La independencia y el “Espanya ens roba”

Tengo 70 años, soy notario, castellano de nacimiento y recriado en Madrid, he sido notario en Catalunya durante 20 años, y he sido titular de notarías rurales, urbanas y macro- urbanas. Hablo el catalán y lo he utilizado con relativa frecuencia en las escrituras que autoricé. Conozco la realidad catalana, sobre todo la que concierne al ámbito familiar y privado. Conservo la vecindad civil catalana, que adquirí por residencia continuada, y la conservo porque considero que la legislación civil catalana es más respetuosa con la libertad privada del individuo y más próxima y conveniente a la realidad familiar y patrimonial. Creo que tengo criterio propio sobre el “problema catalán” y lo voy a exponer.

Cataluña ha sido siempre el tubo de ensayo, la vanguardia  española del progreso empresarial y social, y lo ha sido por voluntad propia y por razón de su natural emprendimiento.

Creo que la situación actual no está siendo correctamente analizada, porque se ha focalizado en una -indiscutible y real- parcela a segregar de ese territorio más amplio que constituye la realidad político-financiera-mediática-social de nuestro país, de España.

Es indudable la extensión del sentimiento soberanista e independentista de una parte de la población, pero también lo es la incorporación a ese movimiento emocional de unos socios sobrevenidos: la CUP.

Este conglomerado de emociones e ideología anti sistema    se ha visto, sorprendente e improvisadamente, abonado por los errores de un gobierno central, perezoso y desdeñoso. El empleo de la violencia para impedir la celebración de un referéndum que estaba desacreditado ab initio y motu propio, es un ejemplo más de los errores del partido en el gobierno. Es un error sorprendente en un gobierno repleto de juristas finos y preparados, un error de principiante aquejado de un virus de autoritarismo glandular. Aunque es muy fácil hablar después de comprobar el resultado, creo que hubiera bastado con advertir que el resultado de ese referéndum ilegal no sería tenido en cuenta ni tendría valor  alguno, añadiendo que no se impediría su celebración, para evitar daños a la población que los dirigentes nacionalistas esperaban.

Esa actitud hubiera obtenido un éxito mediático y social indudable, además de la homologación en democracia que este gobierno tanto repite.

Independientemente (permítanme la utilización de esta palabra) de que el “proces” es un compendio inagotable de instituciones sancionadas por el Código penal, lo cierto es que ahí está, y nuestros dirigentes están obligados a resolverlo con mínimos daños colaterales.

Ortega y Gasset en “La España invertebrada” ya advertía que “desde 1580 hasta el día, cuanto en España acaece es decadencia y desintegración” y que “… será casualidad, pero el desprendimiento de las últimas posesiones ultramarinas parece ser la señal para el comienzo de la dispersión intrapeninsular.” Aquí está. La profecía de Ortega se ha cumplido. Pero no olvidemos que esta decadencia no se debe ni al azar de la historia ni a los hados del destino, sino a la ceguera y egoísmo de los agentes económicos y sociales escondidos detrás de la monarquía y de los dos partidos alternantes en el poder: conservadores y liberales. Sólo Maura tuvo arrestos para tratar de subvertir la situación , pero no lo dejaron. Hoy seguimos igual, pero menos mal que tenemos el paraguas de la UE.

Voy concluyendo. No sólo se trata de un proceso independentista. Que también. Pero observemos que la crisis se ha llevado por delante los antiguos paradigmas. Los antiguos y viejos  paradigmas han sido sustituidos por otros que aún no han sido reconocidos como tales. Este fenómeno no necesita ni valoración ética ni reconocimiento legal, basta con su imposición virtual.

Reconocer esta realidad es fundamental para poder apreciar que al lado del proceso independentista, legitimado – con arreglo a los nuevos paradigmas, por mucho que no se comprenda o no se acepte con arreglo a los viejos – por la única y propia voluntad de sus impulsores (incluyo a la población que así lo quiere) que afirman que basta quererlo o desearlo para que ese deseo tenga fuerza vinculante para todos, se encuentra otro proceso revolucionario que calificaría de “otoño catalán” que recuerda en su desarrollo a la primavera árabe.

Son grupos anti sistema y anarquistas que se vinculan al independentismo por conveniencia y que han tomado las calles y se hacen oír de modo permanente, que despiertan –sorprendentemente- mucha simpatía entre la alta y pequeña burguesía catalana, que les contempla, equivocadamente, como los cachorros de la esperanza soberanista. Han impuesto sus propias reglas y se han hecho dueños de la calle con la complacencia de los soberanistas y la pasividad de la policía autonómica. Pronto si no se abordan las reformas pendientes, los tendremos aquí.

Mantienen que con la independencia vivirán mejor, que las viviendas serán repartidas entre la población y que, por fin, España les dejará de robar, y es en esta afirmación en donde se encuentra su principal error.

Han hecho suyo el viejo, falso e injusto eslogan del viejo, decadente, carlista  y arcaico independentismo oficial. Este eslogan que ha funcionado como bandera de enganche entre la población soberanista, no debería haber tenido cabida entre los jóvenes del otoño catalán. Ellos deberían saber que esa afirmación con un potente efecto llamada y de conveniencia política es inexacta y falsa. También el resto de la población española de fuera de Catalunya debería de saber que no hay que negar lo que es evidente: no es España la que roba, pero es cierto que la España que describía Ortega y Gasset permanece, que las élites extractivas financieras, políticas, funcionariales y mediáticas, siguen usufructuando beneficios con comportamientos que están corrigiendo los tribunales, que ya han sido denunciados en estas mismas páginas. Son estas las que están consiguiendo retrasar el proceso de modernización y transversalización democrática de nuestro país, son estas  las que han consentido la fracturación de la sociedad española creando una nueva generación de graduados que sienten que se les ha robado ese futuro mejor que les habíamos enseñado a esperar: los miembros de esa nueva clase llamada el precariado.

Y es que los hechos sí son subversivos, y a veces las personas. No podemos seguir manteniendo políticos que tienen un problema para cada solución. No podemos seguir permitiendo portavoces que con ojos de suficiencia superfragilística afirmen que los de enfrente están deseando que haya un muerto. ¿Qué significa esto?: tenemos bomberos pirómanos.

Pero esto no me debe apartar de mi apreciación. Para resolver un problema hay que plantear de modo correcto la ecuación. Los problemas legales se resuelven con acuerdos ajustados a derecho, y si no se encuentra la solución pactada, resuelven los tribunales. Los problemas políticos se resuelven siempre con acuerdos transaccionales, y no hay que anteponer “principios naturales e inmutables” que impidan la negociación. No se puede. Es contrario al dialogo. El mundo no avanzaría. La política es reparto e inteligencia empática.

Son necesarios gestos y diálogo. Es necesario pensar, pero con el cerebro, no con las glándulas. Pensar, dialogar, transaccionar, son palabras que no significan aceptación de lo inaceptable, sino cesión de lo cedible y negociación de lo conveniente. Lo que es cedible y negociable no soy yo el que tiene que señalarlo sino los interlocutores que corresponda, que obviamente no deberían seguir siendo los que nos han llevado a este auténtico desastre.

¡Ah! Y no es verdad que no se negociara con golpistas como Tejero, si no hubiera habido negociación, no hubiera abandonado el Congreso. No sólo se negoció, sino que se “perdonó” a los guardias civiles que le acompañaban.