Corrupción que no vemos
Cuando pensamos en corrupción nos vienen a la mente casos sonados como Gürtel o EREs. Los millones de euros involucrados en estas tramas apuntan al daño que la corrupción supone para todos. Mientras estos casos ocupan la atención pública, a veces ignoramos otros, aparentemente de menor escala, cuyo impacto es inmenso. Tenemos un problema grave que está pasando desapercibido.
La posibilidad de que haya corrupción en la universidad no ha atraído la atención pública hasta el asunto Cifuentes, aún pendiente de resolución judicial. Pero el revuelo que ha causado el caso corre el riesgo de ser inútil. Si pensamos que la corrupción en la universidad se limita a la expedición de títulos falsos, nos equivocamos. Nos equivocamos, sobre todo, si pensamos que la corrupción en la universidad es un problema anecdótico que sólo afecta a los estudiantes.
El término “endogamia universitaria” suena a patología infrecuente. Y en cierto modo sí es una patología que, aunque afecta a la universidad, termina por extenderse. La endogamia universitaria consiste en la contratación de los profesores por su buena relación con quien contrata, en lugar de por méritos objetivos como su calidad docente o investigadora.
Casi nunca hay malas intenciones conscientes detrás de las contrataciones endogámicas (para más información vean el post de Herminia Peralta en este blog). Más bien son fruto de la inercia, de dinámicas internas de los departamentos que se han hecho habituales a lo largo de los años. Pero son calificables como actos de corrupción, entendida como cualquier abuso de poder para obtener réditos privados (aquí). El poder de decidir sobre la concesión de un contrato de profesor se utiliza priorizando el interés privado -hacerle un favor a un amigo- sobre el interés público de garantizar que el contratado es quien más contribuye a la calidad de la universidad. Una primera consecuencia es el uso ilegítimo de fondos públicos que corresponden al salario de profesor. Pero a largo plazo las consecuencias van mucho más allá.
La endogamia es el pan de cada día en nuestras universidades, que suelen contratar como profesores a sus propios alumnos de doctorado aunque se presenten candidatos procedentes de otros centros con méritos objetivos mayores (aquí). En 2008, el 69% de los profesores de las universidades públicas españolas trabajaba en la misma universidad en la que se había doctorado, mientras que en Alemania o Reino Unido esta cifra no llegaba el 10% (aquí). A fecha de 2014-2015 habíamos empeorado: el porcentaje estaba en un 73% (aquí).
Contratar a alguien que se ha formado “en casa” no es necesariamente un problema, ya que al mismo tiempo puede ser muy buen investigador y docente. El problema es que, en la mayoría de los casos, ser “de casa” es el motivo por el que se contrata al candidato, y no su calidad investigadora y docente. Y si investigación y docencia no se hacen bien, los afectados somos todos y no sólo los estudiantes.
Si en un hospital los médicos son contratados por llevarse bien con el director, tenemos un problema. Tenemos un problema si estamos enfermos y esperamos que nos curen. Pero también tenemos un problema aunque estemos sanos. Terminaremos siendo afectados por enfermedades contagiosas, porque los médicos no sabrán tratarlas. Las enfermedades para las que no existe cura seguirán sin tenerla. Perderemos a seres queridos. Además, los costes de mantener un sistema sanitario tan ineficaz serán desproporcionados. Algo similar sucede con nuestras universidades. El problema de la endogamia universitaria no sólo afecta a los estudiantes, sino a todos.
La productividad investigadora del sistema universitario español es baja. Año tras año no aparece ninguna universidad española en los rankings internacionales que miden la investigación. Departamentos con buenos resultados, como Economía en la Universidad Pompeu Fabra y la Universidad Carlos III de Madrid (aquí), han establecido la norma interna de no contratar a sus propios doctorados (aquí). Sin duda ambos hechos están relacionados: varios estudios apuntan al efecto negativo de la endogamia en la productividad investigadora.
No se trata de competir en rankings por competir. La investigación es fundamental para nuestra prosperidad como sociedad. Proteger nuestro Estado de bienestar requiere asegurar la creación de riqueza. Para ello, un modelo productivo basado en la investigación e innovación tecnológica garantiza mayor valor agregado que uno basado en sectores tradicionales como la construcción o el turismo (aquí). La investigación en ciencias sociales también es esencial para, entre otros, mejorar las políticas públicas. Necesitamos sociólogos, politólogos y economistas formados para estudiar las causas del fracaso escolar, alimentar un debate público riguroso en los medios y tantos otros. La investigación en Humanidades también es crucial para fomentar el espíritu crítico y la fortaleza de la sociedad civil.
La endogamia no sólo afecta a la investigación, sino también a la docencia. Sin duda hay muchos profesores que, preocupados por sus alumnos, trabajan por enseñarles lo mejor posible. Pero lo cierto es la mayoría no son contratados por su calidad docente, sino por sus buenas relaciones con quien contrata. Esto no favorece que el contratado sea necesariamente el más preparado ni el más motivado por enseñar bien.
La medición de la calidad docente en la universidad es una cuestión controvertida y por ello no es sencillo ofrecer evidencias de malas prácticas. Pero quienes estudiamos -o hemos estudiado- en la universidad pública sabemos que por desgracia no es infrecuente encontrar profesores que no dominan su materia, o que si la dominan no se preocupan por que aprendamos. Esta dejadez se puede manifestar de muchas maneras, como impartir clase como si de un dictado se tratara, omitir partes del temario, no ser transparente en los criterios seguidos al corregir u otras.
Estas malas prácticas docentes son graves y pueden parecer inverosímiles. Pero son demasiado frecuentes en el día a día de muchos alumnos que, en última instancia, no obtenemos los conocimientos que esperábamos. Con lo que ello implica para nuestras posibilidades laborales y nuestra vida personal, así como para todo un país que necesita profesionales lo mejor formados posible.
Aunque la endogamia afecta a todos los estudiantes, los más afectados son aquellos de origen socioeconómico menos favorable. Estos no pueden pagar cursos externos que complementen su formación ni estudiar en reconocidas universidades extranjeras. Si realmente creemos en la igualdad de oportunidades y la protección de los vulnerables, acabar con la endogamia es prioritario. Si lo conseguimos, nuestra universidad pública ofrecerá la mejor educación posible y recibirla no dependerá de los recursos económicos de los estudiantes.
El salario correspondiente a la contratación de un profesor no tiene el mismo impacto económico que tramas como Gürtel o EREs. Pero las consecuencias de la endogamia universitaria a largo plazo son de una enormidad difícil de medir. No sólo para los estudiantes, sino para todos.
En un próximo post analizaremos posibles soluciones a este problema.