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Por un servicio militar obligatorio

Durante la Guerra Civil americana, y a la vista de la necesidad masiva de hombres por parte del ejército del Norte tras las incesantes carnicerías, Lincoln ordenó el reclutamiento obligatorio, pero con una concesión al típico individualismo yanqui: el llamado a filas que no quisiera prestar sus servicios podía pagar a alguien para que fuera en su lugar o, en su defecto, pagar una cantidad al Gobierno para quedar eximido. Sobra decir que la mayoría de los miembros de las grandes fortunas de la época hicieron uso de este derecho.

Cuando el filósofo Michael J. Sandel explica este caso a sus estudiantes de primer año de Harvard (Justice, 2007, p. 76) todos se muestran indignados, y con buenas razones. Hay pocas cosas más desiguales e injustas que mandar a morir a otro en tu lugar para defender tus ideas o tu nación, por mucho que el contrato sea supuestamente voluntario, especialmente cuando sabemos que en la práctica viene condicionado por la necesidad económica de uno y la obscena riqueza del otro, para el que el sacrificio económico es inexistente. Pero lo cierto es que, después de dejar que sus alumnos se explayen un rato, Sandel les plantea entonces la punzante cuestión de qué diferencia encuentran entre ese sistema y el actual de ejército profesional existente en la mayoría de países occidentales avanzados (también en España).

Realmente es difícil hallar alguna. El sistema del ejército profesional es, en el fondo, un desarrollo sofisticado de la idea de Lincoln. Los vástagos de las familias acomodadas, de buena posición económica y nivel socio cultural elevado, raramente eligen el ejército como carrera profesional. Desde luego, no entre los hijos e hijas de los congresistas o senadores o de los políticos que toman la decisión de iniciar una operación militar (al margen de los vocacionales que siempre existen, claro). Para la gran mayoría, sin embargo, hay otras opciones mucho más interesantes desde el punto de vista económico y con bastante menor riesgo. Así que, a través del sistema impositivo, unos pagan para que otros vayan a las guerras en interés de todos, pero decididas por los primeros.

El reclutamiento obligatorio terminó desapareciendo en muchos países occidentales a finales del siglo XX, básicamente por dos razones: Por un lado, por la contestación social de amplios sectores de la población, particularmente de las clases medias universitarias (en EEUU a partir de la guerra de Vietman); y, por otro, por razones operativas, especialmente como consecuencia de los avances tecnológicos. Así, se alegaba que hoy las guerras las decide la superioridad tecnológica, por lo que resulta mucho más eficaz, e incluso más barato, un ejército reducido y especializado.

Sin embargo, estos presupuestos llevan siendo discutidos desde hace al menos una década, hasta el punto de que algunos países europeos han reintroducido el servicio militar obligatorio (Suecia, Lituania, o Ucrania en 2014) o se ha debatido recientemente su reintroducción (Francia y Alemania), al margen de los que siempre lo han mantenido (Austria, Suiza, Dinamarca, Noruega o Grecia). De hecho, la guerra de Ucrania ha reforzado todavía más los argumentos a favor de la recuperación, desde todas las perspectivas en juego.

Así, desde el punto de vista operativo la guerra está demostrando algo que ya venía siendo avisado por algunos especialistas: la era del carro de combate está pasando a mejor vida. Como es sabido, una invasión exige que, al final, la infantería ocupe el terreno y lo controle. Para eso tiene que alcanzar físicamente el objetivo y solo puede hacerlo con el apoyo suficiente -de la artillería, de la aviación, de la marina- pero especialmente del cuerpo de caballería (los tanques o carros de combate). Pues bien, todos esos apoyos, pero particularmente el último, están siendo seriamente amenazados por las llamadas armas defensivas ligeras (anti-armor weapons), en todos los escenarios, pero especialmente en el combate urbano.

En esta área la estrella indiscutible es el Javelin estadounidense (junto con el NLAW británico). Se trata de un arma anti-tanque que puede ser transportada y disparada con facilidad por una sola persona, con la capacidad de poner fuera de combate a cualquier carro de última generación. En una entrevista a un corresponsal de The Atlantic, (aquí) un ex marine voluntario en Ucrania que había luchado en Faluya (Irak) en 2004, comentaba asombrado este cambio, señalando como las tácticas del cuerpo de marines que sirvieron para tomar la ciudad ya no podrían funcionar en la actualidad:

“En Faluya nuestra infantería trabajaba en estrecha coordinación con nuestro tanque estrella, el M1A2 Abrams. En múltiples ocasiones observé como nuestros tanques recibían un impacto directo de cohetes lanza granadas RPG-7 sin más efecto que un ligero temblor en su avance. Hoy en día, un ucraniano defendiendo Kiev u otra ciudad, armado con un Javelin o un NLAW, podría destruir un tanque semejante.” Y lo están haciendo, dificultando enormemente las cosas a unidades profesionales mucho mejor equipadas.

Lo mismo está ocurriendo con los misiles tierra-aire (el famoso Stinger ) y tierra-mar. Pero lo verdaderamente relevante es que este escenario, fruto de la innovación tecnológica en misiles y en  potencia de fuego, ha venido a confirmar, y no ha desdecir, la frase de Napoleón de que en la batalla lo moral es a lo físico como tres a uno. Es decir, el factor humano y la motivación del combatiente, si no es lo que asegura la victoria, al menos es lo que dificulta  la derrota.

Antes de Napoleón, Maquiavelo había intuido perfectamente que una milicia ciudadana debidamente entrenada es la única garantía de la libertad del Estado. Obviamente, no asegura la victoria frente a una enorme superioridad militar, pero su ausencia sí garantiza su derrota en todo caso. La motivación a la hora de defender el terreno e determinante, y lo cierto es que la nueva tecnología le está facilitando las cosas. Así que, desde el punto de vista operativo, resulta que una ciudadanía motivada, con suficiente entrenamiento militar en ese tipo de armamento de manejo relativamente sencillo, es mucho más disuasoria a la hora de evitar una invasión enemiga que un pequeño contingente, por muy especializado y profesional que sea. A la vista de que la amenaza de invasión en Europa ha dejado de ser una batallita de abuelo para constituir una realidad innegable, pienso que estas razones tienen bastante peso.

Pero las ventajas de introducir el servicio militar obligatorio (con servicio sustitutorio para los objetores) no son solo operativas o estratégicas, sino que fundamentalmente son políticas. La principal es que, de una manera muy evidente, tiende a insuflar en la ciudadanía en general, pero especialmente en los jóvenes, la idea de que nuestra libertad política, con todo lo que ello implica (elecciones libres y competitivas, respeto a los derechos humanos, libertad de expresión, libertad ideológica, respeto a la diversidad, etc.) es una conquista preciosa que no puede darse por descontada. Es decir, es algo que se puede perder en cualquier momento, y por lo que vale la pena arriesgar la vida (como están demostrando en este momento los ucranianos). Esta idea conlleva un efecto añadido de cohesión social, tanto desde el punto de vista ideológico como cultural, que ayudaría a priorizar lo que verdaderamente nos une frente a los inevitables particularismos de toda sociedad plural. Además, esa conciencia de lo que está en juego quizás ayudaría a valorar bastante más nuestras instituciones en tiempo de paz, motivando a la gente a defenderlas cuando estén amenazadas internamente, mucho antes de que lleguen los tanques, como deben defenderse las cosas en una democracia. No olvidemos que las democracias suelen morir, con más frecuencia que por amenazas externas, por desatención interna.

Por supuesto, ese servicio debería ser muy distinto al que algunos experimentamos en nuestra juventud. Debe comprender a hombres y mujeres, debe enseñar algo más que a desfilar en orden cerrado, debe ser corto pero recurrente, tener una dimensión europea, ser mucho más selectivo, etc. En cualquier caso, son detalles que pueden quedar para otro post. Pero lo cierto es que, al menos, parece claro que vale la pena debatirlo.

 

Si disponen de tiempo, les dejo una encuesta para que, si así lo desean, manifiesten su opinión al respecto: aquí

Pueden ver los resultado de la encuesta actualizados a fecha 12 de abril de 2022: aquí