Ingobernabilidad y extremismo

Estas segundas elecciones han sido un absoluto desastre, al menos para todos aquellos que tenían en su mano que no las hubiera, formando gobierno. Sin duda, la apuesta arriesgada le ha salido mal al PSOE, que aspiraba a reforzar su posición y se queda  con muchas menos posibilidades de las que tenía en la anterior legislatura. También le sale mal la jugada  a Unidas Podemos, que igualmente podría haberlas evitado. No parece que las razones para no pactar en ninguno de los dos casos tuvieran mucho que ver con los intereses generales.

Pero sin duda la caída más estrepitosa es la de Cs, que podía haber gobernado con el PSOE con mayoría absoluta dando al país la estabilidad y las reformas que está pidiendo a gritos. Fuimos muchos los que lo dijimos, también nosotros desde estas páginas. No faltarán en los próximos días análisis de la pérdida de nada menos que 47 escaños, pero nos atrevemos a decir que tiene mucho que ver con la pérdida de utilidad percibida en este voto. Su papel era de partido bisagra y cuando pudo facilitar un gobierno, no lo hizo. Ya no es un partido útil cuando no cumple la función que le corresponde.  En todo caso, la responsabilidad última es de Albert Rivera, hiperlíder del partido junto con su equipo más cercano, que le secundó en todo.

En democracia las responsabilidades se asumen dimitiendo, y eso es especialmente importante en el caso de Ciudadanos. Por un lado, porque este partido sigue siendo necesario en España: hay pocos que hayan defendido de una manera tan contundente reformas institucionales y de regeneración, compatibles tanto con la derecha como con la izquierda; por otro, porque esas mismas ideas y valores te vinculan cuando se trata de ti mismo: si se defiende la meritocracia, la rendición de cuentas, la responsabilidad de las instituciones y tu partido es una institución no cabe convocar reuniones, comisiones ni hacer reflexiones. Primero se dimite, y luego se reflexiona sobre lo que ha pasado. Porque el partido debe subsistir si crees en sus ideas. El que Rivera no haya dimitido anoche mismo arroja sospechas de que una consulta a la militancia, o una convocatoria de los órganos internos -que él controla dado que el partido es enormemente presidencialista como demuestran sus estatutos- lo que intenta en realidad es revalidar un liderazgo que es sencillamente imposible y llevaría al partido a su destrucción lo que nos parecería una muy mala noticia para la democracia española, pese a todo.

Pero estas elecciones no son sólo desgraciadas para algunos partidos individualmente. Además, han promovido el ascenso de la derecha radical que, hasta el momento, no suponía un problema relevante en España. Cabe atribuir esta responsabilidad muy especialmente a quienes no han sido capaces de formar un gobierno para atajar los graves problemas económicos y territoriales que nuestro país va a tener que afrontar.

Y no sólo eso: también han hecho más difícil el pacto que antes; y de haberlo puede que tenga que incluir a quienes declaradamente no tienen ningún interés en España o van a exigir contrapartidas absolutamente inasumibles o inconstitucionales o que de asumirse van a generar aun más polarización.

No hay soluciones simples a esta situación compleja. Pero no hay que descartar una: un pacto del bipartidismo y de Ciudadanos que afronten durante un determinado periodo de tiempo las reformas estructurales que precisamos: constitucionales, económicas y hasta de ley electoral. U otras opciones de gobierno, como la abstención, que permitan la gobernabilidad. Ojalá esta vez nuestros líderes estén a la altura. Si no, probablemente ya no nos estaremos jugando unas elecciones, sino la democracia misma.