¿Tiranías fuertes, democracias débiles? (reproducción de la Tribuna en ABC de Segismundo Alvarez)

La idea de que las democracias se encuentran en inferioridad de condiciones cuando han de enfrentarse a una tiranía no es nueva. En la República romana se elegía un Dictator en momentos de emergencia militar. Siglos antes, una unión de veinte polis griegas con democracias rudimentarias se enfrentaron a un ejército enorme liderado por el Rey Jerjes. Frente a la unidad de mando y sumisión reverencial al Rey persa, el general ateniense Temístocles, para organizar la defensa, se ve obligado a hacer concesiones a sus aliados, negociar con los demás generales y convencer con su oratoria a la asamblea ateniense.

Y sin embargo, tras el heroico sacrificio de las Termópilas y el éxito táctico de Salamina, Jerjes vuelve,  derrotado, a la lejanísima Persia. Mucho más recientemente los Aliados, con las democracias británica y estadounidense a la cabeza, derrotaron a los caudillos totalitarios de Alemania e Italia y a la teocracia militarista japonesa. Recordemos además que la situación política en Inglaterra cuando se toma la decisión de resistir a Hitler era aún más caótica que la de Atenas. Quizás las democracias no sean tan débiles.

Se dice que la dependencia de los gobernantes respecto a la opinión pública impide la toma de decisiones difíciles. Pero el argumento es reversible: la democracia será tan fuerte como lo sean sus ciudadanos. Los atenienses, tras poner a salvo a mujeres y niños,  aceptaron abandonar Atenas al saqueo persa para defender su libertad con su flota. En una escena de “La hora más oscura”, que aunque no es histórica bien podría ser cierta, son los londinenses que viajan en el metro los que dan valor a Churchill para no capitular ante Hitler. Por eso la situación actual nos interpela a todos. Evidentemente son los expertos los que tienen que determinar qué sanciones son las que más pueden afectar a los dirigentes y a la capacidad militar rusa. Pero los ciudadanos debemos estar dispuestos a aceptar sacrificios para que el imperialismo y la ley del más fuerte no se apoderen de nuevo de Europa. Cuando vemos como los ucranianos pierden la vida en defensa de su país y miles de rusos se juegan la libertad en las protestas, debemos estar preparados a algo más que bajar la calefacción.

Tampoco es cierto que las necesidades de consenso y deliberación de la democracia sean siempre una debilidad. La posibilidad de debatir y llegar a compromisos es lo que permite alianzas amplias como la de las polis griegas. Una de las razones por la que los países del Este prefieren la OTAN a una alianza con Rusia es que ésta puede imponer su voluntad sin consenso. Si Napoleón fracasó, a pesar de su genio militar y la modernización del Estado que proponía, fue entre otras cosas por su incapacidad para formar alianzas.

Finalmente, se olvida que la las democracias no consisten solo en la elección de los gobernantes -y en consecuencia de su rendición de cuentas-, sino en el respeto al Estado de Derecho, es decir en la sumisión de todos, incluido el poder, a las leyes y reglas que se aprueban por los procedimientos constitucionales. No son Estados al albur de los cambios de la opinión pública, sino organizaciones que han de cumplir de manera inexorable las reglas que se han dado. Esto puede suponer cierta lentitud en los procesos, pero también una certeza en los desenlaces, frente a la inseguridad del arbitrio del tirano. El cumplimiento de las reglas que nos hemos dado es  esencial para nuestro sistema y tiene una consecuencia muy concreta en la dramática situación actual: la aplicación del pacto defensivo de la OTAN. Debe quedar absolutamente claro para Rusia –y los ciudadanos debemos interiorizarlo- que cualquier ataque a un miembro del pacto da lugar de manera innegociable a la intervención de  todos los demás.

Es tiempo de que los ciudadanos seamos valientes, los gobernantes competentes y firmes al tiempo que dialogantes y sobre todo de que quede claro que cumpliremos con las leyes que nos hemos dado y los pactos que hemos firmado.

Segismundo Alvarez Royo-Villanova

Jurista

1 comentario
  1. O'farrill
    O'farrill Dice:

    Quisiera destacar el último párrafo del artículo.
    Ni los ciudadanos somos valientes (no tenemos conciencia de lo que significa ciudadanía) y menos en los últimos tiempos donde se nos ha preparado sutilmente para aceptar con santa resignación cualquier atentado a la soberanía “de la que emanan los poderes del Estado”. Si los poderes principales del Estado están capturados por los ejecutivos, el miedo a perder privilegios, el pragmatismo egoista o los intereses particulares, hacen el resto. Ante esos ejemplos el ciudadano ¿qué puede hacer?
    Tampoco los gobernantes parecen atenerse al perfil descrito: competentes, firmes y dialogantes (lo que suena a contradicción). Los gobernantes son los que son, gracias a un voto desigual en su valor (inconstitucional) del sistema D’Hont y otra vez la preeminencia de un ejecutivo del que depende el conjunto del Estado. El día que sepamos distinguir que el gobierno es un poder supeditado a los demás poderes (legislativo, cuando es legítimo), judicial (con el “dejar fuera ideologías propias o contaminantes de la función justa, imparcial y neutral” en el dintel de la puerta) y la propia jefatura del Estado con funciones tasadas y obligaciones en cuanto al funcionamiento regular de las instituciones.
    En cuanto a las “leyes que nos hemos dado”…. ¿quienes? Desde luego no el pueblo soberano cuya representación política es adulterada por listas cerradas partidarias, donde se ha confundido “gobernar” (obedecer) con “legislar” (imponer). Además ¿quien se conoce o ha leído la propia Constitución (muchos profesionales de las AA.PP. la desconocen) y el millón de páginas del BOE en vigor?¿Quien se va a creer la Constitución cuando su vulneración descarada no tiene ningún coste ni responsabilidad?
    Yo me apuntaría a esa “Arcadia” feliz de un Estado de Derecho (que no sea de intereses particulares), a unas AA.PP. o gobiernos dedicadas a servir y facilitar la vida a la gente, y a un sistema de auténtica representación política con posibilidad de revocación directa de mandato. Pero eso sólo queda en la teoría de una democracia que parece haber quedado en la Historia.
    Un cordial saludo.

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