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Diario de Barcelona: El Principe carlista y los orígenes del nacionalismo.

Hace unos días tuvo lugar en Barcelona, en el monasterio de Santa Ana, un acontecimiento insólito: Carlos Javier y Ana María de Borbón-Parma y Orange-Nassau, hijo -y esposa- de Carlos-Hugo de Borbón-Parma y de la princesa Irene de Holanda (Orange-Nassau), presentaron en público al heredero del carlismo y pretendiente de la Corona de España. Estas cosas solo pasan en Cataluña o en Navarra. Como procedo de una familia de tradición carlista –mi abuelo, Bartomeu Trias i Comas había sido diputado por Vic en 1918, Senador por Gerona en 1920 y por Barcelona en 1923, por la Comunión Tradicionalista- cuando Carlos-Hugo se trasladó a España en el año 1979 para presentarse a las elecciones generales, le traté durante unos meses junto a la princesa Irene, su mujer, y su hermana María Teresa. Me parecieron personas inteligentes, muy cultas y, sobre todo, imaginativas. Pateamos Navarrra de Norte a Sur y de Este a Oeste. Trataban inclinar el carlismo hacia un partido socialista y moderno. Era una rara combinación. Tan rara que fracasó en las elecciones generales de 1979 y Carlos Hugo ya no volvió a presentarse como candidato. En cambio, muchos militantes carlistas navarros de entonces terminaron en Navarra en Herri Batasuna; y los de Cataluña, o sus herederos, hoy pueblan las filas del independentismo.

Gran parte de esa ansia secesionista de Cataluña y de Navarra o del País Vasco –ya se que me dirán que no una a unos y otros- hay que situarla en esa defensa de los fueros con las armas durante las tres guerras carlistas que asolaron España durante el siglo XIX. Desde luego hay muchos otros ingredientes,  pero esos, los ingredientes más conservadores, mamados en las ubres del carlismo, fueron muy importantes. El historiador Jesús Pabón fija los elementos esenciales de los orígenes del catalanismo, de donde surgió el nacionalismo, en estos cuatro: 1º El proteccionismo económico. 2º El federalismo político en su doble vertiente, la de Pi y Maragall y la del particularismo –preferentemente catalán- de Valentí Almirall. 3º El tradicionalismo, con la recuperación del romanticismo (Duran i Bas, en lo jurídico; Balmes y Torras i Bages en lo religioso; y Esterlic en lo intelectual). Y, 4º El renacimiento cultural basado en la recuperación de la lengua que, según Pabón, “constituye la raíz más honda y más vieja del catalanismo”. Francesc Macià, siendo teniente-coronel participó junto a carlistas y federalistas, por ejemplo, en el movimiento Solidaritat Catalana.

Nada es por casualidad. Los desencuentros vienen de muy lejos, casi dos siglos en los que el catalanismo incipiente del XIX se convirtió en nacionalismo radical en la Segunda República, y tras los cuarenta años de franquismo, volvió a resurgir en su doble vertiente, la catalanista y nacionalista de Tarradellas, Unió, la Lliga y parte de Convergencia, sin cuestionar la unidad estatal de España; y la nacionalista de la otra parte de Covergencia y la Esquerra cuya meta última era, sencillamente, la secesión. Se echa en falta un debate sosegado sobre las consecuencias de esta hipotética secesión. Si fuese posible ese debate, con cifras, datos, estadísticas, no con falsedades, cifras trucadas o sentimientos, gran parte de los secesionistas, de aquellos que creen lo que se les dice sin una base crítica, se quedarían espantados de las consecuencias que esa secesión traería consigo. Si en Gran Bretaña se hubiese explicado, sobre todo a los jóvenes, las verdaderas consecuencias del BREXIT, habrían votado en masa en lugar de quedarse cómodamente en sus casas esperando que otros decidiesen por ellos.

Jhon Donne, el poeta metafísico inglés de principios del XVII, escribió unas meditaciones que bien vale la pena traer aquí, pues como anillo al dedo como anillo al dedo, encaja con lo que está pasando en Gran Bretaña, lo que ocurre en Cataluña y en España, y lo que puede ocurrir si determinados populismos aislacionistas triunfasen en el mundo. Una meditación que invita a la reflexión: “No man is an island, entire of itself; every man is a piece of the continent, a part of the main. If a clod be washed away by the sea, Europe is the less, as well as if a promontory were, as well as if a manor of thy friend´s or of thine own were: any man´s death diminishes me, because I am involved in mankind, and therefore never send to know for whom the bells tolls; it tolls for thee”. (Ningún hombre es una isla, autosuficiente. Cada hombre es un trozo del continente, una parte del todo. Si el mar se llevara un pedazo de tierra, Europa quedaría disminuida, del mismo modo que si fuera un promontorio o la hacienda de tus amigos o la tuya propia: la muerte de cualquier hombre me disminuye, pues formo parte de la humanidad. Por lo tanto, nunca preguntes por quién tañen las campanas. Tañen por ti. Traducción libre mía, perfectamente mejorable)

¿Queremos ser más pequeños, vivir con menos referencias, ser más pobres? Sigamos caminando hacia no se sabe dónde, como ese centenar de carlistas que asistieron en el monasterio de Santa Ana a la solemne y exótica presentación real, algo que probablemente ni la familia Borbón-Parma y Orange-Nassau, educada en la modernidad, puede creer sin sonrojarse. ¿Queremos ser grandes, formar parte de una cultura hispánica amplia en la que la lengua y la nacionalidad catalana tenga su pleno desarrollo, queremos seguir creciendo en riqueza en un mundo globalizado y, sobre todo, queremos seguir en paz? Busquemos, entonces, puntos de coincidencia y las sinergias vendrán, nuevamente, por añadidura. Hasta hace pocos años los catalanes éramos respetados en España. Ahora comienza a percibirse un cierto hartazgo. Es posible que el gobierno, hasta el día de hoy, no haya hecho nada, absolutamente nada, excepto enviar los problemas políticos planteados en Cataluña a los tribunales. Pero me temo que, aunque la actitud fuese otra, aunque en el futuro el gobierno de España buscase una solución que no fuese el referéndum sí o sí, la del gobierno de la Generalitat y la de su Parlament, mayoritariamente secesionista, no cambiaría. La Meditación XVII de John Donne sería un buen punto de partida antes de empezar a hablar. Quizás.

Diario de Barcelona: “Som i serem gent catalana”

Uno de los símbolos de la independencia catalana es esta hermosa letra de la sardana “La santa espina”, obra del poeta Ángel Guimerà y música pegadiza –como la de casi todas las sardanas- de Enric Morera.Guimerá nació en Tenerife, de madre canaria, y padre catalán. Cosmopolita, amante de ambas tierras, nunca se le pasó por la cabeza lo de la independencia de Cataluña. Su nombre, a instancia de la Academia Sueca, fue propuesto para el Nóbel de literatura. Morera, amigo de Albeniz y de Rusiñol, fue un músico también cosmopolita, ejemplo vivo de lo que se ha venido en denominar “catalanismo musical”. Si mis datos no son erróneos, tampoco pensó en la independencia. Ambos amaban demasiado a su tierra como para empobrecerla desgajándola de España. Una España que, con todos sus defectos, florecía en la etapa de la restauración monárquica regida bajo la Constitución liberal de 1876.

Durante la Dictadura de Primo de Rivera, en 1924, el gobernador civil de Barcelona prohibió “La Santa Espina” por considerarla subversiva y haberla convertido en “himno representativo de odiosas ideas y criminales aspiraciones”, o sea la independencia. Estuvo prohibida, también, durante el franquismo. Y en 1983, en una parada militar en El Pardo, siendo ministro el catalán Narcis Serra, la interpretó la Guardia Real, ante el Rey y los miembros de las comisiones de defensa del Congreso y el Senado.

Con esta introducción voy a meterme en el saludable debate del que son objeto mis opiniones vertidas en este blog, con algunas intervenciones muy superiores, en rigor y calidad, a las mías. Y lo digo sin falsa modestia. Gracias. Hay varios bloques en los que podrían agruparse los comentarios que se publican en este apasionado –y apasionante- blog. Veamos: 1º El sentimiento de nacionalidad. 2º Las referencias históricas y los agravios. 3º La financiación de Cataluña. Y 4º El referéndum. Antes de meterme en harina, les recuerdo la letra de la Santa Espina:

“Som i serem gent catalana/ tant si es volcom si no es vol,/ que no hi ha terramés ufana/ sota la capa del sol.” (Somos y seremos catalanes/ tanto si se quiere como si no,/ pues no hay tierra más ufana/ bajo la capa del sol)

1º El sentimiento de pertenencia a una Nación. Los sentimientos tienen una gran dosis de irracionalidad, a veces no pueden siquiera explicarse. Desde la época de la Cataluña condal, el rechazo al poder central, ya fuese el poder del Monarca aragonés afincado en Barcelona o a la Monarquía absoluta centralizada en la Corte o, con el nacimiento de las naciones, el rechazo al poder español de Madrid, es una constante indiscutible. Un rechazo que en algunas épocas se torna en bienestar. Eso de los 300 años de opresión es una de las falsedades más gruesas que pueden escucharse. Si no fuese porque han calado hondo, produciría hilaridad. Por ejemplo, a los pocos decenios de consolidarse los Borbones en el Trono español, la intelectualidad más señera de Cataluña opinaba, entre otras cosas, que España, hasta la llegada de los Borbones era “un cuerpo cadavérico, sin espíritu ni fuerzas para sentir su misma debilidad” (Capmany y en el mismo sentido Dou –primer presidente de las Cortes en Cádiz- y Finestres). Ahora bien, ahora es cierto que una buena parte de catalanes no sólo no se siente española sino que rechaza de forma acrítica –sobre todo en la Cataluña rural o interior- la pertenencia a España.

2º Referencias históricas y agravios. Es inútil adentrarse en un análisis histórico de la “nacionalidad catalana” pues habría argumentos para todos los gustos. Quiero recordar que el historiador FerranSoldevila entabla en su monumental “Historia de Catalunya” (Barcelona, 1962) una agria discusión con Vicente Ferrer (San Vicente Ferrer) a causa del resultado del Compromiso de Caspe ( Caspe, 1412). Pero conviene ser riguroso, al menos escribir con un mínimo de rigor. Y sobre todo no acalorarse demasiado. Y mucho menos llegar al insulto y la descalificación.  Es inadmisible que se califiquen las decisiones del TC de “ilegales e inmorales” (sic). Serán más o menos acertadas, según como le afecte a cada uno, pero acusar a sus miembros con descalificaciones así raya en lo calumnioso. En otro orden de cosas, se debate también el tema de los “derechos históricos” de los territorios. A ellos se refiere la Constitución y el Estatuto de Cataluña, que forma parte del llamado “bloque de constitucionalidad” (Art. 28 LOTC y, entre otras STC 147/92). Aunque pensemos que de derechos solo gozan los individuos.

3º La financiación de Cataluña. El acudir a lugares comunes, como ese del agravio de los 16.000 millones, ya fue desmontado con contundencia por Josep Borrell, tanto en su análisis “Las cuentas y los cuentos de la independencia” (2015) como por el Conseller de Economía, el profesor Mas Colell. Ambos, con distintas ópticas ya se había referido a la falta de rigor de esa cifra. ¿Concierto u otra forma de financiación específica para Cataluña? Eso requeriría un estudio que se escapa de la finalidad de este blog, aunque podríamos proponer un “Estudio” patrocinado por la Fundación “Hay Derecho?”… Supongo que se necesitará algo de financiación (directa y sin concierto) para llevarlo a cabo. Merecería la pena.

Lo de que la Seguridad Social, las autopistas sin barreras, el Eje Mediterráneo, un sistema educativo ejemplar, etc., etc., se conseguiría sin demora una vez obtenida la independencia no merece la pena contra argumentarse pues esas afirmaciones carecen de rigor. Es lo que se denomina en la jerga anglosajona “wistfulthinking” (pensamiento ilusorio).

4º El Referéndum. Constitucionalmente y con determinados requisitos, el gobierno tiene capacidad y competencia legal para promover un  referéndum consultivo  en un solo territorio para asuntos que considere trascendentes. En Cataluña, por ejemplo, para consultar a sus ciudadanos sobre la conveniencia o no de la secesión de España. Ni el Parlament de Catalunya, ni el govern de la Generalitat, tienen, en cambio, competencia para ello. Se trata, pues, de una decisión política. Lo que ha resultado exasperante a lo largo de estos cinco años pasados ha sido la inactividad política del presidente del Gobierno; y la falta de responsabilidad política de los dirigentes de la Generalitat de Catalunya. Se ha perdido un tiempo precioso en el que Rajoy ha actuado, como lo dice –o decía- con abierta naturalidad, al igual que los juncos ante los huracanes. Y, no se olvide, la meteorología política de Cataluña, anuncia vientos huracanados.

En fin, “som i serem gent catalana”, pero de momento la mayoría de los catalanes queremos seguir siendo españoles. Y con buena voluntad, si el presidente Rajoy se decide a hacer política, el porcentaje aumentará.

Diario de Barcelona: el Concierto catalán

¿Por  qué hay ahora un conflicto importante en Cataluña con la cuestión de la independencia y, en cambio, no lo hay en Euskadi? Pues que existe un conflicto en Cataluña –premisa mayor- creo que no lo pone nadie en duda. Un conflicto que “parece” no tener solución. Y escribo “parece” entre comillas porque creo que sí tiene una salida. Pero esa salida precisa de un gobierno y de unos partidos nacionales fuertes y unidos –por más voces discrepantes que eleven el tono de su voz- y por una Generalitat –Parlament y Govern- que esté dispuesta a transitar por puentes y no por lanzarse a las procelosas aguas de un río muy peligroso y no navegable. Hurguemos en la memoria y trasladémonos al año 2003 que es cuando se alza Maragall y el PSC con la presidencia de la Generalitat, aupado con el apoyo de Esquerra Republicana que entonces lideraba Josep Lluis Carod Rovira.

En ese momento, con los datos que el presidir un gobierno ofrece, Maragall y sus asesores llegan a la conclusión que el sistema de financiación catalán depende, esencialmente, de los vaivenes políticos de los dos grandes partidos nacionales, o sea PP y PSOE. Cuando estos partidos tienen mayoría absoluta y no necesitan a los partidos nacionalistas para gobernar les atornillan con el dinero. Eso lo hace el PP con Aznar y luego con Rajoy hasta la exasperación en 2000 y 2011. Mas cuando obtienen mayorías relativas, el PSOE en 1993, 2004  y  2008 o el PP en 1996, todo va razonablemente bien pues el gobierno del Estado hace concesiones que satisfacen a los nacionalistas catalanes. Y vascos, no lo olvidemos.

Maragall no encontró interlocutor en Aznar. Es cierto también que en 2003 organizaron lo del cordón sanitario para aislar al PP en Cataluña y, de paso, quitarle el gobierno en España, como así ocurrió. Pero hubo mucha cortedad de miras en ese gobierno presidido entonces por Aznar. Con Zapatero, abierta la brecha secesionista, se negoció el nuevo Estatuto que hubo que adaptar a las sucesivas sentencias del TC, resultado de varias demandas de inconstitucionalidad interpuestas, una de ellas por el PP. Artur Mas se hace con la presidencia de la Generalitat en 2010 y la suerte de Zapatero ya está echada. Al ganar Rajoy las elecciones en noviembre de 2011, hizo oídos sordos a lo que con un sistema de financiación adecuado habrían aceptado tantos y tantos catalanes que hasta entonces nunca se les había ocurrido pensar en la independencia, y muchos de ellos se lanzarn a la calle pidiendo “¡independencia!” Pero el problema de Cataluña es, esencialmente, económico.  Para ser más precisos, de financiación. A algunos les parecerá mezquino, pero es así y así hay que resolverlo.

Cuando se discutió la Constitución y el Estatuto pudieron haber elegido los negociadores catalanes el sistema de financiación de “concierto” o parecido. Pero al parecer Pujol, entonces, no estuvo por esa labor. Ya le iba bien el sistema de reivindicación y agravio  permanentes. Y sobre todo, cuando les necesitaban para gobernar España, pues se convertían en “la clau” (la llave), lo cual se demostró con creces en los gobiernos de mayorías relativas del PSOE y del PP. Nadie pone en duda, y menos que nadie las leyes constitucionales, que Cataluña es un territorio “histórico” con “derechos históricos” como establece la Constitución. En el Estatuto catalán de 2006, versión consolidada de acuerdo con los FJ 10 de la STC 31/2010, de 28 de junio; y el FJ 4 de la STC 137/2010, de 16 de diciembre, se refiere, nada menos que al autogobierno de Cataluña que “se fundamenta también en los derecho históricos del pueblo catalán, que el presente Estatuto incorpora y actualiza al amparo del artículo 2, la disposición transitoria segunda y otros preceptos de la Constitución, de los que deriva una posición singular de la Generalitat en relación con el derecho civil, la lengua, la cultura, la proyección de estas en el ámbito educativo, y el sistema institucional en que se organiza la Generalitat”. En redacción más simplificada ya se decía, más o menos lo mismo, en el Estatuto de Sau de 1979.

¿Y con esto se arreglaría el “problema catalán”? Pues me inclino a pensar que si no del todo, bastante, bastante, sí. Siempre habrá irredentos, sentimentalistas o esta versión anarquista siglo XXI que es la CUP. Por motivos diversos, todos respetables, preferirían tener un territorio independiente aunque fuese inviable económicamente y arruinase a sus ciudadanos, que pertenecer a un Estado mediano pero culturalmente poderoso, como es España. Ahora bien, una vez conseguida una financiación aceptable, vendría después el momento de la gran verdad: con una administración gestionada como la que hubo en Cataluña –salvo honrosas excepciones- en estos casi cuarenta años, elefantiásica y despilfarradora, sería imposible salir adelante. En esto, quizás, podríamos aprender, otra vez, de los vascos. Su territorio y habitantes son mucho mas pequeños, es cierto; pero nadie pone en duda la eficacia de su gobierno. Si un día Cataluña tiene un concierto, cupo incluido, con el Estado, para que suene bien ese concierto, habrá que afinar muchísimo los instrumentos. Por ahí va la solución. No por un referéndum que todos sabemos va a ser inviable y que chirría por todas partes pues pretende interpretarse sin instrumentos.

 

Diario de Barcelona: Cataluña y el efecto Urkullu

Iñigo Urkullu ha dado una lección de sensatez y de cómo, en este siglo XXI puede conjugarse el nacionalismo vasco o catalán sin romper España. España, un Estado que, pese al gobierno, funciona bastante bien; incluso sin él. Primero en La Vanguardia, luego en El País y, por último, en El Mundo, Urkullu ha dicho lo mismo que repite una y otra vez en Euskadi y que se resume en esto: “La unilateralidad no es el camino, Europa no lo aceptaría”. Y ha ido más lejos: “Pensar en un Estado vasco independiente es hoy una quimera”. Los socialistas o populares podrían afirmar lo mismo y no sería noticia. Pero que lo afirme el presidente del PNV y Lendakari, sí lo es. Una gran noticia de primera página.

En Cataluña, en cambio, vivimos desde hace unos años instalados en la quimera. No hay argumentos que avalen que con un Estado independiente los catalanes fuésemos más prósperos, más ricos y, en suma, más felices. Por el contrario, nos empobreceríamos en todos los órdenes –económica, social y culturalmente- y, además, quedaríamos fuera del proyecto europeo en un momento en el que prácticamente la totalidad de la legislación aplicable en España, y en Cataluña como es lógico, procede de trasposiciones europeas. En Euskadi, tras la catastrófica gestión de Ibarretxe, el PNV perdió el poder a manos de Patxi López, socialista. Volvió a recuperarlo con Urkullu al cabo de casi cuatro años. Urkullu es un político que no tiene doble lenguaje y que dice lo mismo en Bilbao, Álava, Madrid, Sevilla o Barcelona. Lo mismo que su antecesor en la presidencia del PNV, hoy consejero delegado de Repsol, Josu Jon Imaz. Entre ambos, Urkullu e Imaz han sabido articular un discurso político y económico bueno para el País Vasco y, como consecuencia de ello, bueno para España.

Hace años, cuando el presidente de la Generalitat de Catalunya, Jordi Pujol, dejaba verse por Madrid en foros, almuerzos, entrevistas y conferencias, los políticos y empresarios capitalinos con quienes compartía andanzas, no importaba de que partido fuesen, solían quedarse muy tranquilos. “¡Que hombre más sensato!, ¡ojala tuviésemos un político así en Madrid!, ¡ya podrían aprender los vascos de cómo se hacen las cosas en Cataluña!” –decían los contertulios madrileños. Nadie se paraba a escuchar lo que este mismo Pujol contaba en los pueblos y ciudades de Cataluña que recorría un día sí y otro también, incluidos domingos y festivos, y en donde proclamaba las excelencias de la independencia. Mientras tanto arañaba una competencia detrás de otra aunque quedasen casi siempre los cabos sueltos de cómo se iban a financiar tantos traspasos. Y el famoso 3 %, ese que se atrevió a insinuar Pascual Maragall siendo president de la Generalitat, campaba libremente. Se decía entonces, con la boca chica, pues a nadie le interesaba destapar la olla de la corrupción, que la corrupción que por esos años asolaba al PSOE, era un juego de niños comparada con la que había en Cataluña. Pero nadie quería verlo. Bueno, casi nadie.

Luego vinieron años felices y dorados para España. Y llegado el PP al gobierno, que prometió un programa de regeneración moral e institucional, se selló la alianza con los nacionalistas de CiU. Se trabajaba bien con ellos, al menos por lo que en mi experiencia como diputado puedo certificar. Parecía que, por fin habíamos conjugado bien los verbos españoles y catalanes. Todo se vino al traste con la mayoría absoluta del PP en el año 2000. Ahí comenzaron los desencuentros y la corrupción rampante en los gobiernos autónomos del PP y entre sus filas. España iba para arriba y nadie se ocupaba de las minucias de esta o aquella prebenda. Pero vino el 2007 y cada mes que pasaba cientos de miles de trabajadores –muchos de las clases medias- iban engrosando las filas del paro. La historia es de sobras conocida. Cuando llegó Rajoy al Gobierno, con mayoría absoluta en 2011, los tres principales problemas que tuvo, la corrupción, Cataluña y el económico, el primero lo despachó achacando el problema a “los grandes titulares” (sic) por los pocos casos de corrupción; el otro, Cataluña, colocándose de perfil esperando que el huracán amainase; y el tercer problema, el del rescate, sí supo afrontarlo porque no tenía que hacer nada: sólo seguir las instrucciones que le daba Bruselas.

En Cataluña, en lugar de intentar empujar del carro para que no se despeñe, el independentismo lo ha colocado al borde del precipicio. No se si Puigdemont será un Urkullu. Me temo que no. Ni tampoco se ve ningún Imaz, químico de profesión como Rubalcaba, en el horizonte. Cataluña se ha poblado de Ibarretxes que no saben a dónde van y que utilizan un lenguaje poblado de falsedades. A veces bienintencionadas, pero falsedades al cabo. Tampoco existe ya una burguesía fuerte capaz de alzarse con la dirección de las instituciones y de desmontar tanta mentira. Y en España al frente del gobierno hay un presidente que no hace política. Aun así, ante este desolador panorama, vislumbro un rayo de esperanza al menos por lo que al “problema catalán” se refiere. La Vanguardia, que es el termómetro inconfundible de por dónde sopla el viento en nuestra tierra, ha arrinconado el independentismo a espacios más marginales. Hoy, las grandes portadas la ocupan mensajes como los de Urkullu. Su efecto parece imparable.

Diario de Barcelona: mucha gente pidiendo independencia y el junco encallado

Mientras en el País Vasco –que durante decenios vivió un ambiente irrespirable en sus calles- quienes quieren la independencia no llegan al 30 %, en Cataluña, que durante esos mismo decenios se vendía como “un oasis”, están casi en el 50 %. Y mientras todas las decisiones del gobierno de la Generalitat terminan en los tribunales de justicia, el gobierno de España no es capaz de tomar una sola iniciativa política. Toda su política consiste en decir algo así como: “Esto no va conmigo, que decida el TSJC o el Tribunal Constitucional”. Ahora el gobierno se escuda en que está “en funciones”, mas antes de las elecciones del 20 de diciembre de 2015, que era un gobierno que gobernaba con mayoría absoluta, hacía lo mismo: de correo hacia los tribunales. Rajoy opina que eso de hacer política no sirve para nada. “Cuando el viento sopla a tu favor, todo va bien. Cuando sopla en contra, hay que inclinarse como el junco, aguardando que amaine el temporal”. Esto es lo que piensa de la política el estratega santiagués.

Antes de contarles mi impresión sobre lo que pasó el día de la Diada catalana, les aclaro –sobre todo a lectores suspicaces- que creo que sería un monumental error convocar un referéndum, aunque mayor error es no hacer nada; y que en política lo peor es sucumbir en la indiferencia. Hay cuatro análisis que me interesa destacar sobre este último 11 de septiembre de Cataluña. Tres se han publicado en La Vanguardia y uno en El Confidencial. El primero es el editorial de ese periódico que en Cataluña se lee en todas partes. Se llama “El capital cívico de la Diada”, y destaca sobre todo eso, el civismo en el que cada año se desarrolla, aunque señala algo más: “España no estaría ahora bloqueada si en Madrid no se hubiese caído en el error del quietismo”; ¿porqué?, pues aún con tanta gente solicitando la independencia, la sociedad catalana está dividida, no hay mayoría social en Cataluña. Y concluye el editorial diciendo que si bien “no hay mayoría social en Cataluña para el rupturismo unilateral, tampoco hay mayoría política en España para un Gobierno numantino”.

Los otros tres análisis tienen firma. El primero, del 13 de septiembre, también en La Vanguardia, es de Miquel Roca Junyent. Se refiere a la enorme cantidad de gente que hubo en la manifestación, aunque fuese menor que la del año pasado. Roca insiste en la necesidad de hablar, de tender puentes entre unos y otros, pero su artículo rezuma escepticismo pues él sabe que con los actuales actores políticos va a ser muy difícil dialogar. Va más allá Lluis Foix, que dirigió durante años La Vanguardia, en su análisis que llama “El relato y su hegemonía”. Escribe sobre los nuevos conceptos que han ido afincándose en el relato político catalán. Ahora ya no se habla del derecho a decidir sino directamente de independencia. Y se reclama una república catalana. Se sostiene que eso no costará nada y que en Europa se recibiría esa república con los brazos abiertos. No se atiende ya a lo que dicen los expertos y Foix se remite al editorial de The Economist: “La confianza popular en la opinión de los expertos y en las instituciones arraigadas se ha derrumbado en las democracias occidentales”. Joan Tapia, que también dirigió La Vanguardia antes que Foix, en El Confidencial recuerda la deriva independentista, inexistente hasta hace pocos años, que ha ido creciendo día a día desde la sentencia del TC sobre el Estatut de Catalunya.

El junco ha quedado encallado por la corrupción de su propio partido y el independentismo catalán. Su suerte, que le acompaña desde que se alzó con la presidencia del partido merced al dedazo de Aznar y luego con la presidencia del gobierno como resultado de la incompetencia de Zapatero, parece que ha llegado al final. Antonio Elorza recordaba en El País que ahora lo que está en juego no es un cambio de régimen sino la propia supervivencia de España o sea el Estado mismo. Ante una oposición inexistente, Mariano Rajoy, si fuese un patriota y no un partitócrata, felicitaría que otro miembro de su partido pudiese ser capaz de formar un gobierno capaz de afrontar el problema catalán, por un lado; y, por otro, con la firme decisión de limpiar de escoria el PP. Parece un mal sueño que en el PP, lleno de gente competente y con ideas, no sea nadie capaz de alzarse con una voz bien construida y discrepante del inmovilismo de Rajoy que está llevando a España a la asfixia.

Si nos metamos en unas terceras elecciones, de dudosa constitucionalidad, el descrédito de España irá en aumento. Mientras tanto en Cataluña se navegará como si España ya no existiera, con un gobierno en funciones o con un gobierno presidido por una persona políticamente desacreditada, incapaz de tomar una sola iniciativa política. Y el agujero de la corrupción irá socavando cada vez más al único partido que ha sido capaz de concentrar una mayoría social aceptable. Frente a este panorama, el independentismo cada vez se verá más fortalecido.

 

Diario de Barcelona: aquel 11 de septiembre

 El 11 de septiembre se recuerda por el brutal ataque a las torres gemelas de Nueva York y al Pentágono. También por el golpe de estado de Pinochet en Chile que sacudió al mundo y movilizó a la izquierda. Y en 1714 cayó la ciudad de Barcelona y entraron las tropas borbónicas en la ciudad dando fin a una guerra de sucesión a la corona de España que había comenzado en 1700 a la muerte del Rey Carlos II. Ya es mala suerte esa coincidencia de fechas, diría Chiquito de la Calzada, levantando la pierna, moviendo las manos y dando un giro a su cuerpo para mandarlo en dirección contraria.

Carlos II murió el 1 de Noviembre de 1700 y su testamento, obra del cardenal Portocarrero, abrió la guerra de sucesión a la Corona de España, una de las más poderosas del mundo entonces. Duro casi catorce años hasta la firma del tratado de Utrech en 1713. Felipe V no cumplió el testamento de su antecesor que ordenaba acatar las “leyes, fueros, constituciones y costumbres” de sus reinos. Impuso una nueva planta judicial y modernizó la Corte –que era como se llamaba al Estado de entonces. Como ya hemos recordado en anteriores comentarios, después Cataluña obtuvo grandes ventajas de la nueva situación pues se le abrió todo el mercado peninsular, primero, y luego el de América. Pero la historia se escribe como cada uno quiere; y se conmemoran los acontecimientos según la singular apreciación de quien tiene el poder. Hoy, el 11 de Septiembre se conmemora, desde 1976, la caída de Barcelona, la derrota en suma, y el nacimiento de la “nación catalana”.

Recuerdo muy bien la primera “Diada Nacional de Catalunya”, la de 1976, que se celebró en Sant Boi, donde se encuentran los restos mortales de Rafael de Casanovas, Conseller en Cap –el equivalente a President de la Generalitat- de la ciudad que fue herido en las batallas finales pero que terminó sus días ejerciendo la profesión de abogado reconocido por todos, en 1743 o sea al cabo de veintinueve años. Formé parte de la comisión negociadora para discutir con el Gobernador Civil los términos de la autorización. Desde entonces han pasado, nada menos, que 39 Diadas. Este año conmemoramos la 40. Desde aquel 11 de Septiembre, festivo y generoso, a los últimos, independentistas y separadores, va todo un recorrido de abandonos, políticas a corto plazo, falta de entendimiento, incomprensión de los “hechos nacionales” por parte de los gobiernos centrales, utilización de la lengua como hecho separador, etcétera. Todo lo cual ha convertido a Cataluña en algo que sería casi irreconocible si la miramos con los ojos de entonces.

Ahora, o nos sumergimos en la nostalgia o intentamos llegar a algún punto de encuentro, unos y otros. Eso no será posible mientras el presidente del gobierno sea Rajoy. ¿Por qué? Pues porque ha demostrado a lo largo de sus años de gobierno que carece de una sola idea política. Su única idea política es la anti idea: la resistencia; el haber llegado a un sitio y mantenerse en el a toda costa. Todos los partidos políticos representados en el Congreso de los Diputados, coincidamos o no con ellos, tienen unas determinadas ideas políticas y, en el tema concreto catalán, saben más o menos lo que quieren. El único partido que carece de una idea con respecto a Cataluña es el Partido Popular. Y cuando desde sus filas alguien ha intentado ofrecer unas cuantas líneas de actuación, fue barrido. El último que lo intentó fue Piqué; después vino ya el desierto de ideas en el que está sumido el PP que lo único que ha sabido hacer, al menos en Cataluña, ha sido montar un sistema de espionaje, primero con Sánchez Camacho y luego a través de la oficina antifraude en conexión con el ministerio del Interior para hundir la sanidad catalana. Todo ello muy ejemplar.

Heredé de mi madre una novela histórica que se publicó en 1926 y cuya lectura recomiendo porque el rigor histórico es notable. Nada que ver con Galdós, pero yo no la pude dejar y leí los catorce volúmenes de corrido. Alguno de los personajes está bien caracterizado. Bien escrita, en un estilo florido, al que te acostumbras rápidamente. La serie se llama “Las guerras fratricidas” y el autor es Alfonso Danvila. Ahí puede comprobarse que el llamado “problema catalán” no es de ahora. Y ahora, lo que fue útil en 1978 ahora ya no lo es. En el País Vasco, con el sistema del cupo, prácticamente consiguieron la independencia. En Cataluña, de momento, no se ha sabido negociar un sistema de financiación satisfactorio. De nada sirve soliviantarse, enrojecerse de ira o contestar insultando, como hace algún lector, cuando se formulan afirmaciones como ésta. Guste o disguste, en Cataluña existe un sentimiento generalizado de injusticia que atraviesa transversalmente todos los partidos, incluido el PP. Es demasiada ciudad Barcelona como para considerarla una ciudad de provincias. Y mientras no se enfrenten los problemas con decisión e ideas claras, el encontronazo será mayor. Como decía el lúcido editor, amigo y prematuramente fallecido Jaume Vallcorba todos los actores de este drama parecen caminar “endavant, endavant, sense ideas i sense plan.”

Diario de Barcelona: La partición de España

Mientras en el Congreso de los Diputados, que según la Constitución representa la soberanía nacional, se intenta infructuosamente formar un gobierno que dirija la política –y el presupuesto- de todos los españoles, o sea su bienestar, el Parlament de Catalunya trata de sacar adelante un proceso cuya consecuencia final sea la partición de España. En el Congreso nadie tiene, de momento, la mayoría suficiente para poder formar gobierno. Y en el Parlament, los diputados sí tienen la mayoría suficiente en escaños para iniciar ese dramático –pues estamos hablando de un drama- proceso, pero les falta un buen puñado de votos populares para constituirse en mayoría popular. Los catalanes han preferido mayoritariamente permanecer al lado de España, mas eso es una opinión que puede cambiar, como los votos, en cualquier momento. Y, para acabarlo de complicar, sus representantes opinan lo contrario.

Quienes conocen las leyes y los mecanismos, a veces sutiles, del derecho, tienen las ideas claras. Solamente, según la Constitución, representan la soberanía nacional los diputados del Congreso. Los diputados del Parlament de Catalunya, como los del resto de parlamentos autonómicos, representan los intereses de la Comunidad, región o nacionalidad, según se digan. Mas según el artículo 55.1 del Estatut de Catalunya de 2006, el Parlament de Catalunya representa también –y no es poco- al pueblo catalán. Ese pueblo, representado por su parlamento, se habría pronunciado por la independencia, se argumenta. Seamos claros: por la partición de España.

Pero el Estatut también dice que uno de los principios por los que se rige es el de la lealtad institucional. Y, además, la Constitución es la norma suprema de todos los españoles y es superior en rango al Estatut. Y, en cualquier caso y en el supuesto de conflicto, será el Tribunal Constitucional quien deba decidir lo que es la Constitución y lo que no es.Lo que es ser leal o desleal, en términos constitucionales. Son la única voz autorizada para interpretarla y hacerla cumplir. Bien. Así las cosas, el llamado gráficamente choque de trenes está garantizado. ¿Alguien se imagina a un grupo de policías deteniendo a la presidenta del Parlament de Catalunya? A mi me resulta difícil imaginarlo. Mucho menos una situación como la que provocó la intervención del general Batet –tío abuelo de la diputada socialista MaritxelBatet- en la plaza de Sant Jaume en 1934. ¿Entonces? ¿Qué hacer?

De momento, al margen de unas cuantas palabras, Rajoy no ha hecho nada. En fin, nada, nada, tampoco. Ha habido guerra sucia orquestada desde las cloacas del ministerio del Interior. Guerra sucia que ha hecho aflorar mucha mierda –perdonen la expresión- que estaba como empantanada sin que se acabase de desbordar hasta que lo hizo con el caso Pujol y luego a través de las escuchas en el despacho del ministro del Interior. No ha habido ninguna política. Y sí mas de una sucia acción que ha tintado de sospechas al presidente y a su entorno.

Desde el partido socialista, por otra parte, empujado por el PSC, se predica acerca de las bondades del federalismo; y si ese federalismo es asimétrico, mejor. Y desde el resto de partidos, a excepción del PP y de Ciudadanos, se intenta capear el temporal como buenamente se puede, o sea muy mal. Ciudadanos representa la resistencia y de ahí no se mueven. Los del PP se han aferrado a las viejas banderas, impasibles al ademán, o a entretenerse escuchando al vecindario.

Cuando ustedes, lectores y amigos compatriotas españoles, nos preguntan a los catalanes que también queremos seguir siendo españoles, qué es lo que pasa aquende el Ebro, como si nuestras montañas, ríos, valles y praderas fuesen un Pakistán desgajado de la India, la verdad es que llega un momento que no sabemos que responder porque no tenemos explicación razonable. A lo sumo, les repetimos eso que nos dicen nuestros parientes independentistas: se trata de un sentimiento; y contra los sentimientos es imposible combatir. Estamos, pues, ante un drama sentimental. Ocurre como con el amor. Si nos enamoramos de una persona que a nosotros nos parece la mas hermosa o guapo del mundo, ya nos pueden decir lo que sea, que nos seguirá pareciendo su belleza y hermosura muy superior a la Venus o la de Apolo. Pues eso pasa con Catalunya, así, con “ny” en lugar de “ñ”. Que a una buena parte de catalanes les parece tan hermosa, tan singular, tan llena de mar y de montañas, tan “rica i plena”, que para nada necesita a España.

A finales del siglo XVIII y durante una buena parte del XIX, la intelectualidad catalana se sentía tan a gusto de ser española que incluso decían que no entendían como antes no lo habían visto. Dou –primer presidente de las Cortes en Cádiz-, Finestres o Campmany, lo más granado de la intelectualidad catalana de entonces eso decían. Lógico. Primero, después del cuarto decreto de Nueva Planta, a los catalanes se les abrió, sin fronteras, todo el mercado español; y, poco después, nada menos que la América hispana. Hasta finales del XIX no se deshizo el encanto. Fue la generación llamada del 98, arrastrada tras la pérdida de las colonias, la que empezó a proferir denuestos contra España. Cánovas, un poco antes, el gran Cánovas del Castillo ya había afirmado que se era español porque no se podía ser otra cosa. Y Ortega unos tres decenios más tarde opinaba que no había ni un solo periodo de la historia de España que pudiese ser admirado, ni siquiera el del emperador Carlos V. Y así fue creciendo en Cataluña la desafección hacia España y lo español.

Seguiré contándoles cómo se fue gestando y en el estado en el que se encuentra esta desafección que hoy parece irreversible. Serán ustedes mismos quienes juzguen si dan por buenas las premisas que iremos colocando y discutiendo. Al final del drama, seguro, todos llegaremos a la misma conclusión. ¿Cuál? Pues la de la inevitabilidad del choque de trenes. ¿Resultado?: Una catástrofe. No conozco un solo drama que haya terminado bien. Sólo después del conflicto y de la violencia que conlleva un conflicto, es posible llegar a un acuerdo. Y en Cataluña estamos al borde del conflicto. La única incógnita es conocer qué tipo de violencia se va a generar. Y en esto yo me mantengo optimista y creo que la sangre –literalmente- no llegará al Ebro.