Alejandro Nieto: noventa años

En los países más respetuosos con las grandes personalidades se celebran sus setenta, sus ochenta, sus noventa cumpleaños con glosas de sus andanzas y de los trabajos que han ido tejiendo con brío, fuerza y paciencia. En España solo aplaudimos en el arrastre mortuorio como a los toros en el ruedo.

Sería una injusticia que así se procediera con Alejandro Nieto, ya nonagenario, uno de los sabios españoles que sigue cultivando una curiosidad intelectual entre escéptica y melancólica, pero siempre bien fecunda.

Nieto ganó por oposición – es decir, oponiéndose a otros candidatos, una práctica que las modernas leyes han desterrado – una cátedra de Derecho Administrativo enseñando en diversas Universidades españolas en la época en que el catedrático gozaba de movilidad y así de su entusiasmo por la docencia se beneficiaron alumnos de La Laguna, de Barcelona y de Madrid. Como conferenciante, oyentes de toda España.

Como jurista, Nieto nos ha desvelado las claves de los más intrincados rincones del Derecho Administrativo siempre con la mirada buida y la pluma pulida. Pero Nieto ha sido además historiador, ensayista y gestor público, como Presidente que fue del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Ha recibido premios como el Nacional de Ensayo y ocupa hoy un sillón en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

Sus obras sobre la ideología revolucionaria de los estudiantes europeos, la tribu universitaria, la organización del desgobierno, la corrupción en la España democrática reflejaron los cambios en Europa y los profundos males que aquejaban a la sociedad española y al decorado de cartón piedra de sus instituciones políticas. Resalto, porque se suele olvidar, su “España en astillas” (1993) con un sustancioso prólogo donde se destaca la persecución que sufrió por haberse creído que en España regía la libertad de expresión. Todo ello fue escrito por Nieto en un momento temprano cuando la mayoría de la población y de los intelectuales vivían acunados disfrutando de una España encantada consigo misma.

A “los primeros pasos del Estado constitucional”, que explica la Regencia de María Cristina de Borbón, hay que unir decenas de estudios históricos relacionados con nuestros siglos XIX y XX. En breve podremos leer la monografía que ha dedicado a la Primera República Española, que sale en un momento bien oportuno, cuando tanto botarate está elevando tal forma de Estado al altar ante el cual va a arder un pebetero con los mejores perfumes españoles.

Alejandro Nieto es además un tipo entrañable, provocador y divertido y, sobre todo, alejado de las convenciones. Es precisamente por esta condición una suerte de sublevado muy original, un sublevado que no combate los molinos de viento sino el viento mismo, el viento que arremolinan las mentiras y las gilipolleces sociales. Gasta boina barojiana con cuya mala leche es obligado emparentar la de Nieto.

Es el jurista que despotrica de los juristas porque cree que cultivan una palabrería de cementerio, de sepulcros blanqueados, de palabras fusiladas por la conveniencia y luego mal enterradas. Pero, al mismo tiempo, él ha da dado a la jurispericia días de gloria y de vida vívida, no acartonada ni untada de afeites.

Ha descorrido en sus obras los cortinones de las instituciones sociales para enseñarnos que son poco más que belén de Navidad. Es también el jurista que ha querido despojar a las mentiras de la falsa seriedad de su traje de etiqueta. Y eso sobrevivirá de su obra, aunque la sociedad le haya retribuido con una desdeñosa indiferencia.

Alejandro Nieto es, en fin, un escultor que usa como material para sus obras sus sueños de sublevado. Y, al cabo, él, que tan duro es con tantos, se enternece con un paisaje del Cerrato y perdona a la humanidad sus despropósitos desde aquellos azules que a la tierra empapan en su eterno juego de luces. Y les da su bendición de monje que ora en las soledades, pues Alejandro tiene también aire frailuno, de fraile severo y sotana castigada por la austeridad y los años fértiles.

Felicidades, maestro.