¿La Europa que queremos?
Desde que comenzó la crisis del coronavirus, vemos como la Unión Europea se mueve de un modo lento y descoordinado a la hora de dar una respuesta común a la crisis sanitaria y económica. Reuniones del Eurogrupo hasta la madrugada en las que no se llega a acuerdo alguno, o decisiones postergadas semanas, incluso primeros ministros llamando la atención al comportamiento de otros países. Algo insólito hasta ahora. El ejemplo más claro y mediático, sin duda, la respuesta de Antonio Costa, primer ministro portugués a su homólogo holandés, sobre que no dudó en tachar su actitud de repugnante por su no a la solidaridad.
Esta lentitud ha mostrado una imagen de una Unión Europea torpe y falta de respuesta en un momento decisivo. Al menos, en apariencia. Provocado, sobre todo, por el rechazo de países cómo Alemania, Holanda o Finlandia a los denominados “coronabonos” – emisiones de deuda conjunta de todos los países de la eurozona para financiar el plan de respuesta al COVID-19 o, también llamado, “Plan Marshall”-. El motivo de la negativa, más o menos legítimo, es la falta de cumplimiento por parte de los países del sur, España e Italia, principalmente, en la reducción del déficit público. Y es que, según alegan dichos países, España e Italia han disfrutado de un crecimiento económico estos últimos años que no se ha repercutido en una reducción del déficit acorde. Y pueden tener razón.
Alemania, Holanda, o Finlandia, pueden tener más o menos razón, pero, España, Italia y Francia, también. En estas líneas no quiero debatir ni discutir qué debe hacerse o que debe dejar de hacerse. En estas líneas quiero manifestar un problema que llevamos sufriendo ya demasiados años y que aquellos que nos consideramos europeístas vemos con gran temor. El estancamiento del proyecto europeo. Todos sabemos que la Unión Europea surgió como una comunidad económica a la que se fueron añadiendo países y, que fue adquiriendo más y más competencias hasta llegar al punto en el que estamos hoy. Un punto que considero decisivo. Sobre todo, a raíz, una vez más, de las declaraciones del primer ministro portugués en las que cuestionaba el compromiso de Holanda con el proyecto común europeo o de la reciente entrevista a Emmanuel Macron tildando la situación como posible principio del fin de la UE. Me explico.
Palabras inexistentes hace un par de años, como “Italexit” o “Espaxit”, reciben cada vez más apoyos por personas que hasta hace unos años no se habían cuestionado el proyecto europeo común. Países como Italia o España, de los más europeístas, han llegado a tener o tienen en sus gobiernos partidos que dudan del proyecto europeo. En Francia o Alemania, la segunda fuerza más votada es antieuropeísta y podría seguir dando ejemplos de países que no se habían cuestionado y ahora se cuestionan el proyecto común europeo. La crisis económica, primero, con duras condiciones a los países que tuvieron que pedir rescate – sobre todo Grecia, Portugal, España e Italia –, la crisis migratoria, la enorme indecisión en los conflictos internaciones –véase la guerra de Libia, la guerra económica con EEUU o el conflicto democrático en Venezuela–, o la respuesta última a la crisis del coronavirus, han creado una sensación de que la Unión Europea no pinta nada y, que son los países nacionales los que deciden individualmente qué hacer y cómo responder a las crisis y problemas que nos van surgiendo.
Es curioso como la respuesta a estas crisis ha provocado más daño a la unidad europea que el propio Brexit, el cuál –si el coronavirus no lo retrasa– se materializará a finales de este año. Supondrá el primer abandono al proyecto común desde su nacimiento. Y, permítanme aventurarme, el Reino Unido nos abandona después de no haber formado parte ni del Eurogrupo ni de la Zona Schengen, digamos, principales estándares de la Unión. El Reino Unido abandona la Unión Europea porque, aparte de un referéndum y una campaña a favor del “leave” de dudosa legalidad, nunca ha creído en el proyecto común. Para los británicos (generalizo, en función de mayoría, discúlpeme si usted piensa diferente) siempre ha estado su nación por delante de la integración europea y siempre han visto –insisto, de forma mayoritaria– la Unión Europea como una unión económica.
Sin embargo, esto no ocurre en todos los países. Muchos italianos, portugueses, españoles, franceses, griegos incluso parte de Alemania, creen que la Unión Europea debe dar un paso más, y que los órganos elegidos en las elecciones europeas deben tener definidas claramente sus competencias y no pueden depender de los acuerdos a los que lleguen o dejen de llegar los ministros o primeros ministros de los países de la eurozona. Sino que el Consejo, la Comisión y el Parlamento Europeos deben funcionar de forma democrática y autónoma sobre las competencias que los países les han cedido. En este sentido de autonomía europea, están surgiendo también partidos políticos europeos que se presentan de forma unificada en todos los países de la UE. Si no afrontamos esta falta de legitimidad, determinación y sobre todo de autoridad de las instituciones europeas, no podremos afrontar las futuras crisis con la determinación esperada, provocando que sigan crecimiento las reticencias al proyecto común, y con ellas la desconfianza en la Unión Europea.
Nos encontramos en un punto de no retorno. Las reticencias de países como Alemania –donde los verdes ya han manifestado estar a favor de la solidaridad con los países del sur– Holanda y Finlandia, deberían hacernos plantearnos ¿por qué podemos tener un Eurogrupo de 19 países, una Zona Schengen de 26 países y una Unión de 27 y, en cambio, no podemos integrarnos políticamente X países y que 27-X sigan formando parte de una unión económica y aduanera?, ¿por qué aquellos países que consideramos que la Unión Europea es nuestro proyecto de futuro no podemos seguir adelante con la integración política?, o, dicho de otro modo, ¿qué Europa queremos? Obviamente, una Unión Europea sin Alemania, Holanda y Finlandia es una Unión Europea más débil. Obviamente. Pero es que, quizás, la alternativa sea el fin de la Unión Europea tal y como la conocemos. Una idea también sostenida por el Presidente francés.
Hace algunas semanas Esteban González Pons publicaba una carta en la que afirmaba que a la Unión Europea se le estaba quedando una cara de ONU que daba miedo, y es una afirmación con la que muchos de los que leéis estas líneas seguramente estéis de acuerdo. Yo lo estoy. Sin embargo, también creo que queda tiempo, poco, sin duda. Pero debemos definir con urgencia cuál será el próximo paso que debe dar la Unión Europea en cuanto a integración. En mi opinión, debemos aspirar a integrarnos también en lo político, y no sólo en lo económico, debemos dejar de pensar en términos de España, Italia, Alemania, etc. y pensar en términos de Europa. Debemos pensar en cómo convencer a nuestros socios europeos de que nuestros problemas son sus problemas y asumir que sus problemas son nuestros problemas. Debemos convencernos de que la partida se juega en Europa y no en Madrid. Que, si mañana un pescador de Barbate no puede recoger más o menos pescado, o que un agricultor de Malmö no pueda recoger más o menos producto, dependerá de lo que se decida en Europa y no de lo que se quiera en España.
Pero, sobre todo se debe plantear el debate de “¿qué Europa queremos?”, y una vez decidido, si queremos mayor integración dar a quién no quiera estar la oportunidad de dar un paso al lado y seguir formando parte de este club de otra forma. Pero, el proyecto europeo debe avanzar. Es obvio que pedir mayor integración no es fácil y más con la desconfianza demostrada por algunos países, la respuesta no puede ser sí o no. Debemos ser flexibles, pero también debemos evitar que el miedo o las reticencias al no de algunos no hagan perder el futuro al proyecto de una Europa común que muchos deseamos, creemos y al que no renunciaremos.