La maté porque era mía
El viernes pasado recibí una desoladora noticia: el fondo de inversión con el que estábamos a punto de trabajar después de seis meses luchando con ahínco, pasión e ilusión retira sus posiciones en España, que no sólo de Cataluña. Un fondo que invierte en empresas con dificultades, generalmente empresas en concurso de acreedores con el objetivo de reflotarlas manteniendo los puestos de trabajo e invirtiendo en su crecimiento.
Desde que decidí asumir mi papel de emprendedor en esta sociedad he tenido momentos dulces y otros amargos —es el sino de cualquier emprendedor—, pero es la primera vez que me embarga otro sentimiento que nada tiene que ver con esa amargura cutánea que desaparece con un nuevo despertar soleado; llevo días sin verlo y mis nubarrones creativos e intelectuales no suelen durar más de un par de días. Estoy triste, muy triste; sé que gozo de una enorme resiliencia que me ayudará a encontrar el sol —esta vez no saldrá—.
Detesto la corrupción, la incapacidad política, la holgazanería y el atrevimiento ignorante, pero sigo creyendo en la evolución de la especie, también de la humana—quizás soy demasiado optimista—, pero también creo profundamente en el Estado de Derecho y en la independencia del poder judicial.
Respeto cualquier idea e intento aprender de aquellas con las que no comulgo pero no puedo con la mentira y la cerrazón. Que nadie diga que no estamos en una democracia porque o no conoce su verdadero significado o no lo quiere conocer por algún sospechoso motivo.
Contra el sentimiento no quiero ni debo luchar, que cada uno sienta lo que quiera, ¡faltaría más! Pero quiero que sepáis que las heridas profundas en la sociedad catalana tardarán años en cicatrizar, y no solo hablo del enfrentamiento ideológico que va a separar a amigos y familias sino de algo aún más trágico: la crisis económica que se nos avecina y que alargará sin duda la sombra de la que llevamos sufriendo ya diez años. No nos olvidemos de algo muy importante: el dinero es miedoso y se mueve siempre por el sendero de la certidumbre que garantice su rentabilidad.
Por suerte o por desgracia sé de lo que hablo, me dedico a las insolvencias de empresas y familias y los que lidiamos con tragedias empresariales y personales percibimos antes que nadie los cambios socio económicos de la población.
No nos escudemos pensando que peor no podemos estar y que no tenemos nada que perder porque puede resultar un órdago demasiado caro.
Seguramente muchos de los que me estéis leyendo no compartáis mi pensamiento, y os envidio por ello porque mi desazón es ya insoportable…
Empresario