Pocas veces recomiendo un libro. Pero cuando se aúna conocimiento y cultura con la necesidad de recuperar los fundamentos en los que se ha movido la civilización occidental basada precisamente en el Derecho Público, me parece obligado ofrecer al lector la oportunidad, verdadera opción, de leer, releer y conservar las ideas que el texto muestra (y demuestra), por lo que no vacilo en recomendarlo vivamente. Y lo hace dentro de una batalla por la recuperación de los instrumentos con los que andar seguros en un contexto donde, “Barbari ad portas”, balbucean sus liviandades como si fueran el pasto común donde todos hemos de apacentar. Porque el saqueo de las ideas que han ido conformando el Estado de Derecho, ha constituido una rapiña brutal que, traspasando de contrabando el umbral de Universidades y Academias, sobre el infértil terreno de la incultura mezclada con comodidad y cobardía, cuando no bruto rencor, de “las gentes televidentes”, ha permitido generar un movimiento, como tal irracional, donde priman 180 caracteres sobre montañas de bibliotecas y donde el baboso seguimiento de series, tertulias televisivas bien pagadas al servicio de quienes mandan, y periodistas “a la orden”, ordenan conciencias, esclavizan con lemas repetidos en redes mal denominadas “sociales” – lugares de encuentro habitual de tonterías y salvajismos totalmente “insociales”- y evitan la reflexión, siempre necesitada de tiempo y serenidad, para adoptar criterios solventes con los que manifestarnos con seguridad ante el vendaval generado por la demagogia y el victimismo (aunado con la lujosa vida, como siempre, de la nomenklatura, nunca criticada por los frágiles que hacen de su debilidad (imbecilitas en latín) la enorme fuerza con la que se van destruyendo las libertades de todos, incluidas de quienes apoyan a quienes con cinismo o hipocresía se burlan de ellos).
Recuperar las libertades, amplificarlas incluso, hacer buena la genuina ecuación civilizadora “Democracia = Estado de Derecho”, supone inevitablemente sacrificio, esfuerzo y trabajo. Algo bien diferente al, supuestamente alegre, chillido “al loro”, que tan bien representa lo que la inutilidad y pereza, voceada desde los altares progres, han conseguido calar en una sociedad, cuya productividad es medible en números negativos.
Exactamente lo contrario a lo que los dos autores, profundamente cultos, esforzados y con valentía, vienen desarrollando, si no en solitario, poco acompañados y en un contexto de saludable estudio académico, al alcance de quienes han hecho de la honradez intelectual, la persecución de la sabiduría y la verdad objetiva, una meta, cada día, cada obra, más cercana. Leer a Francisco Sosa Wagner y a Mercedes Fuertes, tarea apropiada y recomendada para quienes deseen formarse y fortalecer su estima por los valores de la Ilustración, constituye un placer inmenso, quizás al alcance apenas de los “happy few” que deseen realmente disfrutar, aprender, solidificar ideas y lograr argumentar de manera racional, creo que aumentar incluso la capacidad de argüir, aun sabiendo que tendrán enfrente a emocionadas amígdalas cerebrales que con su inmediatez y vulgaridad, se imponen con los medios antes indicados.
Y son ya muchos los trabajos que Sosa y Fuertes nos han ido regalando, tantos que mencionarlos ocuparía otra recensión.
Ahora, con agudeza, nos ofrecen en sus “Clásicos del Derecho Público” un impresionante recorrido, lleno de sorpresas en cada página de este magnífico volumen, donde, uniendo Historia con Derecho transitan por lo que ha sido el Derecho Público en Europa, Francia, Alemania y Austria, Italia, tras habernos narrado con esplendidez lo mejor que hubo en época republicana de nuestros propios juristas.
Lo peculiar del entramado del libro es que al anudar la Historia de cada país con la historia de personajes ilustres, otros menos conocidos, mezcla de conservadores y revolucionarios, de burócratas y profesores, que estuvieron en el centro mismo de gravedad permanente de lo que con sufrimiento y audacia, ha permitido ir construyendo, en ocasiones malgré lui, même las bases mismas de lo que hoy saboreamos como reglas esenciales de este Estado de Derecho, tan presente en teoría, tan ausente en la práctica.
Aquí la historia se interioriza, contando también la vida de todos los días, las rutinas cotidianas, y los mil y un detalles de nuestros autores, en esta época larga, convulsa en ocasiones, grandiosa en otras, siempre dramática, donde aparecen como personas que hoy, igualadas en sus tumbas, tenían, como tenemos hoy todos y es fácil augurar mañana, ideales, pasiones y ambiciones que impregnaban con altura o bajeza sus acciones. No solo cegados por la ideología, sino de necesidades y traiciones, a veces, contra sí mismos. Petites histoires de la grande Histoire en que la nobleza se combina con la malvada ideología de quienes son formidables espíritus destructores. En suma, la humanidad de los juristas que hoy recitamos en las aulas con fervor, sin conocer bien, como ahora Sosa y Fuertes nos muestran, sus fortalezas y debilidades. Y es que a base de repetir sus nombres, y apenas leer los extractos, incluso simples frases y renglones, algún libro espléndido, no hemos sabido normalmente situar la persona, con el personaje y su obra.
No puedo relatar todos los grandes nombres, a veces de pequeños hombres, que pusieron su sabiduría al alcance nuestro, si bien, y como una striking exception aparecen sus pequeñas miserias, su debilidad, pero dejando para nosotros el impresionante legado que nos hace volver a ellos una y otra vez, pero en esta próxima ocasión de la mano de Sosa Wagner y Fuertes, tan sabios, tan generosos en descubrir, en sus inevitables horas de trabajo continuado, lo que hacían luego en sus dictámenes, su aspiración política, y poniéndonos como deber primero el gustoso placer de leer su libro y tras ello, de verdad y con sosiego, abordar el trabajo que realmente realizaron estos héroes del Derecho, sin asustarnos ya, de los pies de barro que algunos tenían o que ocasionalmente cayeran de su pedestal, no levantándose ellos después, pero volando alto las obras que, por tantas razones diversas que tan bien narran nuestros dos admirados autores, crearon.
Y un apunte. El sabroso y espléndido libro va dedicado al gran Alejandro Nieto, “Apóstol del realismo jurídico” de quien yo mismo tengo escrito que con su vitriólica tinta nos ha dejado el regusto de examen de la realidad. Y que al contrastar con las lecciones que explicamos en las Facultades, nos hace remorder la conciencia por no saber explicar con toda propiedad lo que de verdad sucede, lo que acontece. Y nos sentimos mal, por ponernos gafas empañadas para enseñar y escribir. Cuando Nieto, con su límpida bayeta, lo que descubre es algo muy parecido a la verdad, lo que nos reconfortaría si nos atreviéramos todos, o simplemente si lo supiéramos. Lo cual, tras el asombro que provoca, horroriza a quienes desean burocráticamente continuar paseando entre las aulas como si de una jaula se tratara, y no, como este gran castellano, que te sumerge mediante su astuta crítica, tan llena de sabiduría, de independencia, de valentía, en lo que tiene de fracaso el Derecho tal como se enseña y como se practica, contrastado con el deseo, que se nota intramuros de su obra, de aspirar a una justicia racional, merecedora de que algún día, como un resucitado Lázaro, nos dijera, “Levántate y anda”
Doctor en Derecho por Bolonia. Catedrático de Derecho Administrativo. Ha sido Vocal del Tribunal de Defensa de la Competencia, ha asesorado a varios gobiernos de países de Iberoamérica y ha trabajado en distintos organismos y despachos. Además es de reseñar su amplísima experiencia docente: Ha impartido cursos, seminarios y charlas en multitud de instituciones como las universidades de Harvard, Fordhan, Bolonia, Florencia, Buenos Aires y Rosario (Colombia) y Rio de Janeiro. Es también asesor del Gobierno portugués en evaluación de Universidades Públicas.
Es autor de más de 20 libros y asiduo colaborador de publicaciones universitarias y revistas en las que ha publicado una gran variedad de tesis y artículos.