Las importaciones alemanas de gas financian los crímenes de guerra rusos
Mientras caen misiles anti-búnker rusos sobre civiles inocentes que buscan refugio en el Donbás, y la malvada maquinaria de guerra de Putin sigue violando, torturando y matando, ha llegado el momento de pedir responsabilidades a los políticos, empresarios y sindicatos alemanes que se siguen oponiendo a una prohibición total de las importaciones de energía rusa: su posición es éticamente insostenible, y roza ya lo abominable.
El Canciller Scholz ha prometido recientemente poner fin a las compras alemanas de gas ruso “para finales de año“. Desgraciadamente, “para finales de año” será tarde. Puede que esto evite la pérdida de puestos de trabajo, incluso una leve recesión. Sin embargo, el boicot total al gas ruso no llegará a tiempo para miles y miles de ucranianos que perecerán bajo los crímenes de guerra de Putin. Alemania debe reconsiderar, de manera urgente, las coordenadas morales de su debate público.
La cuestión va al mismo meollo del contrato social, político y democrático de la Unión Europea. La clase política alemana se mostró militantemente inflexible a la hora de imponer una década de austeridad a Grecia. Esto se hizo en nombre del control del déficit y de la estabilidad financiera. Hoy en día, el PIB per cápita de Grecia es un 45% menor que en 2008. La estadística es sencillamente demoledora. Entonces, se nos recordaba desde Berlín, los griegos tenían que hacer “sacrificios”.
Las importaciones alemanas de gas están financiando a Putin con unos 800 millones de euros al día. Detener esta infame maquinaria es una obligación moral, pero también pragmática. ¿Cómo podemos construir una verdadera unión política si se percibe que los intereses económicos cortoplacistas de Alemania tienen prioridad sobre las vidas de millones de ucranianos? Si la Unión Europea es algo más que un mercado único y un acuerdo comercial, todos sus miembros deben atenerse a los manidos “valores europeos”.
Es la hora de los hechos. Las palabras grandilocuentes sobre el papel civilizador de Europa contrastan con la tozuda realidad. Cuando se impusieron durísimas medidas presupuestarias a las economías del Sur, se hizo en nombre de una dogmática política austeridad. Detener las importaciones de energía rusa se haría para honrar la vida, la paz y la justicia.
No hay alternativa posible. No se pueden tolerar medias tintas cuando están en juego tantas vidas inocentes. La reticencia de Alemania a poner fin a su adicción al gas ruso plantea preguntas existenciales para la UE: ¿son los “sacrificios” sólo para los “despilfarradores” sureños? ¿Son algunas naciones más iguales que otras en nuestro club? El mensaje que esto enviaría sería letal para la cohesión europea. En última instancia, sería una burla a los principios que proclamamos defender.
El legado energético de Schroeder y Merkel, con una dependencia total de la energía rusa, nunca pareció una buena idea. En el mejor de los casos, fue un catastrófico error de juicio, y los errores calamitosos tienen consecuencias indeseables, como a Wolfgang Schäuble le gustaba recordarnos a todos durante las crisis de la deuda soberana de la pasada década. Alemania debe rendir cuentas por cada transferencia millonaria que envía a Moscú. Estamos, literalmente, ante una cuestión de vida o muerte: para millones de ucranianos, y para el futuro de la familia europea.