El insólito discurso del Rey

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El discurso de Nochebuena del Rey Felipe VI ha sido el más raro, extraño o desacostumbrado, utilizando las acepciones que de la palabra “insólito” ofrece el Diccionario de la Lengua Española de la RAE, que ha pronunciado en sus siete difíciles años de reinado. Y yo diría que es quizás el más insólito discurso que un Rey de España ha pronunciado desde la restauración de la Monarquía. No importa quién fuera el Monarca. Rebobinemos. El Rey Juan Carlos abdica la Corona porque su conducta desde la cacería en Botsuana y el descubrimiento de su relación con Corinna Larsen no resultaba ejemplar, y mucho menos conveniente, en un país azotado por la crisis económica. Pero nadie podía imaginarse la magnitud de lo que, a partir de entonces, iría aflorando. Y lo que ha salido a la superficie, en forma de comisiones y cuentas opacas en paraísos fiscales, ha sido lo bastante grave como para que haya tenido que intervenir la fiscalía y la Agencia Tributaria para intentar esclarecer esa conducta que, por lo que vamos sabiendo, se remonta a los inicios del reinado de Juan Carlos I.

 

Todos los partidos independentistas catalanes y vascos, sin excepción ni matices, así como Podemos y sus marcas afines, aprovecharon esa extraña situación para salir en tromba pidiendo un cambio constitucional que diera paso a una república y al derecho de secesión de las distintas naciones que, según ellos, se compone España. O sea, que en el año de la pandemia e inmersos en una crisis económica sin precedentes de la que no sabemos todavía cómo saldremos, esos partidos plantean, nada menos, que el debate sobre un cambio de régimen. Y no se trata solo de un wishful thinkin más o menos retórico, no. De retórico, nada. Ese debate se plantea desde uno de los partidos que gobiernan España en coalición con el PSOE, por un lado; y, por otro, desde dos partidos (ERC + PNV) que gobiernan en las autonomías de Cataluña y Euskadi. Si no fuera porque los abuelos se mueren a chorros por el COVID 19, gritaría ese dicho tan castizo de que “éramos pocos, y parió la abuela”.

 

Todos aquellos que aprovechan estos momentos de tanta incertidumbre para intentar derribar la Constitución, esperaban del Rey Felipe VI que se refiriera en el discurso de anteanoche a la conducta de su padre, el Rey Juan Carlos, para salir como lobos aullando contra él, dijera lo que dijera. El Rey, pues, habló por elevación, que es como debe referirse un Jefe de Estado a los temas controvertidos, aquellos en los que las opiniones de los ciudadanos están muy divididas. El Rey no puede ponerse al lado de unos u otros. Es el Rey de todos los españoles. El Rey es imparcial y debe recordar, como lo hizo, el papel de la Corona, y el suyo como Monarca, en el juego de fuerzas constitucionales.  Y lo hizo bien. Tampoco debía, y desde luego no cayó en esa trampa, entrar en los reproches y descalificaciones familiares, como si de un patio de vecindad se tratara. La conducta pública del Rey Juan Carlos la juzgará la historia; y su conducta privada, de forma más inmediata, los Tribunales o la Agencia Tributaria.

 

El discurso del Rey, que es el jefe del Estado según el artículo 56 CE, fue, en mi opinión, como un encaje de bolillos para decir todo lo que debía decir sin ofender a nadie: “Ya en 2014, en mi proclamación ante las Cortes Generales, me refería a los principios morales y éticos que los ciudadanos reclaman de nuestras conductas. Unos principios que nos obligan a todos sin excepción; y que están por encima de cualquier consideración, de la naturaleza que sea, incluso de las personales o familiares”. ¿Qué más querían que dijera? ¿Acusar a su padre cuando no está ni siquiera imputado? El Rey Felipe VI se propuso, desde el inicio de su reinado, ser un rey ejemplar, alguien en cuya conducta, y en la de su familia (su mujer y sus hijas), pudiéramos mirarnos. Y, desde luego, no con palabras sino con hechos (retirar la asignación al Rey Juan Carlos y renunciar a sus posibles derechos hereditarios), está cumpliendo con pulcritud exquisita y sinceridad lo que prometió.

 

Y también en el discurso el Rey se dijeron otras cosas con pocas palabras. Reconoció, implícitamente, el papel trascendental del Rey Juan Carlos en el desmantelamiento del franquismo, la reconciliación nacional y el advenimiento de la democracia y de las libertades que instauraron nuestra Constitución. “Una Constitución que todos tenemos el deber de respetar y que en nuestros días es el fundamento de nuestra convivencia social y política, y que representa en nuestra historia un éxito de y para la democracia y la libertad”.

 

Aún así, el discurso de Nochebuena del Rey Felipe fue un discurso insólito, se salió de los parámetros de la normalidad (la pandemia, la crisis, los jóvenes…) porque, por un lado, tuvo que recordar que la Constitución de 1978, garantía de la democracia y de la libertad, debe ser respetada por todos; y, por otro, dejó claro explícitamente que hay principios éticos y morales que nos obligan a todos. En su reciente libro “Por qué soy monárquico” (Ariel), Sergio Vila-Sanjuán, Premio Nacional de Periodismo Cultural 2020, ha escrito: “La monarquía constitucional lanza sobre el panorama político un mensaje de moderación, continuidad y equilibrio. Por eso los radicalismos, los populismos y los totalitarismos constituyen hoy sus principales adversarios”.  El mensaje del Rey tuvo esos ingredientes: moderación, continuidad y equilibrio. Y por ello, los radicales, populistas y totalitarios intentan descuartizarlo.