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Europa y el nuevo orden internacional

Circula desde hace unos días en redes sociales, entre fotos de tanques, mensajes de apoyo institucionales, y muchas banderas ucranianas, un video de la reunión entre el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump y el secretario general de la OTAN, el ex-primer ministro noruego Jens Stoltenberg. El video de la reunión (o más bien, un desayuno oficial) que tuvo lugar en 2018 en Bruselas, muestra como nada más sentarse, Trump le espeta a Stoltenberg lo siguiente:

“Me parece muy triste que Alemania esté haciendo un gran acuerdo para comprarle petróleo y gas a Rusia. Se supone que usted tiene que protegerse contra Rusia, y Alemania va y paga miles y miles de millones a Rusia. No lo encuentro apropiado.”

No parece por el video que Trump tuviera del todo claro que Stoltenberg era noruego, y no alemán, pero lo que sí tenía muy claro era el mensaje que quería transmitir:

“Nosotros les protegemos (¿a los alemanes? ¿europeos?) de Rusia, pero al mismo tiempo le están pagando ustedes (¿los alemanes? ¿europeos?) miles de millones a Rusia todos los años. No lo encuentro apropiado. Alemania va a estar controlada por Rusia porque va a obtener el 70% de su energía de Rusia y de un nuevo oleoducto. Dígame usted si es apropiado, porque yo creo que no lo es.”

El video me parece más interesante por la cara de circunstancias del pobre Stoltenberg que por lo acertado del análisis, aunque se ha visto que lo era, y bastante. Entiendo que ese tipo de reuniones suele empezar con unos ‘buenos días’ y si se trata algún tema espinoso, no suele ser a vista de del mundo entero. En cualquier caso, no creo que Stoltenberg, uno de los hombres más influyentes del mundo, se levantara esa mañana esperando la tremenda bronca que luego le iba a caer, y por algo que, teóricamente al menos, no tiene nada que ver con él. Quizá se consolaba pensando que Trump en algún momento saldría de la Casa Blanca, y la política internacional volvería a la normalidad.

Cuatro años más tarde, Trump ya no es presidente de los Estados Unidos, pero la normalidad no ha vuelto, o por lo menos, la normalidad de los últimos 30 años. La invasión de Ucrania por Rusia, de forma unilateral y sin provocación alguna, es un hecho histórico que marca el fin de una época; la Pax Americana, y quizás del orden liberal internacional. La guerra ruso-ucraniana es el primer conflicto bélico entre dos Estados desde la guerra de Iraq, el primer conflicto en Europa desde la guerra de los Balcanes, y, si Putin se sale con la suya, Ucrania será la primera democracia que cae ante el ataque de un país enemigo desde la Segunda Guerra Mundial.

Pero también es muy significativa la reacción de Occidente: lo primero que cabe destacar es la estupefacción de los políticos y analistas europeos, que nunca creyeron en la posibilidad de la invasión hasta que se despertaron con sus noticias, pese a saber que el ejército ruso se estaba concentrando en las fronteras ucranianas y pese a las advertencias de los servicios secretos americanos que decían que la decisión ya se había tomado. Lo segundo, los titubeos a la hora de decidir qué hacer.

Ante esta disonancia cognitiva, hoy algunos consideran que Putin ha calculado mal, o incluso que está loco. Putin, ex-teniente del KGB, es un agente político consumado de la era post-soviética (un entorno bastante más peligroso que el de las democracias occidentales: cuando se habla de cuchillos para deponer al líder de la oposición no se trata de una figura retórica) no está loco. Y por el momento, pendientes del desenlace militar que tendrá la invasión, -aunque la disparidad entre las fuerzas parece conducir a un solo resultado- le está saliendo la jugada. Apostó a que la interdependencia energética de la que tanto se quejaba Trump en el video debilitaría el régimen de sanciones europeas, y por el momento, lleva toda la razón.

En ese sentido, fue decepcionante el discurso que Joe Biden, presidente de Estados Unidos, pronunció el mismo día de la invasión. No solo excluyó de su paquete de medidas aquellas precisamente que más daño podían hacer a Rusia, como prohibir su acceso al sistema de pagos SWIFT, sino que además dijo que “nadie pensaba” que las sanciones iban a tener un efecto disuasorio. Esto invita a preguntarse, si las sanciones no tienen un efecto disuasorio, ¿cuál es su propósito? Y peor aún; si las sanciones no son efectivas, entonces ¿Qué se puede hacer? Dado que el conflicto armado entre dos potencias nucleares es impensable, lo único que queda es la inacción. Y eso parecía que justificaba Biden; la inacción de Estados Unidos. No debería resultarnos extraño, ya lo advertía Obama en 2013: “Estados Unidos no es la policía del mundo.”

Y aquí el análisis político se une al jurídico, pues como sabe cualquier persona que haya estudiado derecho, o cualquier persona con sentido común, cualquier sistema de normas se sustenta en la capacidad del Estado en hacerlas cumplir. Durante ya mucho tiempo, las élites europeas (¿alemanas?) se han autoengañado considerando que el orden liberal internacional (la paz, la cooperación internacional, el libre comercio, un sistema basado en acuerdos internacionales e instituciones como la ONU, y donde la guerra entre Estados soberanos era impensable) era la consecuencia de una progresión natural de la historia, o, como decía Francis Fukuyama, el fin de la misma. Dicho de otra manera; que no hacía falta un policía. Hoy se dan cuenta de su error.

Estados Unidos (o el Imperio Americano, para sus detractores o historiadores como Niall Ferguson) antaño policía del mundo, está en declive. América tiene hoy, aparte de problemas domésticos significativos, un rival geopolítico serio en Asia, en el otro lado del mundo y no tiene ni las ganas ni la capacidad de involucrarse en conflictos que le caen ya muy lejos. Dejó a Iraq a merced del ISIS, a Afganistán en manos de los talibanes y ahora deja a Ucrania en manos de los rusos. Como decía Ian Fleming, autor de James Bond, en su novela Goldfinger: ‘una vez es un accidente, dos son coincidencia, tres son fruto de la intención.’

Lo que no comprendía aquel ex-ministro europeo, en esa reunión en Bruselas en 2018, aguantando el chaparrón que le estaba cayendo como mejor podía, es que Trump no era una anomalía en la política internacional, sino una advertencia de su cambio irreversible. Ucrania ya no es un aviso. Es la nueva realidad. Con independencia de quien sea el presidente de Estados Unidos en 2025, demócrata o republicano (aunque probablemente no sea Biden  dada su edad) el Imperio Americano seguirá retirándose del mundo, y con él, su orden internacional.

Europa ha tenido el privilegio en las últimas tres décadas de beneficiarse de este orden sin pagar su coste. Ese privilegio se acabó. Ahora mismo tenemos la posibilidad de afrontar parte de ese coste, empezando con medidas que reduzcan la dependencia europea del gas y el petróleo ruso a corto y medio plazo (que lo tendrá y mucho) tal y como piden referentes europeos como Luis Garicano, que han explicado claramente qué medidas habría que adoptar y qué impacto tendrían en Rusia, pero también para nosotros. Es eso o Europa continuará su larga marcha hacia la irrelevancia geopolítica y la destrucción del orden liberal, dejando al mundo a merced de aquellos que como Putin, tienen muchos menos principios  pero los ojos más abiertos. Esperemos que esto no ocurra, porque de ser así, el mundo que viene puede terminar pareciéndose mucho más al principio del siglo XX, que a la normalidad a la que nos hemos acostumbrado.

Asalto al capitolio: el precio de mirar hacia otro lado.

La reunión de equipo del día 6 de enero se presentaba en Washington D.C. con carácter rutinario. Alguien mencionó las protestas que en ese momento estaban teniendo lugar, pero a esas alturas del partido, después de 4 años, ya estamos acostumbrados a las manifestaciones y a los ruidos. De hecho, el inicio de la legislatura de Trump lo hizo con una de las manifestaciones más multitudinarias que se han visto en la historia de EE.UU.: la marcha de las mujeres, “The Women’s March”, que reunió a 470,000 personas en Washington DC y a casi 5 millones en todo USA el 21 de enero de 2017.

Esta marcha fue la respuesta de muchas personas a un presidente que había sido elegido a pesar de un vídeo en un autobús donde hacía comentarios inaceptables sobre una mujer. Este hecho se había justificado como “locker room talk” (comentario de vestuario de chicos). A pesar de esto, Trump ganó las elecciones.

Después vino la manifestación a favor de la Ciencia (March for Science, 22 April 2017), las manifestaciones del movimiento “Black Lives Matter”, que tuvieron especial relevancia con la muerte de George Floyd… y, así, multitud de ellas a lo largo de 4 años; por eso nadie se sorprendió cuando otra manifestación, esta vez convocada por el mismo Trump, tenía lugar.

Pero el acto público del 6 de enero de 2021 iba a ser diferente. A mitad de la reunión, seguridad mandó desalojar el edificio por el repentino toque de queda impuesto por la alcaldesa de Washington D.C. debido a la invasión del capitolio por los manifestantes. Nadie entendía nada. No se pueden imaginar lo difícil que normalmente es llegar hasta dentro del Congreso. Hay varias líneas de seguridad, detectores de metal, y una red de pasillos un tanto laberinticos difíciles de descifrar si uno no ha estado antes o ha estudiado algún mapa.

¿Cómo habíamos podido llegar a este punto?

Durante estos últimos cuatro años, la violencia y la intensidad de estos actos públicos ha ido aumentando. Las manifestaciones del movimiento “Black Lives Matter” el año pasado fueron también aprovechadas por grupo vandálicos que comenzaron a saquear la cuidad, llevando al ejercito a las calles e imponiéndose en la capital el toque de queda a las seis de la tarde durante varios días. Algo no visto en un largo periodo de tiempo. Este fin de semana, la policía detuvo en Washington a un hombre con 500 balas, y varias armas. La ciudad se ha blindado totalmente con 25,000 soldados, aproximadamente un 1 soldado por cada 24 habitantes si tenemos en cuenta la población de Washington DC. Parece que todo puede ir a peor. ¿Cómo ha sucedido esto?

El tipo de lenguaje agresivo utilizado por Trump en su campaña ha sido una tónica en su mandato y uno de los grandes problemas que su legislatura nos ha dejado. Trump, ha convertido en “socialmente aceptable” el machismo, el racismo y tantas otras cosas en las que Estados Unidos ha involucionado en lugar de evolucionar, como en la aceptación de la ciencia. A día de hoy, una gran parte de los seguidores de Trump siguen pensando que el COVID 19 no existe, a pesar de que aproximadamente 4000 estadounidenses mueren cada día debido a él.

Lo triste de esta historia es que todos somos cómplices de alguna manera de una división que ya existía en el país, pero que Trump ha acelerado a pasos agigantados. En primer lugar, el resto del partido republicano, que excepto en muy contadas ocasiones, como quizás la más “reciente versión” del senador Mitt Romney, decidió que era mejor mirar hacia otro lado y dejar que “Trump jugara” con tal de que su partido siguiera en el poder. según los republicanos, “Trump era controlable”, aunque parece que nadie lo ha sabido hacer. En segundo lugar, los periódicos, medios de comunicación y redes sociales, que fijaron sus ojos en el personaje y no lo soltaron hasta cuando quizás ya era demasiado tarde (Twitter y Facebook bloquearon a Trump tan solo después de las declaraciones del día 6 de enero). En tercer lugar, la sociedad en su conjunto, que hemos mirado hacia otro lado y aceptado cosas que en otro momento no hubiéramos dejado pasar.

Desde mi humilde opinión, las personas que asaltaron el capitolio el día 6 no son terroristas, como se ha dicho; son fieles creyentes en el “trumpismo” y en un líder que, aunque finalmente les está mandando a casa, ha seguido diciendo que les han robado las elecciones hasta el último minuto, y no ha llegado a reconocer directamente su derrota, sino que el “colegio electoral ha reconocido que Biden gano”. Como mínimo esta actitud es irresponsable. Pero un grupo así, tan convencido, no aparece de la nada sino que es creado por años de practicar la “política del odio”.

Trump, puede gustar o no, pero es una persona inteligente, que ha sabido encontrar su hueco en las medias verdades y llegar a las clases más desencantadas de la América profunda con un discurso simplista y muchas veces provocador. Tenía respuestas a corto plazo para una clase que se sentía olvidada y, curiosamente, ha sabido conectar con la gente de menos recursos y de los estados más remotos sin tener nada en común con ellos, pues proviene de una familia adinerada de Nueva York.

Los “Proud Boys”, el “Tea Party”, y toda la América más conservadora han sido la base en la que Trump supo apoyarse para llegar al poder. Toda esta gente descontenta con el sistema y reaccionaria ya existía; lo que Trump ha hecho ha sido aprovecharse del descontento y acelerar el proceso de división del país. Durante mucho tiempo, nadie en USA ha hecho nada al respecto. Las ideologías, incluso si están basadas en falsedades, no se construyen de un día para otro. Pero, llegados a este punto: ¿cómo se desmontan? Este es uno de los principales problemas a los que se enfrenta EE. UU. en este momento.

Trump polariza y rompe. Lo ha hecho en política internacional con Oriente Medio, donde ha roto los grandes consensos que existían en torno al mundo árabe y el tema palestino-israelí, aunque lo haya intentado vender de otra manera. Y en España lo hemos vivido en primera persona cuando, siendo ya presidente saliente, en diciembre pasado, reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sahara Occidental a cambio de que este país árabe reconociera a Jerusalén como capital de Israel. Un movimiento agresivo para España y que rompe aún mas los consensos árabes. Esta vista cortoplacista y agresiva, que puede funcionar para los negocios, no suele hacerlo en política.

Trump ha dividido, incluso más si cabía, a la presa americana, entre la que puede diferenciar un equipo de detractores de Trump y otro de seguidores. Sin embargo, los hechos han perdido el lugar que les corresponde por serlo, con las graves consecuencias que ello supone. El perfil que han dado de Trump algunos medios es tan sumamente negativo que, en ocasiones, llegaba a ser inverosímil. Y lo mismo ocurría con los medios seguidores de Trump: imposible que alguien fuera tan perfecto. De esta manera, y con un discurso populista por parte del presidente, lleno de medias verdades -como la relación “especial” de la OMS y China-, los hechos han sido sustituidos por opiniones y la realidad objetiva ha dejado de existir.

“Aprendamos en cabeza ajena”, como dice el sabio refranero español. Los populismos pasan factura si no se paran y, ante todo, la democracia debe ser protegida. Centrémonos en la gente, en sus necesidades, en los parados. Usemos el dinero europeo para crear un modelo económico cuya estructura sea menos vulnerable y dependiente de un solo sector. Soltemos lastre de lo que no vale y renazcamos sólidos y fuertes, pero siempre aportando soluciones y diciendo la verdad; repito, diciendo la verdad. Porque una mentira repetida muchas veces (una mentira como “nos han robado las elecciones”) tiene el peligro de convertirse en verdad para algunos.

En USA, el trumpismo sin ninguna duda sobrevirá a Trump. El partido republicano de EE. UU. se enfrenta en estos momentos a una especie de “guerra civil” entre los partidarios y detractores de Trump.

A estas alturas, el impeachment (proceso de destitución), es un acto simbólico más que otra cosa, y se resolverá cuando Joe Biden sea ya presidente. El debate tendrá lugar al mismo tiempo que la discusión sobre un paquete de medidas de estímulo de USD 1.3 trillones (americanos), algo que Biden necesita aprobar urgentemente para frenar el impacto del COVID en USA. De salir adelante el impeachment, Trump no podría volver a presentarse como candidato, pero resulta improbable que Trump esté pensando en estos momentos a 4 años vista. Quizás sean las posibles aspiraciones políticas de su hijo mayor o de su hija las que se vieran más afectadas.

En cualquier caso, la libertad de voto que el jefe de los republicanos ha dado a sus compañeros de partido en este tema es señal inequívoca de la polarización que el partido vive, donde republicanos muy conservadores como la hija de Dick Cheney votaron a favor del “proceso de destitución”, mientras otros, como la senadora de Colorado, votaron en contra. Resulta curioso que dicha senadora estuviera entre quienes pareciera haber facilitado un tour del Congreso en fechas recientes a parte de las personas que asaltaron el mismo. Un ejemplo más de la división del país. La presidenta del Congreso, Nancy Pelosi, ha abierto una investigación al respecto.

Sin embargo, mientras todo esto sucede, esta misma semana Trump, y su Secretario de Estado, Mike Pompeo, lejos de verse como un ejecutivo en salida, continuaban tomando decisiones de política internacional (sobre Yemen por ejemplo) con consecuencias muy importantes y que les dan puntos frente a su base de seguidores en unas futuras elecciones. Parece olvidarse que gobernar es un servicio público a todo el pueblo, no solo a los tuyos, y que en ningún caso es un acto personal.

Hoy, 20 de enero, Biden se convertirá en el presidente de Estados Unidos, de todos los Estados Unidos de América. Tendrá ante sí grandes retos; y, probablemente, el primero de ellos sea lograr unir a las dos Américas, tan sumamente polarizadas que ni si quiera pueden ponerse de acuerdo en los hechos. Pues no discurre ya el debate sobre opiniones, sino sobre hechos; hablamos de personas que están viendo diferentes realidades. Esperemos que un mandato sea suficiente para arreglarlo. Curiosamente, Biden va a tener que hacer suyo el slogan de Trump “Make America great again (Haz América grande de nuevo)”, porque lo que el presidente saliente deja es una América más caótica y confundida que nunca.

¡Buena suerte, presidente Biden!