le cautivaba tampoco la imagen del Derecho y la Justicia que presentaban las “pelis” americanas (entre otras cosas porque era una imagen basada en la intervención oral pública y tenía una gran timidez y una reacción casi física de miedo a hablar en público -lo que siempre ha incluido los exámenes orales-). Sin embargo, con un enorme sentido de la igualdad entre todos los seres humanos, de la Justicia (sobre la base del “ius suum cuique tribuere” que aún desconocido penetra a mi entender en la percepción de la justicia de todo el mundo continental de origen latino) y de la defensa del más débil, y con una educación religiosa que fortalecía el sentimiento de com-pasión (o pasión con el otro, que diría también D. Juan Iglesias).
Mi padre, que había estudiado Derecho (era oficial de la Guardia Civil y siéndolo cursó la carrera) me había dado antes de empezar dos grandes directrices para primero de Derecho: 1) Que “no se puede ir por la vida sin saber Derecho romano”; 2) Que la única asignatura de verdad importante de primero de Derecho (con el plan antiguo) era Derecho Romano: que no me mareara con los principios políticos de Político I, con las declaraciones abstractas de principios de Derecho Natural o incluso con Historia del Derecho y me centrara en el Derecho Romano, porque el Derecho Romano era EL DERECHO, con mayúsculas.
Y en efecto, así era: nuestro Derecho Civil Patrimonial es aún puro Derecho romano, el Derecho de obligaciones es la clave de uno de los vectores primordiales de la Teoría General de Derecho y la parte general de Derecho Civil (la teoría del negocio jurídico, construida por pandectistas estudiosos del Derecho romano) pero además sin el Derecho de obligaciones no podemos concebir ni el Derecho Mercantil, ni el Laboral, ni el Administrativo,ni el internacional privado; ni siquiera el Tributario o el Derecho de Familia. Si hay una intersección entre todas las ramas del Derecho, además de la Teoría de la norma jurídica, es el Derecho de obligaciones. Y ese todavía hoy se funda en el Derecho Romano.
Mi padre tenía toda la razón: si hay una asignatura que es la “introducción al Derecho” por antonomasia es el Derecho romano. Al estudiarlo, en un solo año y una sola asignatura comprendemos el concepto de ordenamiento jurídico sobre un concreto ordenamiento y tenemos una visión completa de todo el Derecho Civil (el más importante, a m ijuicio, el que rige la vida y relaciones más básicas entre las personas) que vertebrará y nos permitirá organizar (junto con la Historia del Derecho) todos los conocimientos que ulteriormente, en los otros cuatro años de carrera universitaria vendrían.
Y yo tuve la suerte de que me la impartiera D. Juan Iglesias cuando ya era muy mayor, el curso 81-82, uno antes de que le jubilaran (sigo…)
Gracias igualmente a los cmentaristas, glosadores y postglosadores trs mi agradecimiento del sábado a las 23 horas. Me atrevo a sugeriros que alguna vez os paséis por la planta séptim del edificio “nuevo” de la Facultad (Departamentos) , “Seminario de Derecho Romano Ursicino Álvarez” o bien, si no estáis por Madrid, a los Seminarios Complutenses de Derecho Romano (SCDR) qu son una de las mejores revistas de su área en Europa. Creo que si queremos saber si hay o no Derecho y Justicia, como plantea este Blog, ha que volver la vista a lo esencial. Necesitaremos décadas para recomponer el desastre que entre todos estamos cometiendo al permitir que el Derecho sea una “ciencia auxliar” de la política y de la economía. La Educación y la Jurisprudencia son las bases de una sociedad civil (y civilizada, claro). Trataré de volver sobre esto de la mano de los griegos…
(II) Recuerdo que en las primeras clases que impartió D. Juan (en aquellas aulas masificadas en los primeros meses -luego se hacían más habitables- en las que cuando llegabas tarde te tenías que sentar en las ventanas o en la tarima porque no cabíamos) ya me impresionó. Antes incluso de conocer otras facetas, por razones formales: el hablar de D. Juan era un tesoro de poesía, con un ritmo, una entonación y sobre todo un léxico y una semántica interna e intensa de las frases realmente extraordinarias. Era una delicia, por ejemplo, oirle exponer las fuentes del Derecho. Pocas personas he conocido que hablaran tan bien y con tanto sentimiento (escribir sí, hablar no).
En alguna ocasión hizo mención a la importancia del lenguaje (que Jesús apunta en su comentario) y de las palabras, y a su admiración indisimulada por Cervantes. Le recuerdo, por ejemplo, mencionando en clase que desde su más temprana juventud hasta la fecha en que nos hablaba tenía por costumbre leer todas las noches un capítulo de El Quijote tanto por que en cada lectura le sugería algo nuevo (he oído decir esto también a muchas personas religiosas respecto a las relecturas de la Biblia) como porque nadie como Cervantes había logrado expresar con las palabras justas, con las más adecuadas y la mayor precisión -incluso en las descripciones, breves y agudas, nunca exahustivas ni cansinas- las ideas y pensamientos de los personajes y del propio autor.
También era patente la salmantina influencia de Unamuno, más en el “sentir” que en la expresión misma.
Sin tener aún interés por la asignatura ya lo tenía por su decir, por la maravillosa cadencia y sentido de sus frases. Escucharle era una delicia.
Recuerdo también algunas otras frases de él que me impresionaron. Me impresionó cómo decía no haber pasado nunca de los 18 años de edad, cómo nos contó que en el sistema educativo de su infancia y adolescencia (debió de ser antes incluso de la Primera Guerra Mundial, quizá con Primo de Rivera) se permitía acceder por el nivel de conocimientos al bachillerato mucho antes que en el sistema de la ley de Villar Palasí y que por ello el había empezado siendo casi un niño la carrera de Derecho y la había terminado con sólo 18 años empezando a dar clase de Derecho Romano con esa misma edad, y permaneciendo toda su vida entre jóvenes de 18 años se le había pasado la vida sin terminar de “pasar” de esa edad a otra. Y en efecto, transmitía un interés por todo y una pasión por la vida que muchos jóvenes -y casi ningún adulto- han llegado a tener o al menos a mantener.
Para obtener matrícula de honor en su asignatura había que hacer un examen además de los parciales (lo que anunciaba desde el principio del curso). Cualquiera habría pensado en que el examen sería de lucimiento memorístico… nada más alejado de la realidad y de la profundidad de espíritu, humanismo y fino sentido jurídico de D. Juan: el día del examen nos dijo: “lex dura, sed lex”… comenten vds. (sigo).
(II) Recuerdo que en las primeras clases que impartió D. Juan (en aquellas aulas masificadas en los primeros meses -luego se hacían más habitables- en las que cuando llegabas tarde te tenías que sentar en las ventanas o en la tarima porque no cabíamos) ya me impresionó. Antes incluso de conocer otras facetas, por razones formales: el hablar de D. Juan era un tesoro de poesía, con un ritmo, una entonación y sobre todo un léxico y una semántica interna e intensa de las frases realmente extraordinarias. Era una delicia, por ejemplo, oirle exponer las fuentes del Derecho. Pocas personas he conocido que hablaran tan bien y con tanto sentimiento (escribir sí, hablar no).
En alguna ocasión hizo mención a la importancia del lenguaje (que Jesús apunta en su comentario) y de las palabras, y a su admiración indisimulada por Cervantes. Le recuerdo, por ejemplo, mencionando en clase que desde su más temprana juventud hasta la fecha en que nos hablaba tenía por costumbre leer todas las noches un capítulo de El Quijote tanto por que en cada lectura le sugería algo nuevo (he oído decir esto también a muchas personas religiosas respecto a las relecturas de la Biblia) como porque nadie como Cervantes había logrado expresar con las palabras justas, con las más adecuadas y la mayor precisión -incluso en las descripciones, breves y agudas, nunca exahustivas ni cansinas- las ideas y pensamientos de los personajes y del propio autor.
También era patente la salmantina influencia de Unamuno, más en el “sentir” que en la expresión misma.
Sin tener aún interés por la asignatura ya lo tenía por su decir, por la maravillosa cadencia y sentido de sus frases. Escucharle era una delicia.
Recuerdo también algunas otras frases de él que me impresionaron. Me impresionó cómo decía no haber pasado nunca de los 18 años de edad, cómo nos contó que en el sistema educativo de su infancia y adolescencia (debió de ser antes incluso de la Primera Guerra Mundial, quizá con Primo de Rivera) se permitía acceder por el nivel de conocimientos al bachillerato mucho antes que en el sistema de la ley de Villar Palasí y que por ello el había empezado siendo casi un niño la carrera de Derecho y la había terminado con sólo 18 años empezando a dar clase de Derecho Romano con esa misma edad, y permaneciendo toda su vida entre jóvenes de 18 años se le había pasado la vida sin terminar de “pasar” de esa edad a otra. Y en efecto, transmitía un interés por todo y una pasión por la vida que muchos jóvenes -y casi ningún adulto- han llegado a tener o al menos a mantener.
Para obtener matrícula de honor en su asignatura había que hacer un examen además de los parciales (lo que anunciaba desde el principio del curso). Cualquiera habría pensado en que el examen sería de lucimiento memorístico… nada más alejado de la realidad y de la profundidad de espíritu, humanismo y fino sentido jurídico de D. Juan: el día del examen nos dijo: “lex dura, sed lex”… comenten vds. (sigo).
(III) Sin que hubiéramos dado nada en particular sobre el aforismo romano y sin que hubiera por tanto ni cinco líneas que “reproducir” sobre él, recuerdo que me puse a escribir…. y tomando de todo lo que había ido estudiando en todas las asignaturas de primero de carrera (tanto Natural, como Historia del Derecho, como Político como, por supuesto, Derecho romano), comencé a escribir, y las palabras me nacieron como fluían las fuentes del manadero u hontanar (expresión muy querida y repetida por D. Juan), y cayeron sobre el papel en blanco como los derechos reales se construyeron sobre los fundos. Ideas y conceptos ligados sin parar para expresar de un lado el rigor del Derecho como sistema a respetar entre los miembros de una comunidad para garantizar el derecho subjetivo de todos, pero para expresar también como ese rigorismo en todas las épocas de la Historia (y más aún debe ser así en épocas atrozmente positivistas como la preente) acababa siempre flexibilizado por el sentido de la justicia (como Jurisprudencia -divinarum adque humanorum rerum notitia, iusti adque iniuisti scientia- que acababa modulando a la realidad la letra de la ley en todo tiempo y lugar), superándose así la pura letra de la ley dura por su interpretación conforme a principios generales, por la influencia del humanismo y la necesidad de establecer un Derecho común para todos que no reservara el Derecho a los ciudadanos romanos, por el desarrollo del ius gentium ya en Roma, y del Derecho Natural después por los juristas cristianos. La lectura y las ideas de “El espíritu del Derecho Romano”, que nos recomendó leer y yo leí, habían penetrado no en mi memoria sino en mi razonamiento, y fluían a través de expresiones no aprendidas que se iban volcando sobre el papel.
Y es que después de un curso de Derecho Romano con D. Juan Iglesias quienes le escuchamos durante ese año eramos ya embriones de juristas, aún sin saberlo (no puedo decir lo mismo de mis profesores de Político y Derecho Natural, por ejemplo, que no contribuyeron especialmente a ello).
Sólo crucé con él, fuera de escucharle, un puñado de palabras. Pero siempre me consideré afortunada por haber sido iniciada al Derecho por semejante profesor. Su enseñanza fue una semilla, que luego regó abundamentemente otro gran profesor, D. José Beltrán de Heredia. El primero despertó el interés por el Derecho en quien no lo tenía y estructuró su visión completa y general del ordenamiento y de la utilidad social de su sola existencia (en quien tenía claras tendencias anarquistas y rechazaba ab initio cualquier imposición por una rebeldía irreprimible frente a todo); el segundo contagió una pasión por el Derecho privado (y especialmente por el Derecho civil, que es el que da solución a las relaciones básicas de convivencia entre las personas, para mí siempre el Derecho “de verdad”) a una alumna que le escuchaba admirada disertar con euridición horas y horas. Mi agradecimiento y mi admiración siempre estará con ellos.
(III) Sin que hubiéramos dado nada en particular sobre el aforismo romano y sin que hubiera por tanto ni cinco líneas que “reproducir” sobre él, recuerdo que me puse a escribir…. y tomando de todo lo que había ido estudiando en todas las asignaturas de primero de carrera (tanto Natural, como Historia del Derecho, como Político como, por supuesto, Derecho romano), comencé a escribir, y las palabras me nacieron como fluían las fuentes del manadero u hontanar (expresión muy querida y repetida por D. Juan), y cayeron sobre el papel en blanco como los derechos reales se construyeron sobre los fundos. Ideas y conceptos ligados sin parar para expresar de un lado el rigor del Derecho como sistema a respetar entre los miembros de una comunidad para garantizar el derecho subjetivo de todos, pero para expresar también como ese rigorismo en todas las épocas de la Historia (y más aún debe ser así en épocas atrozmente positivistas como la preente) acababa siempre flexibilizado por el sentido de la justicia (como Jurisprudencia -divinarum adque humanorum rerum notitia, iusti adque iniuisti scientia- que acababa modulando a la realidad la letra de la ley en todo tiempo y lugar), superándose así la pura letra de la ley dura por su interpretación conforme a principios generales, por la influencia del humanismo y la necesidad de establecer un Derecho común para todos que no reservara el Derecho a los ciudadanos romanos, por el desarrollo del ius gentium ya en Roma, y del Derecho Natural después por los juristas cristianos. La lectura y las ideas de “El espíritu del Derecho Romano”, que nos recomendó leer y yo leí, habían penetrado no en mi memoria sino en mi razonamiento, y fluían a través de expresiones no aprendidas que se iban volcando sobre el papel.
Y es que después de un curso de Derecho Romano con D. Juan Iglesias quienes le escuchamos durante ese año eramos ya embriones de juristas, aún sin saberlo (no puedo decir lo mismo de mis profesores de Político y Derecho Natural, por ejemplo, que no contribuyeron especialmente a ello).
Sólo crucé con él, fuera de escucharle, un puñado de palabras. Pero siempre me consideré afortunada por haber sido iniciada al Derecho por semejante profesor. Su enseñanza fue una semilla, que luego regó abundamentemente otro gran profesor, D. José Beltrán de Heredia. El primero despertó el interés por el Derecho en quien no lo tenía y estructuró su visión completa y general del ordenamiento y de la utilidad social de su sola existencia (en quien tenía claras tendencias anarquistas y rechazaba ab initio cualquier imposición por una rebeldía irreprimible frente a todo); el segundo contagió una pasión por el Derecho privado (y especialmente por el Derecho civil, que es el que da solución a las relaciones básicas de convivencia entre las personas, para mí siempre el Derecho “de verdad”) a una alumna que le escuchaba admirada disertar con euridición horas y horas. Mi agradecimiento y mi admiración siempre estará con ellos.
(y IV) Acabo de entrar en la página web que indicábais de D. Juan. La primera impresión, el golpe a la memoria, una fotografía que -como casi todas las que aparecen en esa página- inmediatamente te lo trae de nuevo a la vida, reconociendo esa mirada inteligente y profunda que tenía pero sobre todo esa expresión apacible y bondadosa que inmediatamente te permitía sentir que D. Juan podría ser un jurista, un humanista y un sabio, pero por sobre todo era un hombre bueno, con una bondad que rebosaba aún más cuando expresaba sus ideas.
La segunda, cómo el título de sus obras (y el de los artículos, que no conocía, cada vez más “intencionados” según iba decantando el Derecho mismo a través de la ensañanza del Derecho Romano) revelaba profundamente los vectores del Derecho mismo por encima del legislador de turno o de cualesquiera épocas. ¿Será que el jurista por definición construye el Derecho y defiende de la aplicación ciega de la ley positiva injusta a los conciudadanos? No se trata de la Escuela Libre del Derecho sino de que el Derecho tiene su propia existencia y orden interno, y cumple su propia finalidad aún a pesar de la intención del concreto legislador, y el jurista no puede evitar buscarlo e intentar la congruencia del sistema.
Os copio aquí unas palabras de Iglesias citadas en esa web, que viendo su fotografía me parecía escucharle pronunciarle como si fuera ayer:
“Me confesé siempre a ellos, a mis alumnos, como jurista que no va en busca y persecución de los conceptos, sino de lo que es bueno y justo, porque en eso consiste el Derecho. Les enseñé que el jurista que lo es de verdad no comete pecado de desarmonía. Un pecado que tiene por causa la falta de comprensión. Les dije una y mil veces, que para el jurista verdadero el problema del Derecho es un sólo y único problema: el de la realización de la justicia. Por fuera del problema queda todo lo demás”
PD.- He comprobado que en efecto era profesor de Derecho romano a los 18 años, aunque terminó la carrera bastante después de lo que os indiqué (nació durante la dictadura de Primo de Rivera y poco antes de la I Guerra Mundial, estudió, obviamente, algo después). También he comprobado que no se jubiló al año siguiente de darme clase sino en el año 1985. Y es que en efecto aún yo estudiaba la carrera y en ese año la Facultad se vió privada de muchos magníficos profesores, en particular de tres de los mejores que yo hasta entonces había tenido: D. Juan Iglesias, D. José Beltran de Heredia y Sánchez Agesta… En aquella facultad nos privaron por jubilación forzosa de los mejores y quedaron allí muchísimos mediocres que poco después serían quienes regirían los departamentos (bajo unos criterios generalmente nepóticos de amiguismo y “apoyos mutuos” que entonces yo sólo conocí allí y que luego en estos tiempos he visto que eran los que han venido ejerciendo el ejercicio del poder en los partidos políticos y en la alta estructura de la Administración y aún de la Justicia desde los 80).
(y IV) Acabo de entrar en la página web que indicábais de D. Juan. La primera impresión, el golpe a la memoria, una fotografía que -como casi todas las que aparecen en esa página- inmediatamente te lo trae de nuevo a la vida, reconociendo esa mirada inteligente y profunda que tenía pero sobre todo esa expresión apacible y bondadosa que inmediatamente te permitía sentir que D. Juan podría ser un jurista, un humanista y un sabio, pero por sobre todo era un hombre bueno, con una bondad que rebosaba aún más cuando expresaba sus ideas.
La segunda, cómo el título de sus obras (y el de los artículos, que no conocía, cada vez más “intencionados” según iba decantando el Derecho mismo a través de la ensañanza del Derecho Romano) revelaba profundamente los vectores del Derecho mismo por encima del legislador de turno o de cualesquiera épocas. ¿Será que el jurista por definición construye el Derecho y defiende de la aplicación ciega de la ley positiva injusta a los conciudadanos? No se trata de la Escuela Libre del Derecho sino de que el Derecho tiene su propia existencia y orden interno, y cumple su propia finalidad aún a pesar de la intención del concreto legislador, y el jurista no puede evitar buscarlo e intentar la congruencia del sistema.
Os copio aquí unas palabras de Iglesias citadas en esa web, que viendo su fotografía me parecía escucharle pronunciarle como si fuera ayer:
“Me confesé siempre a ellos, a mis alumnos, como jurista que no va en busca y persecución de los conceptos, sino de lo que es bueno y justo, porque en eso consiste el Derecho. Les enseñé que el jurista que lo es de verdad no comete pecado de desarmonía. Un pecado que tiene por causa la falta de comprensión. Les dije una y mil veces, que para el jurista verdadero el problema del Derecho es un sólo y único problema: el de la realización de la justicia. Por fuera del problema queda todo lo demás”
PD.- He comprobado que en efecto era profesor de Derecho romano a los 18 años, aunque terminó la carrera bastante después de lo que os indiqué (nació durante la dictadura de Primo de Rivera y poco antes de la I Guerra Mundial, estudió, obviamente, algo después). También he comprobado que no se jubiló al año siguiente de darme clase sino en el año 1985. Y es que en efecto aún yo estudiaba la carrera y en ese año la Facultad se vió privada de muchos magníficos profesores, en particular de tres de los mejores que yo hasta entonces había tenido: D. Juan Iglesias, D. José Beltran de Heredia y Sánchez Agesta… En aquella facultad nos privaron por jubilación forzosa de los mejores y quedaron allí muchísimos mediocres que poco después serían quienes regirían los departamentos (bajo unos criterios generalmente nepóticos de amiguismo y “apoyos mutuos” que entonces yo sólo conocí allí y que luego en estos tiempos he visto que eran los que han venido ejerciendo el ejercicio del poder en los partidos políticos y en la alta estructura de la Administración y aún de la Justicia desde los 80).
Recién llegado de Italia entro en el Blog para ver los últimos posts, jugosos, pero también encuentro el comentario de Elena, que debió ser compañera mía por el año de su primer curso. Sus comentarios superan mi párvulo post, claro y os dan una idea de como era este Maestro Complutense “injustamente expropiado de su Cátedra” por una Ley Injusta y que por dignitas no volvió a pisar la Facultad salvo en contadas ocasiones. La primera y única en un aula de clase, no en la Magna o en la Sala de Juntas – lo digo sin disimular el orgullo -para dictar la lección final a un grupo de alumnos “míos”. En esta época necesitamos ejemplos morales, leer a Shakespeare y a Plutarco, sí, pero mirar de cerca a quienes nos enseñaron Jurisprudencia. Gracias, Elena.
Nota necrológica de D Jose Manuel Pérz Prendes:
http://pendientedemigracion.ucm.es/info/kinesis/necrol.htm#1. RECUERDO PARA UN SABIO
Nota necrológica de D Jose Manuel Pérz Prendes:
http://pendientedemigracion.ucm.es/info/kinesis/necrol.htm#1. RECUERDO PARA UN SABIO