Muchas más víctimas en el ataque a Charlie Hebdo

La importancia de la libertad de expresión no reside en el valor del contenido concreto cuya difusión protege.

Ese contenido puede ser, según el criterio de cada uno, de un valor informativo indiscutible (“el barril de Brent ha caído hasta los 20 dolares”, “E=mc2”) o más bien relativo (“José Kiko desmiente los rumores de ruptura con Lucía, aunque ya veremos”); y puede gustarnos más o menos; o incluso resultarnos ofensivo (“no será el Papa el que sale dibujado de esa manera, ¿no?’”).

Pero en casi cualquier caso (todo tiene límites), las libertades de expresión y de información protegerán la difusión de un contenido, como también protegerán el derecho del público a acceder al mismo, sin entrar a enjuiciar su valor específico.

Porque la verdadera importancia de la libertad de expresión reside en reservarnos a cada uno de los miembros de la sociedad, según nuestro propio e individual criterio, la decisión de aprovechar o no lo que se nos ofrece (“cambia, cariño, que ya no soporto un segundo más la palabrería de ese cretino”), de creer o no lo que se nos dice (“si, por supuesto que este chaval trabajaba para el CNI, cómo no”) o incluso de discutirlo (“ya, casas para todos…¿y con qué dinero piensa cumplir esa promesa?”); impidiendo que otros (el estado, la Generalitat, un integrista islámico, un hacker norcoreano) nos arrebaten esa elección.

A mí me importa impedir que me arrebaten esa elección. No quiero que mi hija crezca idiotizada por los reality shows, pero me aterra infinitamente más que crezca privada de la oportunidad de desarrollar su propio criterio. Preferiré que ese criterio sea lo más sano posible, pero en todo caso lo más insano sería que no lo pudiese desarrollar.

Me importa. No he seguido ni leído jamás la revista Charlie Hebdo (que no pueda leer ni hablar el francés más que para pedir un croissant tiene algo que ver con ello, supongo). Pero algo he podido ver en la prensa estos días. Y conozco bien otras revistas similares que se publican en nuestro país y que con el tiempo me han acabado resultando banales, simplistas, incluso manipuladoras, y, frecuentemente, ofensivas. Me da el pálpito de que, de haber sido lector de Charlie Hebdo, como en su día lo fui de esas otras revistas, hubiera acabado por dejar de comprarla. Es más que probable que sus caricaturas me resultasen de mal gusto. Pero en todo caso, y por mucho que así fuese, es mi elección y no aprecio que me la arrebaten. Tener la elección de decir que no quiero algo es igual de importante que poder elegir lo contrario.

También a la sociedad le importa que sus miembros dispongan de esa libertad de elección, elijan como elijan (o aunque muchos ni siquiera elijan). Es la exposición a todo tipo de expresiones, informaciones y opiniones la que nos permite desarrollar nuestro propio conocimiento; formarnos nuestras propias opiniones y hasta las creencias conforme a las que participamos en la sociedad a través de los mecanismos que la democracia nos ofrece. En ocasiones estas expresiones, informaciones u opiniones nos resultarán convincentes o ciertas a pesar de ser contrarias a lo que hasta entonces creíamos; en otras ocasiones nos parecerán falsas o poco convincentes pero nos aportarán argumentos u otros puntos de vista a tener en cuenta (pequeñas gotas de verdad); en otras es precisamente la exposición a ideas contrarias lo que fortalecerá nuestras convicciones. Es éste el mercado de las ideas a qué se refería Oliver Wendell Holmes en Abrams v US, recogiendo el testigo del On Liberty de John Stuart Mill. Aquí reside la fortaleza de las sociedades democráticas y la base de su progreso. La libertad de expresión.

No es casualidad que sean precisamente aquellas sociedades dominadas por el temor a expresar ideas diferentes las que más estancadas y alejadas del progreso han quedado. No es casualidad que sea en ese tipo de regímenes en los que surgen animales cuyo concepto de la justicia incluye decapitar niños. La falta de libertad de expresión socava todo lo demás.

Por supuesto, la libertad de expresión no es absoluta; tiene límites como todo derecho (parafraseando al propio Oliver Wendell Holmes “tu derecho a sacudir tu propio brazo está limitado por la proximidad de mi barbilla”). Pero nuestras sociedades existen porque esa libertad existe y porque reducimos esos límites a aquellos que son estrictamente necesarios para mantenimiento de una sociedad democrática (como nos recuerda el artículo 10.2 del Convenio Europeo de Derechos Humanos); porque podemos pararnos en un kiosco de esquina de Montparnasse y escoger el último número de Charlie Hobde; o no.

Todos perdemos si nos quitan la libertad de acceder incluso a aquello que no nos gusta. Por eso todos somos víctimas del atentado. No tanto como quienes leen regularmente la revista; y por supuesto ni de lejos tanto como los por ahora 12 fallecidos del atentado. Pero todos somos víctimas. Todos somos Charlie.

Artículo de nuestra coeditora Elisa de la Nuez en Voz Pópuli: “España 1976/2015: Entre la reforma y la ruptura”

 

Acabo de terminar la lectura del libro de Plaza y Janés “La sombra de Suárez, Eduardo Navarro” que contiene las reflexiones o más bien memorias, hasta ahora inéditas, de un político procedente del Movimiento y que fue el autor intelectual de muchos los discursos más importantes de Adolfo Suarez durante la Transición. La impresión que produce es la de la admiración por la enorme tarea que unos pocos hombres –eso sí, con el apoyo de la mayoría de los españoles- llevaron a cabo en muy pocos años: básicamente la de desmontar la dictadura franquista dando paso a una democracia homologable con la de otros países de Europa. Lo más interesante es que esta labor se hizo básicamente por personas procedentes del Régimen franquista, y en un tiempo casi récord. Claro que probablemente de no haberse hecho así, con rapidez y decisión, no habríamos tenido una reforma desde dentro (el famoso “de la ley a la ley” de Torcuato Sánchez Miranda) de forma pacífica y consensuada con la oposición democrática sino algo muy distinto y de resultado mucho más incierto: la famosa “ruptura”. Creo que no está de más recordar en estos momentos lo bien que salió la Transición democrática pese a la complejidad de las circunstancias sociales, económicas y políticas en que tuvo lugar. Así lo entendieron los españoles de entonces, que premiaron a su principal responsable político, Adolfo Suarez, con un buen número de votos en las elecciones celebradas en 1977 primero y 1979 después.

Dicho eso, como tantas otras cosas en la vida, lo que estaba muy bien para hace casi 40 años puede resultar claramente insuficiente hoy. En todo caso, no parece razonable hacer lecturas del pasado en base a parámetros del presente. Esto equivaldría a considerar, por ejemplo, el parlamentarismo inglés del siglo XIX como limitado e insuficiente, entre otras cosas por estar fundado hasta casi finales de siglo en el sufragio censitario masculino. Sin duda es así desde una óptica actual, pero no es razonable desconocer que en su época era probablemente el sistema político más avanzado del mundo y así se consideraba por los pensadores y los ciudadanos de entonces. De la misma forma, la Transición española fue un éxito y no estaba nada claro en aquel momento que lo fuera a ser. Es importante de vez en cuando volver la vista atrás sin ira para darse cuenta de que las cosas no fueron fáciles, y de que el esfuerzo de generosidad y de altura de miras que hicieron entonces los españoles, empezando por muchos líderes políticos, no es ciertamente ni lo común ni lo esperable de la naturaleza humana.

Claro está que algunos dirigentes del Régimen –acuérdense de Arias Navarro- sno se enteraron nunca de nada hasta el final; su distancia con lo que se decía y se sentía en la calle era tal que no reconocían la realidad aunque la tuviesen delante de las narices. En ese sentido, nos recuerdan a algunas figuras políticas de hoy, que viven rodeadas de aduladores y palmeros y aislados del medio ambiente como si fueran “políticos-burbuja” cuando si hay una especie que no puede sobrevivir dentro de una burbuja es la de un político democrático.  De la misma forma, a algunos insignes procuradores en Cortes hubo que convencerles de que se hicieran el “hara-kiri” explicándoles que gente como ellos no tendrían ningún problema en ser elegidos por sus conciudadanos en unas elecciones libres. En todo caso, lo decisivo al final fue la sensatez y sobre todo la dignidad con la que se comportó el pueblo español.

Llegados a la fecha simbólica del 2015 (40 años desde la muerte de Franco) toca a otra generación política hacer un ejercicio parecido de generosidad y altura de miras, pero no está nada claro en estos momentos que sean capaces  primero de darse cuenta y segundo de llevarlo a cabo.  La generación política nacida de la Transición tiene que abrir paso a unos políticos nuevos con una forma nueva de hacer política y no olvidemos que no se trata solamente de una cuestión de edad: Susana Diaz o Soraya Saenz de Santa María son criaturas políticas de Griñán y Rajoy y herederas de las reglas de juego políticas vigentes hasta hoy.  En definitiva, esta generación tiene que ir haciendo mutis por el foro de forma tranquila y pausada, en beneficio de los intereses generales y de España en el medio plazo. La razón es que necesitamos urgentemente otra forma de hacer política que no esté basada en el clientelismo, la opacidad, la falta de democracia interna en los partidos, la corrupción o la ocupación de las instituciones. Si los partidos tradicionales no son capaces de verlo y de cambiar no solo de caras o de discurso lo más probable es que tomen la delantera partidos y políticos “rupturistas” que pretendan hacer tabla rasa, con el peligro que esto supone. En definitiva, casi 40 años más tarde volvemos a estar ante el mismo dilema: reforma o ruptura.

Lo curioso y lo que me hace concebir ciertas esperanzas que la situación es ahora la inversa que en el año 1976. Entonces faltaban ciudadanos conscientes de sus derechos –no podía haberlos después de tantos años de dictadura- pero no faltaban políticos con ganas de emprender la aventura, unos desde dentro y otros desde fuera. Como es sabido, la reforma política se hizo finalmente no solo desde dentro sino sobre todo “desde arriba” aunque con el apoyo mayoritario de los españoles. La Constitución, por ejemplo, se debatió poco en público: a los españoles les bastaba con tener una, siempre que fuera parecida a los de los países europeos democráticos. De la misma forma la organización territorial se diseñó de arriba abajo, dado que en la mayoría de las CCAA –salvo en las llamadas “históricas”- no existía un sentimiento regionalista y mucho menos nacionalista digno de tal nombre. De esta forma, los españoles no debatieron en público si era mejor tener solo tres CCAA históricas o si era mejor el café para todos. Los partidos políticos, por el mero hecho de existir y estar permitidos ya se consideraban un gran avance democrático, con independencia de su organización y funcionamiento interno, y sin duda lo fueron. El reconocimiento formal de libertades y derechos era también un paso fundamental. Pero sencillamente todo lo que entonces era un gran avance, ahora nos parece tan insuficiente como el sufragio censitario masculino desde la óptica del sufragio universal. Aunque conviene tener presente que sin el primero el segundo hubiera sido mucho más difícil de conseguir. En todo caso, parece más prudente construir sobre lo que ya tenemos aunque sea muy mejorable, que recomenzar desde cero. Si en 1976 salió bien con mucha más razón  tendría que salir bien en el 2016.

Flash Derecho: Nace HD Joven

Hace algún tiempo los editores del blog decidimos crear dos líneas de posts- Flash Derecho y ¡Ay, Derecho!- que pretendían dar cabida a otro tipo de comunicaciones más esporádicas pero con un mensaje diferenciado, urgente o irónico, según los casos. Ahora les anunciamos que estos mismos editores – ya en una edad difícil– hemos decidido que es necesario abrirse a otros segmentos de población a los que debe llegar también el mensaje regeneracionista y que, quizá, son más susceptibles de ser tentados por los cantos de sirena que predican la reforma del sistema desde fuera con atractivas protestas de integridad, honradez, coherencia y radicalidad.

No es que este blog no sea leído por gente joven –nos consta que sí- ni que únicamente hayan escrito en él añosos colaboradores –piensen en los exitosísimos posts de Lexuri Olabarriaga, Laura Venzal, Elena Gutiérrez Pérez, Chema Gonzalez-Gariletti, Miguel San Antonio y otros- pero consideramos que esta participación tiene que ser más sistemática y consistente, con un doble objetivo, uno expreso y otro solapado (aunque transparentemente expresado): por un lado, que en el blog se traten otros temas cuya existencia los editores, por nuestra ineluctable biografía, simplemente desconocemos o no damos la debida relevancia; por otro, que el blog y la Fundación, con sus mensajes habituales, lleguen también a personas que están formándose su criterio en temas clave. O sea, que gente más joven entre en el blog para leer sobre cuestiones que le interesa directa y perentoriamente y, con ese motivo, lean sobre otras cuestiones que si no les interesan ahora, les van a interesar seguro en el futuro, al menos en la acepción de “concernir” que tiene esta palabra. Agitprop regeneracionista, vamos.

Por supuesto, el nivel de los posts y su objetivo no podrán alejarse del general del blog: que transmitan ideas y opiniones, que se orienten a la defensa y reivindicación del Estado de Derecho, el establecimiento de la Justicia o la promoción de la ética en las actividades públicas y privadas (véase el “Acerca de” de esta página) y, por supuesto, que estén bien escritos. No pretendemos crear una sección de menor calidad, sino de contenido más amplio hecho por jóvenes pero para todo el mundo.

Para conseguir estos objetivos hemos reunido un pequeño grupito de jóvenes que, a modo de “subeditores” de esta línea especial de posts, se dedicarán a buscar artículos, pulir los que les lleguen y buscar nuevos colaboradores. Entre ellos estarán Ignacio Gomá Garcés, Matías González Corona, Pablo Ojeda Baños y Álvaro del Caño Durán, que se encargarán de coordinar está sección.

Animamos a jóvenes de cualquier condición a enviar al correo del blog artículos sobre cuestiones que les afecten y que piensen pueden ser de interés general: universidad, acceso al trabajo, familia o cualquier otro.

Nuestra idea es publicar con carácter regular un post un viernes cada quince días, sin perjuicio de otros que se pudieran publicar los demás días si la política editorial y la acumulación de posts en reserva lo aconsejan.

¡Sean bienvenidos¡

Reflexiones a propósito del atentado de París: todos debemos ser Charlie Hebdo

 

 

Los que hemos vivido la mayor parte de nuestra vida, o toda, en una sociedad libre podemos tener dificultad en comprender que, en una perspectiva histórica, son excepcionales. Durante milenios han sido muchos los ídolos, poderes, creencias e ideologías dogmáticas que han atenazado en el hombre la libertad de pensamiento y de expresión. Entre ellos, todo hay que decirlo, han tenido un papel destacado bastantes creencias religiosas. Recordemos el famoso “Indice” de la Iglesia católica. Además para los españoles no están tan lejanos los tiempos del nacionalcatolicismo,de los delitos de blasfemia y de la censura. De hecho, como explicaba ayer el profesor Presno Linera aquí nuestro Código Penal sigue conteniendo en su art.525 una previsión que recuerda vagamente esta figura al decir que: “incurrirán en la pena de multa de ocho a doce meses los que, para ofender los sentimientos religiosos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesen o practican”. Eso sí, la pena solo puede ser una multa.

Esas prisiones del pensamiento crítico han sido siempre un lastre para la humanidad. El liberarse de ellas, que es una exigencia intelectual de la propia dignidad humana, ha costado mucha lucha en muchos frentes y mucho sufrimiento. Y conviene no engañarse: las conquistas conseguidas siempre van a estar amenazadas, por totalitarismos, fanatismos, extremismos de todo tipo o incluso por intereses económicos. La libertad de expresión es un logro conseguido con muchos esfuerzos y que permanentemente tenemos que defender.

Por esa razón podemos menospreciar el peligro que esa forma brutal de violencia, el terrorismo, significa para el pensamiento y el bienestar. En España hemos visto los efectos devastadores que el terror organizado, con el silencio y el miedo que expande, puede causar. Cómo se empobrece el debate, se destruyen relaciones y se corrompen y embrutecen sectores enteros de la sociedad. Ni siquiera podemos admitir esa forma solapada de violencia que supone la amenaza de exclusión social al disidente. De la misma forma hay que denunciar la autocensura, esa otra forma solapada de sumisión.

En Europa occidental la amenaza del terror islamista lleva ya años de logros. Se sabía que criticar determinadas interpretaciones radicales del Islam era un peligro cierto, que significaba colocarse en la diana. Frente a esa extorsión explícita o difusa, tanto la reacción social, como la de nuestros dirigentes e intelectuales, ha sido claramente insuficiente. No han faltado quienes han criticado, atacado o dirigido sus burlas contra otras creencias religiosas cuyos fieles son mucho más inofensivos, con un sospechoso silencio respecto a los de la religión que , hoy por hoy, es la que produce los fanáticos que están amenazando la conquista histórica de nuestras libertades

No ha sido el caso del semanario francés Charlie Hebdo y su equipo de redacción, que optaron por la libertad en vez de por la autocensura y el vasallaje. Y que para ello asumieron con coraje cívico un riesgo que ha terminado por costarles la vida. Cabe preguntarse si el riesgo hubiera sido tan alto si hubieran estado menos solos. Con independencia de que podamos o no compartir su estilo y sus ataques -habrá personas que los consideraran ofensivos, especialmente los creyentes de cualquier religión-no podemos dejar de defender que esa forma de ejercer la libertad de prensa pueda seguir siendo posible entre nosotros.

¿Cual es la mejor forma de defenderlo? Pues por supuesto no dejándose amedrentar. Si somos muchos los que hacemos lo mismo va a ser muy complicado matarnos a todos. Por eso es correcto y acertado -y así lo han hecho muchos periódicos y medios de comunicación ayer, especialmente en Europa- es publicar las viñetas que han provocado el asesinato. Con independencia de que gusten o hagan gracia.  Porque en eso consiste la defensa de la libertad de expresión, si solo publicamos o dejamos publicar lo que no molesta, no ofende o nos gusta  los asesinos habrán ganado. Además hay que combatir, hay que luchar con argumentos contra los que predican bienintencionada o interesadamente que publicar este tipo de chistes es “provocar” o es “irresponsable” o es “estúpido”. Lo que es irresponsable es la autocensura, el ir dejando a los violentos espacios cada vez más amplios, el ceder en nuestras libertades con una excusa u otra. Y por supuesto necesitamos todo el apoyo posible de la opinión pública. En ese sentido, la reacción de los dibujantes del mundo libre con sus homenajes  difundidos a través de medios y redes sociales bajo el trending topic “Je suis Charlie” en distintos idiomas es muy alentadora.

La maravillosa película de Chaplin, “El gran dictador” se realizó a finales de la década de los 30 y se estrenó en 1940. Lo que es menos conocido, es que esta película tuvo problemas para ser estrenada en Europa. La razón se la pueden imaginar: los dirigentes (incluso en la liberal UK) no quería “molestar” a la Alemania nazi con una parodia tan sangrante de su dictador. La historia la cuenta Fareed Zakaria aquí. Después ya dio bastante igual. Para los más jóvenes, también hay que recordar que la película estuvo muchos años prohibida en España.

No podemos aceptar el silencio que nos quieren imponer los radicales islamistas, ni que haya personas o creencias intocables, ni conformarnos con obviar prudentemente la amenaza. Por eso hoy nosotros también desde la modestia de nuestro blog queremos solidarizarnos con un grupo de personas que han sido asesinadas por hacer unos dibujos que nos hacen más libres a todos. Porque conviene no olvidarlo, todos los que vivimos en sociedades libres y queremos seguir haciéndolo tenemos que ser Charlie Hebdo.

 

 

 

 

 

 

Endogamia, omertá y corrupción en la Universidad

Mi buen amigo Rodrigo Tena comenzaba su entrada del pasado día 9 de diciembre afirmando que “en este blog no hemos conseguido nunca que un profesor de una universidad pública española escriba, con su nombre y apellidos, sobre cómo se contrata –de verdad, no sobre el papel- al profesorado y también, de paso, al personal administrativo o personal auxiliar de servicios, más conocido como PAS.” Inmediatamente me hice la pregunta que nos hacemos, al menos, los prudentes: ¿se lo digo o no se lo digo? ¿Me vuelvo a tirar a la piscina? La duda me duró poco. Así nació esta entrada. Sí, soy culpable, he publicado un artículo, no en este blog (lo que ahora corrijo), exponiendo un caso concreto, el que a mí me sucedió, sobre el cómo se proveen las plazas de profesores en las Universidades españolas. Mi caso combina lo normal con lo anormal; lo normal, entendido como lo más frecuente, que se convoque una cátedra para que gane el candidato local, el de casa, el dueño de la plaza. Y lo anormal, lo poco frecuente, que “el de fuera”, el “usurpador”, se presente a realizar las pruebas. Una vez te comunican, como fue mi caso, quién va a ser el ganador, el dueño de la plaza, la certeza del resultado hace que muchos decidan no presentarse a realizar las pruebas. Te evitas participar en un espectáculo grotesco, pero cruel, de destrucción y denigración del ladrón. Azuzado por el público entregado que pide sangre y jalea, aplaude y vitorea. En mi caso, rompí esta regla. Muchas razones me empujaron. Una, la más importante, fue la del hartazgo frente a la arbitrariedad más descarnada, sostenida por la mediocridad y la inmoralidad convertida en parámetros para la selección y contratación del profesorado. Me presté al espectáculo. Al circo. Los gritos y los aplausos siguen resonando como el sonido de la miseria. El tiempo transcurrido no apacigua la indignidad.

La incursión de este blog y de otros medios en el mundo universitario viene propiciada por un cambio general que se está produciendo en España de rechazo a la corrupción. En el último Barómetro del CIS, noviembre de 2014, la corrupción ha escalado al segundo problema grave de la situación de España, así considerado por el 63 por 100 de los encuestados. Las Universidades no son ajenas a este mal. Los medios de comunicación se están haciendo eco. Así, merece destacarse, la serie de artículos que está publicando el diario El País. He leído algunos y las columnas de opinión publicadas. Se ha abierto la veda. La denuncia de los escándalos se suceden. El último, por ahora, el de las tarjetas black de alguna Universidad. Y, más cosas que deberían salir. Muchísimas más. La Universidad desarrolla sus funciones de servicio público, el de la educación superior, en régimen de autonomía; la que, incluso, el Tribunal Constitucional, integrado mayoritariamente por catedráticos, ha considerado como un derecho fundamental (art. 27 CE). La autonomía sin control sólo puede tender al exceso y a la arbitrariedad. Forma parte de la naturaleza de las cosas, como la ley de la gravedad. La autonomía con el dinero ajeno aún más. Se es autónomo para gastar y para interpretar cuáles son exigencias económicas que se necesitan para dar satisfacción al servicio público de la educación superior encomendada. Autonomía para gastar y para pedir, sin control. Sin racionalidad. No nos puede extrañar los casos de nepotismo denunciados en alguna Universidad, como se ha hecho eco este blog. Me temo que no es una excepción. No hay racionalidad, sólo poder sin control. Y arbitrariedad.

La afirmación de Rodrigo hizo despertar los viejos fantasmas que habitan en mí. En noviembre de 2012 publiqué un artículo en la revista El Cronista en el que comentaba lo que me había sucedido con ocasión de mi participación en el concurso para la provisión de la plaza de catedrático de Derecho administrativo convocado por la Universidad Carlos III de Madrid en septiembre de 2009 y cuyas pruebas se celebraron el día 14 de diciembre del mismo año. El resultado ya me lo habían anunciado unas semanas antes: la plaza será para el candidato local. Aún así, participé. Y el resultado fue el anunciado. Mi experiencia la conté en el artículo [ver aquí]. Me atreví a romper el silencio. La endogamia se beneficia, como señala Rodrigo, de la “omertá”. Todo el mundo calla. En primer lugar, los más directamente afectados; coaccionados por un ambiente en el que el crítico corre el riesgo de ser calificado de loco, de chalado, cuando todo el mundo decide callar; el silencio cómplice. España no es una nación cómoda para el disidente. Al contrario. Es acomodaticia: “por qué me voy a molestar”; “se lo habrá buscado”. En mi caso, claro que me lo busqué. Tuve la osadía de concursar. El resultado ya estaba anunciado. Me lo habían advertido. Advertido. Sí.

Es el silencio del medio; el temor a los castigos. No es mi caso. Soy catedrático desde hace más de 11 años y cuando concurrí ya lo era desde hacía 6 años. Disfruto de una situación que me permite denunciar lo sucedido sin temor a que las represalias no pasan de una mera molestia o, incluso, chistosa, como las que me han aplicado. Entiendo que cualquier otro, en otra situación, no podría hacerlo. Se enfrenta al sistema y tiene el temor de que nunca será catedrático. Estás muerto. No es mi caso.

La endogamia se mantiene porque, dentro del sistema universitario, es más el número de los beneficiados que los perjudicados. Tiene una lista muy pequeña de perjudicados y otra inmensa de beneficiados. Todos aquéllos que saben que, con tiempo, serán catedráticos en la Universidad en la que comenzaron sus estudios. La virtud a cultivar es la de la paciencia. La de la competencia es el mayor de los pecados. El sistema los empuja y, poco a poco, lo conseguirán. La endogamia está pensada para contentar al mayor número de personas al asegurarles que, más tarde o más temprano, serán catedráticos de “su” Universidad. La Universidad para quién se la trabaja. La finca universitaria para “sus” trabajadores que tienen el legítimo derecho a que se les premie por su dedicación … a la gestión. La investigación es proporcionalmente secundaria. Hay que hacer mucha gestión. Sobreponderada en los sistema de acreditación.

Para qué cambiar un sistema que beneficia a tantos y perjudica a unos pocos. Para qué. No hay interés. Y menos, desde el Gobierno. No hay nada que ganar y mucho, muchísimo que perder. ¿Hay algún ministro de educación que quiera soportar las protestas de los universitarios “progresistas” denunciando la reforma “autoritaria” dirigida a promocionar la competitividad? Se afirmará que se quiere privatizar la Universidad. Claro. El mérito y capacidad son privados. Son lo único que tenemos todos los ciudadanos. El único patrimonio. El que pueden disfrutar, incluso los pobres, para prosperar en la vida. El mérito y la capacidad no son populares. No pueden serlo. Para qué. Competir con otros buscando la excelencia. Esto no da votos. Puede dar “botos”, pero no votos. Nadie lo hará. Hay demasiados beneficiados. Que perjudica al interés general de España y de los españoles, ¡que se fastidien!.

En definitiva, soy el raro espécimen que concursé a cátedra cuando no era “mía”, sino del candidato local, y así lo denuncié en el artículo que enlazo. Mi buena amiga Lourdes, que también sufrió un episodio como el aquí contado, me recuerda que yo ahora, cinco años después, formo parte del “sistema”. En efecto, formo parte de la Comisión de acreditación de catedráticos de Ciencias Sociales y Jurídicas de la ANECA. Algún comentarista, como Francesc de Carreras, publicaba un artículo en El País, dentro de la serie que comento, en el que incluía el procedimiento de acreditación entre los males del sistema universitario. Desde esta perspectiva, no sólo formo parte del “sistema”, sino de sus males. Confieso que cuando me propusieron formar parte de la Comisión dudé si aceptar. Y ante la duda, lo mejor es informarse y estudiar los asuntos. La acreditación certifica que los que aspiran a ocupar una plaza de catedrático o de profesor titular reúnen un mínimo de calidad (en investigación, docencia y gestión) que los califica como adecuados para participar en los procedimientos dirigidos a seleccionar a aquél que ha de ocupar la plaza correspondiente. El gran error de los que escriben sin conocer bien el asunto es que confunden acreditación con provisión de la plaza. La acreditación sólo valora las cualidades mínimas para participar en los procedimientos de selección para ocupar las plazas. No provee plazas. Es como lo que sucede con el permiso de conducir. Para manejar un vehículo, necesitamos un permiso de conducir y un coche. La acreditación es la que facilita el permiso de conducir, pero será cada Universidad la que deberá convocar la plaza, o sea, seleccionar quién de los que tienen la acreditación es el mejor para manejar el coche (la plaza) de la Universidad. Así planteado, el procedimiento de acreditación introduce un control añadido y de ámbito nacional por unas Comisiones integradas, en mi caso, por 10 miembros, todos Catedráticos de distintas áreas de conocimiento y Universidades, asistidas por expertos de cada especialidad que elaboran los informes individuales de cada solicitante. La falta de rigor llega hasta el extremo de afirmarse, para alimentar a los conspiranóicos, que somos nombrados por el Ministerio de Educación, cuando lo somos, tras un sorteo, por el Consejo de Universidades integrado por los rectores. No está libre de defectos, algunos muy graves, como el de la conexión con el procedimiento de evaluación de la calidad de la investigación (los conocidos sexenios) que premia, incluso a los malos o muy malos investigadores pero que han conseguido los cuatro sexenios, con una vía rápida para acceder a la acreditación.

La endogamia se produce en la provisión de la plaza, o sea, la selección de quién ocupará la plaza convocada. Está completamente en manos de las Universidades. Y la utilizan para premiar a su candidato. Aquí vale todo, desde elegir a los amigos, incluso aquéllos que no forman parte del ámbito científico de la plaza, por ejemplo, catedráticos de Geografía que participan en una comisión de Derecho, hasta introducir perfiles a la plaza como el título de la tesis doctoral del candidato local. Cualquier sistema vale para cerrar el paso a la competencia. Al concurso para la provisión de la plaza pueden participar todos los que ya son catedráticos (porque ya ocupan una plaza en otros Universidad española) y los que han obtenido la acreditación por parte de la ANECA (la Comisión de la que formo parte). Si el procedimiento fuese limpio, abierto, competitivo, riguroso y no arbitrario, haría posible que la selección del mejor por parte de Comisiones independientes, elegidas por sorteo, resultaría de la competencia entre un amplio elenco de candidatos. Como los rectores tienen que beneficiar a su clientela, invierten el sistema para cerrarlo al máximo, para que, como la fruta madura, sólo caiga del lado de su postulante, el que ha controlado todo el proceso desde el primer minuto, incluidas las bases y los miembros del Tribunal. Cuando leía el Auto del Magistrado Ruz, en el asunto de la Gürtel y cómo describía la mecánica de la corrupción, me sorprendí preguntándome qué pensaría si conociera que lo mismo que él califica como delictivo es la práctica habitual en la provisión de las plazas. El candidato local influye decisivamente en todo el procedimiento sobre “su” plaza. Es corrupción cuando se trata de un contrato de 10.000 euros para organizar un evento en el que asiste la Presidenta de la Comunidad, pero cuando se trata de la adjudicación de una plaza de catedrático es … endogamia.

En definitiva, la endogamia es el fruto de una regulación que entrega a la autonomía universitaria el procedimiento de provisión de las plazas de profesores, lo que permite que personajes como los que comento pueden campar a sus anchas haciendo realidad la arbitrariedad más absoluta. Si fueran políticos diríamos que se trata de prácticas corruptas. En el mundo universitario, todo es más sutil, más delicado, más intelectual. Lo que para los políticos es corrupción, para los universitarios es discrecionalidad técnica. Que no haya ninguna Universidad española entre las 200 del mundo, es un daño colateral. Insignificante. Ridículo. Así nos va.

“Los reyes magos son los padres”: reflexiones sobre lo que ofrece Podemos

Los periódicos se han llenado de análisis y referencias al nuevo partido, Podemos, capaz hoy de cuestionar la victoria en las elecciones autonómicas del 2015, e incluso amenazar la victoria en las elecciones generales. El análisis de este éxito se ha repetido muchas veces: un diagnóstico acertado de lo que ha llevado a España a la actual situación, y un hartazgo de los ciudadanos al asistir cada día a un nuevo caso de corrupción que afecta a los partidos que han protagonizado la vida política en España desde la Transición.

Podemos no solo ha sido capaz de transmitir un mensaje de regeneración convincente, ha sido también capaz de transmitir una imagen diferente. No puede sorprender la demanda de la sociedad española de una propuesta regeneracionista, pero sí sorprende la aceptación de la propuesta económica de este nuevo partido. En un análisis trivial podríamos considerar que algunas de sus propuestas económicas son atrevidas, y otras simplemente disparatadas. Los datos muestran que un 40% de su intención de voto son personas que consideran sus propuestas económicas irrealizables, pero prefieren apostar por un modelo diferente, o por un voto de castigo a las propuestas tradicionales. Aún bajo estas premisas, la aceptación y la ilusión que estas medidas generan en un porcentaje importante de la sociedad merecen un análisis diferente, ¿por qué es tan atractivo el mensaje de Podemos?

La caída del muro de Berlín parecía ofrecer una clara oportunidad para sacar conclusiones definitivas sobre los dos modelos económicos que se habían impuesto tras la segunda guerra mundial: el modelo capitalista y el modelo socialista. Un país como Alemania había quedado dividido en dos, y cada mitad había aplicado un modelo. Tras 28 años, podían compararse los resultados. El fracaso del modelo socialista fue bastante evidente. Si la caída del muro de Berlín parecía vaticinar el final de la utopía socialista, el desarrollo del Estado del Bienestar en Europa, y en especial el éxito del modelo en los países nórdicos ha mantenido viva la esperanza de un modelo que permita generar riqueza, y al tiempo ofrecer una seguridad a todos los ciudadanos basada en la socialización y en la solidaridad. Hoy, 25 años después de la caída del muro,  muchas de las propuestas de la utopía socialista que representa Podemos siguen manteniendo su atractivo y su vigencia … a pesar de sus reiterados fracasos.

La entrevista de Jordi Évole a Pablo Iglesias en el programa Salvados (ver aquí), sin duda tuvo algunos momentos realmente interesantes. Uno de los que más me llamó la atención es el momento en que Jordi le pregunta sobre cómo se nacionaliza una empresa. La respuesta de Pablo Iglesias es inapelable: “Con un decreto”.  Es tan atractivo pensar que las dificultades de la vida se superan con una ley. Es tan atractivo pensar que la solución a todos nuestros problemas económicos es una “ley de emprendimiento”, o una “ley de la felicidad”. Otra de las propuestas estrella del programa de Podemos es la creación de nuevas plazas de funcionarios. Nada hay más sencillo que luchar contra el paro creando puestos de funcionarios. Que el salario de esos funcionarios deba salir de unos impuestos que alguien debe pagar, nos despierta del sueño de la sencillez de la propuesta, pero no siempre queremos despertar. Es tan sencillo pensar que basta la intervención del Estado para solucionar todos nuestros problemas. Para responder a la difícil pregunta del origen del dinero que debe pagar el sueldo de los nuevos funcionarios, la renta básica universal, o las nuevas pensiones, siempre nos gusta pensar que la lucha contra el fraude fiscal o los impuestos a los ricos serán la solución. En otro momento de la entrevista de Jordi Evole, plantea a Pablo Iglesias la “dificultad” de cuadrar esas cuentas basadas en el fraude fiscal, incluso en supuestos muy generosos. En la respuesta Pablo Iglesias no se desanima. El descuadre no es un inconveniente, solo es preciso tener fe en la solución propuesta.

Quizás la explicación que mejor define el éxito del modelo socialista de partidos como Podemos es el miedo al futuro. Todos sentimos vértigo al futuro. Todos necesitamos pensar que si todo va mal, que si la vida se pone difícil, el Estado siempre estará ahí para ayudarnos y sacarnos adelante. Incluso el lenguaje muestra como las personas percibimos el futuro. Hablamos de “por-venir”, para referirnos a ese futuro que siempre nos atemoriza. Preferimos pensar en un futuro que vendrá, y nosotros solo tenemos que esperarlo, y reclamar nuestra cuota de felicidad. Si el Estado reparte la felicidad aplicando el principio del igualitarismo, a nosotros nos tocará nuestra parte, pase lo que pase. Ese es el gran atractivo de las propuestas de partidos como Podemos.

La realidad es que deberíamos hablar del futuro como un “por-hacer”. Un futuro que tenemos que construir cada uno de nosotros. Pero eso infunde más temor. “Hacer” exige esfuerzo y entraña riesgos.  Como señalaba José Antonio Zarzalejos en un reciente artículo sobre las consecuencias del retroceso de la clase media en España (ver aquí) el miedo al futuro nos lleva a pedir seguridad a cambio de libertad, nos lleva a primar la socialización en vez del mérito y el emprendimiento; y la cerrazón en vez de la apertura.

La economía es una disciplina poco intuitiva. En gran medida es muy contra-intuitiva. Los economistas nunca han tenido demasiado éxito intentado explicar por qué un despido más barato ayuda a crear más empleo, o por qué unas prestaciones sociales demasiado generosas pueden dificultar el crecimiento económico, o por qué políticas proteccionistas para los productos locales no son las más apropiadas, o por qué los “impuestos a los ricos” no suelen ser la respuesta a la falta de ingresos fiscales. Los debates sobre los “mitos de la economía” o sobre los “sofismas de la economía” han sido una de las constantes de las últimas décadas. De las muchas y brillantes muestras, este artículo (ver aquí) es un buen aperitivo para los no iniciados. Quizás no todos compartan los sofismas planteados, pero ofrece una idea clara de cómo conceptos económicos que percibimos como intuitivos son considerados por muchos economistas no solo erróneos, sino nocivos. A veces es necesario recordar que la idea misma de la bondad de la “competencia” en los mercados no se abre camino hasta bien entrado el siglo XIX, y antes los monopolios siempre fueron considerados la mejor opción. El liberalismo en los mercados es una idea compleja y nada intuitiva.

El debate no es sencillo. Defender que es mejor educar a un niño en el egoísmo que en el igualitarismo y la solidaridad sería tachado de despropósito por la mayoría de nosotros. Y sin embargo, lo que muchos economistas nos intentan transmitir es que el mérito no premiado conduce a la desilusión y a la apatía, y por ello el igualitarismo conduce a la pobreza. Difícil tarea.

El debate sobre liberalismo o intervencionismo han llenado páginas y libros. Solo queda lamentarnos que adentrándonos en el siglo XXI seguimos sin verdades irrefutables y concluyentes. Lo que debe contar en el debe de los economistas. En el artículo reseñado anteriormente María Blanco recuerda la afirmación del economista Bastiat, economista del XIX y considerado uno de los mejores divulgadores del liberalismo de la historia, que afirmaba que los intervencionistas siempre parten con ventaja, porque defender la libertad es más difícil. La tentación de dejarnos llevar por el intervencionismo es casi irresistible, porque muestra un mundo mucho más sencillo. Esa es la promesa de partidos como Podemos que siempre han aparecido a lo largo de la historia en momentos de crisis y deslegitimación de la clase política. Un mundo sencillo en que el Estado nos resolverá todos nuestros problemas aplicando los sencillos e intuitivos principios del igualitarismo y la solidaridad.

Los modelos económicos pretenden transmitir incentivos correctos a la sociedad. Es de las verdades inapelables que muestra la economía. Las personas responden a los incentivos. Si estos son correctos, son las personas las que generarán riqueza y bienestar para toda la sociedad. Si son incorrectos es seguro el fracaso. Un gobierno que no promueva el mérito y el emprendimiento siempre ha terminado en fracaso. La utopía igualitaria promovida desde la demagogia siempre ha terminado en fracaso y pobreza.

El verdadero desafío es encontrar ese modelo económico que promueva un equilibrio entre el premio al riesgo, al mérito y al emprendimiento, y la cobertura social para todos aquellos que lo precisan, sin que ello desincentive la búsqueda de un futuro mejor. Lástima que los economistas sigan fracasando en sus intentos de ofrecer respuestas concluyentes y definitivas. Mientras, las crisis económicas siempre vendrán acompañadas de propuestas de soluciones sencillas e intuitivas, basadas en la utopía igualitaria. La historia se repite y el final nunca fue feliz.

 

 

Carta a los reyes Magos

 

Queridos Reyes Magos:

Los editores de ¿hay derecho? queremos hacerles una petición especial hoy día de Reyes.  Pero como ya sabemos desde hace mucho que en una democracia los Reyes no son los políticos y ni siquiera los Jefes del Estado,  sino los ciudadanos, hemos decidido dirigirles una respetuosa petición para ver si este año 2015, se deciden por fin a traernos una democracia de calidad, un Estado de derecho de verdad y una sociedad más libre, más justa y, ya puestos, más ilustrada. Para eso creemos que sería necesario que ustedes nos dejasen en el zapato al menos unas cuantas cosas:

a)      Más democracia interna en los partidos políticos, especialmente en los viejos, pero creemos que a los nuevos tampoco les vendría nada mal.

b)      La exigencia de responsabilidades políticas además de jurídicas por los casos de corrupción-

c)      Unas listas electorales sin imputados y sin caraduras

d)      Una prensa más libre de compromisos económicos y más plural.

e)      Un Poder Judicial y una Fiscalía realmente independientes.

f)       Una reforma constitucional seria para que nos dure otros 40 o 50 años

g)      Un proyecto nacional ilusionante y común para todos los ciudadanos españoles

h)      Una educación pública de calidad.

i)       Un Estado  del bienestar del que sentirnos orgullosos.

j)       El respeto absoluto a la ley por parte de todos y de cada uno de los ciudadanos, empezando por los que tienen más responsabilidades.

k)      Una sociedad donde el talento, el mérito y el esfuerzo se reconozcan y se premien.

Creemos que durante todo el año nos hemos esforzado mucho y que merecemos al menos un poco que la gente de bien de este país, que creemos es la mayoría, se ponga las pilas y nos traiga todas esas cosas y alguna otra que seguro que también se les ocurre.

En todo caso, preferimos pedírselo a ustedes que no a los políticos.

Atentamente,

Los editores de ¿hay derecho?

Neutralidad de la red: ¿realidad o utopía?, el último libro de Mercedes Fuertes

Pocos temas jurídicos representan mejor esta época compleja y acelerada en la que vivimos que este de la “neutralidad” de la red. Su complejidad deriva de que enlaza como pocos muchas cuestiones que no hace tanto tiempo parecían separadas y que hoy se nos presentan como absolutamente interconectadas: competencia, transparencia, servicio público, derechos fundamentales… con una amalgama de implicaciones económicas, políticas y jurídicas muy difícil de deslindar. Si uno quiere abrirse paso en esta espesa selva es imprescindible contar con un buen machete, so pena de quedar completamente enredado e inmovilizado, al albur de las peligrosas especies animales y vegetales que pululan en este hábitat, desde multinacionales a reguladores de toda laya. Pues bien, “Neutralidad de la red: ¿realidad o utopía?” (Madrid, 2014), el último libro de la catedrática de Derecho Administrativo y colaboradora de este blog, Mercedes Fuertes, constituye una herramienta ideal para todo aquél con suficiente valor para afrontar el reto.

Cuando se habla de neutralidad de la red, ¿a qué estamos haciendo referencia exactamente? Bueno, esto mismo empieza por no estar totalmente claro, porque el concepto se utiliza para casi todo, desde para denunciar los problemas de conectividad o del internet a dos velocidades, hasta para amparar la libertad de expresión. En realidad, la esencia del principio de neutralidad (al que se refiere expresamente el art. 9,2 de la Ley General de Telecomunicaciones) se resume en la idea de tratar sin discriminación los datos, los paquetes desagregados de información que transitan por Internet. Nadie puede desconocer que la red se ha convertido en un instrumento cuyas implicaciones de carácter público son extraordinariamente importantes. Como precisa la autora, Internet es más que un servicio público, es el soporte de muchos servicios de interés general, lo que condiciona el ejercicio de diferentes derechos fundamentales. Nada más natural, entonces, que predicar esa no discriminación a la hora de permitir la circulación de datos por las redes. No cabría permitir, en consecuencia, que un operador limitase o ralentizase la circulación de datos generados por un competidor de contenidos, por ejemplo. Tal limitación no solo afectaría a ese proveedor, sino también a los usuarios del servicio que se verían privados de disfrutar de esos contenidos con libertad e igualdad de oportunidades. La autora analiza perfectamente esta problemática y las soluciones ofrecidas tanto en Derecho comparado (especialmente en EEUU) como en el ámbito comunitario y nacional.

Lo que ocurre es que, como sabemos desde que Aristóteles formulase el principio de “justicia distributiva” en su ética nicomaquea, no es nada fácil concretar en la práctica qué es eso de la no discriminación. Porque no discriminar no es tratar a todo el mundo igual, sino tratar de manera igual a los iguales y de forma desigual a los desiguales. Y, en el mundo de hoy, valorar “desigualdades” es algo endiabladamente complicado, tanto sustantiva como procedimentalmente. Claro que podríamos hacer tabla rasa y predicar una igualdad total. Pero en ese caso habría que asumir -porque el espacio físico es limitado- que tal cosa implicaría dar prioridad a los gamberros de mis hijos cuando se descargan el último videojuego neuronalmente destructivo, frente a una conexión urgente entre hospitales en la que un neurocirujano informa a otro sobre una determinada intervención o sobre los datos que un coche sin conductor en circulación necesita recibir para gestionar correctamente su seguridad.

La cosa amenaza con complicarse todavía más cuando nos percatamos de que los principales paladines a favor o en contra de la “neutralidad” no son desinteresados servidores públicos, sino grandes compañías con muchos intereses económicos en juego. Para un gran proveedor de contenidos la neutralidad es algo sagrado, de un valor muy superior a la salud de los pacientes o a la seguridad vial. Para un proveedor de servicios una ficción sin contenido alguno. Pero no nos engañemos, no tienen mucha credibilidad aquellos grandes proveedores, como Netflix, que abogan por la neutralidad mientras trabajan por crear su propia red CDN particular para mejorar la calidad de su servicio: algo así como un Internet a dos velocidades a capón.

De ahí que, sin perjuicio del completo planteamiento jurídico contenido en la obra que ahora reseñamos, todo aquél interesado en la materia debería también bucear en esos conflictos de intereses y en la evolución técnica de esta problemática (aquí) que gira, como es normal, a gran velocidad.

En el fondo lo que trasluce debajo de esta polémica es un principio bastante general, que se aplica igual a la neutralidad de la red que a las sociedades cotizadas o al mercado hipotecario: allí donde hay verdadera competencia, transparencia, prensa libre y usuarios organizados, los problemas son mínimos. Cualquier gestor de redes se pensaría dos veces dar preferencia a ciertos clientes fuertes a cambio de una remuneración si eso supone perder cuota general de mercado. Pero, claro, allí donde esas circunstancias no se dan, los problemas se multiplican. En este último caso los esfuerzos del legislador deberían ir encaminados principalmente a conseguir esa competencia real y, mientras se consigue, intervenir con la finalidad de evitar abusos. Los principios, ejemplos y herramientas para hacerlo, los tiene el lector a su disposición en libro que comentamos.

 

Flash Derecho: Nace la Asociación “Acción Cívica contra la corrupción”

Hoy les queremos presentar una iniciativa que nos parece de enorme interés para nuestros colaboradores y lectores: La Asociación “Acción Cívica contra la corrupción”

 

 

Como se recoge en su página web, Acción Cívica contra la corrupción es una asociación independiente que ofrece una plataforma para que abogados de cualquier punto de España puedan personarse como acusación particular en procedimientos judiciales penales relacionados con el desvío de fondos públicos o casos de corrupción, de forma desinteresada o “pro bono”. La Asociación ofrece también tramitar las denuncias que le lleguen sobre casos de corrupción siempre que lleguen acompañadas de pruebas suficientes, formalizando la correspondiente denuncia ante la Fiscalía.

Interesa destacar que cuentan como socio de honor con el escritor Antonio Muñoz Molina y que la asociación está formada por un grupo de ciudadanos de Valencia y presidida por Antonio Penedés  que ejerció la acusación popular a título individual  en el proceso penal abierto por desvío de subvenciones públicas destinadas a países subdesarrollados, asunto que está explicado en este artículo «Caso Cooperación: la depravación moral», publicado en el diario El País el 21 de marzo de 2013 y que finalizó con una sentencia condenatoria para los nueve encausados y con penas de 8 años de cárcel para los dos protagonistas de la trama.

Como explican en su página web: “Son muchos los motivos que nos hacen considerar que los ciudadanos debemos dar un paso al frente contra la corrupción, esa lacra que tanto daño ha hecho ya a nuestra democracia, a nuestra convivencia y a nuestra economía. Mediante la constitución de esta asociación nos rebelamos contra la idea de que es imposible cambiar el estado actual de las cosas y lo hacemos del modo más pragmático:

1. Ayudando a fiscales y jueces a limpiar las instituciones del Estado con instrumentos a nuestro alcance, en especial mediante el ejercicio de la Acusación popular en procedimientos por corrupción política.
2. Reclamando la implantación de un sistema eficiente de control en la Administración para evitar que esta situación se repita en el futuro.

Partimos de la idea de que ambas medidas son necesarias para alcanzar una justicia social que permita acercarnos a la ética colectiva y a la optimización de los recursos humanos y materiales de nuestro país. La depuración de las responsabilidades penales es un paso esencial, pero todo este esfuerzo resultaría inservible sin la restauración de los controles administrativos que algunos políticos eliminaron durante un silencioso proceso en el que los funcionarios de carrera que ejercían esas funciones acabaron siendo reemplazados por personas afines al partido.

Con el objeto de salir algún día de la crisis económica y de valores que nos azota, consecuencia en gran medida de lo anterior, debemos hacer cuanto esté en nuestras manos para ayudar a la Justicia, que encarna el último filtro del Estado de Derecho”.

Como verán son ideas que coinciden con las que llevamos años exponiendo en este blog.  Desde ¿hay Derecho? les deseamos toda la suerte del mundo así como ayuda para difundir sus proyectos y sus actuaciones.

 

¿Se ha iniciado una nueva era, la de la transparencia y claridad en el uso del lenguaje jurídico?

En las últimas semanas he recibido varios correos electrónicos de algunas de las grandes empresas de internet, como google o Facebook. Me explican en esos correos que están modificando sus términos y condiciones generales y me informan sobre ello. Lo que me sorprende es la cercanía que rezuma el mensaje y la claridad de lo que me explican. Y me sorprendo porque por fin entiendo sin tener que leer dos veces algunos textos, la totalidad de estos contratos de adhesión.

También en estos días nos informaban (ver noticia) de la firma por los presidentes del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes, y el director de la Real Academia Española (RAE), José Manuel Blecua de un convenio de colaboración que tiene como objetivo la elaboración de un  diccionario de términos jurídicos y la preparación de un libro de estilo de la Justicia. Según señala la nota de prensa se “pretende ayudar a la mejora de la calidad expositiva y literaria de las resoluciones judiciales, ya que, si bien en España y en otros países europeos existen iniciativas dirigidas a lograr que el lenguaje de las leyes sea claro, el de la jurisprudencia, que también es decisivo para la claridad e interpretación del Derecho, ha sido objeto tradicionalmente de menor atención. En este sentido, se considera que uno de los instrumentos que podrían ayudar al buen uso del español por los jueces y tribunales es un libro de estilo de la Justicia que contenga normas de escritura; formas de manejar los nombres, las abreviaciones y los signos; reglas gramaticales; errores frecuentes; utilización de términos de otros idiomas extranjeros, etc.”. No es éste el primer libro de estilo sobre la materia, ya con anterioridad algunos colegios de abogados y al menos una de las grandes firmas de abogados han editado obras de similar alcance y objetivos.

¿Qué está pasando?, ¿es posible que por fin se esté produciendo un cambio en el registro escogido por los letrados de estas empresas a la hora de comunicar a los clientes las condiciones de contratación?; ¿se han dado por fin cuenta quienes dirigen las instituciones de los colectivos clave del sector legal,  de la importancia de formar y dotar a los profesionales que representan de herramientas adecuadas relacionadas con el uso del lenguaje?; ¿habrá la crisis y la influencia que en ella han tenido determinadas prácticas basadas en el oscurantismo y en la ofuscación lingüística, servido de lección a nuestras empresas e instituciones o al menos a algunas de ellas, y se tendrá a partir de ahora el objetivo de que el cliente entienda lo que contrata y el ciudadano lo que se le comunica? Mi opinión es que es bastante posible que así sea y, a los hechos, antes descritos, me remito.

La claridad en la comunicación no sirve sólo para que nos entiendan, sino sobre todo para generar confianza y la confianza es una de las razones que soportan el desarrollo económico. Sin confianza, no hay negocios. Sin confianza, el sistema jurídico se resiente y deja de funcionar. Además la claridad en la comunicación sirve para evitar conflictos y si algo sobra en nuestra sociedad es éste “género”.

Finalmente, la claridad en la comunicación sirve también para evitar errores y equivocaciones. Si entiendo lo que contrato y en qué condiciones, no habrá errores ni equivocaciones en mis expectativas o al menos, éstos serán limitados. Si entiendo mis derechos y obligaciones, porque soy capaz de comprender las normas y las sentencias, seguro que me resultará más fácil respetar su dictado.

En suma, escribir y hablar con claridad tiene enormes ventajas para la relación con nuestras audiencias y a la vista de que lo complicado que resulta hoy atraerlas y fidelizarlas (sean éstas meros lectores, clientes, ciudadanos, etc.), posiblemente ha llegado el momento de utilizar el lenguaje como herramienta para lograrlo.  Esperemos que éste sea el principio de un cambio a un nuevo ciclo, el de la transparencia y claridad de los mensajes, el de la comprensión mutua y el diálogo fluido. Posiblemente ha comenzado una nueva era.