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Diario de Barcelona: La herencia de Pujol

Cuentan todos aquellos que, ya sea por caridad, agradecimiento o afinidad, visitan al ex presidente de la Generalitat de Catalunya, que éste les inquiere con machacona y obsesiva insistencia sobre cuál creen que será el juicio que la posteridad hará sobre su etapa al frente del gobierno de Cataluña. No creo que nadie le diga la verdad. Unos porque no la quieren ver. Otros porque la ven y no se la quieren decir. Y, también los hay, aquellos a los que les trae sin cuidado la posteridad y les fue tan bien, pero que tan bien enriqueciéndose a manos llenas con Pujol, que prefieren callar no vaya a ser que, como hizo Javier de la Rosa, un día se le ocurra pasarles el platillo.

Porque, recordemos, el empresario modelo para Pujol fue este personaje que se hizo de oro con base a la corrupción (de la Rosa). Su abogado de cabecera fue Juan Piqué Vidal, un chantajista que terminó encarcelado junto a su socio de fechorías, el magistrado Pascual Estivill, al que la Generalitat aupó al Consejo General del Poder Judicial para que nos representara. Sigamos. Maciá Alavedra, un simpático comisionista de guante blanco era quien manejaba las finanzas. En el plano personal, Pujol escondió la herencia que, decía, había recibido de su padre ante la sorpresa de su hermana y cuñado cuando decidió aflorarla. Más cosas. Puso al frente de TV3 al “hijo del chofer”, Alfons Quintá, otro chantajista que terminó asesinando a su mujer y suicidándose. (Lo del “hijo del chofer” es el título de la espléndida y esencial historia de periodismo, chantaje y corrupción que acaba de publicar Jordi Amat en Tusquets editores). En fin, generalizó lo del 3 % (o más) en cualquier adjudicación pública que dependía de la Generalitat, con concursos amañados o adjudicaciones directas. Y para darle un toque cultural, impidió que el Liceo fuera el gran teatro lírico de España, como le propusieron Javier Solana y Josep María Bricall, con el poderoso argumento de que entonces no sería “prou catalá” (bastante catalán).

Y así fue casi todo, una monumental estafa. ¡Ah!, eso sí, todo para la mayor gloria de Cataluña, también impidió que ningún miembro de CiU, ni Roca, ni Joaquim Molins, ni Durán, todos ellos personas sensatas, formaran parte del gobierno de España, fuese este del signo que fuera. ¿Que qué quedará después de todo esto? Lo que el juicio de la historia le depare, no lo sé. Pero lo que si sé y sabemos todos es el juicio que este personaje nos merece hic et nunc. Es probable que el día que muera, sus fieles lacayos incluso le organicen unas pompas fúnebres discretas pero dignas para que se le reconozca su labor. Pero no creo que cuente con el beneplácito de la Esquerra, que lo desprecia, ni de los descerebrados de la CUP, que suelen estar contra todos y contra todo. Esto por citar aquellos que más próximos a él estarían por eso de la independencia. Porque para la mitad de los catalanes, Pujol ha sido un personaje nefasto, visto desde la perspectiva actual. Pues no se olvide que, mientras duró, el voto a CiU fue masivo. Y precisamente fue ese apoyo masivo el que provocó el desastre político que ahora vivimos en Cataluña.

Después de mí, el diluvio, debió de pensar como buen megalómano -de alpargata de todos modos- que era. A lo mejor, por las preguntas que hace a sus visitantes sobre cómo le juzgará la historia, aún lo sigue siendo. Y el diluvio vino con ese trio de fanfarrones e incompetentes políticos que se sucedieron en el palacio de la plaza de Sant Jaume: Mas, Puigdemont y Torra, a cuál mas catastrófico. ¿Y qué pasaba en el gobierno español mientras tanto? Aznar le entregó a Pujol todo lo que quiso, incluso le dio lo que no pedía. El palacio de la Moncloa bien valía Cataluña. Ahí comenzó la cosa: la destrucción del Estado. Zapatero terminó propiciando el desastre del nuevo Estatuto, que no pedía nadie entonces, y que fue un instrumento del PSC para acorralar al PP. Rajoy por no hacer, no hizo nada. No fue capaz, por desidia, de aplicar el artículo 155 de la Constitución cuando debió hacerlo, o sea después de las leyes de desconexión aprobadas por el Parlament de Catalunya, con lo que se habría impedido, sin duda, la celebración del referéndum y esa penosa actuación de la policía comandada por un ministro del Interior -el inefable Zoido- que no sabía hacer la “o” con un canuto, digno sucesor de otro que tal bailó: Fernández Díaz, que dirigía el ministerio siempre acompañado de Marcelo, su ángel protector.

Prefiero no releer lo que he escrito porque seguro que he narrado una historia que parece poco creíble. Pero esto es lo que ha sido y es lo que será la herencia de Pujol. La que va a dejar a sus hijos tampoco está exenta de dramatismo, pues al cabo terminarán como los hijos de Ruiz Mateos. Y es que entre Pujol y el empresario jerezano no hay tanta diferencia. Uno se puso las botas comprando bodegas a bodegueros exhaustos y arruinados, el otro acaparando competencias para las que ni estaba preparado ni tenía, en muchos casos, los medios para hacerlo. ¿Y ahora cómo se arregla esto?, se preguntarán ustedes. Yo me hago la misma pregunta y, para serles sincero, solo tengo una respuesta: con paciencia y con muchiiiiiiiiiisimas horas de pedagogía y de trabajo.