Tenue pero irrompible techo de cristal construido sobre contactos, recomendaciones y mecanismos inconscientes

 

Escribo estas líneas como miembro femenino (no “miembra femenina”) con bastante antigüedad, de un Cuerpo funcionarial de los considerados de élite. En esta condición me he acercado bastantes veces al techo de cristal, lo he tocado y me he dado con él mis buenos coscorrones. También he visto como los miembros masculinos de mi edad y los más jóvenes lo atravesaban sin problemas (como, por otra parte es lógico: el techo de cristal solo existe para las mujeres).

Desde mis años y coscorrones, puesto que es un tema que ahora tiene tanta actualidad, me atrevo a contar aquí mis teorías al respecto por si pudieran servir de algo. Mi impresión con el techo de cristal es que sus andamios se apoyan en mecanismos subconscientes. Esto lo pensaba bastante antes de leer el artículo de Elisa de la Nuez en “Feminismo en el siglo XXI”, El Mundo, 7 de marzo, que explica como la menor presencia de mujeres en ámbitos de poder puede deberse en parte a un sesgo inconsciente que nos hace valorar sistemáticamente mejor a los miembros del grupo dominante (hombres). Lo llevo pensando mucho tiempo porque lo he visto muchas veces. Un alto cargo o directivo de una gran empresa, despacho o consultoría (Jefe) busca candidato para cubrir puesto por encima del techo de cristal (mínimo sueldo, para entendernos, 150.000 euros brutos al año y de ahí hasta donde queramos pensar). Como en este país lo que funciona son los contactos y recomendaciones (el mérito, capacidad y esfuerzo, van después o no van) lo que hace este Jefe es preguntar a algún amigo suyo (hombre) de posición equivalente si conoce a alguien, normalmente, en un ambiente distendido, tipo gimnasio o caña. El recomendador contesta sobre la marcha con un par de nombres que le vienen a la cabeza en este momento y que (sesgo subconsciente) muy pocas veces son mujeres.

No hay en la cabeza del recomendador en ese momento un propósito discriminatorio explícito (quizá sí cierto instinto de supervivencia); simplemente, no se acuerda de las mujeres que conoce sobradamente capacitadas para asumir ese puesto. Amigos míos, con los que he trabajado, me han contado orgullosos sus recomendaciones y cuando les he preguntado directamente por qué no me han recomendado a mí, me han mirado con perplejidad y confusión. Admito que, en mi caso particular, esto pueda ser debido a mi menor competencia profesional (aunque creo que no); en todo caso, lo someto a debate vía estas líneas por si otros lectores/lectoras entienden también que esto pasa con frecuencia.

Algunas veces, es verdad, el sesgo inconsciente quiebra y se recomienda a una mujer. A veces también, el propio Jefe se acuerda que tiene en su empresa, despacho etc… varias mujeres tocando el techo que llevan años trabajando bien y que podrían ascender. En estos casos entran en juego las llamadas y las recomendaciones. Si el puesto es goloso (y, por encima del techo, suele serlo) llaman los políticos, amigos, colegas etc, (hombres, casi todos, dado que estamos por encima del techo) para intentar colocar a amigos, también hombres, a los que deben favores, o con los que quieren o necesitan quedar bien. Por supuesto, cuanto más goloso sea el puesto, más recomendaciones. En este escenario, se coloca al hombre recomendado por encima de la mujer con méritos.

Dicho todo lo anterior, algunas reflexiones finales:

Lo que he descrito solo es posible en una sociedad como la nuestra en la que el amiguismo, los contactos y las recomendaciones se admiten como fórmula normal de cobertura de puestos de gran responsabilidad. Un sistema así es, obviamente, propenso, no solo a la corrupción sino a la mala gestión por incompetencia profesional.

Muchas mujeres, cada vez más, acceden a puestos justo por debajo del techo de cristal que aceptan ilusionadas pensando que con trabajo duro podrán romper el famoso techo. Con gran sacrificio personal demuestran su capacitación sobrada para hacerlo pero se les cruzan las recomendaciones y acaban con chichones que, en estos casos, duelen más.

Y, por último, creo que las pocas mujeres que rompen el techo tienen la responsabilidad de ayudar a derribarlo desde arriba. Hasta ahora, son tan pocas que no se notan mucho sus esfuerzos. Desde aquí las animo a que lo sigan intentando. Las necesitamos.