Lecciones aprendidas de Haidt sobre el desafío nacionalista

Jonathan Haidt, experto en psicología moral y coach político, escribió el libro “The righteous mind” en el año 2012 intentando explicar los muchos fracasos del partido demócrata en las elecciones americanas: el por qué la clase obrera americana vota republicano y no demócrata. Aprovechando su publicación en español el 22 de enero bajo el título “La mente de los justos”, y dada su completa vigencia en el actual escenario de polarización política en España, merece la pena retomar algunos de los análisis que Haidt recoge en este libro.

El primer principio moral que describe el libro merece la pena tenerlo siempre presente: “la intuición va primero, la razón después”. Haidt afirma que, en el viejo debate sobre si los juicios morales se basan en reacciones instintivas o en el razonamiento, hoy podemos afirmar que se basan en la intuición. O explicado de una forma más elocuente: el cerebro humano no fue diseñado para buscar la verdad, sino para garantizar la supervivencia del individuo, y su mayor habilidad no es buscar la verdad, sino encontrar argumentos que avalen lo que la intuición ha decidido previamente. Si me permiten la broma, tenemos más mente de abogado que de matemático.

El sesgo de la confirmación de nuestras propias opiniones es muy poderoso y difícil de superar. Esto explica lo que nos cuesta cambiar de opinión, o lo difícil que es convencer con argumentos basados en hechos o en datos a otras personas. Sin duda no pocas veces cambiamos de opinión, e incluso nos convencen otras personas con sus argumentos, pero lo que Haidt afirma es que eso es más difícil que se produzca en política, especialmente si la persona que aporta esos argumentos se percibe como un adversario. Alguien de nuestro grupo nos puede hacer cambiar de opinión. Alguien de un grupo que se percibe como contrario es prácticamente imposible. Esto explica perfectamente por qué los argumentos razonados en el actual debate político, y respecto de España muy en particularmente en el desafío nacionalista catalán, apenas tienen efecto. Libros como el escrito por Josep Borrell sobre “Las cuentas y los cuentos de la independencia”, ponían de manifiesto las muchas mentiras y medias verdades de la narrativa independentista y sus argumentos políticos y económicos, especialmente el famoso eslogan del “Espanya ens roba”. Loable esfuerzo con escaso impacto práctico. Volveremos más adelante sobre el papel de los grupos, pero merece la pena recordar que, si quieres convencer a alguien, no puedes solo apelar a la razón, sino también a las intuiciones morales que soportan sus argumentos.

Hoy sabemos que la afirmación de que el hombre es un ser “racional” quizás es “algo exagerada”. Disciplinas como la economía hace tiempo que ajustaron sus modelos para incorporar la no racionalidad en las decisiones económicas. Otras disciplinas aún deben avanzar en ese camino.

Haidt desarrolla su teoría de los fundamentos morales basada en 6 ejes, en los que se ajustarían las preferencias de cada persona. Las decisiones de voto en política se regirían por los criterios fijados por esos 6 fundamentos, y no tanto por aspectos económicos o racionales. Entender los fundamentos morales de las diferentes opciones políticas ayudaría no solo a comprender el porqué del voto a determinados partidos, sino también a rebajar el ambiente de polarización. Los 6 fundamentos, de acuerdo con la teoría de Haidt, serían:

1.       1.- Cuidado/daño: Capacidad de sentir empatía por el sufrimiento de otros.

2.      2.- Justicia/engaño: Justicia representada por un acuerdo con normas compartidas.

3.      3.- Libertad/opresión: Relacionado con el odio a la tiranía.

4.      4.- Lealtad/traición: relacionado con nuestra historia como individuos tribales.

5.      5.- Autoridad/subversión: relacionado con la jerarquía presente en las sociedades.

6.      6.- Santidad/degradación: relacionado a la psicología del asco y la noción religiosa de la pureza.

Cada opción política se mueve en estos 6 ejes con mayor o menor énfasis. Como idea muy general, las posiciones más a la izquierda se centran en los 3 primeros, especialmente en el eje de cuidado/daño, mientras que las opciones más a la derecha suelen cubrir los 6 ejes, con diferentes énfasis. En esta capacidad de atender más fundamentos morales encuentra Haidt la explicación del éxito de los republicanos en la política americana. No es difícil encontrar paralelismos con la situación política española.

El tercer principio moral de Haidt no es menos relevante: “la moral nos une y nos ciega”. En el universo de Haidt y los principios morales, los grupos adquieren un papel muy relevante. Haidt, intentando ser provocador afirma que el hombre desciende en un 90% del mono, y en un 10% de las abejas. La necesidad de los hombres de sentirse parte de un grupo que trascienda el sentido individual es bien conocido. Haidt lo lleva más allá al plantear que hay una base evolutiva en esa necesidad. Desafiando el principio de que la evolución siempre ha sido individual (son los individuos mejor adaptados los que sobreviven, tienen descendencia, y hacen mejorar la especie), plantea también una evolución a nivel de grupo. Aunque hoy hay un amplio acuerdo en que es la capacidad de coordinar grandes grupos lo que ha dado la verdadera ventaja competitiva al hombre respecto a cualquier otra especie (Harari ha sido el último en unirse a esta propuesta), Haidt lleva la necesidad de pertenencia a la tribu a un estadio superior, y plantea la extraordinaria dificultad para desafiar el comportamiento de la tribu. Haidt llega a hablar de un “interruptor” del comportamiento de colmena en el hombre, que se activa en determinados escenarios, al que es difícil resistirse. El ejército, la religión, los deportes, y desde luego los movimientos sociopolíticos, todos explotan alguno de esas necesidades de colectividad del hombre, y activan ese interruptor en diferentes formas. Aún más, toda persona está obsesivamente preocupada por lo que el resto del grupo piensa de él. Incluso aunque quiera mostrar que no es así.

Claramente el nacionalismo es extraordinariamente efectivo explotando esa necesidad del hombre de trascender de lo individual a lo colectivo. El fascismo, en una forma diferente, también lo explotaba con maestría.

Esa mezcla de decisiones emocionales y necesidad de fundirse en lo colectivo plantea la magnitud del desafío de la polarización política, y muy en particular del planteado por las opciones nacionalistas. A lo largo de la historia, los movimientos nacionalistas siempre han generado movimientos nacionalistas antagónicos (otra tribu), con resultados habitualmente desastrosos. Si este es el desafío, plantear soluciones sencillas basadas en ideas vaporosas como el “diálogo” o la necesidad de un “proyecto alternativo” no suelen ser demasiado útiles. Salvo el confort que proporciona el sonido de palabras con connotaciones positivas, la utilidad es similar a la de la construcción de argumentos basados en la razón.

Idealmente, las necesidades de colectividad de las personas deberían canalizarse en la pertenencia a grupos diversos. Eso da lugar a una sociedad más sana y con más éxito que aquella en que todo el mundo pertenece a una única tribu que monopoliza todas las decisiones morales del colectivo. Si la política asfixia esa posibilidad y genera un alineamiento identitario único, y un juicio moral único, el conflicto es muy difícil de evitar. 

No hay soluciones a una situación de conflicto social planteada por el desafío nacionalista. Pero el análisis de Haidt ofrece algunos aspectos básicos. El más importante es la extrema importancia de mantener y exigir la neutralidad institucional. Si las instituciones se ven contaminadas por una visión que exige a todos los ciudadanos agruparse bajo una única identidad, la dificultad de poder contraponer opiniones y diálogo se hace realmente difícil. Todos tenemos en la cabeza instituciones básicas, sea la educación, la policía, o los espacios públicos. Si se acepta la ocupación es difícil que no se llegue a la confrontación. Exigir esa neutralidad no es incitar al enfrentamiento, es mantener el mínimo exigible para que una sociedad democrática pueda dialogar y contraponer diferentes opciones y visiones.

El segundo aspecto se refiere a la necesidad de cuestionar las bases morales, no sólo los datos. Debate en el ámbito emocional. Y aquí entra en juego la dinámica de lo que se gana y lo que se pierde. El debate nacionalista en España siempre ha seguido una dinámica en la que en cualquier escenario solo podía ganar y avanzar, nunca retroceder. La necesidad de introducir elementos que hagan cierta la posibilidad de retroceder en la perspectiva nacionalista es esencial para lograr un debate equilibrado. El 155 o la exigencia real de cumplimiento de la ley en todos los ámbitos es de nuevo un elemento básico. Sin ese equilibrio no hay posibilidad de diálogo constructivo, solo de cesiones. De nuevo no se trata de alimentar la confrontación, sino de crear un campo de juego político equilibrado en que pueda darse un diálogo sobre bases sólidas.

Y finalmente, para superar la polarización, la única receta conocida es la de tender puentes que permitan trabajar en proyectos conjuntos entre grupos. En una sociedad fuertemente polarizada, la única forma de resolver la polarización es lograr que los dos grupos enfrentados se mezclen en actividades diferentes a las que la han generado. Generar esos proyectos comunes es la verdadera tarea para restablecer un ambiente social menos polarizado. Pero el requisito indispensable para lograr este comienzo es asegurar la neutralidad institucional.

No dejen de leer a Haidt, en esta nueva edición en español.