Resiliencia y altruismo, en tiempos de confinamiento

La vida está llena de acontecimientos que escapan a nuestro control, obligándonos a corregir el rumbo de nuestra vida personal, como la actual pandemia del COVID-19.

Como profesional de la salud mental, me gustaría hacer una reflexión sobre nuestra capacidad de resistencia psicológica en esta situación excepcional.

Probablemente desde el inicio de esta pandemia, la mayoría de nosotros hayamos pasado por una sucesión de estados emocionales que han supuesto una gran demanda de recursos psicológicos (desde la negación, indiferencia o incredulidad inicial) hasta la aceptación de unos cambios exigidos en nuestro estilo de vida temporal, con el consiguiente y necesario confinamiento.

Adaptarse a esta situación novedosa, exige atravesar un sinfín de emociones (amenaza, prejuicio, miedo, desconfianza) normales desde un punto de vista evolutivo; hasta poder integrar y aceptar dicha experiencia y las responsabilidades que conlleva. Será complicado superar este reto, sin haber fortalecido nuestra capacidad de resiliencia, paciencia y de altruismo.

La palabra resiliencia se refiere a la capacidad de crecer ante la adversidad: no significa resignarse, soportar, aguantar, sufrir; sino desarrollarse, crecer y progresar. Y todos nos preguntamos: ¿En qué podemos progresar tras haber hecho frente a esta situación? En haber fortalecido nuestras virtudes éticas.

Probablemente existe un abismo entre quiénes somos y quiénes pensamos que deberíamos ser, que ha quedado de manifiesto en la toma de decisiones al inicio de esta crisis. Muchos han antepuesto un yo racional, cognitivo, reflexivo y sereno, frente a la indiferencia ética o el egoísmo inicial de otros. Decidir qué rumbo tomar: si evadir la responsabilidad o tratar de asumirla para revertir la situación exige una demanda alta de recursos psicológicos.

Merece la pena trabajar en ello; estamos ante un momento único para construir nuestro propio relato social, la forma en que los demás queremos que nos miren. Tenemos la posibilidad de convertir cualquier gesto simple en algo admirable, y que los demás respondan y juzguen si hemos estado a la altura de las circunstancias.

Cuando surjan momentos de debilidad, cansancio o fatiga personal, hagamos un examen interno. Debemos buscar una razón y justificación para llevar a cabo nuestra conducta de aislamiento social, y esa no es otra que la de proteger nuestra salud y la de nuestros allegados, pero también la del prójimo en un ejercicio de responsabilidad social.

Prioricemos que los servicios de salud atiendan y apoyen a los pacientes y a sus familiares afectados por esta pandemia de la mejor manera posible, como están haciendo de manera admirable, en unas condiciones extremas y extenuantes. Mientras tanto, salgamos a aplaudirles y hagámoslo con la seguridad y confianza de estar en las manos de los mejores profesionales posibles.

Hay mucho en juego. Implementemos la empatía como vehículo de salvación. Está demostrado que las personas que muestran un gran altruismo y cooperación, pueden experimentar una gran satisfacción al ayudar a otros. Se llama autoeficacia. Somos parte activa de la solución. Es el momento de buscar iniciativas en las que cada uno colabore y se sienta útil y que amortiguen las emociones de pánico, miedo y desesperación.

La mejor iniciativa será saber amoldarnos, seguir en casa, asumir que esto pasará, cultivar la paciencia, construir rutinas, cuidar nuestras necesidades básicas, compartir información contrastada y constructiva, mantener el contacto social virtual, centrarnos en pequeños objetivos diarios, no desesperar, y sobre todo interiorizar que el altruismo y la sensación particular de poder estar ayudando a otros; aunque nos cueste y sea difícil, reducirá nuestro estrés y hará que esta situación sea más soportable y llevadera.

Ánimo a todos, y no bajemos la guardia.