Lo que he aprendido del coronavirus
Es pronto para intentar obtener conclusiones definitivas de la crisis sanitaria, económica y política que está produciendo el SARS-CoV-2 en España, en Europa y en el mundo. Todo en esta vida es provisional, incluso la vida misma. Pero, aprovechando estas semanas de confinamiento e introspección, quizá con lo vivido hasta ahora podríamos empezar a atisbar algunas ideas. Este artículo es un resumen de lo que yo he aprendido y un intento de estructurar mis reflexiones.
1. Tenemos que cuidar mejor a nuestros ancianos.
La enfermedad no ataca a los mejores ni a los peores, a veces ni siquiera a los más débiles. Con frecuencia afecta simplemente a los que tienen mala suerte. El estado de bienestar es un intento de compensar la lotería negativa que, a veces, nos puede tocar a todos. Ya se ha escrito que hemos descubierto un gran agujero negro en nuestro sistema. Las residencias de ancianos están a caballo entre lo sanitario y lo social, que son dos ámbitos que no funcionan con la suficiente coordinación. No solo hay que medicalizar las residencias; también hay que socializar los centros de salud, ambulatorios y hospitales, rompiendo progresivamente las barreras funcionales y administrativas entre ellos. Como sociedad, hemos fallado a nuestros mayores.
2. Hay que salir a aplaudir.
España nunca ha tenido el mejor sistema sanitario del mundo. No, tampoco tenemos los mejores profesionales. Si las urgencias de nuestros hospitales se colapsan cada año por la gripe, y al año siguiente vuelve a pasar lo mismo; si hemos aceptado como normal que en un servicio de urgencias haya decenas de pacientes pendientes de ingreso durmiendo en una butaca; si estamos acostumbrados a contener la demanda, principal función no escrita de la Atención Primaria, en lugar de a orientarla; si esperamos a que los enfermos crónicos que realmente necesitan asistencia vengan, en lugar de ir a por ellos; si parece que todo es gratis, para el que lo pide, para el que lo receta y para el que lo administra; si no evaluamos resultados en salud, ni premiamos la excelencia, ni valoramos realmente mérito y capacidad al asignar plazas; si cada uno se conforma con la situación de su consulta o quirófano; si nuestro sistema sanitario sigue partido en 17+1… entonces, la próxima pandemia nos pillará igual que ésta. Tenemos una oportunidad de mejora. No la perdamos, aunque eso suponga cuestionarnos a nosotros mismos. Hasta ahora teníamos la tranquilidad de que la mayoría de los casos graves o más complejos sí accedían de forma prioritaria al tratamiento óptimo en nuestro sistema sanitario público, pero con la COVID-19 no ha ocurrido.
Mucha gente se ha jugado la vida, y no pocos la han perdido, para atender a los pacientes lo mejor posible y mantener los servicios esenciales. Debemos agradecérselo. En los momentos más difíciles es cuando más hace falta tener la moral alta. Desde arriba ves mejor el horizonte y los obstáculos que te separan de él.
3. Si no tiras la red, no coges peces.
Nos dicen que nadie podía saber que esto iba a pasar, pero parece claro que debíamos haberlo previsto. Si no lees o escuchas los medios de comunicación no te enteras de las noticias; si no tienes una red de vigilancia epidemiológica internacional adecuada, con rigor técnico e independiente de presiones gubernamentales, en unos meses pueden morir más de doscientas mil personas en el mundo porque las alarmas no han sonado ni a tiempo ni lo bastante fuerte. La Organización Mundial de la Salud es una agencia de cooperación intergubernamental y no supervisa a sus miembros. No es como, por ejemplo, la Organización Internacional de la Energía Atómica, que cuando visita las instalaciones de un país vigila si pretende fabricar armas nucleares.
Como siempre, si falla el paraguas de las instituciones supranacionales, la suerte de cada país depende de su gobierno y sus propias instituciones. Y en España falta calidad en la gobernanza de nuestras instituciones, y no solo en las sanitarias.
4. La guerra continúa.
Es sabido que la primera víctima de cualquier guerra es la verdad. Oyes a unos, lees a otros… y te das cuenta de que cada responsable político nos está enviando mensajes que buscan o bien eludir su responsabilidad o bien proclamar sus logros. La guerra no es contra el coronavirus; es entre ellos. Solo han cambiado de tema.
El gobierno de España, los gobiernos autonómicos liderados por la oposición, los nacionalistas con sus 1.714 millares de mascarillas… todos caen en la misma contradicción: afirmar que la responsabilidad de haber reaccionado tarde y mal a esta epidemia no es de tu gobierno implica asumir que tampoco tienes las competencias para remediarlo ahora. Si un gobierno nacional o autonómico ahora puede paliar las consecuencias es porque antes podría haber prevenido los daños, y no lo hicieron.
Nos han mentido los generales, los coroneles y los capitanes. La tropa, especialmente los profesionales sanitarios, que conocen la verdad porque la viven en sus carnes, se indignan; y la cuentan en las redes sociales o a sus sindicatos, que funcionan como resguardo del derecho al pataleo. La verdad sigue ahí, y nos sigue llegando a retazos.
5. Nos gobiernan zombis.
El gobierno de España y los gobiernos autonómicos están llenos de muertos, políticamente hablando. Es curioso comprobar que en la reacción inicial a la crisis las creencias individuales de cada uno no se han cuestionado, sino que se han reforzado. Aquellos que votaron al PSOE o UP tenderán a pensar que el gobierno autonómico de Madrid, Andalucía o Murcia, o los recortes sanitarios del PP cuando gobernaba España son los principales culpables de la gravedad de esta crisis en nuestro país comparada con los de nuestro entorno. Los que votaron al PP o Cs pensarán que el principal responsable ha sido el gobierno de España.
El hecho es que hay una responsabilidad compartida: del gobierno de España, en detectar el inicio de los contagios y frenar la llegada de la epidemia con medidas de contención y mitigación; de los gobiernos autonómicos, en preparar a los servicios sanitarios y sociales que se han visto ampliamente desbordados. Han muerto y van a morir personas que no deberían haber muerto, y los responsables políticos de este “exceso de mortalidad” (que me perdonen los muertos, sus familiares y amigos por usar este eufemismo) no están sólo en un gobierno. Todos deberán asumir sus responsabilidades.
6. China: tan lejos, tan cerca.
Los virus del otro lado del mundo nos llegan más rápido que nunca, pero no parece que las noticias, los datos, y las ideas nos lleguen a la misma velocidad. Probablemente la reacción internacional a la pandemia del coronavirus hubiera sido distinta si ésta hubiera empezado en Milán o en Nueva York.
No sé si queda alguien en el mundo que crea que los datos facilitados por el gobierno chino eran ciertos. La duda es si nos han mentido a posta o si simplemente no sabían la verdad, o las dos cosas. Ya se ha publicado que las autoridades chinas intentaron ocultar el comienzo de la epidemia a la opinión pública internacional, puesto que la opinión pública en China no existe. A parte de las mentiras, la barrera cultural entre Oriente y Occidente ha jugado a favor del COVID-19.
La globalización debería ser algo más que promover el comercio internacional. Un estado que representa, por ahora, la sexta parte del PIB mundial debería estar a la altura de sus responsabilidades, que no son solo económicas. Urge que la comunidad internacional empiece a exigir reformas democráticas a China. La democracia no es perfecta, pero las otras opciones me gustan menos. Debemos ayudar a los chinos, porque a la vez nos ayudaremos a nosotros mismos. Son tan víctimas del coronavirus como nosotros.
Julia Tena es Licenciada en Políticas e Historia por la Universidad de Lancaster, UK y Master en Políticas y Comunicación por LSE. Ha trabajado en el Español. En la actualidad es periodista free lance. Colabora con varios medios nacionales desde UK.