Políticos prescindibles

Contagiado por el exacerbado amor hacia las formas de democracia directa que demuestran los variados populismos que nos rodean, para quienes un régimen democrático se resume en someter a votación cualquier decisión que los poderes públicos deban adoptar, voy a proponerles hoy un pequeño ejercicio intelectual o de política-ficción. Les reconozco que dos experiencias vividas en este caluroso verano me han llevado a formularme la gran pregunta que fascina a todo buen liberal: ¿podríamos votar vivir al margen de los políticos en la gestión de ciertas Administraciones públicas?

Las dos experiencias que les mencionaba son, por un lado, la cantidad de meses que llevamos con un gobierno central en funciones, sin que a los españoles nos haya acaecido ninguna catástrofe; y, por otro lado, la constatación de que una parte importante de empresas públicas están dedicando gran parte de su presupuesto, por decisiones políticas debidas a los cambios de gobiernos municipales o autonómicos, a engordar la nómina de personal y a colocar personas afines antes que a cumplir adecuadamente los fines que constituyen su objeto. De ahí la pregunta de si los ciudadanos podríamos someter a votación prescindir de todos estos pésimos gestores para gobernar mejor y con más eficiencia nuestras instituciones.

Reflexionando sobre los dos hechos anteriores, me vino a la mente una extraordinaria conferencia que fue pronunciada en el Club Empresarial ICADE de Madrid -en septiembre de 2012– por Jesús Fernández-Villaverde, Catedrático de Economía en la Universidad de Pensilvania y miembro del National Bureau of Economic Research de los Estados Unidos, uno de los más brillantes cerebros españoles exportados al extranjero. El ilustre economista asturiano disertó sobre las causas de la crisis económica y las posibles recetas para mejorar nuestras estructuras políticas y sociales en el futuro, llegando a la conclusión de que en España “tenemos un abismal problema de liderazgo, consecuencia de nuestro proceso de selección de las élites políticas y sociales que es horrendo, y que hay que cambiar. Es un proceso en el cual existen unos partidos políticos muy cerrados en los que importa sólo la lealtad a los jefes y no el haber demostrado alguna capacidad intelectual o profesional. Tenemos una Administración que tiene un sistema de selección de personas que no es el que España necesita en el siglo XXI. Y tenemos una estructura de la vida social y económica que ha sido capturada por los partidos políticos y que ha destrozado por completo nuestra capacidad de reaccionar ante nuestros problemas”.

Uno de los puntos más interesantes de su conferencia fue cuando Fernández-Villaverde citó el ejemplo de la pequeña ciudad donde vive, llamada Lower Merion, que tiene unos 60.000 habitantes y está situada en las afueras de Filadelfia, y comparó su funcionamiento con el de Majadahonda, ciudad también de 60.000 habitantes, igualmente de clase media-alta, situada en las afueras de Madrid. Ambas localidades cuentan con muchas características comunes: cercanía a una gran ciudad, buenas comunicaciones y similares características sociológicas por lo que, en pura lógica económica (dijo que estaba comparando “naranjas con naranjas”), debieran funcionar igual. A continuación, proyectó en dos pantallas diferentes la página web del Ayuntamiento de Lower Merion y la del Ayuntamiento de Majadahonda. Y la primera sorpresa vino al comprobar que mientras en Majadahonda aparecía su Alcalde en múltiples fotografías asistiendo a actos o pronunciando discursos, en Lower Merion no había Alcalde, sino que existía un City Manager.

Explicó Fernández-Villaverde que en su localidad, y en otras similares de los Estados Unidos, los vecinos decidieron que no querían tener un Ayuntamiento que opinase sobre la legalización del aborto, el terrorismo islamista o la ampliación de la Unión Europea, sino que les interesaba mucho más contratar a un tipo que supiera manejar los problemas de la ciudad. Y, de esta forma, votaron contratar a un Gerente, y seleccionaron para el cargo a una persona que había estudiado Administración de Empresas, que luego hizo un Máster en Administración Pública, y que llevaba toda la vida trabajando en ella. Y añadió: “ni yo ni mis vecinos sabemos ni nos importa su afiliación política. Es un extraordinario Gerente y el Ayuntamiento de Lower Merion funciona como la seda. Eso sí, le pagamos 275.000 dólares al año. Y se los merece. La situación en la que estamos en España es absurda, porque básicamente los españoles elegimos un Alcalde politizado, que nunca ha hecho nada en la vida profesional o privada, y que gana menos de 50.000 euros, y el tipo tiene una tentación muy grande de caer en la corrupción. Y, una vez que es corrupto, de manera directa o indirecta nos enfadamos mucho con él. Todo esto hay que romperlo. Hay que tener un sistema muy diferente de selección de élites”.

Terminaba el ilustre economista su alusión a esa comparativa entre Ayuntamientos diciendo que en la web de Majadahonda, tras mucho buscar, había encontrado una información de cerca de 7 páginas sobre el personal y los presupuestos de la Corporación, mientras que en la de Lower Merion aparecía un informe detallado del Gerente, de 340 páginas, sobre todos los dólares gastados por el Ayuntamiento en los últimos años, incluyendo lo pagado hasta por su conexión a internet. Y concluía afirmando que España tiene tres fantásticas fortalezas: su clima y ubicación geográfica, lo agradable de la sociedad española para vivir y el idioma castellano, el tercero más importante del planeta, pero que sin cambiar su sistema de liderazgo y selección de élites jamás podría competir con los mejores países del mundo ni salir de las situaciones complicadas que la vida actual nos pone en el camino. No estaría mal hacerle caso al maestro. Y aunque algunos, acostumbrados a vivir de la mamandurria pública, se llevaran las manos a la cabeza, elegir algo así también sería -sin duda- democracia.