Elecciones europeas: la unión ante los desafíos del siglo XXI

Las elecciones europeas del 26 de mayo tienen un carácter particularmente decisivo. La Unión Europea sufre el acoso interno de movimientos populistas de uno y otro signo, mientras el Reino Unido intenta abandonarla y sus rivales externos (que incluyen ahora a los Estados Unidos de Trump) permanecen al acecho para debilitarla. Solo una ciudadanía que vote de forma responsable e informada puede servir de brújula que permita encontrar la salida de semejante laberinto.

El libro recientemente publicado por la editorial Deusto “La Unión hace la fuerza”, escrito por destacados especialistas y en cuya coordinación he participado junto a Federico Steinberg y Enrique Feás, pasa revista a los principales retos a los que se enfrenta hoy la Unión Europea. ¿Cuál es el apretado resumen de sus conclusiones?

Buena parte de lo que sucede tiene que ver con las consecuencias en Europa de transformaciones estructurales que operan a nivel mundial. Se trata de fenómenos con efectos a largo plazo, como la 4ª revolución industrial y la globalización, el cambio demográfico y sus consecuencias migratorias o la ineludible transición energética.

La 4ª revolución industrial se fundamenta, sobre todo, en la inteligencia artificial y la aparición de una nueva generación de robots más versátiles y baratos. En estos fascinantes desarrollos, liderados por Estados Unidos y bien aprovechados por China, Europa se está quedando rezagada. Para evitar que la brecha con nuestros principales competidores se amplíe, es necesario poner en marcha proyectos europeos comunes, incluyendo los de formación, en vez de actuar en solitario con una anticuada perspectiva meramente nacional.

El fenómeno migratorio es, tal vez, el que mayores tensiones ha generado en la Unión. Los partidos populistas lo instrumentalizan con éxito, pese a tener unos efectos económicos netos positivos en las envejecidas sociedades europeas. Una política migratoria común dotada de recursos suficientes, que permita gestionar y repartir solidariamente esos flujos, además de promover el desarrollo en los países de origen, se ha convertido así en necesaria para la estabilidad de la Unión.

El cambio climático es el tercer fenómeno estructural de dimensiones mundiales que tiene inevitables repercusiones en Europa. Con el fin de limitar el calentamiento global, resulta imprescindible reducir las emisiones de gases con efecto invernadero. Aunque en este ámbito la Unión Europea sí que se sitúa en posiciones de liderazgo mundial, queda aún un largo camino por recorrer. Un ejemplo es la falta de mayores interconexiones entre los sistemas eléctricos nacionales, que permitan crear un verdadero mercado único energético.

Todas estas transformaciones estructurales crean fracturas y divergencias, ganadores y perdedores, tanto entre los países miembros de la Unión Europea como dentro de ellos. Las crecientes desigualdades salariales, las brechas formativas y tecnológicas, las diferencias regionales y generacionales, subrayan la necesidad de potenciar el aún muy débil pilar social europeo.

Junto a estos retos a largo plazo, se acumulan también desafíos más inmediatos, como la normalización de la política monetaria del BCE, la necesidad de complementarla con una nueva política fiscal común, el Brexit o la guerra arancelaria desencadenada por Trump.

El BCE ha sido la institución europea más determinante para superar la Gran Recesión en Europa. Ha salido claramente reforzado tras la crisis, gracias a sus nuevas funciones de supervisión y a la puesta en marcha de políticas no convencionales, como el programa de expansión cuantitativa de compra de deuda. Se plantea ahora el problema de cómo ir normalizando esa política monetaria, para abandonar los tipos de interés anormalmente bajos y recuperar margen de actuación ante futuras crisis. Todo ello sin que se vuelvan a disparar las primas de riesgo en países como el nuestro.

La respuesta a una nueva crisis económica no debería depender únicamente del BCE. Solo cuando la Unión Europea haya avanzado hacia el desarrollo de una política presupuestaria común, podrá desplegar sus políticas económicas con la misma efectividad que otras áreas (como los Estados Unidos). Su inexistencia fue una de las causas principales de la recaída europea en la crisis durante 2012; una segunda fase recesiva que no se produjo en otras zonas. Un acuerdo político renovado, que permita estabilizar el euro, ha de avanzar hacia una Unión Presupuestaria.

Tales reformas habrán de realizarse en medio del entorno inestable y amenazante que dibujan el Brexit y Trump. Por primera vez un país miembro (y uno tan relevante como el Reino Unido) ha decidido dar marcha atrás en un proceso de progresiva integración que parecía imparable. También por vez primera, los Estados Unidos actúan no como aliados e impulsores de ese proceso, sino como desconfiados rivales.

El Reino Unido siempre ha sido un socio problemático: no figuró entre los países fundadores del club y entró en él más tarde a regañadientes, manteniéndose fuera del euro y Schengen. La respuesta a la crisis ha puesto de manifiesto que la Unión Europea deberá encaminarse hacia niveles aún más intensos de integración, lo que para los británicos supone una cesión de soberanía intolerable.

Otro reto no menor para la Unión Europea reside en la presidencia de Trump. Sus políticas proteccionistas suponen una grave amenaza para una Unión, primera exportadora e importadora mundial de bienes y servicios, además de principal emisor y receptor de inversiones extranjeras. La Unión ha sido uno de los principales beneficiarios y agentes del proceso de globalización. Debe, en consecuencia, luchar por preservarlo. Lo que no quiere decir que no sean necesarias reformas para mejorar el desigual reparto de los beneficios de la globalización, así como su gobernanza.

Resulta imposible en el breve espacio de este artículo abordar todos los desafíos que hoy encara la Unión Europea, incluyendo algunos tan relevantes como la posibilidad de crear un ejército común europeo. Tampoco resulta posible hacer plena justicia al libro que se está glosando, donde los temas aquí resumidos (y otros) se analizan con mucha mayor amplitud y profundidad. No querría, sin embargo, terminar antes de haber tratado un último reto: la amenaza populista interna.

Uno de los rasgos que suelen compartir la mayoría de los partidos populistas que han surgido en Europa es su posición crítica respecto al proceso de integración europea (que suelen asociar al elitismo), bien sea porque limita las soberanías nacionales o porque lo asocian a una determinada ideología favorable a los mercados, según se trate de populismos de derechas o de izquierdas. El salto cualitativo en las decisiones supranacionales que ha sido preciso adoptar para hacer frente a la crisis económica, al tener un mayor componente redistributivo, es una de las razones del cuestionamiento que sufren las instituciones europeas. Ello debería contrarrestarse diseñando nuevos mecanismos de participación ciudadana y rendición de cuentas.

El resultado de las elecciones europeas del domingo 26 de mayo decidirá cómo la Unión hace frente a todos estos trascendentales desafíos. Esperemos que predomine la racionalidad.