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El caso Nevenka nunca debió tener nombre de mujer

Hace 20 años. Cuando ni siquiera la palabra “acoso” estaba en nuestro vocabulario porque esa conducta, tipificada a la sazón penalmente, era una costumbre social, por todos aceptada, circulaba libremente por la Universidad, por las empresas privadas, los grupos de amigos, las familias o incluso…en los ayuntamientos.

Hace 20 años. Lo recuerdo perfectamente. No escuché la voz de ninguna mujer, especialmente las que se agolpaban, virulentas, en la puerta del Ayuntamiento de Ponferrada, a vociferar y a señalar con dedo acusador a Nevenka Fernández, la gran traidora, la consentidora, la puta.

Hace 20 años. En aquellas escalinatas del Consistorio…una señora, micro en boca, soltó aquello de “si yo digo no es no y eso a mí, no me pasa”. La señora era la voz de muchas generaciones, silentes y habituadas a actos heroicos, probablemente educadas (o maleducadas) en iconos religiosos del estilo Santa María Goretti. Morir por tu virginidad y pasar a la historia. Por poner un ejemplo. Esa contaminación heredada, ese corsé emocional de todas las Nevenkas del mundo.

Hace 20 años. Cuando se supo que aquella mujer de 26 años, vapuleada, acongojada y demacrada, soltó aquello de “tengo que decirlo, porque tengo 26 años y dignidad”. La dignidad hasta entonces mesurada por la vara de medir masculina. Tanto haces, tanto vales, o lo haces o no vales. Y la lacra de la insultante juventud, la hermosura de su inocencia o la osadía de haber cedido a las pretensiones del alcalde (u otro), lo cual era patente de corso para no quejarte después. “Algo habrá hecho”.

Hace 20 años. Cuando un señor mujeriego seguía siendo un señor (de esos que se visten por los pies, algo que jamás he logrado comprender). Cuando una mujer independiente, decidida, resuelta, pone el freno y la sociedad la quema viva. Aquello parecía la Inquisición. La mujer que se atrevió a dar una rueda de prensa, temblorosa y presa de un miedo atroz, a sabiendas de que el gesto la condenaría. El hombre. Aquel hombre, todos aquellos hombres, convencidos de que su conducta era casi ejemplar.

Hace 20 años. Aún ahora, muchas de nosotras no aceptan que algunas de nosotras, consecuencia de la educación, de la sumisión, de la mal entendida cortesía, hayan sucumbido ante relaciones nada convenientes, ante el yugo sobre tu voluntad, ante el imperativo del macho alfa, alegremente reconvertido, hoy, en un macho de baja intensidad pero con muchos prejuicios y muchas aristas y muchas distancias.

Hace 20 años. Nevenka. No precisó de términos en inglés. No tuvo referentes. Se lanzó y lo dijo: si hablo, seguiré viviendo, saldré de este infierno. Como dice la escritora Rosa Montero, entonces, o eras monja, o viuda o puta. O bien casada, que es como decir, casada porque no me queda otra.

Hace 20 años. Parece que fue ayer. Aquel hombre fue condenado. Y ella también: algo habrá hecho, esta quiere sacar tajada. Eso dijimos nosotras, las traidoras del caso Nevenka.

Y por eso se llama “el caso Nevenka”, con nombre de mujer. Como Eva y la manzana. Como la chica de los Sanfermines. Como en la Casa Blanca, donde el sexo oral tiene nombre de mujer. Como todo. O casi todo, hasta los huracanes o las tormentas.

Hace 20 años. Hoy, podemos decir “#Me Too”, “#yo también”. Nevenka no pudo decir “también”. Estuvo sola y esa será nuestra deuda individual y social, bien merecida, reposando ahí, en nuestra conciencia requemada y falsa.

Hace 20 años. No es un tema de no o de sí, que también. Es otra cosa que jamás debería tener nombre de mujer.

A todas las que callaron, murieron o se perdieron por el camino, a las que hablaron y a las que mandaron callar. A todas vosotras, gracias.