Como seguimos en verano, quiero recomendar la lectura de un libro que me ha resultado muy interesante y revelador: Laurence Rees, El oscuro carisma de Hitler. Cómo y por qué arrastró a millones al abismo, ed. Crítica, Barcelona, 2013. Algunos dirán que se trata de un periodo oscuro de la historia que es mejor olvidar, o que ya está muy estudiado. Pero la lectura del libro aporta al menos dos cosas: un análisis psicológico de cómo un personaje tímido y marginal pudo transformarse en un líder carismático que arrastró a la guerra más mortífera que se recuerda a un país que estaba en contra de ella (en agosto de 1939 antes de la invasión de Polonia el sentimiento antibélico de los alemanes, contrarios a una segunda guerra mundial, era abrumador); y nos revela también aspectos de su actuación y estrategia como candidato y como gobernante que pueden suponen importantes alertas para problemas que estamos viviendo en la actualidad. Para los aspectos psicológicos me remito a la lectura del libro, pero en un Blog como ¿Hay Derecho? creo que puede ser interesante detenernos un poco en algunas lecciones para impedir que ciertas situaciones puedan repetirse o vayan a mayores. Y es que contra lo que pudiera pensarse por algún observador bienintencionado existe más de una reminiscencia del nazismo en nuestra sociedad y políticas actuales, reminiscencias que podrían ir a más si no se atajan a tiempo. Para esto sirve mirar al pasado.
Vayamos por partes:
a) La (posible) influencia hitleriana en algunas prácticas políticas y de gobierno
Quien inventó las campañas electorales maratonianas con viajes en avión y mítines cara a cara en múltiples pueblos y ciudades fue Joseph Goebbels en 1932. Lo hizo en la campaña por la presidencia que enfrentó a Hitler contra Hinderburg. Igualmente la escenografía y la utilización de carteles con la cara del candidato, y otras técnicas de mercadotecnia política vienen de ahí (L Rees: 64). Hasta entonces, a los candidatos sólo se les veía en noticiarios en el cine o se les leía en periódicos. Teniendo en cuenta que el objetivo de Goebbels era claramente el de manipular a las masas, y sustituir el juicio crítico por las impresiones sensoriales, ¿no sería tal vez el momento de volver a campañas más austeras y sobrias? Hoy además contamos con la televisión y las redes sociales. Esto no sólo ahorraría tentaciones a la financiación ilegal de los partidos políticos, sino además afectaría al perfil del candidato (más fondo, menos forma) y humanizaría la política.
Otra técnica que proviene del nazismo y que sobrevive en la actualidad en algunos gobernantes es la tendencia a puentear a los ministros, consejeros o secretarios de estado, cuyo poder se quiere controlar o minimizar, despachando en su lugar directamente con sus subordinados. Hitler utilizó esta técnica, en uno de sus primeros gobiernos, con Alfred Hugenberg, Ministro de Economía, Alimentos y Agricultura y lorepetiría muchas veces más en el fututo (L. Rees: 84).
Del mismo modo, otra actitud que se observa en la actualidad es que el líder político pide objetivos imposibles a sus colaboradores y que estos compiten por otorgar “como sea” los deseos del líder. Esto es lo que hizo Hitler, de forma cada vez más intensa, conforme avanzaba la guerra (por ejemplo a Heinz Guderian le pidió que llevara su ejército a 320 km al este de Moscú desconociendo o considerando irrelevante la realidad del terreno) o realizando peticiones logísticas imposibles. Esta negación de la realidad acabó por provocar su derrota, así como la enfermedad, depresión, locura y el suicidio de varios de sus generales (como Udet, el jefe de equipo de la Lutwaffe), algunos de los cuales eran mariscales de campo con muchos años de experiencia y heridas de guerra a sus espaldas (p. 217). La tendencia era entonces y es ahora la de rodearse de colaboradores cada vez más aduladores (“Síndrome de la Moncloa) y con menos ideas propias y personalidad. Esto es lo que pasó al final de la guerra y determinó que el fracaso fuera total y humillante para Alemania (p. 240). Hitler era un líder que escuchaba poco o nada. Presumía de seguir sus instintos y “no” leer los informes y memorandos que les pasaban sus colaboradores (p. 107).
Por último, los nazis perdieron también la guerra porque no tenían ni tiempo, ni recursos, ni intención de innovar. Mientras los aliados mejoraban sus técnicas de contraespionaje (e.g. descifrando el sistema “Enigma”), sus sistemas de radares, o las comunicaciones, los alemanes seguían confiando especialmente en la superior capacidad de visión de su líder carismático (p. 246). En muchos gobiernos y muchasempresas, pasa hoy lo mismo.
b) La (posible) influencia hitleriana en la estrategia nacionalista
Más allá de que sea políticamente correcto o no el plantearlo, siendo Hitler el dirigente nacionalista por excelencia resulta lógico que se encuentren más de una similitud con la actitud y estrategia de los líderes de los partidos nacionalistas tanto en Cataluña como el País Vasco, pues comparten al menos un objetivo común: cambiar la sociedad para que el sentimiento nacionalista sea asumido por todos y con la mayor intensidad posible.
Lo primero que hizo el nazismo fue instrumentalizar la educación (atacando así el frente más vulnerable: los niños y los adolescentes) al servicio de la causa, glorificando el pasado del Reich y sus héroes, así como la superioridad de la raza aria. En este sentido, conviene recordar que fueron los partidos nacionalistas vascos y catalanes los que no quisieron que se restablecieran los Estatutos de autonomía aprobados en la República (verdadera causa del “café para todos”) porque no transferían la educación a Cataluña y País Vasco, tal como sí hicieron los nuevos Estatutos: necesitaban tener la competencia de la educación si querían cambar la sociedad y convencer a los remisos a una aventura secesionista. Esta ha sido de hecho la estrategia (confesada en privado por Pujol): ir ganando poco a poco nuevos apoyos “a la causa”, ante la mirada complaciente de los gobiernos “de Madrid”, a través de una educación ideologizada que ensalzara un imaginado pasado glorioso de cada territorio, así como unos medios de comunicación y de promoción cultural subvencionados y controlados por el poder local de turno.
Hitler escribía en el Mein Kampf sobre la importancia de los enemigos. Para él, sedebían combinar varios enemigos en uno solo para que los ojos de las masas pudieran concentrar su visión en un solo objetivo: ”esto fortalece su fe en sus derechos y acentúa su enconamiento contra quienes los atacan” (citado en p. 99). Hitler intentó crear un único enemigo (la confabulación judeo-bolchevique) resultado de unir al comunismo y los judíos. Los nuevos nacionalistas han encontrado en “el gobierno de Madrid” ese enemigo responsable de todos los males. Y se tacha de ajeno, traidor o colaboracionista a todo lo que suene a español, o a España y su historia.
También es revelador a este respecto cómo se trataba a los judíos: con perjuicio psicológico, insultos y ostracismo, causando un estado de miedo permanente (p. 100). En la cuestión judía Hitler expuso su estrategia en 1937 ante líderes nazis: “Mi máxima preocupación siempre es evitar dar un paso del que más tarde pueda arrepentirme y no tomar ninguna medida que pueda perjudicarnos en ningún sentido. Deben comprender que siempre voy lo más lejos que puedo, pero no más. Es vital poseer un sexto sentido que te diga: ¿Qué puedo hacer todavía? ¿Qué no puedo hacer?” (p. 125). Es decir, el nazismo fue en su estrategia contra los judíos paso a paso, lo que hizo que muchos ingenuos pensaran que no se atreverían a traspasar determinadas barreras. Cuando lo hicieron ya era muy tarde para pararlos. Aquí, hemos asistido a una presión creciente sobre amplias capas de la población para que opten entre el exilio y el “acomodamiento”. No hemos tenido cámaras de gas, pero sí hemos tenido cartas bombas, bombas lapa, tiro en la nuca o en las piernas. Se puede decir que esa violencia y estrategia de terror no ha sido en nuestro caso institucional, no ha tenido origen en instancias oficiales. Pero también es verdad que desde esas instancias y desde el mundo nacionalista no ha habido suficiente reacción, y que se ha menospreciado y tratado de hacer invisibles a las víctimas. El conocido comentario de Arzallus sobre el árbol y las nueces es muy significativo.
El objetivo de aislar al disidente requiere sembrar la cizaña en la sociedad, entre vecinos e incluso dentro de la misma familia, con una estrategia de endurecer el corazón de sus correligionarios, trasladando poco a poco la idea de que “los que no son como nosotros son inferiores y por ello merecen lo que les pasa” (ver, p. 153). Es una estrategia de deshumanizar al no nacionalista, considerándolo no adversario, sino enemigo interno y traidor. El asalto creciente a sedes de Ciudadanos en Cataluña es muy significativo. Hitler usó esa estrategia frente a los judíos, y también sino sobre todo frente a los pueblos eslavos y rusos a los que se consideraba subhumanos, y a los que por tanto se podía destruir y matar sin compasión. Lo malo es que mucha gente tiende a creer lo que dice la propaganda porque es más cómodo que pensar por sí mismo y enfrentarse a la mayoría.
Por último, cuando se trata de atraer al mayor número posible de adeptos a la causa nacionalista es importante no dar muchos detalles sobre cómo será el supuesto nuevo mundo feliz. Decía a este respecto Joseph Goebbels el 5 de abril de 1940, en una reunión confidencial con la prensa alemana: “Si alguien os pregunta hoy en día cómo concebimos la nueva Europa, tenemos que decir que no lo sabemos. Está claro que tenemos una idea. Pero si la expresamos con palabras, eso creará enemigos al instante e incrementará la resistencia…. Hoy decimos “Lebensraum”. Cada cual puede imaginarse lo que quiera. Sabremos lo que queremos cuando llegue el momento” (p. 194). “Lebensraum”, o “el sueño catalán o vasco” donde todo será bello, no habrá ya paro ni corrupción, ni déficit o deuda, todos serán felices sin españolistas que molesten, pues se habrán convencido o marchado. Pero ¿cómo sucederá ese milagro? ¿Qué precio habrá que pagar? (pues en la vida todo tiene un precio). Eso se omite. Lo importante es sumar el mayor número de gente al proyecto, lo otro vendrá después, cuando ya no haya marcha atrás.
El nacismo no fue propiamente un partido político sino un “movimiento” con componentes irracionalistas y tintes pseudoreligiosos. Se ofrecía a millones de ciudadanos perdidos y deprimidos, en un momento de fuerte crisis económica, política y espiritual (¡como hoy!), un sentido a sus vidas: luchar por un ideal que superara el valor de uno mismo a través de ensalzar supertenencia a una comunidad “nacional” que se pretendía superior a las demás. Pero con esta concepción es inevitable caer en el fanatismo y en los excesos, con nefastas consecuencias. Los experimentos de manipular emociones sin evaluar las consecuencias suelen provocar funestos resultados…, cuando es ya demasiado tarde para repararlos.