La trampa del péndulo: las cosas empeorarán si no lo evitamos

Presencié hace unos días un debate sobre un proyecto de ley en el que participaban siete representantes del Congreso. Ley ligeramente política, pero ya en fase técnica de enmiendas. El público lo formaban representantes de empresas interesados en conocer el posicionamiento de aquéllos sobre determinadas políticas públicas con impacto en su negocio. Mientras los dos grandes partidos centraron sus intervenciones en el intercambio cruzado de acusaciones sobre la negativa del otro a impulsar la iniciativa, Bildu y Junts se distinguieron por su capacidad de propuesta y moderación. Me dio que pensar.

En los últimos años, en España los grupos políticos se han polarizado al ritmo que los debates públicos se han recrudecido, la mentira ha logrado acomodo, el adversario ha promocionado a enemigo y los escrúpulos morales se han rebajado para con el otro.

Es evidente que los partidos, a lo largo y ancho de Occidente, han auspiciado ese clima de agotamiento y polarización del que parecen mostrar síntomas las democracias occidentales. Se trata de una polarización que es primero instrumental y pretende servirse de determinados recursos para alcanzar el poder: indignación, hipersensibilidad, victimización patológica, banalización de las formas y los medios y deshumanización del adversario (a esto último se refería el coautor de Cómo mueren las democracias, en una reciente entrevista). El riesgo es que, a base de practicarla, la polarización toma asiento y control.

Cuando uno se para a pensarlo, es asombrosa la rapidez con la que hemos pasado de hablar de reformas a volar por los aires todos los puentes para el entendimiento, precisamente cuando las circunstancias presentaban mayor oportunidad para ello: la ausencia de mayorías absolutas o cuasi absolutas. Una vez celebradas las elecciones y hechos unos breves cálculos sobre las alternativas para formar gobierno, el ciudadano descreído aparta la mirada de la política. Es consciente de que, neutralizada la posibilidad de grandes pactos, sus representantes ya sólo pugnarán por la atención mediática. Poco a poco, el debate sobre políticas públicas queda arrinconado y la conversación pública se envilece hasta asemejarse a un plató televisivo donde se busca el efectismo y la movilización de las emociones del electorado. 

Si es evidente lo anterior, menos evidente es que la ciudadanía también ha ido contagiándose de ese juego peligroso que es la polarización. La movilización constante de emociones en el debate público termina por funcionar, y sin que nos demos cuenta, debido a que se produce de forma gradual. Es lo que se conoce como el ‘síndrome de la rana hervida’, idea que conocí en el nuevo libro de Natalia Velilla, La crisis de la autoridad. La metáfora es sencilla: si se introduce una rana en una olla con agua hirviendo, la rana saltará, pero, si al introducirla el agua está tibia y se lleva a ebullición lentamente, no percibirá el peligro y se cocerá hasta la muerte. 

Hablando de tibios, son cada vez menos los que hoy se esfuerzan por dar un paso atrás y favorecer la concordia, y a menudo son tachados de tales cuando lo hacen (como si fuera algo reprochable), un poco al estilo del Apocalipsis: «Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca». La mayoría se ha contagiado lentamente de esa polarización, pero o bien no se percibe ni acepta ser víctima de ella o bien le resta importancia y confía en que otros resuelvan el problema.

A este respecto, una de las ideas que más cunden últimamente puede resumirse en la manida metáfora del péndulo. Hace unos días la escuché de un tertuliano: «Es el péndulo. Estamos yendo hacia un extremo, pero pronto se creará una reacción», dando a entender que en algún momento se haría el movimiento de vuelta a la normalidad. No importa quién fuese el tertuliano ni a qué se refería. Podría ser cualquier cosa, porque se trata de una idea transversal, de diversos usos y asentada en la sociedad.

De esta idea, lo que más me preocupa es eso último: su aceptación. Si se trata de un lugar común, no es porque ocurra comúnmente, sino porque es útil. Proporciona una tranquilidad anímica a los que la pronuncian y la oyen. Actúa como un bálsamo, un lugar seguro en el que no se piden responsabilidades y al que acudir cuando todo parece desmoronarse: «Tranquilo, es una fase. Las cosas volverán al redil; es cuestión de tiempo», como el novio que no se ha dado cuenta de que ya forma parte del pasado del otro. 

Esta inmadurez –la incapacidad para asumir responsabilidad por los actos propios– en la gestión personal de los asuntos públicos es una grave desventaja que entorpece la autocrítica y reflexión necesarias para tomar en consideración la degradación cívica que hemos permitido. Las pequeñas renuncias al interés general que hacemos diariamente terminan por ser graves en conjunto, son responsabilidad de cada uno y allanan poco a poco la peligrosa senda hacia el autoritarismo, como la rana que bulle lentamente en su olla. 

Por ello me gustaría compartir dos observaciones. La primera: que las cosas no tienen por qué volver al sitio original (ya dijo Heráclito que no te puedes bañar dos veces en el mismo río) o incluso mejorar, sino que pueden muy bien empeorar y por largo tiempo. 

De lo anterior se colige la segunda observación: si confiamos en el simple paso del tiempo para que las cosas no caigan por la pendiente resbaladiza a la que las empujamos, comprobaremos sin duda que no existe tal péndulo mágico. Es por tanto desaconsejable aferrarse a ese apotegma anestesiante que nos invita bien a la banalización o bien a la inacción, y a confiar ingenuamente en que las cosas se resolverán solas. 

Ignoro si los asistentes al debate parlamentario quedaron satisfechos o no, pero me lo puedo imaginar porque de políticas públicas apenas se habló. Objetará por eso el lector que los primeros que tienen que mostrar ejemplo y responsabilidad son los políticos. Estoy de acuerdo. Pero, a falta de ello, no nos queda otra que darlo nosotros mismos.

 

2 comentarios
  1. O'farrill
    O'farrill Dice:

    Interesante artículo que nos lleva de nuevo a la polarización social interesada en que se mueve el poder a nivel mundial. “Divide y vencerás” es la consigna.
    León Felipe se refirió ya al hacha que corta cualquier intento de aproximación personal:
    “¿Porqué habéis dicho todos que en España hay dos bandos si aquí no hay más que polvo?…
    En esta tierra maldita no hay dos bandos, sino un hacha amarilla que ha afilado el rencor y que cae siempre, siempre, implacable y sin descanso, sobre cualquier humilde ligazón…..”
    Empezamos con la llamada “ley de memoria histórica” que vino a romper la reconciliación nacional conseguida tras muchos años de convivencia. Seguimos inventando cualquier cosa con tal de que lleve al enfrentamiento…. El hacha sigue ahí rompiendo las voluntades comunes para quemar sus astillas en el altar del poder. De cualquier tipo de poder.
    Ayer, en el acto del Ateneo, el conferenciante hablaba de aproximación, de acercamiento social de todos, pero…. también era excluyente con quienes consideraba sus enemigos, rompiendo el pluralismo ideológico implícito en el artº 1º. Respeto hacia unos (los míos), insulto y rechazo a quienes no piensan como yo. Con ellos no hay consenso. Con ellos sólo es posible la guerra.
    Por eso me ha parecido interesante que, en el acto mencionado por el autor, la moderación y el consenso parecían estar sólo en Bildu yJunts…. ¿estrategia electoral?
    En esta España ya fragmentada por intereses geoestratégicos ajenos y por ese PSOE de Suresnes en cuyas actas se puede leer como un objetivo a cubrir: “La autodeterminación de los pueblos de España” (1974) alguien pensaría que el apoyo recibido desde fuera (Flick y Flock) podría tener alguna relación con la imparable ascensión del “clan de la tortilla” y su paso del “OTAN, de entrada NO” al “OTAN SI”. Del marxismo al capitalismo hasta hacerse valedor de los poderes salvajes (Ferrajoli) que no aceptan normas; las imponen.
    Los imperios siempre han tendido a la disgregación social, política, económica y hasta religiosa de los demás (no olvidar quien financió, armó y enfrentó al mundo islámico), pero es una táctica que solo lleva sufrimiento y enfrentamiento social.
    Ahora estamos inmersos en esa “globalización” que nos hace cómplices de unos o de otros. Como decía Benedetti, al final hay que elegir. Pero que nos equivoquen.
    Un saludo.

  2. Roberto
    Roberto Dice:

    Totalmente de acuerdo. En este clima de polarización se hace necesario poner un poco de serenidad por parte de todos los partidos políticos.
    Una buena manera de serenarse sería darse una vuelta por Madrid y comerse un buen chorizo, de paso.
    !! Me gusta el chorizo!! Que diría alguna …
    Aparte que es obligado acudir alguna vez a Madrid (cuna de tan grandes comisionistas que han hecho un “gran negocio” a cuenta de las mascarillas en plena pandemia).
    Un saludo.

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