Una oportunidad para el Estado de bienestar en Europa

“¿Europa?”- más de una vez se ha podido escuchar este interrogante de los ciudadanos europeos convertido en un anhelo por Europa a la hora de afrontar la crisis que cada uno de nuestros países ha sufrido con motivo del Covid-19.

Los ciudadanos “corrientes” no saben que Europa no puede hacer nada al respecto. No son expertos en derecho comunitario. No saben que la Unión Europea no tiene competencias en las principales materias de la política social. Así fue la idea de los Padres Fundadores de la Unión: integración económica supranacional: sí. Política social supranacional: no. Y hasta ahora, a pesar de algunas correcciones, se ha mantenido esta distinción entre las dos esferas.

Pero aun así, miran a Europa, esperando respuestas, en momentos como éste, cuando la indefensión de sus Estados ante la crisis sanitaria se ha hecho evidente. Aunque Europa no está pensada como Estado social de bienestar -ni siquiera como Estado soberano-, los ciudadanos sí que piensan en Europa para solucionar la crisis del Estado de bienestar, que para muchos de ellos, ha pasado a ser una crisis personal.

Esta crisis del Estado de bienestar no es nueva. Sólo que ahora se ha hecho más visible. Hemos ignorado las alertas. Demasiado fácil era desechar el Brexit como resultado de un discurso manipulativo de algunos políticos. Demasiado fácil era culpar a la “indisciplina financiera” de algunos Estados para la crisis de deuda soberana que acaba de arruinar las perspectivas de una generación entera. Para muchos ciudadanos de Europa, el Estado del bienestar ya había dejado de existir tiempo antes de la actual crisis.

El problema de fondo trasciende a la actualidad política. Aun así, estos eventos trágicos son síntomas del malestar de Europa, “erupciones volcánicas” que nos indican la existencia de movimientos tectónicos bajo la superficie. El bienestar social, tal como lo conocieron nuestros padres, queda derribado por las fuerzas de globalización, también en Europa. Demasiado rápido han sido los avances de los mercados financieros en las últimas décadas para que las economías nacionales “reales” pudieran competir con el capital a nivel global. Más bien compiten entre sí sobre el acceso al capital global y eso a costa de sus ciudadanos.

Europa no es la causa de esta ruptura del pacto social, pero tampoco ha sido su solución. Y no lo puede ser, porque los Estados miembros no la han dejado. La política social es un tema muy sensible. Esto explica por qué el Tratado de Lisboa no piensa equilibrar la unión monetaria con una unión social. Los líderes nacionales que lo ratificaron han tenido sus razones: el electorado nunca se lo habría permitido. Pero entonces no es tanto Europa la que tiene la culpa de su déficit social, sino que la tenemos nosotros mismos. Y la cuestión más bien es si nosotros, los europeos, nos podemos permitir a largo plazo encerrar la política social en nuestros territorios nacionales.

No nos engañemos. La integración europea es irreversible. El proceso de globalización avanza con o sin nosotros. Pero sólo en Europa tenemos la posibilidad de instituir un sistema que filtre los efectos negativos del mercado global y que al mismo tiempo conserve la diversidad de nuestras distintas comunidades.

Para ello tenemos que repensar el concepto de soberanía. Repensar el concepto del Estado de bienestar. Encontrar una solución para el inacabado proyecto de la Unión Política.

La Unión Política de Europa tiene que ser completamente distinta a un Estado nación. La diversidad (y no la homogeneidad) debe constituir su fundamento. La solidaridad individual encuentra su correspondencia en la solidaridad entre países, por ejemplo a través de un seguro de paro transnacional, para ayudar a que los países afectados por choques económicos puedan afrontar las cargas de su sistema de seguridad social. No hacen falta unos Estados Unidos de Europa para construir tal soberano europeo. Pero sí un cambio en nuestra voluntad de aceptar que hemos dejado de ser sólo españoles, italianos o alemanes. También en los tiempos difíciles. El exclusivismo de nuestras naciones no nos va a solucionar el malestar de Europa. El soberano europeo se va a instituir sí o sí – pero si no lo asumimos, se seguirá escondiendo en los regímenes de “emergencia” fuera de los Tratados Europeos, dictando su gobernanza económica – sin legitimación democrática. Hagamos que vuelva a formar parte de nuestro proyecto político, y que sea objeto de nuestra voluntad política como europeos. No tengamos miedo. Existen soluciones para una Europa más social, sin tener que sacrificar la diversidad que tanto nos caracteriza. Afrontémoslo.