La sucesión: una oportunidad para las reformas y para la esperanza
Ante el nuevo escenario planteado por el resultado de las elecciones europeas en el que la ciudadanía ha manifestado su disconformidad con la evolución económica y social de la sociedad española mediante un cambio trascendente en la orientación de su voto y, mientras el PSOE sigue inmerso en su laberinto y el Partido Popular, aparentemente se atrinchera en el discurso del “aquí no ha pasado nada”, la Corona ha vuelto a reaccionar con los reflejos para valorar las oportunidades cruciales que en su día la caracterizaron. Así, mientras el Rey da un paso atrás, la institución que representa ha dado un paso adelante.
Seguro que recordando las palabras pronunciadas por su propio padre cuando, a su vez, renunció a sus derechos, en contra de lo que parecían ser sus iniciales intenciones y asumiendo lo que a todas luces puede considerarse un gran sacrificio personal, el Rey ha decidido abdicar la Corona de España a favor de su hijo Felipe. Puede afirmarse sin ambages que en nuestro país ha concluido un periodo histórico y que a partir de ahora se inicia otro.
Mirando la vista atrás, y sin perjuicio de que en el ámbito social no son posibles las utopías perfectas, nadie puede negar sin caer en la más ramplona demagogia que durante estos últimos treinta y nueve años en el marco de la monarquía constitucional encarnada por Don Juan Carlos I, España ha vivido “un largo periodo de paz, libertad, estabilidad y progreso”. Ese mérito por mucho que se intente desvirtuar ahora por determinados sectores ya solo queda pendiente del juicio de la historia.
Sin embargo, cuando como es el caso, la sociedad se enfrenta a una crisis política, institucional, ética, económica como a la que ahora afecta a España, el mero recuerdo de logros pasados pesan poco a la hora de legitimar una forma política de Estado como es la monarquía constitucional. Efectivamente, aún resuenan los ecos de las palabras de nuestro monarca cuando ya se alzan no pocas voces proclamando un cambio de régimen y se convocan manifestaciones en la Puerta del Sol, rememorando otros momentos históricos cuya repetición debería intentar eludirse.
Debatir acerca de qué forma política de gobierno es, en teoría, mejor para una sociedad, es algo tan antiguo como estéril. Podemos remitirnos, cuando menos hasta Aristóteles y anda que no ha llovido desde entonces. Monarquía y republica se han ido alterando a lo largo de los tiempos y en su seno se han podido desarrollar indiferenciadamente -siguiendo la primigenia clasificación aristotélica-, tanto formas puras de gobierno como tiranías, oligarquías y demagogias varias. Así, mientras unos podrán mentar con razón al decimonónico Fernando VII como ejemplo de monarca despótico, otros podrían recordar no menos verazmente las milenarias y sangrientas proscripciones de Sila en la república de Roma o que Adolf Hitler, perdón por no poder resistirme a citar este ejemplo, comenzó por ser un lustroso primer ministro de la República de Weimar elegido en unas elecciones democráticas.
Del mismo modo, ambas formas de gobierno admiten numerosas variantes y modalidades intermedias. Así, en la historia reciente podemos encontrar democracias republicanas que mediante el recurso a las ampliaciones sucesivas de mandatos se convierten en una suerte de monarquías electivas (por ejemplo, la Venezuela bolivariana de Chávez), o repúblicas nominales en las que la Presidencia se hereda de padres a hijos (Corea del Norte, Siria…). Desde otro enfoque, también podría alegarse que con nuestra monarquía constitucional, siguiendo una dialéctica hegeliana, bien pudiera haberse conseguido alcanzar la síntesis de ese histórico conflicto entre monarquía y república en el que se habrían logrado combinar lo mejor del modelo aristocrático con el democrático.
En cualquier caso, para afrontar la cuestión en estos momentos, a mi juicio, la mejor postura debería partir de abandonar prejuicios y recurrir a una solución práctica que nos permita avanzar en una senda de desarrollo en vez de internarnos en una espiral autodestructiva. En ese sentido, consideramos que la opción contenida en la Constitución de 1978 optando por una monarquía constitucional pretendió –y en buena medida lo consiguió- aunar a las características propias de un sistema democrático la garantía de estabilidad que ofrece la existencia de un poder moderador que trasciende la confrontación política diaria de los partidos políticos. Ese poder moderador lo tenemos en la Corona como institución, e intentar prescindir de él, cuando más necesario es encontrar un ámbito que trascienda la lucha entre los partidos, parece poco útil. También desde el punto de vista de la cuestión territorial, la monarquía es útil como elemento aglutinador de la unidad nacional al constituir un “símbolo de la unidad y permanencia” del Estado.
Pero no es menos cierto, que la evolución de la crisis entendida en sentido amplio y la pésima gestión con la que hasta ahora se le ha hecho frente: haciendo recaer el peso de la misma en las clases medias, incrementando las desigualdades hasta extremos no recordados y, menoscabando el Estado de Derecho, favoreciendo la percepción de que existen “castas” económicas y políticas que se consideran por encima de la población, ha provocado que existen razones suficientes para que, no solo la opinión pública, sino también las masas normalmente alejadas del debate político se cuestionen la razón de ser de nuestras instituciones políticas y reclamen un cambio sustancial en las mismas, dejándose llevar muchos de ellos por opciones radicales y demagógicas, tan atractivas y fáciles de exponer por un buen comunicador, como inviables en la práctica.
Esta situación hace necesario abordar un periodo de profundas reformas institucionales que restablezcan la eficacia del Estado de Derecho, la independencia de los poderes del Estado, que garanticen una equitativo reparto de la riqueza y que cierre de una vez por todas nuestro modelo territorial, de manera que con ellas pueda renovarse la confianza y el respeto entre el pueblo y sus dirigentes. Para ello, probablemente sea preciso afrontar una reforma constitucional que habría de ser aprobada en un nuevo referéndum nacional, el cual volvería a renovar la imprescindible legitimidad de nuestro sistema político durante esta etapa que iniciamos.
Aunque las circunstancias sean algo diferentes, ahora igual que hace casi cuarenta años, el papel de liderazgo del sucesor de la Corona, como nuevo Jefe del Estado en este proceso, y siempre dentro de lo que son sus funciones constitucionales, será determinante para que esas reformas lleguen a buen puerto y sean entendidas y refrendadas por una mayoría suficiente y permitan que durante el próximo reinado volvamos a repetir un nuevo periodo de “paz, libertad, estabilidad y progreso”. No va a ser fácil pues, puede que Don Felipe tenga aún menos capacidad de maniobra que su padre entonces, pero con sabiduría, habilidad, arrojo y firmeza no es tarea imposible. Seguro que tampoco estará solo en el intento. Todos, sin excepción, nos jugamos mucho en este empeño. No solo nuestro futuro, también el de nuestros hijos.
Abogado. Licenciado en Derecho y en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, pertenece, por oposición al Cuerpo Superior de Letrados de la Administración de la Seguridad Social, y a la Escala de Letrados de la Xunta de Galicia. Ha participado como autor o coautor en más de una treintena de publicaciones jurídicas entre monografías, artículos y obras colectivas. Desde el año 2005 es Académico correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.
Solo con lo que nos hemos gastado en la educación del Príncipe, lo menos que podemos hacer es darle la oportunidad de demostrar si ha servido para algo. Lo contrario sería derroche. Este país debe ser capaz de huir de los bandazos y excesos que han caracterizado su historia. Citando a Pujol: “ahora hablar de República no toca”, sino de hacer reformas como dice el autor del post. Ahora bien, creo que nadie duda (ni siquiera el propio Príncipe) que la monarquía es una institución que indefectible está llamada a desaparecer, que puede reinar él y tal vez su hija, pero poco más. Pero entonces, cuando toque podemos aspirar a hacer y plantear un cambio tranquilo y pactado, conforme a la legalidad vigente, teniendo preparada la alternativa. En tiempos de turbación no hacer mudanza, no vaya a ser que ahora se hable tanto de monarquía-república, que nos olvidemos de los problemas reales que tiene España.
Solo con lo que nos hemos gastado en la educación del Príncipe, lo menos que podemos hacer es darle la oportunidad de demostrar si ha servido para algo. Lo contrario sería derroche. Este país debe ser capaz de huir de los bandazos y excesos que han caracterizado su historia. Citando a Pujol: “ahora hablar de República no toca”, sino de hacer reformas como dice el autor del post. Ahora bien, creo que nadie duda (ni siquiera el propio Príncipe) que la monarquía es una institución que indefectible está llamada a desaparecer, que puede reinar él y tal vez su hija, pero poco más. Pero entonces, cuando toque podemos aspirar a hacer y plantear un cambio tranquilo y pactado, conforme a la legalidad vigente, teniendo preparada la alternativa. En tiempos de turbación no hacer mudanza, no vaya a ser que ahora se hable tanto de monarquía-república, que nos olvidemos de los problemas reales que tiene España.
No, ahora no toca. España tiene graves problemas que solucionar, como para enfrentarse al dilema monarquía-república. Hemos vivido casi cuarenta años de estabilidad democrática, el más largo de nuestra historia. Las reformas institucionales son necesarias más que nunca, pero en el marco democrático y constitucional. El Rey se ha dado cuenta de ello y ha querido pregonar con el ejemplo. Ha sido una actitud valiente y honrosa, digna de una persona al servicio de España y no al de sus propios intereses, muy por encima de la confrontación política a la que estamos acostumbrados.
Deberíamos aprender que, con el tiempo, las cosas necesitan reforma, porque si no se quedan obsoletas y se pueden romper. Pero de ahí a tirarlo y comprarse algo nuevo sin aprovechar lo antiguo hay una gran diferencia.
No, ahora no toca. España tiene graves problemas que solucionar, como para enfrentarse al dilema monarquía-república. Hemos vivido casi cuarenta años de estabilidad democrática, el más largo de nuestra historia. Las reformas institucionales son necesarias más que nunca, pero en el marco democrático y constitucional. El Rey se ha dado cuenta de ello y ha querido pregonar con el ejemplo. Ha sido una actitud valiente y honrosa, digna de una persona al servicio de España y no al de sus propios intereses, muy por encima de la confrontación política a la que estamos acostumbrados.
Deberíamos aprender que, con el tiempo, las cosas necesitan reforma, porque si no se quedan obsoletas y se pueden romper. Pero de ahí a tirarlo y comprarse algo nuevo sin aprovechar lo antiguo hay una gran diferencia.
D. José Luis Carralero dejó este post en un comentario de 2/06 al post interpretando los resultados de las elecciones europeas: “No es por fastidiar. Pero hagamos una lectura histórica: 1931, concurren juntos republicanos y socialistas (¿no sumaban estas dos fuerzas que se dirigían a electorados distintos?), ganan las elecciones; 1933, los republicanos y socialistas se presentan separados y las derechas unidas, ganan las derechas (¿no había dentro de la CEDA un poco de todo); últimas elecciones de la II república, se forma el frente popular, ganan las izquierdas. Meses antes de la guerra civil, el partido socialista roto en tres facciones, anarquistas enfrentados con comunistas, nacionalistas a aprovechar la debilidad y división para proclamar la independencia…, ganan los golpistas.
Hay muchas lecciones a sacar de esa época, pero parece que los gurús con el ego engolado están más preocupados en proteger sillones que en ganar elecciones. El país está en una crisis muy profunda, nos enfrentamos a una casta podrida, un populismo secesionista, y otro radical bolivariano, y las pocas fuerzas decentes que quedan están más preocupadas en destacar lo que les separa (“yo soy mejor que tú”) que lo que les une ¡Y todavía se extrañan que elección tras elección ganen apoyos los que insisten en la diferencia!, pero si hacen lo mismo…”
Me parece que aquí va de perlas y le pido perdón por citarle. Ahora va a ser que hay que hacer una segunda transición o reformarlo todo en vez de aplicar rectamente la Constitución que tenemos y reformarla parcialmente en lo que sea necesario para mejorar la convivencia. Los países que no aprenden de su Historia están condenados a repetirla. Con todo lo que aprecio y respeto al Sr. Pérez Gómez,sigo discrepando de estas lecturas y lo que me tiene sinceramente preocupado, como a Grisolía que algo más que yo sabe, es lo que veo y leo tras la abdicación de S.M. El Rey. Los moderados dando pábulo a los radicales. Va a ser exilio, en vez de melancolía…y si no, al tiempo.
Estimado Jesús, creo que no has entendido bien, en el artículo no se defiende que haya de cambiarse todo, al contrario pero desde luego, al margen de otras reformas -sobretodo de comportamientos-, si que consdiero oportuno hacer una revisión de nuestra Constitución y dado lo rígida que es, a poco alcance que tenga la reforma va a ser necesaria que se apruebe en referendum, lo que en si mismo no es malo, pues su aprobación revalidaría la legitimidad del sucesor para todo su reinado.
Ufff, pues yo la sucesión en estos momentos la veo crítica. Y la veo crítica porque el momento es convulso para el estado de derecho.
Me extraña mucho la ausencia de comentarios sobre un tema preocupante, los desafíos soberanistas desde Cataluña, que lanzan mensajes peligrosos para el estado de derecho con consecuencias y ejemplos nefastas. Me explico.
La postura del señor Mas es la de incumplir la ley, o al menos amenazar con hacerlo, para la consecución de sus fines políticos. Este mensaje desde partidos tradicionalmente más rupturistas no sería tan grave, pero desde un partido nacionalista con cierto sentido de estado y presuntamente moderado es muy preocupante, pues azuza las ascuas que están menos centradas legitimando la deslegitimación de la ley, pilar básico de nuestra convivencia.
La consecuencia más inmediata la tenemos en el episodio de Sants, donde el empleo de la violencia para saltarse la ley ha sido recompensado para más inri. Si el mandatario es el primero en desafiar la ley cuando le conviene, por qué el resto de la ciudadanía debe cumplir? El problema aquí es el añadido de la violencia como medio y la cesión al chantaje, mal mensaje para la sociedad que veremos cuánto tiempo tarda en replicarse.
Pero que no parezca ésta es la causa de todos los males, la corrupción e impunidad de la necesariamente ejemplar clase política ha abonado el terreno previamente desde otros frentes, el episodio mencionado sólo es la agudización y la puesta de manifiesto un mismo problema con el agravante del chantaje de la violencia.
Así que, en estas circunstancias, no sé si hablar de fin de ciclo de la transición, si de momento de la esperanza o de qué, eso el tiempo lo dirá. Lo que está claro es que la sucesión se produce en un momento de especial gravedad y con muchas dificultades venideras. Esperemos que aporte estabilidad, porque hace falta más que nunca…
Ufff, pues yo la sucesión en estos momentos la veo crítica. Y la veo crítica porque el momento es convulso para el estado de derecho.
Me extraña mucho la ausencia de comentarios sobre un tema preocupante, los desafíos soberanistas desde Cataluña, que lanzan mensajes peligrosos para el estado de derecho con consecuencias y ejemplos nefastas. Me explico.
La postura del señor Mas es la de incumplir la ley, o al menos amenazar con hacerlo, para la consecución de sus fines políticos. Este mensaje desde partidos tradicionalmente más rupturistas no sería tan grave, pero desde un partido nacionalista con cierto sentido de estado y presuntamente moderado es muy preocupante, pues azuza las ascuas que están menos centradas legitimando la deslegitimación de la ley, pilar básico de nuestra convivencia.
La consecuencia más inmediata la tenemos en el episodio de Sants, donde el empleo de la violencia para saltarse la ley ha sido recompensado para más inri. Si el mandatario es el primero en desafiar la ley cuando le conviene, por qué el resto de la ciudadanía debe cumplir? El problema aquí es el añadido de la violencia como medio y la cesión al chantaje, mal mensaje para la sociedad que veremos cuánto tiempo tarda en replicarse.
Pero que no parezca ésta es la causa de todos los males, la corrupción e impunidad de la necesariamente ejemplar clase política ha abonado el terreno previamente desde otros frentes, el episodio mencionado sólo es la agudización y la puesta de manifiesto un mismo problema con el agravante del chantaje de la violencia.
Así que, en estas circunstancias, no sé si hablar de fin de ciclo de la transición, si de momento de la esperanza o de qué, eso el tiempo lo dirá. Lo que está claro es que la sucesión se produce en un momento de especial gravedad y con muchas dificultades venideras. Esperemos que aporte estabilidad, porque hace falta más que nunca…
Una precisión de orden histórico respecto al acceso de Adolfo Hitler a la cancillería alemana; y es que en contra de una creencia muy extendida en España no se hizo con el gobierno tras ganar unas elecciones.
En realidad nunca ganó unas elecciones, ni presidenciales, que perdió de modo aplastante ante Hindenburg, ni legislativas, en las que alcanzó buenos resultados, pero sin alcanzar mayoría suficiente para formar gobierno.
Su nombramiento como canciller llegó en un momento en el que el Partido Nacional Socialista se encontraba en quiebra, y los seguidores más radicales estaban abandonando sus filas para afiliarse en el Partido Comunista, y fue el resultado de un contubernio urdido por un politicastro llamado Franz von Papen, en el que participó Alfred Hugenberg, líder del Partido Nacional del Pueblo de Alemania, contando con la inestimable ayuda Oskar Hindenburg, hijo del presidente, que influyó decisivamente sobre su padre, muy disminuido en sus facultades mentales por aquel tiempo, enero de 1933, para nombrarle canciller, quien, mientras conservó su lucidez, había rechazado enérgicamente el acceso al gobierno de los nazis.
Hitler y su partido ganaron las elecciones tanto como las ha podido ganar ahora el PP y anteriormente el PSOE.
Su partido fue, por ejemplo, la primera fuerza en julio de 1932, con un 37% de los votos (que serían una victoria considerable para cualquier partido en España ahora mismo).
Ahm, un 37% a 16 puntos del segundo, una victoria clarísima.
Una precisión de orden histórico respecto al acceso de Adolfo Hitler a la cancillería alemana; y es que en contra de una creencia muy extendida en España no se hizo con el gobierno tras ganar unas elecciones.
En realidad nunca ganó unas elecciones, ni presidenciales, que perdió de modo aplastante ante Hindenburg, ni legislativas, en las que alcanzó buenos resultados, pero sin alcanzar mayoría suficiente para formar gobierno.
Su nombramiento como canciller llegó en un momento en el que el Partido Nacional Socialista se encontraba en quiebra, y los seguidores más radicales estaban abandonando sus filas para afiliarse en el Partido Comunista, y fue el resultado de un contubernio urdido por un politicastro llamado Franz von Papen, en el que participó Alfred Hugenberg, líder del Partido Nacional del Pueblo de Alemania, contando con la inestimable ayuda Oskar Hindenburg, hijo del presidente, que influyó decisivamente sobre su padre, muy disminuido en sus facultades mentales por aquel tiempo, enero de 1933, para nombrarle canciller, quien, mientras conservó su lucidez, había rechazado enérgicamente el acceso al gobierno de los nazis.
Soy republicano. A mí el Príncipe me cae bien; no así el padre, patriota de boquilla no por sus actos. El primer acto del Príncipe como Rey debería de ser convocar un referéndum sobre la monarquía. Sorprendería a todos y lo ganaría por amplia mayoría.
Soy republicano. A mí el Príncipe me cae bien; no así el padre, patriota de boquilla no por sus actos. El primer acto del Príncipe como Rey debería de ser convocar un referéndum sobre la monarquía. Sorprendería a todos y lo ganaría por amplia mayoría.
La sucesión es una buena oportunidad de ejercitar la transparencia. Ahora que se cesa de un cargo público, estaría bien, dando ejemplo a los españoles y por el interés general de España, que el Rey diese cuentas, de qué patrimonio tenía cuando accedió a la jefatura del Estado (como sucesor de Franco: 1975), y qué patrimonio tiene cuando deja tal cargo (2014). Como estanos seguros de que no tiene nada que ocultar y toda su gestión en la Casa Real ha sido regular, no creo que haya ningún inconveniente.
Voy a aprovechar el comedido artículo de D. José Mª Pérez para aportar el resumen de una reunión vespertina de hace un par de días en la que uno de los profesionales más veteranos de la Demoscopia española e internacional –actor muy relevante desde 1976– dijo lo siguiente según las notas que fui tomando.
Se trata del contexto en el cual se inserta lo que dice José Mª y los comentarios de lectores. y creo que es de interés para todos.
1. En 55 Países, –entre ellos todos los importantes, por supuesto– la opinión pública considera que los partidos políticos son el principal problema seguido en muchísimos de ellos por la corrupción. También es muy frecuente que la institución mejor valorada, dijo, sean las fuerzas armadas.
2. Los medios de comunicación de masas occidentales se agrupan en sólo 5 grandes grupos.
3. La valoración de líderes, en España, –especialmente PP y PSOE–, está en Caída libre no coyuntural, es decir los datos son de largo recorrido y acusada tendencia.
4. En estas elecciones sólo el 36% del Censo vota PP-PSOE. El hartazgo es de época y hay señales de que será duradero afectando a todos.
5. Al contertulio ponente le daba un “terror tremendo” (sic) que en estas condiciones se esté promoviendo la idea de que “Nos hagan otra constitución” (los mismos y con una opinión desarbolada y manipulada) y se pronunciaba a favor de reformas legislativas concretas como cambio de la ley electoral o retirada selectiva de alguna competencia a las autonomías.
6. La gente hoy no sigue “Partidos” sino “grupos –“clusters”–de ideas” que “no suelen coincidir en un solo partido”.
7. Se despidió con Tres frases de cierre.
–“Es tiempo de Grandes Cambios”
–“Se prevén regímenes autoritarios”
–“Los nombres modifican la realidad”
Buenas noches.