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EDITORIAL | El nombramiento de José Luis Escrivá al frente del Banco de España: un grave retroceso institucional

Hay Derecho manifiesta su preocupación por el nombramiento de D. José Luis Escrivá como gobernador del Banco de España. D. José Luis Escrivá indudablemente reúne las condiciones profesionales y la aptitud técnica para ese puesto pero, lamentablemente, no reúne otra condición a nuestro juicio indispensable: la independencia del Gobierno que lo nombra. Y no la reúne sencillamente porque ha sido por dos veces ministro en gobiernos presididos por Pedro Sánchez, que es quien le ha nombrado. Por tanto, y al margen de su labor como ministro –primero de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, su reforma del sistema de pensiones ha sido muy criticada por los expertos desde el punto de vista de su sostenibilidad y, luego brevemente, como ministro para la Transformación Digital y de la Función Pública de España–, lo cierto es que pasar, sin solución de continuidad, de ministro a gobernador del Banco de España no es propio de un Estado democrático de derecho con instituciones sólidas. En conclusión, es un grave error y supone un grave retroceso institucional.

Recordemos que la ley de autonomía del Banco de España dice en su art. 24 que el gobernador del Banco de España será nombrado por el Rey, a propuesta del presidente del Gobierno, entre quienes sean españoles y tengan reconocida competencia en asuntos monetarios o bancarios. No exige nada más, pero es obvio que para ejercer debidamente sus importantes funciones no sólo es exigible esa reconocida competencia en asuntos monetarios y bancarios que, insistimos, es indudable que tiene D. José Luis Escrivá, sino también una independencia y neutralidad que no podemos presumir en quien ha sido por dos veces ministro del Gobierno que le nombra. Por otra parte, como viene sucediendo con otros nombramientos competencia del Gobierno o de su presidente, no es menos relevante buscar perfiles que susciten amplios consensos, lo que no hubiera sido difícil con una mínima voluntad política de alcanzarlos. 

No solo eso: como demuestra nuestro estudio popularmente conocido como El Dedómetro, sobre meritocracia en el sector público, se había conseguido después de muchos años –tras la gran recesión y la crisis financiera– profesionalizar la figura del gobernador del Banco de España, e independizarlo de los partidos políticos. En ese sentido, el mandato de Pablo Hernández de Cos se ha caracterizado por la profesionalidad y la independencia. Pero todos los avances institucionales son frágiles, especialmente cuando los políticos de turno no tienen sentido institucional alguno, o consideran que las instituciones son piezas de un juego político, en el mejor de los casos, o simplemente sitios para colocar a los afines o premiar los servicios prestados.  Pero, sobre todo, cuando los ciudadanos no están atentos a este tipo de comportamientos o no les conceden la relevancia que tienen

Es por ello que resulta imprescindible denunciar la gravedad que el deterioro de las instituciones públicas supone en el medio y largo plazo. Al politizar los organismos reguladores y vincularlos estechamente al Gobierno, éste encuentra menos resistencias y contrapesos para desarrollar su actividad. Si a ello le unimos la endémica falta de diálogo entre los dos grandes partidos de España, la amplia senda del consenso democrático se reduce al pasillo estrecho del partidismo. Ese partidismo, además, termina por recalar en una parte de la opinión pública, que no duda en restar importancia o incluso defender este nombramiento cuando, sin ningún género de duda, hubieran criticado este mismo movimiento de haberlo hecho el partido ‘contrario’. No lo olvidemos: se trata de defender unas reglas del juego político que sean justas para todos.

A lo anterior se suma otro defecto de trascendencia: la ausencia de una línea adecuada para el desarrollo de políticas públicas en el largo plazo, unida a la evaluación continua de las mismas. A modo de ejemplo, el Ministerio de Transformación Digital, que ahora abandona el futuro gobernador de España, habrá visto tres ministros en menos de un año. Ello obstaculiza seriamente nuestra transición digital en el largo plazo, un reto urgente en nuestro país si queremos mantener la competitividad económica; máxime cuando no se busca en el sustituto un experto en la materia, sino una persona cada vez más afín al presidente del Gobierno.

Por último, no podemos olvidar que este último nombramiento sigue la pauta marcada por otros igualmente controvertidos –por la vinculación política– para otras instituciones tan importantes como la Fiscalía General del Estado (se nombró a una exministra de Justicia), el Tribunal Constitucional (un exministro de Justicia y una directora general del Gobierno), el CIS (un miembro de la Ejecutiva del PSOE), entidades públicas, etc, etc. Por tanto, el patrón es claramente el mismo: no se considera relevante mantener la neutralidad e imparcialidad de las instituciones cuidando que sus máximos responsables no solo reúnan los principios de mérito y capacidad, sino que puedan ser percibidos como personas independientes del poder político.

En este contexto, es difícil hablar de regeneración democrática, que no puede existir sin la correspondiente regeneración institucional.

Responsabilidad jurídica, política y ética, por Elisa de la Nuez en ‘El Mundo’

Es indudable que si hay algo que causa mucho ruido en el debate político español es la confusión (normalmente interesada) entre responsabilidad jurídica -casi siempre, penal- responsabilidad política e incluso la mínima ética o la simple prudencia, si se prefiere, que deberíamos exigir a un político con importantes responsabilidades institucionales y a su entorno familiar más inmediato. Tomemos el mediático caso de Begoña Gomez: desconozco sinceramente si hay caso penal, aunque creo que no, porque básicamente lo que parece acreditado a día de hoy recuerda a nuestro tradicional capitalismo clientelar: una serie de empresas y entidades (públicas y privadas) quieren quedar bien con la esposa del Presidente del Gobierno. Ella no ve nada raro: probablemente porque no lo es, al menos en España. Y ese es el problema, claro.

Porque tenemos un problema como sociedad si no se considera no ya jurídica sino  ni siquiera éticamente reprobable acercarse a la esposa del Presidente del gobierno con la finalidad de o de pedirle un favor o de hacérselo, lo que puede ser útil para que te lo devuelvan el día de mañana.  Que además esté por medio una Universidad pública con Cátedra “extraordinaria” y cierto descontrol en las cuentas incluidas completa un retrato un tanto deprimente, la verdad.  

Por tanto, más allá de las decisiones del juez de instrucción -siempre revisables, por otra parte- sería importante empezarnos a plantear si de verdad queremos presenciar este tipo de espectáculos, del que nadie puede salir bien parado. Y para evitarlos hay que recordar que la responsabilidad jurídica no coincide con la responsabilidad política: eso es lo que pretenden hacernos creer nuestros políticos para ahorrarse la primera, sabiendo que una condena penal no es algo fácil de conseguir. Pero una absolución no borra la responsabilidad política, por mucho que nos digan lo contrario. El caso ERE es paradigmático.

En todo caso, antes de nada está la simple ética, la prudencia o, si se prefiere, la ejemplaridad que debemos de exigir a todos nuestros responsables políticos, empezando, lógicamente, por los que tienen más poder. Esta responsabilidad no se exige en los juzgados, pero quizás es lo más esencial para la buena salud de una democracia.

Artículo originalmente publicado en El Mundo (23/07/2024).

EDITORIAL: Trump, Sánchez y los jueces

En nada se parece la situación procesal de Donald Trump a la de nuestro presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Mientras que el primero se enfrenta a decenas de procedimientos civiles y penales y ya ha sido condenado varias veces, nuestro presidente no tiene ningún asunto pendiente con la justicia, ni se espera que lo tenga.

Por eso resulta tan chocante que las reacciones (nada menos que mediante dos cartas a la ciudadanía) ante una apertura de diligencias previas y citación a declarar a su mujer hayan sido tan extremas, y no tan distintas de las de Trump o de las de cualquier otro líder populista, ya sea de izquierdas o de derechas.

La apertura de diligencias previas provocó una primera carta a la ciudadanía y el retiro del presidente durante cinco días para meditar sobre su futuro, con amenaza de abandonar su puesto. Tras este sorprendente periodo de reflexión, unas manifestaciones de adhesión a su persona por parte de ciudadanos afiliados o votantes del PSOE y una visita a la Zarzuela para finalmente comunicar al Rey que continuaba en el puesto, hizo una alocución imputando el ataque a la oposición y a una supuesta conspiración mediática ultraderechista dirigida a destruirle.

Creemos que algunas de las preocupaciones del presidente en aquella alocución están justificadas, como explicamos en este editorial: los abusos del Derecho Penal por denunciantes temerarios que no sufren después ningún castigo, la falta de respeto de los medios a la presunción de inocencia, la creciente polarización de la sociedad y de los medios. Polarización, por otra parte, impulsada desde los partidos políticos, sin excluir al PSOE.

El problema es que el presidente concluía que el principal problema era la existencia de una supuesta conspiración contra él, aunque haya miles de personas que sufren la misma situación todos los años. El segundo problema es que el mensaje era extremadamente polarizador,  pues presentaba a una sociedad estaba dividida en buenos y malos, y daba por supuesto que la «mayoría social» era la que estaba de su lado. Por otra parte, las medidas de regeneración anunciadas a día de hoy no se han concretado.

Parece que este tipo de comunicaciones directas con el pueblo, tan típicas de caudillismos y tan alejadas de las democracias representativas, se va a convertir en la norma.

Ayer, tras la citación a declarar de su esposa, mandó otra carta a la ciudadanía, de nuevo a través de twitter. En ella podemos encontrar los mismos signos preocupantes: referencias a una conspiración mediática, el relato de un único y maligno enemigo que engloba a todos los medios y partidos que no apoyan a su gobierno, el personalismo y los eslóganes (máquina de fango, coalición reaccionaria).

Todo esto es peligroso para la libertad de prensa y la convivencia, pero es mucho peor que los ataques se estén dirigiendo cada vez más claramente no ya contra las resoluciones de jueces individuales (cuya crítica es perfectamente legítima) sino contra el Poder judicial en su conjunto y sean tan parecidos a los de Trump. Este ha atribuido a los jueces intenciones políticas y en relación con uno de ellos ha señalado que su hija era una «rabiosa odiadora de Trump». Pues bien, en el primer párrafo de su carta, el presidente atribuye al juez una intencionalidad política a la citación, dada la cercanía de las elecciones. Aunque no ha sido el mismo presidente, desde el partido se ha descalificado al mismo juez porque su hija era concejal del PP. El conjunto de la carta implica que el juez es un instrumento más de la conspiración ultraderechista contra el presidente.

Podríamos considerar que esta carta no es más que una estrategia electoral, pues los últimos párrafos son una defensa de sus políticas y un llamamiento al voto a su partido. Quizás piense que, igual que a Trump, los juicios le dan votos en lugar de quitárselos pues le permiten asumir el papel de víctima de una conspiración. Pero nos estamos jugando mucho más que unas elecciones: que el presidente de Gobierno haga declaraciones acusando a jueces de interferencia política es un ataque gravísimo a la separación de poderes, al prestigio del poder judicial, y en último término al imperio de la Ley.

Todos los españoles, también la mujer del presidente, están sometidos a la Ley, y gozan de los recursos que esta les da para proteger su inocencia y exigir responsabilidades si se demuestra la temeridad de los denunciantes o la mala actuación del juez. Pero declaraciones como estas ponen en riesgo el Estado de derecho en su conjunto, que es la única defensa que tenemos los ciudadanos que no ostentamos el poder.

El Congreso, ese costoso decorado

Espectacular está siendo la degradación del Congreso de los diputados en esta legislatura bajo la batuta del Gobierno “progresista”. Sabemos que este eclipse de los Parlamentos es un proceso que cuenta con una historia dilatada, que no es una truculenta invención del actual presidente del Gobierno, todo lo contrario, está en el centro – desde hace mucho- de las preocupaciones de quienes meditan sobre la esencia de los sistemas democráticos.

Ninguna singularidad pues en las prácticas de Sánchez, persona que, por lo demás, no parece muy cualificada para la originalidad en la asignatura de Teoría del Estado, cuyos libros canónicos probablemente vería arder sin llamar a los bomberos.

Lo que sí es marca de su Gobierno es el descaro, la osadía, la inverecundia, con que somete al Congreso a sus designios más perentorios, con que corrompe la dignidad de la representación nacional, con que se mofa de la ciudadanía española que ha conformado esa representación, es decir, con la que hace mangas y capirotes de las bases mismas de la democracia representativa y del Estado de Derecho.

No es extraño por ello que se oigan los quejidos de las campanas tañendo a muerto porque pronto asistiremos a la firma solemne del acta de defunción y consiguiente momificación del Congreso y de sus protagonistas. Desde la Carrera de san Jerónimo trasladaremos sus restos, sus sombras carnales, a un lugar solemne – ¿el Valle de los Caídos?-, momento que será el propicio para organizar visitas de escolares a quienes se explique cómo se vivió la ilusión de la democracia y cómo hoy guardamos el luto de las glorias pasadas. Allí se venderán recuerdos, fotos amarillentas y postales, todo ello en un paisaje, ay, dominado por la indiferencia del excursionista ocasional.

Y, como muestra, acopiamos aquí los siguientes datos.

Con los votos de la mayoría gubernamental y el impulso de la Presidenta, la Mesa acordó, al inicio de la pandemia, no dar trámite por un tiempo inicialmente indeterminado a cualquier iniciativa además de suspender todas aquellas que se encontraran en tramitación. Una clausura de la institución de tan extrema grosería que, cuando fue analizada por el Tribunal Constitucional como consecuencia de un recurso de Vox, fue declarada inconstitucional al recordar sus magistrados que “recae sobre la institución parlamentaria el deber constitucional de asumir en exclusiva la exigencia de responsabilidad al Gobierno por su gestión política en esos períodos de tiempo excepcionales, con más intensidad y fuerza que en el tiempo de funcionamiento ordinario del sistema constitucional”. Para acabar subrayando que “no se puede interrumpir el funcionamiento de las Cortes generales … ni se puede modificar el principio de responsabilidad del Gobierno” (sentencia 168/2021 de 5 de octubre).

Lo mismo puede decirse del Acuerdo de convalidación que autorizó la prórroga del estado de alarma (29 de octubre de 2020) durante seis meses sin incluir ningún argumento justificativo de tan dilatado plazo cuando ello significaba nada más y nada menos que la abdicación de las propias atribuciones de quienes lo adoptaron. Acuerdo también impugnado y que asimismo fue declarado inconstitucional porque “se realizó de un modo por entero inconsciente con el sentido constitucional que es propio al acto de autorización y sin coherencia alguna, incluso, con aquellas mismas razones que se hicieron valer por el Gobierno para instar, por ese concreto plazo [de seis meses], la prórroga finalmente concedida”. Y como colofón nótense estas contundentes palabras de los magistrados: “se acordó sin fundamento discernible y en detrimento por ello de la irrenunciable potestad constitucional del Congreso para decidir en el curso de la emergencia sobre la continuidad y condiciones del estado de alarma, intervención decisoria que viene impuesta por la Constitución” (sentencia 183/2021 de 27 de octubre).

¿Le parece poco al lector / a / e? Pues seguimos: sobre el abuso de los decretos leyes ya se ha escrito con tino (por ejemplo, Manuel Aragón) y por nuestra parte nos remitimos a nuestro “Panfleto contra la trapacería política”. Añadimos ahora dos datos sobre los que el minucioso estudio de la Fundación CIVIO nos proporciona gráficos expresivos. El primero es el número de páginas que ocupa cada Decreto-ley: se cuentan por centenares habiendo conseguido el trofeo más elevado el Decreto ley de 4 de febrero de 2020 que alberga ¡252 páginas! El segundo, más preocupante aún: el uso torcido por el Gobierno para modificar decenas de leyes de un trazo. También aquí tenemos un récord: el Decreto-ley 6/22 de 29 de marzo dio un mordisco ¡a 39 leyes!

En el fondo de estos desvaríos se halla además la práctica del más burdo chantaje (DRAE, extorsión) a los grupos políticos. Consiste en mezclar – como en esos modernos robots de cocina- los más diversos ingredientes: becas, bonos de transporte y quien sabe si en el futuro el otorgamiento de un vale para la cirugía estética, con medidas aflictivas para el comercio, la industria, la hostelería … Todo en un paquete cerrado que ha de ser tomado o dejado, sin matiz alguno, en su integridad. ¿Se puede asistir a un envilecimiento mayor del ejercicio de la potestad legislativa, a un atropello más despótico al debate parlamentario, razón de ser del oficio de diputado?

¿Parece insuficiente lo dicho hasta ahora? Pues demos cuenta de otra práctica perversa. Respecto de muchos de estos Decretos-leyes se acordó su tramitación como ley con el carácter de urgente, tal como permite la Constitución (artículo 86.3). Si no hemos errado en la consulta de la base de datos del propio Congreso, estas tramitaciones urgentes están entorpecidas por otro diabólico truquito, a saber, el de acordar en la Mesa, con los votos de los grupos que apoyan al Gobierno “de progreso”, la ampliación del plazo para presentar enmiendas. Dos significativos ejemplos: respecto al Decreto-ley 26/2020 de 7 de julio sobre medidas económicas se ha ampliado el citado plazo ¡78 veces! estando previsto que se siga tramitando en septiembre, es decir, cuando han pasado más de dos años desde su convalidación. Segundo ejemplo: el Decreto-ley 36/2020 de 30 de diciembre relativo a la ejecución del Plan de Recuperación, esto es, a la distribución de los fondos europeos para paliar los daños originados por la pandemia, ha visto alargado el plazo de enmiendas más de ¡60 veces!

¿Es que el Congreso trabaja despacio? A veces porque, en otras, pica espuelas.

Así, el Grupo Socialista – con la colaboración del de Podemos- está presentando proposiciones de ley con éxito pues enseguida son bendecidas y logran su reflejo inmediato en el BOE. Recordemos – y aquí la infame artimaña- que la utilización de estas iniciativas legislativas evitan el meditado estudio que sí está previsto para la tramitación de los proyectos de ley procedentes del Gobierno: dictámenes preceptivos del Consejo de Estado, Consejo General del Poder Judicial y otros órganos consultivos así como la participación de los grupos de interesados – sindicatos, empresarios, asociaciones-.

Verbigracia: el pasado 24 de junio de este año 2022 tocó el turno a la reforma de la Ley orgánica del Poder judicial para proponer magistrados del Tribunal Constitucional aprobándose el 27 de julio. El 28 estaba en el BOE. Esta modificación incidía en otra cuyo origen también fue una proposición de ley de los Grupos parlamentarios afines al Gobierno de diciembre de 2020, aprobada el 29 de marzo de 2021 y publicada en el BOE al día siguiente, el 30 de marzo.

Se comprende demasiado bien la urgencia que se imprime a estas iniciativas pues están destinadas a conformar una mayoría en el Tribunal Constitucional que se muestre complaciente con los excesos gubernamentales que hemos relatado. ¿No será entonces ese Tribunal, por mor de quienes tratan de manipularlo, un gran engaño? ¿No está justificado nuestro desesperanzado desengaño? ¿Alguien conoce algún remedio eficaz contra el gatuperio de jugadores de ventaja?

Publicado en El Mundo