El Derecho a la formación digital del jurista y su contenido
Hace unos días recibí en mi buzón el plan presentado por Pedro Sánchez y con sorpresa observé que contenía la siguiente innovadora propuesta que reproduzco literalmente:
Aprobar una Ley destinada a regular el derecho a la formación digital, el derecho a la neutralidad de red, el derecho a la privacidad y protección de datos personales, el derecho a la seguridad y secreto absoluto de las comunicaciones electrónicas y de los datos que circulan por la red, el derecho al conocimiento, acceso y reutilización de los datos generados y en poder de las administraciones públicas o el derecho al olvido.
Es decir que este partido propone la aprobación de una Ley que regule entre otros el derecho a la formación digital. Recordemos que somos aún mayoría los juristas que podemos ser encuadrados dentro de la categoría de inmigrantes digitales, por eso me parece muy interesante este proyecto de construir un nuevo derecho que exija la formación en materia digital. Es inaplazable desarrollo de programas dirigidos a la alfabetización tecnológica y el apoyo al cambio que exige la era digital.
Estoy casi segura de que pocos juristas deben quedar que no tengan claro que hoy ya no nos basta con saber Derecho, ni con saber entender lo que el cliente necesita, ni con saber hacer un escrito digno o hacer un alegato convincente ante el juez. Hoy además necesitamos adquirir habilidades tecnológicas. Desde la irrupción de Internet y los desarrollos informáticos que ha generado su existencia, todo ha cambiado y también lo ha hecho nuestra forma de trabajar, de relacionarnos con los clientes, con los tribunales, con los proveedores; nuestra forma de comunicar y la de organizar la información; la de publicitar nuestras firmas y nuestra propia marca personal. Hoy, sin conocimientos y habilidades digitales, estamos perdidos. En este artículo hago algunas reflexiones sobre esas nuevas habilidades y conocimientos que los juristas estamos abocados a dominar para manejarnos con soltura en el entorno digital.
Reflexionemos en primer lugar sobre los conocimientos que hay que tener para manejarse bien en el mundo virtual. Podemos clasificarlos en los seis siguientes grupos:
- Sobre tecnología: además de saber cómo manejarlos tenemos también que saber manejarlos. estamos obligados a saber de hardware y de software para adquirir los que más nos conviene y no los que tienen otros o los que nos venden mejor. Esta no es una tarea sencilla pues aparecen y desaparecen herramientas continuamente. Cada vez que he tenido que escoger una aplicación para mi empresa o para alguno de mis clientes, he tenido que volver a empezar, rehacer el ejercicio de identificar la oferta existente, comparar sus ventajas e inconvenientes, etc.
- Sobre el funcionamiento de las diferentes redes sociales: a este respecto no basta con conocer cuáles son las reglas técnicas de participación (limitación de caracteres, de tipos de archivos, etc.) o los usos aceptados y reglas de cortesía que imperan en las mismas; sino también, los famosos términos y condiciones que tanto nos cuesta leer y tanta información útil contienen sobre todo para quien, como el abogado está sujeto a especiales obligaciones.
- Sobre deontología y normativa vigente relacionada con la tecnología y su uso, como la relativa a la protección de datos, los servicios de la sociedad de la información, la propiedad intelectual e industrial y la ley de cookies.
- Sobre el campo o campos de especialización profesional que tiene cada uno para destacar a la hora de publicar. La marca personal se construye sobre todo a base de “originalidad” y de “oportunidad”. Ambos atributos son normalmente fruto de la actualización de conocimientos y de la capacidad de identificar aspectos novedosos y de interés técnico.
- Sobre psicología del usuario de Internet: los internautas actúan en la red bajo unos parámetros conductuales que es necesario entender, lo que sobre todo se logra a través de la propia experiencia.
- Sobre ciberseguridad: como profesionales y colaboradores de la Justicia debemos ser conscientes de los riesgos que conlleva el uso de la tecnología. Tenemos obligación de tomar las medidas oportunas para proteger la información que manejamos como consecuencia de nuestro trabajo. Nuestro deber de guardar secreto profesional nos exige una mayor diligencia que al usuario normal de internet. Controlar y gestionar correctamente nuestras contraseñas, guardar copias de seguridad o ser cuidadosos a la hora de acceder a internet a través de redes wifi abiertas son medidas que todos tenemos que incluir en nuestra rutina.
En lo que respecta a las habilidades, pensamos que son esencialmente las 10 siguientes:
- Escribir con el registro adecuado: cuando uno tiene delante al cliente es relativamente sencillo identificar el registro a utilizar para que nos entienda. Sin embargo, la interrelación virtual no permite en la mayoría de los casos profundizar en ella, ni conocer el nivel cultural, social, etc. de nuestro interlocutor. Por ello, en general es aconsejable utilizar un registro común y no uno técnico, al comunicar en las redes sociales o en blogs, salvo que realmente se trate de foros claramente destinados a profesionales capaces de comunicarse en ese registro técnico jurídico. No es fácil dejar aparcado el lenguaje técnico y académico que habitualmente utilizamos, pero es necesario si queremos lograr que nos entienda y empatizar con la mayoría de los internautas.
- Tener empatía virtual. En una ocasión le pregunté a uno de los abogados pioneros en el emprendimiento de base tecnología legal, Lorenzo Guirado, fundador del sitio www.contratarabogados.com si me podía decir cuál era la clave del éxito de los abogados más frecuentemente escogidos por los clientes en su web y me contestó: la empatía. En efecto, al igual que en el mundo real hay personas más y menos empáticas, en el mundo virtual, también es posible distinguir entre quienes son y no empáticos. Ya sabemos lo que por empatía entendemos en el mundo real: saber ponerse en el lugar del otro, algo que se materializa en la práctica con la capacidad de expresamos con los sentidos del tacto (abrazando, acariciando, etc.); la vista (mirando de la forma adecuada); el oído (con la escucha activa) con la expresión de discursos que muestren que eres capaz de ponerte en el lugar del otro, de entender lo que le ocurre, mostrándole que realmente te preocupa. Pero, ¿qué significa en la práctica tener empatía virtual? Saber convencer a quien nos leerá de que hemos comprendido su necesidad y que de podemos atenderla mejor que los demás. Se trata de generar confianza a través del lenguaje.
- Tener simpatía virtual. ¿Quién resulta simpático en las redes sociales? En nuestra opinión varias son las formas que se utilizan para comunicar simpatía en estos medios. Una de las más obvias es la publicación en nuestro perfil de una fotografía amable, que trasmita simpatía y cercanía; pero además, el acto de citar contenido de otros; el de agradecer a quien viraliza tu contenido que lo haga o el de participar de forma positiva en los debates abiertos por otros. Es decir, aprovechar todas las herramientas que tienen las redes para demostrar a otros que compartimos gustos, aficiones, intereses, sueños, opiniones o preocupaciones.
- Ser proactivo virtual. Esto es, estar informado de lo que ocurre e interactuar cuando se debe. Esta habilidad exige dedicación de tiempo y esfuerzo. Exige presencia en las redes y la generosidad de interesarse por lo que otros escriben, recomiendan o comentan. Es decir, exige comentar, contestar, agradecer y dinamizar los contenidos de aquellos que nos interesan.
- Practicar la escucha activa. Esta habilidad conlleva vigilar el comportamiento de tus sitios webs y blogs, de tus perfiles sociales, para entender lo que interesa y gusta a tus clientes; vigilar las analíticas de tus sitios y estudiar qué comparten tus clientes; conocer en suma lo qué realmente interesa a tus clientes. Y una vez que lo conoces, ejercitando además la habilidad de la proactividad, empatía y simpatía virtual, modificar lo necesario, incluir nuevos contenidos que respondan a lo que nos estaban pidiendo y compartirlo para que se sepa que escuchamos de verdad.
- Profesionalidad. La demuestra quien habla cuando sabe y no quien habla por hablar. No son pocos los que en las redes sociales ejercen cierto presencialismo insustancial. En nuestra opinión no son positivos estos comportamientos, pero obviamente, cada uno es libre de manifestarse como considere. Otra forma de manifestar profesionalidad se logra escribiendo con corrección, sin erratas.
- Seriedad. Que se demuestra a través de tus fotografías y vídeos publicados, de tus comentarios y comportamientos. Todo ello debería transmitir profesionalidad, una imagen acorde con los valores inherentes a las profesiones jurídicas.
- Consistencia. La construcción de una reputación sólida exige mucha constancia y consistencia en lo que comunicamos. Los canales virtuales nos ofrecen muchas posibilidades pero es importante tener objetivos claros.
- Honestidad. Que se demuestra por ejemplo ante comportamientos como el reconocimiento de las titularidades de los derechos de las imágenes y textos de otros que citamos o incluimos en nuestras publicaciones.
- Claridad: se te entiende, eres sintético y concreto. En mi experiencia una de las mayores dificultades que encontramos los juristas a la hora de escribir para los entornos digitales estriba en la necesidad de ser sintéticos y claros. Desarrollar esta habilidad requiere primero una capacidad de adaptación a las exigencias del entorno digital y la dedicación del tiempo y esfuerzo necesario.
Adquirir todos estos conocimientos y habilidades no es sencillo, pero como hemos dicho, sí cada vez más necesario. En EE.UU. hace ya un par de años que se ha incluido entre las normas deontológicas la obligación de estar al día en la tecnología relevante para la profesión.
El futuro está aquí y no deberíamos seguir mirando al otro lado. El riesgo de no dar respuesta a los retos digitales son evidentes: ignorancia que deriva en incumplimientos normativos; en ineficiencias y en intrusismos, que harán peligrar la calidad de los servicios y a la postre que se tambalee el sistema. Ojalá esta vez el Derecho, los de Derecho no lleguemos tarde. La oportunidad está ahí y sólo tenemos que aprovecharla.
Socia directora de EmprendeLaw, consultora desde la que asesora particularmente a empresas de servicios profesionales . Estudió Derecho en la Universidad Complutense de Madrid, se colegió como abogada en 1989 y ejerció como tal varios años en despachos (Clifford Chance y Gómez-Acebo&Pombo) y empresas (Orbis-Fabbri y Consodata).
Es autora de las obras: “Gestión de Personas en Despachos de Abogados” y “Gestión del Conocimiento en Despachos de Abogados (ambas editadas por Aranzadi-Thompson) y es colaboradora habitual de medios de comunicación como Diario Jurídico (actualmente es delegada en Madrid de este medio y Consejera Editorial), Expansión (a través de su blog INNOVANZA) y Actualidad Jurídica Aranzadi. Actualmente colabora como profesora entre otras en las siguientes instituciones: Instituto de Empresa, Nebrija Business School e Ilustre Colegio de Abogados de Madrid.