Hablemos de baloncesto: el ejemplo de Gasol. Reproducción artículo en ABC de Segismundo Alvarez
Uno de mis mejores amigos me cuenta que su sobrino de 17 años, que ha nacido y vivido siempre en Barcelona, se viene a vivir con él a Madrid. El mismo lunes 2 de octubre ha recibido amenazas en su teléfono y ha sido abordado por un profesor –en un patio del colegio– que le ha dicho que se vaya de Cataluña, que le asegura que allí no va a aprobar 2º de Bachillerato. Gran deportista y buen estudiante, dice que no aguanta la presión y se separa de sus padres, que se quedan en Barcelona. La misma mañana un compañero que veranea en Gerona me cuenta que un amigo catalán de una hija suya la ha bloqueado en todas las redes sociales esa misma mañana porque ha considerado ofensivo algo publicado por su padre.
Parecería que el camino a Dinamarca que anuncian los independentistas pasa por Berlín (años 30), y ante historias como esta, es difícil evitar que la indignación nos ponga al mismo nivel, pasando del sentirnos víctimas a fantasear con posibles represalias (boicots, etc.).
Sin embargo, cuando leo las noticias de los insultos a Piqué y veo cómo aún me repugnan esas actitudes grupales y cobardes, pienso que quizás todavía haya esperanza para esta sociedad. Quizás podamos parar la escalada de sinrazón que se adueña de los ciudadanos cuando son adecuadamente manipulados.
Como todos estamos cansados de frases grandilocuentes e incluso de la insistencia en la –por supuesto necesaria– defensa del Estado de Derecho, hablemos de deporte.
El deporte tiene dos ventajas: tiene un elemento simbólico, en particular en los deportes de equipo, y además es objetivo y meritocrático: Messi no es quién es por tener mejores relaciones sociales en el mundo del deporte, ni España –que se sepa– compra los árbitros de la FIBA. Como el fútbol también parece contaminado, prefiero hablar de mi deporte de equipo favorito, el baloncesto.
Tras el reciente Eurobasket, más de un nacionalista habrá fantaseado con sentirse como los eslovenos, un país pequeño que fue el primero en «independizarse» de la desmembrada Yugoslavia y que ahora ha ganado un campeonato de Europa, derrotando a los otros dos mejores equipos del campeonato (España y Letonia) y después a Serbia, centro del ex Estado yugoslavo. Esa fantasía no es además gratuita pues buena parte de los jugadores de la selección española son catalanes, y en particular los hermanos Gasol son estrellas de nivel mundial.
Sin embargo, si miramos con un poco más de atención y sobre todo de perspectiva, la lección es más bien otra. Eslovenia es un Estado independiente desde 1993 pero nunca se ha clasificado para unos juegos olímpicos de baloncesto. Ha participado en tres mundiales donde nunca ha pasado de un (muy meritorio) 7º puesto. Y esta medalla es la primera que consigue en sus trece participaciones en los campeonatos europeos. Y no será fácil que se repita: el MVP de este campeonato, Dragic, ha anunciado su retirada de la selección.
En el mismo periodo España ha ganado tres medallas olímpicas, un campeonato mundial y diez medallas en campeonatos europeos, tres de ellas de oro. En los últimos diez Eurobaskets, solo una vez no ha subido al podio.
No cabe duda que a este impresionante palmarés ha contribuido de manera esencial la presencia de Pau Gasol, uno de los mejores deportistas españoles de todos los tiempos, y también otros históricos jugadores del mismo origen como Juan Carlos Navarro (sí, navarro), que acaba de retirarse. No me cabe duda de que Gasol podía haber llevado a un equipo menos armado que el español a ganar alguna medalla. Pero tampoco de que sin la contribución de los jugadores de toda España, sus éxitos como jugador no hubieran sido los mismos. Pau Gasol ha hecho grande a España, y España le ha ayudado a hacer historia como jugador: ya es el mayor anotador y medallista (en esto empatado con otros) de toda la historia de los Europeos.
Es solo un ejemplo, pero nos debería hacer reflexionar. España no será España sin Cataluña, pero Cataluña nadie sabe tampoco lo que es sin España. En su libro Sapiens, Harari explica cómo la evolución a lo largo de los últimos setenta mil años es hacia una mayor integración de los grupos humanos, y que por tanto las reacciones contrarias, como los nacionalismos identitarios, están condenados al fracaso. El problema es que Harari habla con una perspectiva de muchos milenios y nosotros solo vamos a vivir unas décadas. Parece absurdo desperdiciarlas en unas luchas condenadas al fracaso y que, como mínimo, nos empobrecerán enormemente. Más vale trabajar en equipo: los catalanes, como Pau Gasol, pueden ser los líderes de un gran país.
Licenciado en Derecho en 1989 (ICADE- E1). Notario en la oposición de 1991. Doctor en Derecho. Patrono de la Fundación Hay Derecho. Autor de artículos en El País, ABC, Nueva Revista, y de diversas publicaciones de Derecho Mercantil y otras materias.