Diez-Picazo y los banqueros. Etica y estética de la docencia de los magistrados del Tribunal Supremo

¿Por qué critican tanto al profesor don Luis Díez-Picazo, Presidente de la sala III del
Tribunal Supremo? Quizás por envidia, eso me decía yo al recordar que, recién aprobadas mis
oposiciones a judicatura, me dio clase en la Escuela Judicial, hace ya más de veinte años. Me
dejó la impresión de poseer una cultura jurídica vastísima, tanto es así que ya por aquel entonces
se rumoreaba que estaba posición de alcanzar el Tribunal Constitucional. Cuando se es el foco
de todas las miradas, es inevitable que algunos miren con malos ojos.

Pero del pobre don Luis diríase que le han echado mal de ojo. Profesor desde hace
tiempo en el CUNEF (Centro de Estudios Financieros), algunos maledicentes han querido ver
turbias conexiones entre ciertas decisiones suyas y los interés de la patronal bancaria, que fundó
hace décadas la institución donde ahora presta sus servicios docentes. En concreto, muy mal
vista fue su iniciativa de avocar algunos pleitos hipotecarios en otoño de 2018 al pleno de la sala
que presidía ya que, a la postre, el resultado fue que los clientes tuviesen que acarrear con los
costos del Impuesto de Actos Jurídicos Documentados. Hubo quien lo interpretó como acto de
favoritismo hacia su empleador.

Me cuesta trabajo creer en tamañas invectivas. Es cierto que nunca termina de
conocerse de todo a nadie, ni siquiera a uno mismo, pero no me imagino a mi brillante profesor
convertido en lacayo de la oligarquía económica. Sobre todo porque, si la decisión de acudir al
pleno no se debió a motivos de estricta legalidad, estaría manchando su toga. No hablo de un
hipotético delito de prevaricación, que sería otra cosa, sino del sagrado juramento de
observancia a la Justicia que todos los jueces hemos tenido que prestar. Un hombre que viola
su palabra no es nada.

La herida se reabre ahora, al conocerse que la Comisión Permanente del Pleno General
del Poder Judicial le ha concedido la compatibilidad para dar nuevamente clase de Derecho
Constitucional en el Centro de Estudios Financieros en el curso 2020/2021. Lejos de aplacarse la
polémica, se avivan las llamas. Muestra de ello es que incluso uno de los vocales, don Álvaro
Cuesta Martínez, mostró con su voto particular las dudas sobre la conveniencia de la
autorización.

Lo cierto y verdad es que, desde un punto de vista jurídico, la cuestión no deja de ser
discutible, como mínimo. Me remito al informe que sobre el particular emitió la Plataforma
Cívica por la Independencia judicial.. No me parece mal una
moderada retribución ocasional por un cursillo o seminario, pero estar a sueldo de manera
permanente es diferente. Especialmente si el sobre mensual es muy abultado. Estéticamente es
bastante feo. Dejémoslo ahí. No olvidemos que los miembros del Tribunal Supremo
desempeñan lo que se llama “magistratura de ejercicio”, o sea, cobran más que los demás jueces
pero, en compensación, se les exige mayor exclusividad en el cargo. Sea como fuere, cuesta
mucho trabajo explicarle al español medio, apurado con las cuotas del préstamo de su vivienda,
que un juez a quien le pagan los banqueros se pronuncie desde su tribunal precisamente a favor
de ellos, sin que ninguna influencia haya ejercido el dinero que esos mismos señores le hacen
llegar con regularidad. Acaso simplista, inexacto y hasta injusto. Pero es lo que hay; es lo que la
gente piensa.

En cualquier caso, hemos puesto el dedo en la llaga. No olvidaré el comentario de un
compañero que, más o menos, me vino a decir: “¿Cuánto crees que gana ese Picazo, unos pocos
euros como cuando yo doy un conferencia, seguro que se embolsa cada mes miles de euros de
la banca?”. Es evidente que somos un país de envidiosos. No es un tópico, ese es nuestro pecado
capital, nos guste o no nos guste.

Ahora bien, ¿estamos seguros de que la bolsa está tan repleta? El deseo excita nuestra
imaginación y acabamos hipostasiando las fantasías. Quizás la remuneración del señor Díez-Picazo sea modesta. Muchos jueces participan en coloquios, charlas u otros eventos académicos
gratis, o por una copla. En una sociedad obsesionada con el dinero fácil y enganchada
superficialidad de la efervescencia digital, no se entiende muy bien el placer por el saber. No
bromeo. Conozco a más de un maestro para quien la vida no es otra cosa más que la sabiduría,
que no sólo no cobraría, sino que hasta pagaría por enseñar. Seguro que mi brillante profesor
entendería lo que quiero decir. Nada más y nada menos que Aristóteles nos avala.
Tantas habladurías viperinas enmudecerían ipso facto si se hiciese público el contrato
de Díez-Pizazo con el CUNEF. ¿Por qué no revelarlo en un gesto de valentía? Entonces las
conjeturas se las verían con los hechos. Y más de uno se llevaría una sorpresa. Tal vez sea un
ingenuo, pero lo estoy esperando.