Oración fúnebre por Alejandro Nieto, nuestro maestro
Escribió con autoridad sobre derecho, sobre historia, sobre casi todo lo importante que pasaba en el mundo. Con pluma galana y sobre todo con pluma crítica, ácida a veces, pasándolo todo por el cedazo de su excepcional inteligencia, rumiando mucho lo que iba a poner por escrito y diciendo al cabo lo que pensaba, sin componendas ni artimañas que engañaran al lector. Prosa limpia, prosa cuidada y prosa combativa.
Alejandro Nieto ha sido un jurista y un ensayista vinculado a su tiempo, deudor de su tiempo, testigo insobornable de su tiempo, por eso su mirada era extensa, luminosa y rebelde. Debelador de falsedades y trampantojos, narrador de los ocasos de todo aquello que hay pintado en las paredes corroídas de la sociedad, que es mucho y que a él le irritaba. Y como le irritaba quería borrarlo con el lanzallamas de su pluma sin saber, por su ancha y vigorosa humanidad, que la realidad tramposa es indiferente a las llamas y a la insubordinación de quienes, como Alejandro, pretenden zaherirla enseñando sus vergüenzas.
Alejandro Nieto deja en sus libros, en sus innumerables reflexiones, recetas para mejor organizar el porvenir. Para organizarlo con honestidad. Hay que leerle, ahora más, como homenaje a su vida.
De Alemania, de la Universidad de Göttingen, la que había tenido en sus aulas al díscolo poeta Heinrich Heine, se trajo en su juventud lo más sólido del pensamiento jurídico que allí se fabrica para trasladarlo, despojado de sus mayores severidades, a los estudiosos que hemos ido detrás de él y ofrecérnoslo así liberado de arideces y de la pesadez de los sistemas altivos y cerrados. Allí conoció a Erna Koenig, quien sería su esposa y madre de sus hijos Julia, Bárbara y Matías.
Nieto ha sido un sublevado que no combate los molinos de viento sino el viento mismo, el viento que arremolinan las gilipolleces sociales.
Gastó durante muchos años boina. No una boina cualquiera, sino una boina barojiana. Era gran admirador de don Pío, leía con delectación los tomos de sus Memorias, y le gustaba componerse con el atrezzo que le acercara a él. Con la mala leche del escritor vasco es obligado emparentar a Nieto, un “respondón” como fue Baroja, indócil y provocador.
Un gran profesor que obtiene su primera cátedra en La Laguna, gracias a la ayuda y al magisterio fecundo y siempre generoso de Eduardo García de Enterría, y allí se fue a enseñar y a investigar y allí congregó discípulos, algunos de los cuales son hoy distinguidos especialistas, para alentarles en sus inicios académicos, también para espabilarlos y airearlos, en excursiones domingueras, a las arrogantes montañas de Tenerife, lo más parecido a unos jardines colgantes.
Tenía en el cuerpo, como sucede con todos los grandes, una cantidad inextinguible de broma. Contaba sucedidos con gracia burlesca que él adornaba con detalles nuevos en cada ocasión produciendo un regocijo aplaudidor en quienes le escuchaban. Más que describir lances y personajes, los tallaba con el verbo de sus frases hilarantes. Hay muchos tipos de humor, el de Alejandro Nieto era un humor estilizado por el adjetivo y la certeza expresiva, un humor salpimentado por sus imágenes caústicas y su verso libre de mordaz conversador.
Era nuestro profesor un castizo castellano que paseaba el cosmopolitismo de sus muchas estancias en el extranjero, de sus lecturas en varios idiomas, de sus conferencias en países lejanos. A veces se vestía de mendigo pero de mendigo elegante, como para ir a misa el domingo.
Quien quiera leer libros en que se mezclan el rigor jurídico y la minucia de la observación aguda debe leer “Bienes comunales” (1964), “La Burocracia” (1976) o el inmenso “Derecho Administrativo sancionador” (1994 y sucesivas ediciones). Y no dejar en el cajón las cartas que se contienen en “El Derecho y el revés” (1998) cursadas con Tomás Ramón Fernández Rodríguez.
Nieto es quien más tempranamente empieza a ver los desconchones de la España democrática y por eso sufrió persecución por parte de personajes que llevan hoy falsa careta de progresistas. Ahí están “La organización del desgobierno” (1984), “España en astillas” (1993), “Corrupción en la España democrática” (1997), “Balada de la Ley y el Derecho” (2002) y “El desgobierno judicial” (2005).
Para juristas versados pero igualmente para estudiantes son recomendables “Crítica de la razón jurídica” (2007), “Testimonios de un jurista 1930-2017” (2017) o “Una introducción al Derecho” (2019) donde podemos leer: “en estas páginas se ofrece algo distinto y aun contrario, en lugar de certidumbre, dudas; mera plausibilidad en lugar de verdades absolutas; hipótesis y no tesis; negaciones más que afirmaciones; inquietudes y no tranquilizantes; sembrar la desconfianza y sospechar de todo; no recibir nada sin pasarlo por la aduana de la crítica propia; no recibir herencias sino ganarlo todo con un esfuerzo personal”.
Para estudiosos de la Historia son imprescindibles “Los primeros pasos del Estado Constitucional” (1996), “La rebelión militar de la Generalidad de Cataluña contra la República” (2014), “Responsabilidad ministerial en la época isabelina” (2022). Y un libro muy entrañable para él: “Tariego de Riopisuerga. Microhistoria de una villa castellana” con Carmen Nieto (2005).
Y así podríamos seguir hasta llenar un voluminoso cuaderno.
En Tariego, y con la piragua por el Canal de Castilla, pasó su infancia y adolescencia y muchos años de su madurez alta y de su ancianidad. Un lugar para él irreemplazable donde solía burlar los despropósitos de la humanidad gozando de los azules de un cielo, juguete de luces, mientras él ejercía de monje que ora y medita en las soledades.
En fin, como testimonio de un sabio y testamento de un genio recomendamos “El mundo visto a los noventa años” (2022) donde deja escrito: “creemos estar en un laberinto y lo que sucede es que andamos con los ojos cerrados o, peor aún, con ellos tapados por una erudición estéril”.
Un gran prosista con una gracia lúcida y diabólica, un porte de gran señor cosmopolita, provinciano y lugareño que nació en Valladolid en 1930, fue funcionario del ministerio de Agricultura, enseñó en Canarias, Barcelona y Madrid, presidió el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (1980-1983), obtuvo el premio nacional de ensayo (1997) y ocupó un sillón de la Real de Ciencias Morales y Políticas donde sus intervenciones dejan una huella preciada y profunda.
Descanse en paz.
jurista, catedrático y escritor.
Un texto esencial para una galería de grandes juristas.
Muchas gracias
Suscribo en su totalidad lo escrito por el profesor Sosa Wagner y lamento como se van los mejores, los más preparados, los que todavía podían o pueden y deben seguir en la primera línea de esta batalla cultural e intelectual que se libra desproporcionadamente día tras día contra las mentiras, las estupideces, la propaganda…..
Su pérdida es una herencia que debemos seguir honrando siguiendo su camino.
Descanse en paz.