¿Hay vida más allá de las terrazas?

Como se sabe, uno de los temas más discutidos últimamente en nuestros ambientes, y quizá  en relación a las medidas tomadas por la CAM, es el de la apertura y cierre de las terrazas de los bares, restaurantes y cafeterías en general, y en especial en Madrid, y el de sus horarios.

En concreto, en nuestra Comunidad Autónoma y Ayuntamiento se ha concedido de manera temporal – suponemos – , y en tanto no se supere la pandemia, una autorización municipal para que las empresas del tipo citado que disponen de sitio en la calle se extiendan cada vez más en terreno público, sean calles, paseos, incluso zonas de aparcamiento cuando por la estrechez de la calle no pueden establecerse en ella.

Esto crea una nueva panóramica y una nueva visión ¿psicosocial, arquitectónica, paisajística? de la ciudad, pues algunas calles o paseos, no importa la anchura o longitud, se han convertido en una continua disposición de mesas y sillas; mesas que pueden acoger a un máximo de 6 personas, pero que a veces se unen unas a otras sin solución de continuidad. Algunas calles, por ejemplo el Paseo de Rosales en Argüelles, en su parte inicial, es casi una sucesión ininterrumpida de terrazas, llenas a rebosar.

Aparte de las ventajas económicas y laborales para los empresarios y trabajadores, que son obvias y por tanto sería redundante enumerarlas aquí, hay otra serie de ventajas – y de desventajas, y esto es lo malo – que no son, a nuestro entender, suficientemente analizadas. Es decir, se asume de manera acrítica que una ciudad llena de terrazas cada vez más extendidas es un plus para esa ciudad y sus habitantes.

Analizaremos en primer lugar las ventajas, para luego pasar a las desventajas y dejar una pregunta en el aire para nuestros lectores.

Indudablemente una forma prioritaria de socialización de los pueblos mediterráneos se centra mayoritariamente en la relación de varios grupos, ya sean de familiares, de amigos o de colegas, en los exteriores de los bares, restaurantes, etc.  mediante  conversaciones que pueden durar horas. Esta costumbre, sin duda, viene facilitada y potenciada por el buen tiempo reinante durante no  menos  de 7 meses al año en varias partes del país, y en algunas más.

Como bien saben los psicólogos, la conversación de por sí es un mecanismo terapeútico. Incluso se han hecho estudios en los que se ha visto que en un porcentaje alto de las terapias, la conversación con el terapeuta es de por sí “curativa”, y resuelve parte de los problemas, al margen de la técnica empleada. En los últimos tiempos, también se ha sabido que la soledad de las personas mayores -no la soledad buscada, sino la impuesta por las circunstancias- es nefasta para la salud mental de dichas personas y uno de los potenciales factores de riesgo del deterioro cognitivo leve de la tercera edad.

Si a esto añadimos los efectos del aislamiento de la pandemia, no podemos más que encontrar positivo y beneficioso el contacto de las personas en los establecimientos citados. Ni que decir tiene que los jóvenes, sobre todo los adolescentes, también han sufrido lo suyo con el aislamiento de sus grupos de referencia.

Sin embargo, nos gustaría dejar en el aire, para que fuesen analizados, una serie de inconvenientes que, siempre desde nuestro punto de vista,  esta situación puede acarrear y de hecho acarrea.

El mensaje que se está dando a la ciudadanía, al hablar, escribir  y polemizar en los distintos medios de comunicación de nuestro país continuamente sobre este tema, es que las terrazas son un medio imprescindible para la realización y disfrute de la persona; que pasarse horas en una terraza es un bien “en sí” del que no se puede prescindir; que, sin ellas, estamos perdidos. Y este es un mensaje que obviamente se contrapone a  -o al menos eclipsa- los valores de la lectura, de la música, del aprendizaje de la capacidad para estar solo, del estudio, del visionado de buenas películas, y un largo etcétera. Por no aludir, desde un punto de vista comparativo, al tratamiento diferencial del “tema” de las terrazas y, por poner algún ejemplo,  al de los problemas escolares que se derivan de la pandemia y de las diversas metodologías didácticas abordadas, o a los efectos en los jóvenes universitarios que han empezado esta nueva etapa en esta situación tan anómala, o al de los investigadores, mínimamente abordados.

Por otra parte, ¿hasta qué punto las vías públicas pueden verse cada vez más invadidas por sillas y mesas, y macetas y toldos, y estufas y alfombras, y a veces aparatos de televisión, que muy a menudo restringen el paso de los viandantes hasta a veces tener que pasar de uno en uno por determinados sitios? Y no digamos si uno va con carritos de niños  o personas mayores en sus sillas de ruedas. Hasta los bancos puestos por el Ayuntamiento en determinadas zonas para el descanso de las personas que no quieren, o no pueden, consumir, pero que quieren sentarse, están a menudo invadido. No digamos ya, si a la serie de sillas y mesas, se añaden las mesas y sillas altas junto a las paredes de los establecimientos. No entraremos en aspectos más secundarios como ruido, aparcamientos en segunda fila, coches de distribución sin zonas suficientes de carga y descarga, etc.

En resumen, que si bien en un momento tan especial como este puede venir bien a la ciudadanía este sistema de esparcimiento y socialización, habría que preguntarse si es conveniente tanto por motivos psicosociológicos como instrumentales o funcionales esta potenciación e idealización de las terrazas en detrimento de otras formas de entretenerse y relacionarse.