¿Nominalismo mágico? De nuevos Ministerios, nombres y organigramas

El nuevo  (e ilusionante, todo hay que decirlo) Gobierno de Pedro Sánchez va a tener nada menos que 17 Ministerios y prácticamente ninguno es igual a su equivalente en el Gobierno anterior de Mariano Rajoy ni en cuanto a la denominación ni -suponemos- en cuanto a los organigramas.  Como saben nuestros lectores a nuestros políticos les encanta dictar leyes aunque no resulten muy útiles (lo que en este blog llamamos legislar para la foto o para la galería) pero se habla menos de que también les encanta poner nombres nuevos a los Ministerios o a las Consejerías o Concejalías. Los nombres se convierten así en auténticas declaraciones políticas.

Ahora bien, los nombres por sí mismos no transforman la realidad, aunque sin duda pueden mandar un mensaje muy potente en el sentido de que el cambio climático, la igualdad de género, la ciencia o la pobreza infantil son ahora una prioridad política, lo que está muy bien. Visibilizar siempre es importante, y los símbolos también lo son. Pero lo mismo que una ley sin mecanismos efectivos de implantación (y de sanción en caso de incumplimiento) no sirve para mucho, algo parecido ocurre con los nombres por sí solos, salvo que creamos en la taumaturgia de las palabras. Los Altos Comisionados para la Pobreza Infantil o las Vicepresidencias de Igualdad de género suenan muy bien y sin duda ponen el foco en el lugar adecuado, pero hay que ser conscientes de que sin recursos, estructura e instrumentos adecuados para desarrollar sus funciones se pueden quedar en meros gestos y generar más frustración que otra cosa. No sería la primera vez; recordemos, por ejemplo, la extinta Agencia de Evaluación de Políticas Públicas, a la que Rafael Rivera dedicó  este post.  

Hay, además, otro problema del que se habla menos, pero que los funcionarios (y los Oficiales Mayores) conocen demasiado bien. Los bailes ministeriales y los cambios de nombre traen consigo un montón de inconvenientes, algunos de ellos muy pedestres, pero que no por eso dejan de consumir tiempo y esfuerzos, que podrían estar mejor invertidos en otras tareas. De entrada, cambios en las webs oficiales, los correos electrónicos (para adoptarlos al nuevo nombre oficial) y en la papelería ministerial que todavía existe, aunque a lo mejor sería una buena ocasión para ir pensando en suprimirla. Pero eso no es lo peor; a los cambios nominales les siguen los cambios organizativos y, en el peor de los casos, las mudanzas y cambios de sede, con el  consiguiente baile de altos cargos y de funcionarios de un lado para otro. Al fin y al cabo, a los Ministros y a sus segundos niveles hay que sentarles en algún sitio digno, y si ahora hay más Ministros que antes, esto supone un problema seguro a la hora de buscarles un despacho.

Lo cierto es que todas estas idas y venidas consumen un tiempo precioso, máxime cuando no hay mucho disponible.  Y no es infrecuente que  cambios como los que supone un desdoblamiento o una fusión de ministerios no están  terminados cuando toma posesión un nuevo Gobierno, que quiere también dejar su impronta organizativa y los vuelve a cambiar. En fin, un eterno tejer y destejer que no resulta especialmente productivo desde ningún punto de vista.

Claro que este no es el problema mayor: como ya decíamos nada menos que en un post de 2012  los organigramas ministeriales están  muy obsoletos y responden a una organización y a unas funciones más propia del siglo pasado y de sus necesidades. Es decir, si hay ahora una política pública a la que dar prioridad, la solución suele ser la de crear una unidad administrativa que se ocupe del tema, a ser posible reutilizando una ya existente, porque ni el reclutamiento de funcionarios expertos ni la dotación de medios es nada fácil. Esta unidad se unirá a las ya existentes con las que tendrá que competir por competencias y presupuestos. Si además sus políticas tienen carácter transversal -como es muy habitual- se las verá y las deseará para poder desarrollarlas con un mínimo de eficiencia.

En conclusión, bienvenidos los cambios y las nuevas prioridades, pero no nos olvidemos de que modernizar es algo más que cambiar los nombres.