Independencia Judicial. Pandemia. Paciencia.
Érase una vez que se era, un 8 de octubre de 2008, cuando la llamada Revolución de los Jueces y Juezas en España…
Hace 12 años. Como participante activa que fui de aquel sueño y, asimismo, como espectadora que fui de su desaparición, resulta que 12 años después estamos peor y ante un horizonte peligroso para nuestro Estado Democrático de Derecho.
El origen de aquel 8 – O se fraguó para reivindicar la independencia judicial y la despolitización de la Justicia. Prueba evidente de su éxito fue la estrategia desplegada entre bastidores para aplastarlo, dividiéndonos. El objetivo se consiguió merced a nuestro cansancio crónico, el ingente sacrificio que suponía ponernos de acuerdo en una época sin redes sociales y el omnímodo poder de algunos colegas ubicados en la trinchera pero con los ojos y las intenciones puestos en la zona alta, en el palco, allá donde la Ética pierde su nombre, sórdidamente encamada con la política. Por primera y única vez en nuestra pequeña historia, tuvimos voz buscando un voto. Aquel lema tan antiguo de “un juez/a, un voto”.
El espontáneo movimiento albergaba heterogéneos pensamientos y variados destinos jurisdiccionales, talantes dispares y muchas ganas de hablar en voz alta, encomiable tarea en la que éramos unos neófitos y, visto con la perspectiva del tiempo, fuimos unos ingenuos. A menudo la ilusión te hace perder el sentido de la realidad.
Desde entonces hasta ahora, el Consejo General del Poder Judicial ha sido el objetivo de los que temen, más que a ninguna otra cosa, a la independencia del Poder Judicial. Y socavarla es bastante sencillo: agotas a los de abajo y creas una cadena de custodia con los de arriba, donde la puerta es giratoria y la ventana de doble apertura.
El sistema ya estaba creado desde 1985. Lo pernicioso es que nunca se intentó depurar, estando como estamos, apuntando ahora al actual Presidente del CGPJ, que para mal o para peor, se ha convertido en el ariete de quienes vomitan titulares acerca del discurso de su renovación. Pero esta figura es la punta del iceberg, como suele decirse, no la causa del siniestro. Desde fuera, se asemeja a una carrera de vanidades para ver quién alcanza el trozo de tarta más grande. Desde dentro, resulta vergonzoso. Tan solo cabe agachar la cabeza ante el descaro, apretar los dientes y mantener la calma.
Nosotros, jueces y juezas, nos hallamos afortunadamente limitados y contenidos por nuestra Ley Orgánica, que entre muchas otras prohibiciones, impide que nos ejercitemos en el trasiego de las tertulias políticas y que manifestemos pareceres que pudieran comprometer nuestro oficio.
La dramática situación provocada por la pandemia parece un excelente momento para dar un zapatazo en la debilitada mesa del Estado Democrático de Derecho, usurpando lo que debería pertenecer a nuestro gremio, para seguir controlando aquello a lo que más se teme bajo la apariencia de una reforma urgente y con un fondo oscuro cuyo objetivo es apretar las pocas tuercas que al Poder Judicial le quedan, dejándolas expuestas al vaivén político.
Desde aquel 8 – O ha llovido mucho, pero ha calado poco. El ciudadano se halla ya definitivamente lejos de nosotros, siendo un hecho consumado que identifique Poder Judicial y órgano de Gobierno del Poder Judicial, puesto que nuestro reducido discurso ha sido tergiversado por los políticos, en cuyos programas electorales jamás aparece la Administración de Justicia.
Dicen que no da votos. No sé yo.
Mientras la ciudadanía ve avanzar el contagio, trata de enterrar a sus muertos y lucha por mantener a flote el negocio o la vida, o ambas cosas a la vez, este asunto de la independencia judicial les es naturalmente ajeno.
Hemos fallado. Les hemos fallado. Esta vez, la responsabilidad es enteramente nuestra. Por haber callado y por tener miedo.
Nos esperan tiempos muy complicados. Y en esta ocasión, la paciencia no es el remedio y la urgencia nunca será la solución.
Quizá ha llegado el momento en el que la decencia y la responsabilidad deban ser los principios que rijan la reforma.