¿#Salimosmasfuertes de la epidemia de coronavirus? las profecías que se autoincumplen y la regla 200-50

Terrazas a rebosar, gente sin mascarilla a medio metro como mucho. Además, y en parte porque, dice el gobierno poniendo en boca, un poco con calzador, de casi todos los periódicos nacionales que #Salimosmasfuertes; y también dicen algunos expertos-profeta que no va a haber rebrote (no sé cómo lo saben) y otros (¡o los mismos!), dicen que sí; lo cual es, paradójicamente, un alivio. El calor y el aire libre ponen las cosas más difíciles al virus, es cierto; pero no es suficiente. Hasta que todos estemos seguros de cuál de las muchas bolas de cristal que surgen como hongos después de la lluvia es la buena, voy a sacar la mía, que también “soy de Dios” para hacer un poco de abogado del diablo. Y voy a hacer mi propia profecía para que no se cumpla, que es lo que suele y debe pasar con las profecías epidémicas sensatas.

La campaña #Salimosmasfuertes del gobierno ha tenido, supongo, algo de buena intención, bastante de inauguración precipitada, y mucho de inoportuna. Está por ver que hayamos salido y seguro que más fuertes, no. Después de un corto periodo reciente de lucidez técnica aprobando, por fin, la mascarilla obligatoria y promoviendo la realización de test, parece que el gobierno vuelve a las andadas con ese estilo propagandístico que no va bien en las epidemias. Sabemos que la sola percepción de autoeficacia, de hecho la aumenta. Si nos sentimos capaces de hacer algo, es más probable que lo consigamos y  viceversa. Es lo que se conoce como “profecía autocumplida” y funciona muy bien en algunas terapias psicológicas. También fuera del área sanitaria o médico-científica, como en el coaching, en los partidos de tenis (¡Vamos, vamos!) y en el marketing. Pero, lo siento, en las epidemias, no. Ocurre justo al revés: la profecía se autoincumple. Si todo el mundo relaja las medidas de protección porque piensa que ya “hemos salido”, aumenta la probabilidad de que las cosas vayan mal y viceversa. Algunos de los asesores influyentes del gobierno saben mucho de marketing y quizá no tanto de epidemias y así, muchos ciudadanos han salido, no sé si más fuertes pero en tromba,  ávidos de normalidad y hartos (no es de extrañar) de restricciones, a llenar alegremente las terrazas, muchos sin mascarilla y sin respetar la distancia de seguridad.

Y ahora, voy con un poco de matemáticas. Me ahorraré lo del inventor del ajedrez y los granos de trigo, porque los lectores experimentaron de primera mano lo contraintuitivas y traicioneras que son las funciones exponenciales cuando el tsunami arrasó (no sólo desbordó) el sistema sanitario en marzo. Aunque, igual que el fondo marino después de un tsunami, la capacidad de regeneración de nuestra querida sanidad pública, es asombrosa. Voy entonces, con otras exponenciales que tienen que ver con el riesgo individual. Los humanos, cuando una conducta de riesgo aislada nos parece asumible, tendemos a pensar que el riesgo de ejecutarla de forma continuada, también lo es. Esta percepción errónea conduce a una infravaloración, a veces adaptativa, de las conductas de riesgo.

Ilustraré de forma técnica este “tanto va el cántaro a la fuente” de toda la vida. Pido disculpas de antemano porque algunos datos son imprecisos: no tomen en cuenta el valor de los datos concretos, son un instrumento y verá el lector que fuerzo los números redondos para explicar el caso. En la Comunidad de Madrid, las cosas han ido a mejor, los hospitales se han ido recuperando y las UVIs aliviándose. Con 200 casos /día y un periodo infeccioso de, digamos, 10 días, habría unos 2000 sujetos infecciosos. Asumimos que los positivos oficiales son menos que los reales. Sabemos que, hace semanas eran solo el 10% de los reales, basándonos en un estudio serológico nacional, en el que se estimó que el 5% de la población española (2,35 millones) había sido contagiada, mientras, en aquel momento, teníamos una cifra oficial de contagiados en España 10 veces menor: 235.000. Hoy, con toda probabilidad la magnitud del error será menor, porque hay una proporción de positivos sobre el total de test realizados mucho menor. Pongamos que, en la Comunidad de Madrid no haya 2000 sujetos infecciosos sino algo más del triple (una estimación verosímil pero forzada, en aras de la claridad de la explicación). Redondeando al alza 6700 sujetos infecciosos que es, exactamente el 1 por mil de la población de la Comunidad de Madrid. Aclaro que no es mi objetivo con este artículo ni poner en cuestión ni defender el cambio de fase, sobre todo porque ni tengo toda la información ni la he analizado con suficiente profundidad. Lo que sí sé seguro, es que el resultado final de la decisión de cambio fase, no sólo depende de la decisión en sí, si no de lo que se haga a partir de ahora.  Creo que las administraciones deberían intentar en lo posible que se cumpla la norma (mascarilla obligatoria y distancia de seguridad), y también empeñarse en el testeo sistemático y rastreo de casos. No sugiero que haya que actuar como cuando se perseguía a aquellos corredores solitarios, que se echaban desesperados al monte al inicio del confinamiento, poniendo “grave e irresponsablemente” en riesgo la salud de nadie; pero entre eso y hacer la “vista gorda” de forma sistemática, supongo que hay un término medio.

Y vuelvo, al hilo que dejé en el aire, a ese riesgo del 1 por mil, a ver qué pasa. Supongamos que un sujeto sano (usted por ejemplo) tiene 20 contactos (simultáneos o sucesivos) sin protección alguna en un solo día que duran un rato, lo suficiente como para contagiarse ¿Cuál sería el riesgo de contagio? Bastaría con que uno de los 20 contactos sea infeccioso para contagiarse, por tanto, la probabilidad de contagiarse sería la complementaria de la probabilidad de que los 20 sean sanos. Es decir, 1 menos 0,999 elevado a la 20, que resulta ser 1 menos 0,98 es decir el 0,02 (2%). Alguno diría: ¡Pues me la juego! Venga esa cervecita con l@s amig@s todos bien juntit@s y sin mascarilla, que ya sería mala suerte! ¿Y si repetimos conductas parecidas, con 20 contactos diarios no protegidos en un comercio, con un amig@ o en el metro, durante dos semanas seguidas? Sorpresa: La probabilidad de contagiarse pasa al 25%: 1 menos 0,98 elevado a 14 ¿Y durante 1 mes?: casi el 50%, cara o cruz. Todo esto bajo el supuesto falso del riesgo constante. El argumento aplica a otras comunidades autónomas. Prácticamente a todas. Si en vez del 1 por 1000 es el 0,5 por mil, el razonamiento cambia muy poco. Si hiciéramos un modelo matemático (quizá deberíamos), ese riesgo empezaría a crecer a medida que el número de sujetos con capacidad de infectar comenzara a crecer, con un retraso correspondiente al periodo desde que el sujeto se infecta hasta que es ya contagioso a pesar de ser asintomático, con lo cual todos esos números habría que modificarlos a peor.  Y ¿qué pasa si en vez de pensar que hay 6700 sujetos con capacidad de infectar piensas en 200? Pues que muchos dirán ¿Pero cómo me va a tocar a mí? Y sale a la terraza a tomar algo con los amigos, sin mascarilla y a 50 centímetros.

Termino con un ruego, una profecía y con una regla nemotécnica. Mi ruego es que tomemos muy en serio las medidas de lavado de manos, distancia de seguridad y mascarilla obligatoria. Ahí va mi profecía autoincumplida que espero que mucha gente crea, para que funcione y no se cumpla: si no se toman en serio estas medidas nos encontraremos, incluso antes del otoño y pese al sol y el aire libre, otra vez, con demasiados enfermos ingresados y más muertos que llorar. Y cierro con mi regla nemotécnica: con 200 infectados diarios en la Comunidad de Madrid, si tu “distancia de seguridad” no son 200 centímetros sino 50, en un mes, tu riesgo de contagiarte será del 50%  ¿Quién lo diría?

Lo dicen las exponenciales, que son muy traicioneras.

El criterio expresado en el artículo es el mío propio y no necesariamente el de la institución Hospital Universitario La Paz.